Redistribuito da: classicistranieri.com | Facciamo una biblioteca multiediale. Meglio. E ci dispiace per gli altri! The Project Gutenberg EBook of El Comendador Mendoza, by Juan Valera This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.net Title: El Comendador Mendoza Obras Completas Tomo VII Author: Juan Valera Release Date: August 18, 2004 [EBook #13210] Language: Spanish Character set encoding: ASCII *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL COMENDADOR MENDOZA *** Produced by Stan Goodman, Mariluz Ochoa de Olza and the Online Distributed Proofreading Team JUAN VALERA NOVELAS El Comendador Mendoza OBRAS COMPLETAS TOMO VII A LA EXCMA. SENORA *DONA IDA DE BAUER* Nunca, estimada senora y bondadosa amiga, sone con ser escritor popular. No me explico la causa, pero es lo cierto que tengo y tendre siempre pocos lectores. Mi aficion a escribir es, sin embargo, tan fuerte, que puede mas que la indiferencia del publico y que mis desenganos. Varias veces me di ya por vencido y hasta por muerto; mas apenas deje de ser escritor, cuando revivi como tal bajo diversa forma. Primero fui poeta lirico, luego periodista, luego critico, luego aspire a filosofo, luego tuve mis intenciones y conatos de dramaturgo zarzuelero, y al cabo trate de figurar como novelista en el largo catalogo de nuestros autores. Bajo esta ultima forma es como la gente me ha recibido menos mal; pero aun asi, no las tengo todas conmigo. Mi musa es tan voluntariosa, que hace lo que quiere y no lo que yo le mando. De aqui proviene que, si por dicha logro aplausos, es por falta de prevision. Escribi mi primera novela sin caer hasta el fin en que era novela lo que escribia. Acababa yo de leer multitud de libros devotos. Lo poetico de aquellos libros me tenia hechizado, pero no cautivo. Mi fantasia se exalto con tales lecturas, pero mi frio corazon siguio en libertad y mi seco espiritu se atuvo a la razon severa. Quise entonces recoger como en un ramillete todo lo mas precioso, o lo que mas precioso me parecia, de aquellas flores misticas y asceticas, e invente un personaje que las recogiera con fe y entusiasmo, juzgandome yo, por mi mismo, incapaz de tal cosa. Asi broto espontanea una novela, cuando yo distaba tanto de querer ser novelista. Despues me he puesto adrede a componer otras, y dicen que lo he hecho peor. Esto me ha desanimado de tal suerte, que he estado a punto de no volver a escribirlas. Entre las pocas personas que me han dado nuevo aliento descuella V., ora por la indulgencia con que celebra mis obrillas, ora por el valor que los elogios de V., si prescindimos por un instante de la bondad que los inspira, deben tener para cuantos conocen su rara discrecion, su delicado gusto y el hondo y exquisito sentir con que percibe todo lo bello. Aunque yo no hubiese seguido de antemano la sentencia de aquel sabio alejandrino que afirmaba que solo las personas hermosas entendian de hermosura, V. me hubiera movido a seguirla, mostrandose luminoso y vivo ejemplo y gentil prueba de su verdad. No extrane V., pues, que, lleno de agradecimiento, le dedique este libro. Por ir dedicado a V., quisiera yo que fuese mejor que _Pepita Jimenez_, a quien V. tanto celebra; pero harto sabido es que las obras literarias, y muy en particular las de caracter poetico, solo se dan bien en momentos dichosos de inspiracion, que los autores no renuevan a su antojo. En esto como en otras mil cosas, la poesia se parece a la magia. Requiere la intervencion del cielo. Cuentan de Alberto Magno que, yendo en peregrinacion de Roma a Alemania, paso una noche a las orillas del Po, en la cabana de un pescador. Agasajado alli muy bien, quiso el doctor probar su gratitud al huesped, y le hizo y le dio un pez de madera, tan maravilloso que, puesto en la red atraia a todos los peces vivos. No hay que ponderar la ventura del pescador con su pez magico. Cierto dia, con todo, tuvo un descuido, y el pez se le perdio. Entonces se puso en camino, fue a Alemania, busco a Alberto, y le rogo que le hiciera otro pez semejante al primero. Alberto respondio que lo deseaba (tambien deseo yo hacer otra _Pepita Jimenez;_) mas que, para hacer otro pez que tuviese todas las virtudes del antiguo, era menester esperar a que el cielo presentase identico aspecto y disposicion en constelaciones, signos y planetas, que en la noche en que el primer pez se hizo, lo cual no podia acontecer sino dentro de treinta y seis mil y pico de anos. Como yo no puedo esperar tanto tiempo, me resigno a dedicar a V. _El Comendador Mendoza_. Este simpatico personaje, antes de salir en publico, no ya escondido y a trozos, sino por completo y por si solo, pasa, con la venia de Lucia, a besar humildemente los lindos pies de V. y a ponerse bajo su amparo. Remedando a un antiguo companero mio, elige a V. por su madrina. No desdene V. al nuevo ahijado que le presento, aunque no valga lo que _Pepita_, y creame su afectisimo y respetuoso servidor. JUAN VALERA. *El Comendador Mendoza.* I A pesar de los quehaceres y cuidados que me retienen en Madrid casi de continuo, todavia suelo ir de vez en cuando a Villabermeja y a otros lugares de Andalucia, a pasar cortas temporadas de uno a dos meses. La ultima vez que estuve en Villabermeja ya habian salido a luz _Las Ilusiones del Doctor Faustino_. D. Juan Fresco me mostro en un principio algun enojo de que yo hubiese sacado a relucir su vida y las de varios parientes suyos en un libro de entretenimiento; pero al cabo, conociendo que yo no lo habia hecho a mal hacer, me perdono la falta de sigilo. Es mas: D. Juan aplaudio la idea de escribir novelas fundadas en hechos reales, y me animo a que siguiese cultivando el genero. Esto nos movio a hablar del Comendador Mendoza. --?El vulgo --dije yo,-- cree aun que el Comendador anda penando, durante la noche, por los desvanes de la casa solariega de los Mendozas, con su manto blanco del habito de Santiago? --Amigo mio --contesto D. Juan,-- el vulgo lee ya _El Citador_ y otros libros y periodicos librepensadores. En la incredulidad, ademas, esta como impregnado el aire que se respira. No faltan jornaleros escepticos; pero las mujeres, por lo comun, siguen creyendo a pie juntillas. Los mismos jornaleros escepticos niegan de dia y rodeados de gente, y de noche, a solas, tienen mas miedo que antes de lo sobrenatural, por lo mismo que lo han negado durante el dia. Resulta, pues, que, a pesar de que vivimos ya en la edad de la razon y se supone que la de la fe ha pasado, no hay mujer bermejina que se aventure a subir a los desvanes de la casa de los Mendozas sin bajar gritando y afirmando a veces que ha visto al Comendador, y apenas hay hombre que suba solo a dichos desvanes sin hacer un grande esfuerzo de voluntad para vencer o disimular el miedo. El Comendador, por lo visto, no ha cumplido aun su tiempo de purgatorio, y eso que murio al empezar este siglo. Algunos entienden que no esta en el purgatorio, sino en el infierno; pero no parece natural que, si esta en el infierno, se le deje salir de alli para que venga a mortificar a sus paisanos. Lo mas razonable y verosimil es que este en el purgatorio, y esto cree la generalidad de las gentes. --Lo que se infiere de todo, ora este el Comendador en el infierno, ora en el purgatorio, es que sus pecados debieron de ser enormes. --Pues, mire V. --replico D. Juan Fresco,-- nada cuenta el vulgo de terminante y claro con relacion al Comendador. Cuenta, si, mil confusas patranas. En Villabermeja se conoce que hirio mas la imaginacion popular por su modo de ser y de pensar que por sus hechos. Sus hechos conocidos, salvo algun extravio de la mocedad, mas le califican de buena que de mala persona. --De todos modos, ?V. cree que el Comendador era una persona notable? --Y mucho que lo creo. Yo contare a V. lo que se de el, y V. juzgara. Don Juan Fresco me conto entonces lo que sabia acerca del Comendador Mendoza. Yo no hago mas que ponerlo ahora por escrito. II Don Fadrique Lopez de Mendoza, llamado comunmente el Comendador, fue hermano de don Jose, el mayorazgo, abuelo de nuestro D. Faustino, a quien supongo que conocen mis lectores. Nacio D. Fadrique en 1744. Desde nino dicen que manifesto una inclinacion perversa a reirse de todo y a no tomar nada por lo serio. Esta cualidad es la que menos facilmente se perdona, cuando se entreve que no proviene de ligereza, sino de tener un hombre el espiritu tan serio, que apenas halla cosa terrena y humana que merezca que el la considere con seriedad; por donde, en fuerza de la seriedad misma, nacen el desden y la risa burlona. Don Fadrique, segun la general tradicion, era un hombre de este genero: un hombre jocoso de puro serio. Claro esta que hay dos clases de hombres jocosos de puro serios. A una clase, que es muy numerosa, pertenecen los que andan siempre tan serios, que hacen reir a los demas, y sin quererlo son jocosos. A otra clase, que siempre cuenta pocos individuos, es a la que pertenecia D. Fadrique. Don Fadrique se burlaba de la seriedad vulgar e inmotivada, en virtud de una seriedad exquisita y superlativa; por lo cual era jocoso. Conviene advertir, no obstante, que la jocosidad de D. Fadrique rara vez tocaba en la insolencia o en la crueldad, ni se ensanaba en dano del projimo. Sus burlas eran benevolas y urbanas, y tenian a menudo cierto barniz de dulce melancolia. El rasgo predominante en el caracter de D. Fadrique no se puede negar que implicaba una mala condicion: la falta de respeto. Como veia lo ridiculo y lo comico en todo, resultaba que nada o casi nada respetaba, sin poderlo remediar. Sus maestros y superiores se lamentaron mucho de esto. Don Fadrique era agil y fuerte, y nada ni nadie le inspiro jamas temor, mas que su padre, a quien quiso entranablemente. No por eso dejaba de conocer y aun de decir en confianza, cuando recordaba a su padre, despues de muerto, que, si bien habia sido un cumplido caballero, honrado, pundonoroso, buen marido y lleno de caridad para con los pobres, habia sido tambien un _vandalo_. En comprobacion de este aserto contaba D. Fadrique varias anecdotas, entre las cuales ninguna le gustaba tanto como la del bolero. D. Fadrique bailaba muy bien este baile cuando era nino, y D. Diego, que asi se llamaba su padre, se complacia en que su hijo luciese su habilidad cuando le llevaba de visitas o las recibia con el en su casa. Un dia llevo D. Diego a su hijo D. Fadrique a la pequena ciudad, que dista dos leguas de Villabermeja, cuyo nombre no he querido nunca decir, y donde he puesto la escena de mi _Pepita Jimenez_. Para la mejor inteligencia de todo, y a fin de evitar perifrasis, pido al lector que siempre que en adelante hable yo de la ciudad entienda que hablo de la pequena ciudad ya mencionada. Don Diego, como queda dicho, llevo a D. Fadrique a la ciudad. Tenia D. Fadrique trece anos, pero estaba muy espigado. Como iba de visitas de ceremonia, lucia casaca y chupa de damasco encarnado con botones de acero brunido, zapatos de hebilla y medias de seda blanca, de suerte que parecia un sol. La ropa de viaje de D. Fadrique, que estaba muy traida y con algunas manchas y desgarrones, se quedo en la posada, donde dejaron los caballos. D. Diego quiso que su hijo le acompanase en todo su esplendor. El muchacho iba contentisimo de verse tan guapo y con traje tan senoril y lujoso. Pero la misma idea de la elegancia aristocratica del traje le infundio un sentimiento algo exagerado del decoro y compostura que debia tener quien le llevaba puesto. Por desgracia, en la primera visita que hizo Don Diego a una hidalga viuda, que tenia dos hijas doncellas, se hablo del nino Fadrique y de lo crecido que estaba, y del talento que tenia para bailar el bolero. --Ahora --dijo D. Diego,-- baila el chico peor que el ano pasado, porque esta en la _edad del pavo_; edad insufrible, entre la palmeta y el barbero. Ya Vds. sabran que en esa edad se ponen los chicos muy empalagosos, porque empiezan a presumir de hombres y no lo son. Sin embargo, ya que Vds. se empenan, el chico lucira su habilidad. Las senoras, que habian mostrado deseos de ver a D. Fadrique bailar, repitieron sus instancias, y una de las doncellas tomo una guitarra y se puso a tocar para que D. Fadrique bailase. --Baila, Fadrique, --dijo D. Diego, no bien empezo la musica. Repugnancia invencible al baile, en aquella ocasion se apodero de su alma. Veia una contrariedad monstruosa, algo de lo que llaman ahora una _antinomia_, entre el bolero y la casaca. Es de advertir que en aquel dia D. Fadrique llevaba casaca por primera vez: estrenaba la prenda, si puede calificarse de estreno el aprovechamiento del arreglo o refundicion de un vestido, usado primero por el padre y despues por el mayorazgo, a quien se le habia quedado estrecho y corto. --Baila, Fadrique, --repitio D. Diego, bastante amostazado. Don Diego, cuyo traje de campo y camino, al uso de la tierra, estaba en muy buen estado, no se habia puesto casaca como su hijo. D. Diego iba todo de estezado, con botas y espuelas, y en la mano llevaba el latigo con que castigaba al caballo y a los podencos de una jauria numerosa que tenia para cazar. --Baila, Fadrique, --exclamo D. Diego por tercera vez, notandose ya en su voz cierta alteracion, causada por la colera y la sorpresa. Era tan elevado el concepto que tenia D. Diego de la autoridad paterna, que se maravillaba de aquella rebeldia. --Dejele V., senor de Mendoza --dijo la hidalga viuda.-- El nino esta cansado del camino y no quiere bailar. --Ha de bailar ahora. --Dejele V.; otra vez le veremos, --dijo la que tocaba la guitarra. --Ha de bailar ahora --repitio D. Diego.-- Baila, Fadrique. --Yo no bailo con casaca, --respondio este al cabo. Aqui fue Troya. D. Diego prescindio de las senoras y de todo. --iRebelde! imal hijo! --grito:-- te enviare a los Toribios: baila o te desuello; y empezo a latigazos con D. Fadrique. La senorita de la guitarra paro un instante la musica; pero D. Diego la miro de modo tan terrible, que ella tuvo miedo de que la hiciese tocar como queria hacer bailar a su hijo, y siguio tocando el bolero. Don Fadrique, despues de recibir ocho o diez latigazos, bailo lo mejor que supo. Al pronto se le saltaron las lagrimas; pero despues, considerando que habia sido su padre quien le habia pegado, y ofreciendose a su fantasia de un modo comico toda la escena, y viendose el mismo bailar a latigazos y con casaca, se rio, a pesar del dolor fisico, y bailo con inspiracion y entusiasmo. Las senoras aplaudieron a rabiar. --Bien, bien --dijo D. Diego.-- iPor vida del diablo! ?Te he hecho mal, hijo mio? --No, padre --dijo D. Fadrique.-- Esta visto: yo necesitaba hoy de doble acompanamiento para bailar. --Hombre, disimula. ?Por que eres tonto? ?Que repugnancia podias tener, si la casaca te va que ni pintada, y el bolero clasico y de buena escuela es un baile muy senor? Estas damas me perdonaran. ?No es verdad? Yo soy algo vivo de genio. Asi termino el lance del bolero. Aquel dia bailo otras cuatro veces D. Fadrique en otras tantas visitas, a la mas leve insinuacion de su padre. Decia el cura Fernandez, que conocio y trato a D. Fadrique, y de quien sabia muchas de estas cosas mi amigo D. Juan Fresco, que D. Fadrique referia con amor la anecdota del bolero, y que lloraba de ternura filial y reia al mismo tiempo, diciendo _mi padre era un vandalo_, cuando se acordaba de el, dandole de latigazos, y retraia a su memoria a las damas aterradas, sin dejar una de ellas de tocar la guitarra, y a el mismo bailando el bolero mejor que nunca. Parece que habia en todo esto algo de orgullo de familia. El _mi padre era un vandalo_ de D. Fadrique casi sonaba en sus labios como alabanza. D. Fadrique, educado en el lugar y del mismo modo que su padre, D. Fadrique cerril, hubiera sido mas vandalo aun. La fama de sus travesuras de nino duro en el lugar muchos anos despues de haberse el partido a servir al Rey. Huerfano de madre a los tres anos de edad, habia sido criado y mimado por una tia solterona, que vivia en la casa, y a quien llamaban la chacha Victoria. Tenia ademas otra tia, que si bien no vivia con la familia, sino en casa aparte, habia tambien permanecido soltera y competia en mimos y en halagos con la chacha Victoria. Llamabase esta otra tia la chacha Ramoncica. D. Fadrique era el ojito derecho de ambas senoras, cada una de las cuales estaba ya en los cuarenta y pico de anos cuando tenia doce nuestro heroe. Las dos tias o chachas se parecian en algo y se diferenciaban en mucho. Se parecian en cierto entono amable y benevolo de hidalgas, en la piedad catolica y en la profunda ignorancia. Esto ultimo no provenia solo de que hubiesen sido educadas en el lugar, sino de una idea de entonces. Yo me figuro que nuestros abuelos, hartos de la bachilleria femenil, de las cultas latini-parlas y de la desenvoltura pedantesca de las damas que retratan Quevedo, Tirso y Calderon en sus obras, habian caido en el extremo contrario de empenarse en que las mujeres no aprendiesen nada. La ciencia en la mujer hubo de considerarse como un manantial de perversion. Asi es que en los lugares, en las familias acomodadas y nobles, cuando eran religiosas y morigeradas, se educaban las ninas para que fuesen muy hacendosas, muy arregladas y muy senoras de su casa. Aprendian a coser, a bordar y a hacer calceta; muchas sabian de cocina; no pocas planchaban perfectamente; pero casi siempre se procuraba que no aprendiesen a escribir, y apenas si se les ensenaba a leer de corrido en _El Ano Cristiano_ o en algun otro libro devoto. Las chachas Victoria y Ramoncica se habian educado asi. La diversa condicion y caracter de cada una establecio despues notables diferencias. La chacha Victoria, alta, rubia, delgada y bien parecida, habia sido, y continuo siendo hasta la muerte, naturalmente sentimental y curiosa. A fuerza de deletrear, llego a leer casi de corrido cuando estaba ya muy granada; y sus lecturas no fueron solo de vidas de santos, sino que conocio tambien algunas historias profanas y las obras de varios poetas. Sus autores favoritos fueron dona Maria de Zayas y Gerardo Lobo. Se preciaba de experimentada y desenganada. Su conversacion estaba siempre como salpicada de estas dos exclamaciones: --iQue mundo este! --iLo que ve el que vive!-- La chacha Victoria se sentia como hastiada y fatigada de haber visto tanto, y eso que sus viajes no se habian extendido mas alla de cinco o seis leguas de distancia de Villabermeja. Una pasion, que hoy calificariamos de romantica, habia llenado toda la vida de la chacha Victoria. Cuando apenas tenia diez y ocho anos, conocio y amo en una feria a un caballero cadete de infanteria. El cadete amo tambien a la chacha, que no lo era entonces; pero los dos amantes, tan hidalgos como pobres, no se podian casar por falta de dinero. Formaron, pues, el firme proposito de seguir amandose, se juraron constancia eterna y decidieron aguardar para la boda a que llegase a capitan el cadete. Por desgracia, entonces se caminaba con pies de plomo en las carreras, no habia guerras civiles ni pronunciamientos, y el cadete, firme como una roca y fiel como un perro, envejecio sin pasar de teniente nunca. Siempre que el servicio militar lo consentia, el cadete venia a Villabermeja; hablaba por la ventana con la chacha Victoria, y se decian ambos mil ternuras. En las largas ausencias se escribian cartas amorosas cada ocho o diez dias; asiduidad y frecuencia extraordinarias entonces. Esta necesidad de escribir obligo a la chacha Victoria a hacerse letrada. El amor fue su maestro de escuela, y le enseno a trazar unos garrapatos anarquicos y misteriosos, que por revelacion de amor leia, entendia y descifraba el cadete. De esta suerte, entre temporadas de pelar la pava en Villabermeja, y otras mas largas temporadas de estar ausentes, comunicandose por cartas, se pasaron cerca de doce anos. El cadete llego a teniente. Hubo entonces un momento terrible: una despedida desgarradora. El cadete, teniente ya, se fue a la guerra de Italia. Desde alli venian las cartas muy de tarde en tarde. Al cabo cesaron del todo. La chacha Victoria se lleno de presentimientos melancolicos. En 1747, firmada ya la paz de Aquisgran, los soldados espanoles volvieron de Italia a Espana; pero nuestro cadete, que habia esperado volver de capitan, no parecia ni escribia. Solo parecio, con la licencia absoluta, su asistente, que era bermejino. El bueno del asistente, en el mejor lenguaje que pudo, y con los preparativos y rodeos que le parecieron del caso para amortiguar el golpe, dio a la chacha Victoria la triste noticia de que el cadete, cuando iba ya a ver colmados sus deseos, cuando iba a ser ascendido a capitan, en visperas de la paz, en la rota de Trebia, habia caido atravesado por la lanza de un croata. No murio en el acto. Vivio aun dos o tres dias con la herida mortal, y tuvo tiempo de entregar al asistente, para que trajese a su querida Victoria, un rizo rubio que de ella llevaba sobre el pecho en un guardapelo, las cartas y un anillo de oro con un bonito diamante. El pobre soldado cumplio fielmente su comision. La chacha Victoria recibio y bano en lagrimas las amadas reliquias. El resto de su vida le paso recordando al cadete, permaneciendo fiel a su memoria y llorandole a veces. Cuanto habia de amor en su alma fue consumiendose en devociones y transformandose en carino por el sobrino Fadriquito, el cual tenia tres anos cuando supo la chacha Victoria la muerte de su perpetuo y unico novio. La pobre chacha Ramoncica habia sido siempre pequenuela y mal hecha de cuerpo, sumamente morena y bastante fea de cara. Cierta dignidad natural e instintiva le hizo comprender, desde que tenia quince anos, que no habia nacido para el amor. Si algo del amor con que aman las mujeres a los hombres habia en germen en su alma, ella acerto a sofocarlo y no broto jamas. En cambio tuvo afecto para todos. Su caridad se extendia hasta los animales. Desde la edad de veinticuatro anos, en que la chacha Ramoncica se quedo huerfana y vivia en casa propia, sola, le hacian compania media docena de gatos, dos o tres perros y un grajo, que poseia varias habilidades. Tenia asimismo Ramoncica un palomar lleno de palomos, y un corral poblado de pavos, patos, gallinas y conejos. Una criada llamada Rafaela, que entro a servir a la chacha Ramoncica cuando esta vivia aun en casa de sus padres, siguio sirviendola toda la vida. Ama y criada eran de la misma edad y llegaron juntas a una extrema vejez. Rafaela era mas fea que la chacha, y, hasta por imitarla, permanecio siempre soltera. En medio de su fealdad, habia algo de noble y distinguido en la chacha Ramoncica, que era una senora de muy cortas luces. Rafaela, por el contrario, sobre ser fea, tenia el mas innoble aspecto; pero estaba dotada de un despejo natural grandisimo. Por lo demas, ama y criada, guardando siempre cada cual su posicion y grado en la jerarquia social, se identificaron por tal arte, que se diria que no habia en ellas sino una voluntad, los pensamientos mismos y los mismos propositos. Todo era orden, metodo y arreglo en aquella casa. Apenas se gastaba en comer, porque ama y criada comian poquisimo. Un vestido, una saya, una basquina, cualquiera otra prenda, duraba anos y anos sobre el cuerpo de la chacha Ramoncica o guardada en el armario. Despues, estando aun en buen uso, pasaba a ser prenda de Rafaela. Los muebles eran siempre los mismos y se conservaban, como por encanto, con un lustre y una limpieza que daban consuelo. Con tal modo de vivir, la chacha Ramoncica, si bien no tenia sino muy escasas rentas, apenas gastaba de ellas una tercera parte. Iba, pues, acumulando y atesorando, y pronto tuvo fama de rica. Sin embargo, jamas se sentia con valor de ser despilfarrada sino por empeno de su sobrino Fadrique, a quien, segun hemos dicho, mimaba en competencia de la chacha Victoria. Don Diego andaba siempre en el campo, de caza o atendiendo a las labores. Sus dos hijos, D. Jose y D. Fadrique, quedaban al cuidado de la chacha Victoria y del P. Jacinto, fraile dominico, que pasaba por muy docto en el lugar, y que les sirvio de ayo, ensenandoles las primeras letras y el latin. Don Jose era bondadoso y reposado, D. Fadrique un diablo de travieso; pero D. Jose no atinaba hacerse querer, y D. Fadrique era amado con locura de ambas chachas, del feroz D. Diego y del ya citado P. Jacinto, quien apenas tendria treinta y seis anos de edad cuando ensenaba la lengua de Ciceron a los dos pimpollos lozanos del glorioso y antiguo tronco de los Lopez de Mendoza bermejinos. Mientras que el apacible D. Jose se quedaba en casa estudiando, o iba al convento a ayudar a misa, o empleaba su tiempo en otras tareas tranquilas, D. Fadrique solia escaparse y promover mil alborotos en el pueblo. Como segundon de la casa, D. Fadrique estaba condenado a vestirse de lo que se quedaba estrecho o corto para su hermano, el cual, a su vez, solia vestirse de los desechos de su padre. La chacha Victoria hacia estos arreglos y traspasos. Ya hemos hablado de la casaca y de la chupa encarnadas, que vinieron a ser memorables por el lance del bolero; pero mucho antes habia heredado D. Fadrique una capa, que se hizo mas famosa, y que habia servido sucesivamente a D. Diego y a D. Jose. La capa era blanca, y cuando cayo en poder de D. Fadrique recibio el nombre de la capa-paloma. La capa-paloma parecia que habia dado alas al chico, quien se hizo mas inquieto y diabolico desde que la poseyo. D. Fadrique, cabeza de motin y de bando entre los muchachos mas desatinados del pueblo, se diria que llevaba la capa-paloma como un estandarte, como un signo que todos seguian, como un penacho blanco de Enrique IV. No era muy numeroso el bando de D. Fadrique, no por falta de simpatias, sino porque el elegia a sus parciales y secuaces haciendo pruebas analogas a las que hizo Gedeon para elegir o desechar a sus soldados. De esta suerte logro D. Fadrique tener unos cincuenta o sesenta que le seguian, tan atrevidos y devotos a su persona, que cada uno valia por diez. Se formo un partido contrario, capitaneado por D. Casimirito, hijo del hidalgo mas rico del lugar. Este partido era de mas gente; pero, asi por las prendas personales del capitan, como por el valor y decision de los soldados, quedaba siempre muy inferior a los fadriquenos. Varias veces llegaron a las manos ambos bandos, ya a punadas y luchando a brazo partido, ya en pedreas, de que era teatro un llanete que esta por bajo de un sitio llamado el Retamal. Siempre que habia un lance de estos, D. Fadrique era el primero en acudir al lugar del peligro; pero es lo cierto que no bien corria la voz de que _la capa-paloma iba por el Retamal abajo_, las calles y las plazuelas se despoblaban de los mas belicosos chiquillos, y todos acudian en busca del capitan idolatrado. La victoria, en todas estas pendencias, quedo siempre por el bando de D. Fadrique. Los de don Casimiro resistian poco y se ponian en un momento en vergonzosa fuga: pero como D. Fadrique se aventuraba siempre mas de lo que conviene a la prudencia de un general, resulto que dos veces rego los laureles con su sangre, quedando descalabrado. No solo en batalla campal, sino en otros ejercicios y haciendo travesuras de todo genero, don Fadrique se habia roto ademas la cabeza otra tercera vez, se habia herido el pecho con unas tijeras, se habia quemado una mano y se habia dislocado un brazo: pero de todos estos percances salia al cabo sano y salvo, merced a su robustez y a los cuidados de la chacha Victoria, que decia, maravillada y santiguandose: --iAy, hijo de mi alma, para muy grandes cosas quiere reservarte el cielo, cuando vives de milagro y no mueres! III Casimiro tenia tres anos mas de edad que don Fadrique, y era tambien mas fornido y alto. Irritado de verse vencido siempre como capitan, quiso probarse con D. Fadrique en singular combate. Lucharon, pues, a punadas y a brazo partido, y el pobre Casimiro salio siempre acogotado y pisoteado, a pesar de su superioridad aparente. Los frailes dominicos del lugar nunca quisieron bien a la familia de los Mendozas. A pesar de la piedad suma de las chachas Victoria y Ramoncica, y de la devocion humilde de D. Jose, no podian tragar a D. Diego, y se mostraban escandalizados de los desafueros e insolencias de D. Fadrique. Solo el P. Jacinto, que amaba tiernamente a don Fadrique, le defendia de las acusaciones y quejas de los otros frailes. Estos, no obstante, le amenazaban a menudo con cogerle y enviarle a los Toribios, o con hacer que el propio hermano Toribio viniese por el y se le llevase. Bien sabian los frailes que el bendito hermano Toribio habia muerto hacia mas de veinte anos; pero la institucion creada por el florecia, prestando al glorioso fundador una existencia inmortal y mitologica. Hasta muy entrado el segundo tercio del siglo presente, el hermano Toribio y los Toribios en general han sido el tema constante de todas amenazas para infundir saludable terror a los chachos traviesos. En la mente de D. Fadrique no entraba la idea de la fervorosa caridad con que el hermano Toribio, a fin de salvar y purificar las almas de cuantos muchachos cogia, les martirizaba el cuerpo, dandoles rudos azotes sobre las carnes desnudas. Asi es que se presentaba en su imaginacion el bendito hermano Toribio como loco furioso y perverso, enemigo de si mismo para llagarse con cadenas cenidas a los rinones, y enemigo de todo el genero humano, a quien desollaba y atormentaba en la edad de la ninez y de la mas temprana juventud cuando se abren al amor las almas y cuando la naturaleza y el cielo debieran sonreir y acariciar en vez de dar azotes. Como ya habian ocurrido casos de llevarse a los Toribios, contra la voluntad de sus padres, a varios muchachos traviesos, y como el hermano Toribio, durante su santa vida, habia salido a caza de tales muchachos, no solo por toda Sevilla, sino por otras poblaciones de Andalucia, desde donde los conducia a su terrible establecimiento, la amenaza de los frailes parecio para broma harto pesada a D. Diego, y para veras le parecio mas pesada aun. Hizo, pues, decir a los frailes que se abstuviesen de embromar a su hijo, y mucho mas de amenazarle, que ya el sabria castigar al chico cuando lo mereciese; pero que nadie mas que el habia de ser osado a ponerle las manos encima. Anadio D. Diego que el chico, aunque pequeno todavia, sabria defenderse y hasta ofender, si le atacaban, y que ademas el volaria en su auxilio, en caso necesario, y arrancaria las orejas a tirones a todos los Toribios que ha habido y hay en el mundo. Con estas insinuaciones, que bien sabian todos cuan capaz era de hacer efectivas D. Diego, los frailes se contuvieron en su malevolencia; pero como D. Fadrique (fuerza es confesarlo, si hemos de ser imparciales) seguia siendo peor que Pateta, los frailes, no atreviendose ya a esgrimir contra el armas terrenas y temporales, acudieron al arsenal de las espirituales y eternas, y no cesaron de querer amedrentarle con el infierno y el demonio. De este metodo de intimidacion se ocasiono un mal gravisimo. D. Fadrique, a pesar de sus chachas, se hizo impio, antes de pensar y de reflexionar, por un sentimiento instintivo. La religion no se ofrecio a su mente por el lado del amor y de la ternura infinita, sino por el lado del miedo, contra el cual su natural valeroso e independiente se rebelaba. D. Fadrique no vio el objeto del amor insaciable del alma, y el fin digno de su ultima aspiracion, en los poderes sobrenaturales. D. Fadrique no vio en ellos sino tiranos, verdugos o espantajos sin consistencia. Cada siglo tiene su espiritu, que se esparce y como que se diluye en el aire que respiramos, infundiendose tal vez en las almas de los hombres, sin necesidad de que las ideas y teorias pasen de unos entendimientos a otros por medio de la palabra escrita o hablada. El siglo XVIII tal vez no fue critico, burlon, sensualista y descreido porque tuvo a Voltaire, a Kant y a los enciclopedistas, sino porque fue critico, burlon, sensualista y descreido tuvo a dichos pensadores, quienes formularon en terminos precisos lo que estaba vago y difuso en el ambiente: el giro del pensamiento humano en aquel periodo de su civilizacion progresiva. Solo asi se comprende que D. Fadrique viniese a ser impio sin leer ni oir nada que a ello le llevase. Esta nueva calidad que aparecio en el era bastante peligrosa en aquellos tiempos. D. Diego mismo se espanto de ciertas ideas de su hijo. Por dicha, el desenvolvimiento de tan mala inclinacion coincidio casi con la ida de D. Fadrique al Colegio de Guardias marinas, y se evito asi todo escandalo y disgusto en Villabermeja. Las chachas Victoria y Ramoncica lloraron mucho la partida de D. Fadrique; el P. Jacinto la sintio; D. Diego, que le llevo a la Isla, se alegro de ver a su hijo puesto en carrera, casi mas que se afligio al separarse de el; y los frailes, y Casimirito sobre todo, tuvieron un dia de jubilo el dia en que le perdieron de vista. D. Fadrique volvio al lugar de alli adelante, pero siempre por brevisimo tiempo: una vez cuando salio del Colegio para ir a navegar; otra vez siendo ya alferez de navio. Luego pasaron anos y anos sin que viese a D. Fadrique ningun bermejino. Se sabia que estaba, ya en el Peru, ya en el Asia, en el extremo Oriente. IV De las cosas de D. Fadrique, durante tan larga ausencia, se tenia o se forjaba en el lugar el concepto mas fantastico y absurdo. D. Diego y la chacha Victoria, que eran las personas de la familia mas instruidas e inteligentes, murieron a poco de hallarse D. Fadrique en el Peru. Y lo que es a la candida Ramoncica y al limitado D. Jose, no escribia D. Fadrique sino muy de tarde en tarde, y cada carta tan breve como una fe de vida. Al P. Jacinto, aunque D. Fadrique le estimaba y queria de veras, tambien le escribia poco, por efecto de la repulsion y desconfianza que en general le inspiraban los frailes. Asi es que nada se sabia nunca a ciencia cierta en el lugar de las andanzas y aventuras del ilustre marino. Quien mas supo de ello en su tiempo fue el cura Fernandez, que, segun queda dicho, trato a don Fadrique y tuvo alguna amistad con el. Por el cura Fernandez se entero D. Juan Fresco, en quien influyo mucho el relato de las peregrinaciones y lances de fortuna de D. Fadrique para que se hiciese piloto y siguiese en todo sus huellas. Recogiendo y ordenando yo ahora las esparcidas y vagas noticias, las apuntare aqui en resumen. D. Fadrique estuvo poco tiempo en el Colegio, donde mostro grande disposicion para el estudio. Pronto salio a navegar, y fue a la Habana en ocasion tristisima. Espana estaba en guerra con los ingleses, y la capital de Cuba fue atacada por el almirante Pocok. Echado a pique el navio en que se hallaba nuestro bermejino, la gente de la tripulacion, que pudo salvarse, fue destinada a la defensa del castillo del Morro, bajo las ordenes del valeroso D. Luis Velasco. Alli estuvo D. Fadrique haciendo estragos en la escuadra inglesa con sus certeros tiros de canon. Luego, durante el asalto, peleo como un heroe en la brecha, y vio morir a su lado a D. Luis, su jefe. Por ultimo, fue de los pocos que lograron salvarse cuando, pasando sobre un monton de cadaveres y haciendo prisioneros a los vivos, llego el general ingles, Conde de Albemarle, a levantar el pabellon britanico sobre la principal fortaleza de la Habana. D. Fadrique tuvo el disgusto de asistir a la capitulacion de aquella plaza importante, y, contado en el numero de los que la guarnecian, fue conducido a Espana en cumplimiento de lo capitulado. Entonces, ya de alferez de navio, vino a Villabermeja, y vio a su padre la ultima vez. La reina de las Antillas, muchos millones de duros y lo mejor de nuestros barcos de guerra habian quedado en poder de los ingleses. D. Fadrique no se descorazono con tan tragico principio. Era hombre poco dado a melancolias. Era optimista y no quejumbroso. Ademas, todos los bienes de la casa los habia de heredar el mayorazgo, y el ansiaba adquirir honra, dinero y posicion. Pocos dias estuvo en Villabermeja. Se fue antes de que su licencia se cumpliese. El rey Carlos III, despues de la triste paz de Paris, a que le llevo el desastroso _Pacto de familia_, trato de mejorar por todas partes la administracion de sus vastisimos Estados. En America era donde habia mas abusos, escandalos, inmoralidad, tiranias y dilapidaciones. A fin de remediar tanto mal, envio el Rey a Galvez de visitador a Mejico, y algo mas tarde envio al Peru, con la misma mision, a D. Juan Antonio de Areche. En esta expedicion fue a Lima D. Fadrique. Alli se encontraba cuando tuvo lugar la rebelion de Tupac-Amaru. En la mente imparcial y filosofica del bermejino se presentaba como un contrasentido espantoso el que su Gobierno tratase de ahogar en sangre aquella rebelion, al mismo tiempo que estaba auxiliando la de Washington y sus parciales contra los ingleses; pero D. Fadrique, murmurando y censurando, sirvio con energia a su Gobierno, y contribuyo bastante a la pacificacion del Peru. Don Fadrique acompano a Areche en su marcha al Cuzco, y desde alli, mandando una de las seis columnas en que dividio sus fuerzas el general Valle, siguio la campana contra los indios, tomando gloriosa parte en muchas refriegas, sufriendo con firmeza las privaciones, las lluvias y los frios en escabrosas alturas a la falda de los Andes, y no parando hasta que Tupac-Amaru quedo vencido y cayo prisionero. Don Fadrique, con grande horror y disgusto, fue testigo ocular de los tremendos castigos que hizo nuestro Gobierno en los rebeldes. Pensaba el que las crueldades e infamias cometidas por los indios no justificaban las de un Gobierno culto y europeo. Era bajar al nivel de aquella gente semisalvaje. Asi es que casi se arrepintio de haber contribuido al triunfo cuando vio en la plaza del Cuzco morir a Tupac-Amaru, despues de un brutal martirio, que parecia invencion de fieras y no de seres humanos. Tupac-Amaru tuvo que presenciar la muerte de su mujer, de un hijo suyo y de otros deudos y amigos: a otro hijo suyo de diez anos le condenaron a ver aquellos barbaros suplicios de su padre y de su madre, y a el mismo le cortaron la lengua y le ataron luego por los cuatro remos a otros tantos caballos para que, saliendo a escape, le hiciesen pedazos. Los caballos, aunque espoleados duramente por los que los montaban, no tuvieron fuerza bastante para descuartizar al indio, y a este, descoyuntado, despues de tirar de el un rato en distintas direcciones, tuvieron que desatarle de los caballos y cortarle la cabeza. A pesar de su optimismo, de su genio alegre y de su aficion a tomar muchos sucesos por el lado comico, D. Fadrique, no pudiendo hallar nada comico en aquel suceso, cayo enfermo con fiebre y se desanimo mucho en su aficion a la carrera militar. Desde entonces se declaro mas en el la mania de ser filantropo, especie de secularizacion de la caridad, que empezo a estar muy en moda en el siglo pasado. La impiedad precoz de D. Fadrique vino a fundarse en razones y en discursos con el andar del tiempo y con la lectura de los malos libros que en aquella epoca se publicaban en Francia. El caracter burlon y regocijado de D. Fadrique se avenia mal con la misantropia tetrica de Rousseau. Voltaire, en cambio, le encantaba. Sus obras mas impias parecianle eco de su alma. La filosofia de D. Fadrique era el sensualismo de Condillac, que el consideraba como el _non plus ultra_ de la especulacion humana. En cuanto a la politica, nuestro D. Fadrique era un liberal anacronico en Espana. Por los anos de 1783, cuando vio morir a Tupac-Amaru, era casi como un radical de ahora. Todo esto se encadenaba y se fundaba en una teodicea algo confusa y somera, pero comun entonces. D. Fadrique creia en Dios y se imaginaba que tenia ciencia de Dios, representandosele como inteligencia suprema y libre, que hizo el mundo porque quiso, y luego le ordeno y arreglo segun los mas profundos principios de la mecanica y de la fisica. A pesar del _Candido_, novela que le hacia llorar de risa, D. Fadrique era casi tan optimista como el Dr. Pangloss, y tenia por cierto que todo estaba divinamente bien y que nada podia estar mejor de lo que estaba. El mal le parecia un accidente, por mas que a menudo se pasmase de que ocurriera con tanta frecuencia y de que fuera tan grande, y el bien le parecia lo substancial, positivo e importante que habia en todo. Sobre el espiritu y la materia, sobre la vida ultra-mundana y sobre la justificacion de la Providencia, basada en compensaciones de eterna duracion, D. Fadrique estaba muy dudoso; pero su optimismo era tal, que veia demostrada y hasta patente la bondad del cielo, sin salir de este mundo sublunar y de la vida que vivimos. Verdad es que para ello habia adoptado una teoria, novisima entonces. Y decimos que la habia adoptado, y no que la habia inventado, porque no nos consta, aunque bien pudo ser que la inventase; ya que cuando llega el momento y suena la hora de que nazca una idea y de que se formule un sistema, la idea nace y el sistema se formula en mil cabezas a la vez, si bien la gloria de la invencion se la lleva aquel que por escrito o de palabra le expone con mas claridad, precision o elegancia. La idea, o mejor dicho, la teoria novisima, tal como estaba en la mente de D. Fadrique, era en compendio la siguiente: Entendia el filosofo de Villabermeja que habia una ley providencial y eterna para la historia, tan indefectible como las leyes matematicas, segun las cuales giran en sus orbitas los astros. En virtud de esta ley, la humanidad iba adelantando siempre por un camino de perfectibilidad indefinida; su ascension hacia la luz, el bien, la verdad y la belleza, no tenia pausa ni termino. En esto, el humano linaje, en su conjunto, seguia un impulso necesario. Toda la gloria del exito era para el Ser Supremo, que habia dado aquel impulso; pero, dentro del providencial movimiento que de el nacia, en toda accion, en toda idea, en todo proposito, cada individuo era libre y responsable. El maravilloso trabajo de la Providencia, el misterio mas bello de su sabiduria infinita, consistia en concertar con atinada armonia todos aquellos resultados de la libertad humana a fin de que concurriesen al cumplimiento de la ley eterna del progreso, o en tenerlos previstos con tan divina prevision y acierto, que no perturbasen lo que estaba prescrito y ordenado; asi como, aunque sea baja comparacion, cuenta el inventor y constructor perito de una maquina con los rozamientos y con el medio ambiente. Tal manera de considerar los sucesos se avenia bien con el caracter de D. Fadrique, corroborando su desden hacia las menudencias, y su prurito de calificar de menudencias lo que para los mas de los hombres es importante en grado sumo, y transformando su propension a la alegria y a la risa en serenidad olimpica, digna de los inmortales. En su moral no dejaba de ser severo. No habia borrado de sus tablas de la ley ni un tilde ni una coma de los mandamientos divinos. Lo unico que hacia era dar mas vigor, si cabe, a toda prohibicion de actos que produzcan dolor, y relajar no poco las prohibiciones de todo aquello que a el se le antojaba que solo traia deleite o bienestar consigo. En aquella edad, pensar asi en Espana y en sus dominios ya hemos dicho que era expuesto; pero D. Fadrique tenia el don de la mesura y del tino, y sin hipocresia lograba no chocar ni lastimar opiniones o creencias. Concurria a esto la buena gracia con que se ganaba las voluntades, no con inspirar trivial afecto a todo el mundo, sino inspirandole muy vivo a los pocos que el queria, los cuales valian siempre por muchos para defenderle y encomiarle. En la primera mocedad, dotado D. Fadrique de tales prendas, y siendo ademas bello y agraciado de rostro, de buen talle, atrevido y sigiloso, consiguio que lloviesen sobre el las aventuras galantes, y tuvo alta fama de afortunado en amores. Despues de terminada la rebelion de Tupac-Amaru ascendio a capitan de fragata, y su reputacion de buen soldado y de sabio y habil marino llego a su colmo. Casi cuando acababan de espirar en el Cuzco los ultimos indios parciales de la independencia de su patria, siendo atenaceados algunos con tenazas candentes antes de ahorcarlos, llego la nueva a Lima de que habiamos hecho la paz con Inglaterra, logrando la independencia de su colonia, en pro de la cual combatimos. Don Fadrique pudo entonces obtener licencia para navegar a las ordenes de la Compania de Filipinas, y salio para Calcuta mandando un navio cargado de preciosas mercaderias. Tres viajes hizo de Lima a Calcuta y de Calcuta a Lima; y como llevaba muy buena pacotilla y un sueldo crecido, y alcanzo ventas muy ventajosas, se hallo en poco tiempo poseedor de algunos millones de reales. En las largas temporadas que D. Fadrique paso en la India se aficiono mucho a la dulzura de los indigenas de aquel pais y tomo en mayor aborrecimiento el fervor religioso y guerrero de otras naciones. Tippoo, sultan de Misor, se habia empenado en convertir al islamismo a todos los indostanies y en dilatar su imperio hasta el Cabo Comorin, a donde nunca habian penetrado las huestes de otros conquistadores musulmanes. La horrible devastacion del floreciente reino de Travancor, en las barbas de los ingleses, fue la consecuencia de la ambicion y del celo muslimico del sultan mencionado. El Gobernador general de la India se resolvio al cabo a vengar y a remediar lo que hubiera debido impedir, y partio de Calcuta a Madras con muchos soldados europeos y cipayos, y grandes aprestos de guerra. En aquella ocasion D. Fadrique tuvo el gusto de ganar bastantes rupias, sirviendo una buena causa y conduciendo a Madras en su navio, con la autorizacion debida, tropas, viveres y municiones. Parece que poco tiempo despues de este suceso, y aun antes de que el rajah de Travancor fuese restablecido en su trono, y el sultan Tippoo vencido y obligado a hacer la paz, D. Fadrique, cansado ya de peregrinaciones y trabajos, con la ambicion apagada y con el deseo de fortuna mas que satisfecho, logro, de vuelta a Lima, obtener su retiro, y se vino a Europa, anhelante de presenciar la gran revolucion que en Francia se estaba realizando, cuyos principios se hallaban tan en concordancia con los suyos, y cuya fama llenaba el mundo de asombro. Don Fadrique, sin embargo, solo estuvo en Paris algunos meses: desde fines de 1791 hasta Septiembre de 1792. Este tiempo le basto para cansarse y hartarse de la gran revolucion, desenganarse un poco de su liberalismo y dudar de sus teorias de constante progreso. En Madrid vivio, por ultimo, dos anos, y tambien se desengano de muchisimas cosas. Entrado ya en los cincuenta de su edad, aunque sano y bueno, y apareciendo en el semblante, en la robustez y gallardia del cuerpo, y en la serenidad y viveza del espiritu mucho mas joven, le entro la nostalgia de que padecen casi todos los bermejinos, y tomo la irrevocable resolucion de retirarse a Villabermeja para acabar alli tranquilamente su vida. Las cartas que escribio a su hermano D. Jose y a la chacha Ramoncica, que vivian aun, anunciandoles su vuelta definitiva y para siempre, fueron breves, aunque muy carinosas. En cambio, escribio al P. Jacinto una extensa carta, que se conserva aun y que debe ser trasladada a este sitio. La carta es como sigue: V Mi querido P. Jacinto: Ya sabra V. por mi hermano y por la chacha Ramoncica que estoy decidido a irme a ese lugar a acabar mi vida donde pase los mejores anos y los mas inocentes de ella (ibuena inocencia era la mia!), jugando al hoyuelo, a las chapas, al salto de la comba y algunas veces al cane, y andando a pedradas y a mojicones con mis coetaneos y compatricios. Entonces estaba yo cerril; pero ya V. se hara cargo de que me he pulido bastante peregrinando por esos mundos, y de que ahora son otras mis aficiones y muy diversos mis cuidados. Los frailes companeros de V. no tendran ya necesidad de amenazarme con los Toribios. Mi estancia en el lugar no traera perturbacion alguna; antes, por el contrario, yo me lisonjeo de que reporte algunas ventajas. He hecho dinero y empleare ahi mucha parte en fomentar la agricultura. El vino que ahi se produce es abominable y puede ser excelente. Trabajando se lograra hacerle potable y bueno. Sonando estoy con las agradables veladas que vamos a pasar en el invierno, jugando a la malilla y al tute, disputando sobre nuestras no muy concordes teologias, y refiriendo yo a V. mis aventuras en el Peru, en la India y en otras apartadas regiones. Se que V., a pesar de los anos, esta firme como un roble, por lo cual me prometo que ha de dar conmigo largos paseos a caballo y a pie, y ha de acompanarme a cazar perdices. Tengo dos magnificas escopetas inglesas, que compre en Calcuta, y con las cuales he cazado tigres, tan grandes algunos de ellos como borricos. Ya vera V. que bien le va tirando con cualquiera de estas escopetas a las pacificas y enamoradas perdices que acuden al reclamo en la estacion del celo. A pesar de nuestra edad, hemos de emplearnos todavia, si V. no se opone, en algunas cosas harto infantiles. Hemos de volver al Pozo de la Solana, como hace cuarenta anos, a cazar colorines y otros pajarillos, ya con la red, ya con liga y esparto. Tengame V. preparado un buen par de cimbeles. Todas las cosas de por ahi se me ofrecen a la memoria con el encanto de los primeros anos. Entiendo que voy a remozarme al verlas y gozarlas. Tengo gana de volver a comer pinonate, salmorejo, hojuelas, gajorros, pestinos, cordero en caldereta, cabrito en cochifrito, empanadas de boquerones con chocolate, torta-maimon, gazpacho, longanizas y los demas primores de cocina y reposteria con que suelen regalarse los sibaritas bermejinos. No por eso rompere con la costumbre contraida en otras tierras, sino que pienso llevar en mi compania a un gabacho que he traido de Paris, el cual condimenta unos manjares que doy por cierto que han de gustar a V., aunque tienen nombres imposibles casi de pronunciar por una boca de Villabermeja; pero ya V. se convencera de que, sin pronunciarlos, los mastica, los saborea, se los traga y le saben a gloria. Por mas extrano que a V. le parezca, llevo tambien vino a esa tierra del vino. Yo recuerdo que V. era un excelente catador; que V. tenia un paladar muy fino y una nariz delicadisima. Espero, pues, que ha de comprender y estimar el merito de los vinos de _extranjis_ que yo lleve, y que no caeran en su estomago como si cayesen en el sumidero. Estoy muy contento de que me viva aun la chacha Ramoncica. Me han dicho que en su casa sigue todo como antes. Los mismos muebles, la misma criada Rafaela, y hasta el grajo, bien sea el mismo tambien, que por milagro de nuestro Santo Patrono vive aun, o bien sea otro que le reemplazo a tiempo, y parece el fenix renacido de sus cenizas. Mucha gana tengo de dar un abrazo a la chacha Ramoncica, aunque, dicho sea entre nosotros, yo queria mas a la pobre chacha Victoria. iQue noble mujer aquella! Aseguro a V. que no he hallado igual mujer en el mundo. Si la hubiera hallado, no seria yo solteron. En este punto he sido poco feliz. No he hallado mas que mujeres ligeras, casquivanas, frivolas y sin alma. Una sola, alla en Lima, me quiso de veras con amor fervoroso, pero criminal. Yo tambien la quise, por mi desgracia, porque tenia un genio de todos los diablos, y queriendonos mucho, la historia de nuestros amores se compuso de una serie de peloteras diarias. Aquellos amores fueron pesadilla, y no deleite. Ella era muy devota, habia sido una santa y seguia en opinion de tal, porque procedimos siempre con cautela y recato. Sin embargo, en el fondo de su atribulada conciencia, en lo profundo de su mente, orgullosa y fanatica a la vez, sentia vergueenza de haber humillado ante mi su soberbia y de haberse rendido a mi voluntad, y tenia miedo y horror de haber dejado por mi el buen camino, ofendiendo a Dios y faltando a sus deberes. Todo esto, sin darse ella mucha cuenta de lo que hacia, me lo queria hacer pagar, considerandome en extremo culpado. Lo que yo tuve que aguantar no tiene nombre. Creame V., P. Jacinto, en el pecado lleve la penitencia. Asi es que me harte de amores serios para anos, y me dedique desde entonces a los ligeros. ?Para que atormentarse en un asunto que debe ser todo de amenidad, regocijo y alegria? Quizas por esta razon, y no porque apenas se de _in rerum natura_, no alcance nunca el amor de una chacha Victoria joven. Si le hubiera alcanzado, poco tierno soy de corazon, pero no lo dude V., hubiera muerto bendiciendola, como murio el cadete, o hubiera conquistado por ella y para ella, no el grado de capitan, sino el mundo. En fin, ya paso la mocedad, y no hay que pensar en novelerias. Yo estoy desenganado y aburrido, si bien con desengano apacible y suave aburrimiento. Se me acabo la ambicion; no siento apetito de gloria; no aspiro a ser del vano dedo senalado; tengo mas bienes de fortuna de los que necesito; estoy sediento de reposo, de obscuridad y de calma, y por todo esto me retiro a Villabermeja; pero no para hacer penitencia, sino para darme una vida regalada, tranquila, llena de orden y bienestar, cuidandome mucho y viendo lo que dura un Comendador Mendoza bien conservado. Hasta ahora lo estoy. No parece que tengo cincuenta anos, sino menos de cuarenta. Ni una cana. Ni una arruga. Todavia me llaman senorito, y no senor, y no faltan hembras de garbo que me califiquen de real mozo, ofendiendo mi modestia. Mi mayor desengano ha sido en mis ideas y doctrinas, si bien no ha sido bastante para hacerme variar. Dios me perdone si me equivoco a fuerza de creerle bueno. Yo, creyendo en el y figurandomele como persona, tengo que figurarmele todo lo bueno que concibo que una persona puede ser. Por consiguiente, no completando mi concepto de su bondad la gloria de la otra vida por inmensa que sea, supongo en esta vida que vivimos, por mas que sirva para ganar la otra, un fin y un proposito en si, y no solo el ultramundano. Este fin, este proposito es ir caminando hacia la perfeccion, y sin alcanzarla aqui nunca, acercarse cada vez mas a ella. Creo, pues, en el progreso; esto es, en la mejora gradual y constante de la sociedad y del individuo, asi en lo material como en lo moral, y asi en la ciencia especulativa como en la que nace de la observacion y la experiencia, y da ser a las artes y a la industria. El mejor medio de este progreso, y al mismo tiempo su mejor resultado en nuestros dias, es, a mi ver, la libertad. La condicion mas esencial de esta libertad es que todos seamos igualmente libres. Figurese V. cuanto me encantaria la revolucion francesa y su Asamblea Constituyente, que propendia a realizar estos principios mios; que proclamaba los derechos del hombre. Pedi mi retiro, deje mi carrera, y vine, lleno de impaciencia, desde el otro hemisferio a banarme en la luz inmortal de la gran revolucion y a encender mi entusiasmo en el sagrado fuego que ardia en Paris, donde imagine que estaban el corazon y la mente del mundo. Pronto se desvanecieron mis ilusiones. Los apostoles de la nueva ley me parecieron, en su mayor parte, bribones infames o freneticos furiosos, llenos de envidia y sedientos de sangre. Vi al talento, a la virtud, a la belleza, al saber, a la elegancia, a todo lo que por algo sobresale en la tierra, ser victima de aquellos fanaticos o de aquellos envidiosos. Las hazanas de los soldados de la revolucion contra los reyes de Europa coligados no podian admirarme. No me parecian la defensa serena del que confia en su valor y en su derecho, sino el brio febril de la locura, excitada por la embriaguez de la sangre y por medio de asesinatos horribles. Paris se me antojaba el infierno, y no atino ahora a comprender como permaneci tanto tiempo en el. Todo estaba trocado: la brutalidad se llamaba energia; sencillez el desalino indecente; franqueza la groseria, y virtud el no tener entranas para la compasion. Recordaba yo las epocas de mayor tirania, y no hallaba epoca alguna peor, sobre todo si se considera que estabamos en el centro de Europa y que llevabamos tantos siglos de civilizacion y cultura. El tirano no era uno, eran varios, y todos soeces y sucios de alma y de cuerpo. Hui de Paris y vine a Madrid. Otra desilusion. Si por alla crei presenciar una abominable y barbara trajedia, aqui me encontre en un grotesco, asqueroso y lascivo sainete. Por alla sangre; por aca inmundicia. No por eso apostate de mi optimismo ni eche a un lado mi doctrina de indefinido progreso. Lo que hice fue reconocer mi error en calculos de cronologia, para los cuales no habia contado yo con la feroz y desgrenada revolucion de Francia. En vista de esta revolucion, el bien relativo, el estado de libertad y de adelantamiento para las sociedades, que yo fantaseaba como inmediato, se hundio hacia adentro, en los abismos del porvenir, lo menos dos o tres siglos. Como para entonces no vivire yo, y como en el estado presente del mundo estoy ya harto de la vida practica, he resuelto refugiarme en la contemplacion; y a fin de gozar del espectaculo de las cosas humanas, mezclandome en ellas lo menos posible, voy a tomar asiento, como espectador desapasionado, en la propia Villabermeja. Mi hermano, que tiene ya una hija casadera, a quien naturalmente desea que salte un buen novio, se va a vivir a la vecina ciudad, donde ya tiene casa tomada, y a mi me deja a mis anchas y solo en la casa solariega de los Mendoza, donde le dare albergue siempre que venga al lugar para sus negocios. Yo me atengo al refran que dice _o corte o cortijo_; y ya que me fugo de Paris y de Madrid, no quiero ciudad de provincia, sino aldea. En la gran casa de los Mendoza bermejinos voy a estar como garbanzo en olla; pero se llenaran algunos cuartos con la multitud de libros que voy a llevar. Vamos a tener una vida envidiable; y digo _vamos_, porque supongo y espero que V. me hara compania a menudo. Mi determinacion es irrevocable, y me voy ahi, para no salir de ahi, salvo cuando vaya como de paseo a caballo, a visitar a mi hermano y a su familia, en la ciudad cercana, la cual, a pesar de su pomposo titulo de ciudad, tiene tambien mucho de pueblo pequeno y rural, con perdon y en paz sea dicho. Adios, beatisimo padre. Encomiendeme V. a Dios, con cuyo favor cuento para escapar de esta confusion ridicula de la corte, y poder pronto darle, en esa encantadora Villabermeja, un apretado abrazo. VI Veinte dias despues de recibida esta carta por el P. Jacinto, se realizo la entrada solemne en Villabermeja del ilustre Comendador Mendoza. Desde Madrid a la capital de la provincia, que entonces se llamaba reino, nuestro heroe vino en coche de colleras y empleo nueve dias. En la capital de la provincia se encontro con su hermano D. Jose, con el P. Jacinto y con otros amigos de la infancia, que le estaban aguardando. Entre ellos sobresalia el tio Gorico, maestro pellejero, habil fabricador de corambres y notabilisimo en el dificil arte de echar botanas a los pellejos rotos. Este habia sido el muchacho mas diabolico del lugar despues de D. Fadrique, y su teniente cuando las pendencias, pedreas y demas hazanas contra el bando de D. Casimiro. El tio Gorico no tenia mas defecto que el de haberse entregado con sobrado carino a la bebida blanca. El aguardiente anisado le encantaba. Y como al asomar la aurora por el estrecho horizonte de Villabermeja el tio Gorico, segun su expresion, mataba el gusanillo, resultaba que casi todo el dia estaba calamocano, porque aquel fuego que encendia en su ser con el primer fulgor matutino, se iba alimentando, durante el dia, merced a frecuentes libaciones. Por lo demas, el tio Gorico no perdia nunca la razon; lo que lograba era envolver aquella luz del cielo en una gasa tenue, en un fanal primoroso, que le hacia ver las cosas del mundo exterior y todo lo interno de su alma y los tesoros de su memoria como al traves de un vidrio magico. Jamas llegaba a la embriaguez completa; y una vez sola, decia el habia tenido en toda su vida alferecia en las piernas. Era, pues, hombre de chispa en diversos sentidos, y nadie tenia mejores ocurrencias, ni contaba mas picantes chascarrillos, ni se mostraba mas util y agradable companero en una partida de caza. En el lugar gozaba de celebridad envidiable por mil motivos, y entre otros, porque hacia el papel de Abraham en el paso de Jueves Santo por la manana, tan admirablemente bien, que nadie se le igualaba en muchas leguas a la redonda. Con un vestido de mujer por tunica, una colcha de cama por manto, su turbante y sus barbas de lino, tomaba un aspecto venerable. Y cuando subia al monte Moria, que era un establo cubierto de verdura, que se elevaba en medio de la plaza, adquiria la majestad patetica de un buen actor. Pero en lo que mas se lucia, arrancando gritos de entusiasmo, era cuando ofrecia a Isaac al Todopoderoso antes de sacrificarle. Isaac era un chiquillo de diez anos lo menos. Con la mano derecha el tio Gorico le levantaba hacia el cielo, y asi, extendido el brazo, como si no fuera de hueso y carne, sino de acero firmisimo, permanecia catorce o quince minutos. Luego venia el momento de las mas vivas emociones; el terror tragico en toda su fuerza. Abraham ataba al chiquillo al ara, y sacaba un truculento chafarote que llevaba al cinto. Tres o cuatro veces descargaba cuchilladas con una violencia increible. Las mujeres se tapaban los ojos y daban espantosos chillidos, creyendo ya segada la garganta del muchacho que prefiguraba a Cristo; pero el tio Gorico paraba el golpe antes de herir, como no atreviendose a consumar el sacrificio. Al fin aparecia un angel, con alas de papel dorado, en el balcon de las Casas Consistoriales, y cantaba el romance que empieza: "Detente, detente, Abraham; No mates a tu hijo Isaac, Que ya esta mi Dios contento Con tu buena voluntad." El sacrificio del cordero en vez del hijo, con lo demas del paso, lo ejecutaba el tio Gorico con no menor maestria. En mas de una ocasion trataron de ganarle, ofreciendole mucho dinero para que fuese a hacer de Abraham a otras poblaciones; pero el no quiso jamas ser infiel a su patria y privarla de aquella gloria. Don Jose, el P. Jacinto, el tio Gorico y los demas amigos, muy contentos de haber abrazado a D. Fadrique, contentisimo tambien de verse entre los companeros de su infancia, emprendieron a caballo el viaje a Villabermeja, que, con madrugar y picar mucho, pudo hacerse en diez horas, llegando todos al lugar al anochecer de un hermoso dia de primavera, en el ano de 1794. Dona Antonia, mujer de D. Jose, y sus dos hijos, D. Francisco, de edad de catorce anos, y dona Lucia, que tenia ya diez y ocho, acompanados de la chacha Ramoncica, recibieron con jubilo, con abrazos y otras mil muestras de carino al Comendador, quien ya tenia por suya la casa solariega. D. Jose y su familia se habian establecido en la ciudad, y solo por dos dias habian venido al pueblo para recibir al querido pariente. Este, como era de suyo muy modesto, se maravillo y complacio en ver que alcanzaba en Villabermeja mas popularidad de lo que creia. Vinieron a verle todos los frailes, desde los mas encopetados hasta los legos, el medico, el boticario, el maestro de escuela, el alcalde, el escribano y mucha gente menuda. Al dia siguiente de la llegada la chacha Ramoncica quiso lucirse, y se lucio, dando un magnifico _pipiripao_. D. Fadrique, cuando oyo esta palabra, tuvo que preguntar que significaba, y le dijeron que algo a modo de festin. En cambio, se cuentan aun en Villabermeja los grandes apuros en que estuvo aquella noche la chacha Ramoncica cuando volvio a su casa, cavilando que seria lo que su sobrino le habia pedido para el festin, y que ella ansiaba que le sirviesen, a fin de darle gusto en todo. El vocablo, para ella inaudito, con que su sobrino habia significado la cosa que deseaba, casi se le habia borrado de la mente. Por ultimo, consultando el caso con Rafaela, y haciendo un esfuerzo de memoria, vino a recomponer el vocablo y a declarar que lo que su sobrino habia pedido era _economia_. --?Que es eso, Rafaela? --pregunto a su fiel criada. Y Rafaela contesto: --Senora, ?que ha de ser? i_Ajorro_! No le hubo, sin embargo. La chacha Ramoncica echo aquel dia el bodegon por la ventana. Al siguiente le toco lucirse al Comendador, y a pesar de toda su filosofia gozo en el alma de que sus deudos y paisanos viesen maravillados su vajilla de porcelana, su plata y los demas objetos raros o bellos que de sus viajes habia traido, y que habia mandado por delante de el con su criado de mas confianza. Hasta la extrana fisonomia de este, que era un indio, pasmo a los bermejinos, con deleite y satisfaccion de D. Fadrique. Tuvo ademas un placer indescriptible en contar sus aventuras y en hacer descripciones de paises remotos, de costumbres peregrinas y de casos singulares que habia visto o en los que habia tomado parte. Nada de esto debe movernos a rebajar el concepto que del Comendador tenemos. Por mas que parezca pueril, tal vanidad es mas comun de lo que se cree. ?A quien no le agrada, cuando vuelve al lugar de su nacimiento, darse cierto tono, sin ofender a nadie, manifestando cuan importante papel ha hecho en el mundo? Gente hay que no espera para esto a ir a su lugar. Nacido en uno muy pequeno de Andalucia tuve yo cierto amigo que, como llegase a ser personaje de gran suposicion y de muchas campanillas, cifraba su mayor deleite en mandar a su pueblo todos los anos un ejemplar de la _Guia de forasteros_, con registro en las varias paginas en que estaba estampado su nombre. Un ano fue la _Guia_ con ocho registros, y el pasmo de los lugarenos, participado por carta a mi amigo, le dio un contento que casi rayaba en beatitud o bienaventuranza. No es menor el gusto que se tiene en contar lances y sucesos y en describir prodigios. De aqui sin duda el refran: _de luengas vias, luengas mentiras_. Baste, pues, decir, en elogio de D. Fadrique, que el refran no rezo con el nunca, porque era la veracidad en persona. Lo que no aseguraremos es que fuese siempre creido en cuanto refirio. Los lugarenos son maliciosos y desconfiados; suelen tener un criterio alla a su manera, y a menudo las cosas mas ciertas les parecen falsas o inverosimiles, y las mentiras, por el contrario, muy conformes con la verdad. Recuerdo que un mayordomo andaluz de cierto inolvidable y discreto Duque, que estuvo de embajador en Napoles, fue a su pueblo con licencia. Cuando volvio le embromabamos suponiendo que habria contado muchos embustes. El nos confeso que si, y aun anadio, jactandose de ello, que todo se lo habian creido, menos una cosa. --?Que cosa era esa? --le preguntamos. -Que cerca de Napoles --respondio,-- hay un monte que echa chispas por la punta. De esta suerte pudo muy bien nuestro D. Fadrique, sin apartarse un apice de la verdad, dejar de ser creido en algo, sin que sus paisanos se atreviesen a decirle, como decian al mayordomo del Duque cuando hablaba del Vesubio: "iEsa es grilla!" Al dia tercero despues de la llegada de D. Fadrique, su hermano D. Jose y su familia se volvieron a la ciudad; y entonces, con mas reposo, pudo entregarse el Comendador a otro placer no menos grato: el de visitar y recordar los sitios mas queridos y frecuentados de su ninez, y aquellos en que le habia ocurrido algo memorable. Estuvo en el Retamal y en el Llanete, que esta junto, donde le descalabraron dos veces; fue a la fuente de Genazahar y al Pilar de Abajo; subio al Laderon y a la Nava, y extendio sus excursiones hasta el cerro de Jilena y el monte de Horquera, poblado entonces de corpulentas y seculares encinas. Tomo, por ultimo, D. Fadrique verdadera posesion de su vivienda, arrellanandose en ella, por decirlo asi, poniendo en orden los muebles que habia traido, colocando los libros y colgando los cuadros. En estas faenas, dirigidas por el, casi siempre estaba presente el P. Jacinto; y al cabo D. Fadrique quedo instalado, forjandose un retiro, rustico a par que elegante, y una soledad amenisima en el lugar donde habia nacido. VII Encantado estaba D. Fadrique con su modo de vivir. Ya leyendo, ya de tertulia o de paseo con el P. Jacinto, ya de expediciones campestres y venatorias con el mismo padre y con el iluminado y ameno tio Gorico, el tiempo se deslizaba del modo mas grato. Ningun deseo sentia D. Fadrique de ir a otro pueblo, abandonando a Villabermeja; pero D. Jose tenia cuarto preparado para recibirle en su casa de la ciudad, y sus instancias fueron tales, que no hubo mas que ceder a ellas. El Comendador fue a la ciudad a pasar todo el mes de Mayo. Llego en la tarde del ultimo dia de Abril, y como el viaje es un paseo, aquella noche estuvo de tertulia hasta cerca de las once, que en 1794 era ya mucho velar. Dos o tres hidalgos; otras tantas senoras machuchas; dos jovenes amiguitas de Lucia, sobrina de D. Fadrique; un respetable senor cura y un caballerito forastero y muy elegante componian la reunion de casa de D. Jose, que empezo antes de que anocheciera. Nadie llamo la atencion de D. Fadrique, que era harto distraido. Necesitaba que las personas le gustasen o le disgustasen para fijarse en ellas, y con gran dificultad acertaba la gente a gustarle, y mucho menos a disgustarle. Asi es que, mostrandose muy urbano con todos, apenas reparo en ninguno. Al toque de oraciones sirvieron el refresco. Primero pasaron dos criadas repartiendo platos, servilletas y cucharillas de plata; luego entraron otras dos criadas, que traian sendas bandejas llenas de tacillas de cristal con almibares diferentes. Cada tertuliano fue tomando en su asiento una tacilla del almibar que mas le gustaba. Las criadas de las bandejas pasaron de nuevo recogiendo las tacillas vacias, y rogando a los senores que tomasen otra de otro almibar, como en efecto la tomaron muchos. La historia, prolija en este punto, cuenta que los almibares eran de nueces verdes, de cabellos de angel, de tomate y de hoja de azahar. Hubo tambien arrope de melocoton. Las ninfas fregonas, muy compuestas y con muchas flores en el mono, sirvieron luego copitas de rosoli, del que solo bebieron los caballeros; y por ultimo trajeron el chocolate con torta de bizcocho, polvorones, pan de aceite y hojaldres. Termino todo con el agua, que en vasos de cristal y en bucaros olorosos repartieron asimismo las criadas. Duro esto hasta que dieron las animas. El refresco se tomo con toda ceremonia y con pocas palabras. Las sillas pegadas a la pared, y todos sentados sin echar una pierna sobre otra, ni inclinarse de ningun lado, ni recostarse mucho. Despues de tomado el refresco, hubo alguna mas libertad y expansion, y Lucia se atrevio a rogar al caballerito que recitase unos versos. --Si, si --dijeron en coro casi todos los tertulianos;--que recite. --Recitare algo de Melendez, --dijo el joven. --No, de V. --replico Lucia.-- Sepa V., tio, --anadio dirigiendose al Comendador,-- que este senor es muy poeta y gran estudiante. Ya vera usted que lindos versos compone. --V. es muy amable, Srta. Dona Lucia. La amistad que me tiene la engana. Su senor tio de V. va a salir chasqueado cuando me oiga. --Yo confio tanto en el fino gusto de mi sobrina --dijo el Comendador,-- que dudo de que se equivoque, por ferviente que sea la amistad que V. le inspire. Casi estoy convencido de que los versos seran buenos. --Vamos, recitelos V., D. Carlos. --No se cuales recitar que cansen menos, y que a V. que me fia, y a mi que soy el autor, nos dejen airosos. --Recite V. --contesto Lucia,-- los ultimos que ha compuesto a Clori. --Son largos. --No importa. Don Carlos no se hizo mas de rogar, y con entonacion mesurada y cierta timidez que le hubiera hecho simpatico, aunque ya por si no lo fuese, recito lo que sigue: El placido arroyuelo Rompe el lazo de hielo, Y desatado en onda cristalina Fecunda la pradera. Flora presta sus galas a Chiprina; Reluce Febo en la celeste esfera, Y en la noche callada La casta diosa a su pastor dormido, Con tremulo fulgor, besa extasiada. Del techo antiguo a suspender su nido Ha vuelto ya la golondrina errante; Dulces trinos difunde Filomena; El mar se calma, el cielo se serena; Solo Cefiro amante, Oreando la hierba en los alcores. Y acariciando las tempranas flores, Con musica y aroma el aire agita. En la rica estacion de los amores Amor en todo corazon palpita; Pero en el alma del zagal Mirtilo Halla perpetuo asilo. Alli ingenioso el dios labra un dechado De gracia encantadora, Donde con fiel esmero ha retratado A Clori bella, a la gentil pastora. Por quien Mirtilo muere. Clori, en tanto, amistosa y compasiva, Quiere que el zagal viva, Mas amarle no quiere; Antes, dicen que piensa dar su mano A un rabadan anciano. Con celos el zagal su pena aumenta, Y asi en la selva oculto se lamenta: --iTu no sabes de amor, encanto mio! iAh! Tu ignorancia virginal te engana. Sere merecedor de tu desvio, Mas no comprendo la ilusion extrana Que a dar tanta beldad te precipita, Inutil don, tesoro inmaculado, A la vejez marchita. La amapola del prado No despliega la pompa de sus hojas, De pudico amor rojas, Hasta que el sol derrama En su velado seno estiva llama; Ni la rosa se atreve A abrir el caliz entre escarcha y nieve. No censurara yo que Galatea Al ciclope adorase: la hermosura Bien en la fuerza y el valor se emplea; Bien con estrecho, carinoso nudo, La hiedra cine firme tronco rudo. Mas nunca a quien apenas Sostener puede el peso de la vida A llevar sus cadenas, Si dulces, graves, el amor convida. Huyen del mustio viejo las Camenas; Si la flauta de Pan su labio toca, Alli perece el desmayado aliento, Sin convertirse en melodioso viento, Y la risa del satiro provoca. Con vacilante pie mal en el coro De ninfas entra; y el alegre giro Y canto de las Menades sonoro, O con flebil suspiro, O con dolientes ayes turba acaso; Que, en el misterio de la santa orgia, Ni el hierofante el tirso le confia, Ni el llega hasta la cumbre del Parnaso. iAy Clori! ?Que demencia te extravia? Ya que por ti se pierde Mi tierno amor, mi juventud lozana, De frescas rosas y de mirto verde No cinas ora una cabeza cana. Trepa la vid al alamo frondoso, Y a la punzante ortiga Deja que adorne el murallon ruinoso. ?Que riesgo, que fatiga No aceptara mi amor por agradarte? Por ti en el bosque vencere las fieras; Por ti el furor arrostrare de Marte; Y el rey de las praderas, Cuya bronceada frente Arma ostenta terrible, que figura De nueva luna el disco refulgente, De mi garrocha dura Sentira en la cerviz la picadura. El rabadan, por la vejez postrado, Tu solicito afan reclamaria, iOh, Clori! mientras yo, por tu mandado, Al abismo del mar descenderia, Sus perlas para ver en tu garganta, Y acosaria al lobo carnicero, Su hirsuta piel con plomo o con acero Ganando para alfombra de tu planta. Alucinada ninfa candorosa, Desecha ese delirio que te lleva A ser del viejo rabadan esposa. Pues ique! ?te he dado en balde tanta prueba De amor? Ya ves que por seguirte dejo El templo de Minerva y los verjeles Por do Betis copioso se dilata. De mis padres me alejo, Y huyo tambien de mis amigos fieles Para sufrir crueldades de una ingrata. No estriba tu desden en mi pobreza, Que no oculta tan bajo sentimiento Tu noble corazon, y ni en riqueza Me vence el rabadan, ni en nacimiento. Solo un funesto error, una locura, iOh, Clori! iOh, rosa del pensil divino! Le hara exhalar tu aroma y tu frescura Entre las secas ramas del espino; Te hara romper el broche delicado, No para abril, para diciembre helado. No asi me hieras, si matarme quieres; Mira que asi te matas cuando hieres. No bien terminaron los versos, fueron estrepitosamente aplaudidos por el benevolo auditorio; pero, si hemos de decir la verdad, ni D. Jose ni dona Antonia prestaron atencion durante la lectura; las senoras mayores se adormecieron con el sonsonete; el senor cura hallo la composicion sobrado materialista y mitologica y un poco pesada, y las amiguitas de Lucia mas se entusiasmaron con la buena presencia del poeta que con el merito literario de su obra. Don Carlos, en efecto, era un morenito muy salado de veintidos a veintitres anos. Sus vivos y grandes ojos resplandecian con el fuego de la inspiracion. Su cabellera negra, ya sin polvos, lucia y daba reflejos azulados como las alas del cuervo. Los movimientos de su boca al hablar eran graciosos. Los dientes que dejaba ver, blancos e iguales; la nariz, recta, y la frente, despejada y serena. Iba D. Carlos vestido con suma elegancia, a la ultima moda de Paris. Era todo un petimetre. Parecia el principe de la juventud dorada, transportado por arte magica desde las orillas del Sena al rinon de Andalucia. El cuello de su camisa y el lienzo con que formaba lazo en torno de el, estaban bastante bajos para descubrir la garganta y la cerviz robusta sobre que posaba airosamente la cabeza. La estatura, mas bien alta que mediana, y el talle, esbelto. El calzon ajustado de casimir, la media de seda blanca y el zapato de hebilla de plata, daban lugar a que mostrase el galan la bien formada pierna y un pie pequeno, largo y levantado por el tarso. Sin duda las ninas contemplaron mas todas estas cosas, y se deleitaron mas con la dulzura de la voz del senorito que con el que nos atreveremos a calificar de idilio, la mitad de cuyas palabras estaba en griego para ellas. Don Fadrique habia reparado en todo. Como la mayor parte de los distraidos, era muy observador, y prestaba atencion intensa cuando se dignaba prestarla. Los versos le parecieron regulares, no inferiores a los de Melendez, aunque, ni con mucho, tan buenos como los de Andres Chenier, que habia oido en Paris. Lo que es el chico le parecio muy guapo. Advirtio tambien, con cierto gusto mezclado de zozobra, que Lucia, su sobrina, habia escuchado con ademan y gesto propios de quien entiende la poesia, y con cierta aficion, que no atinaba el a deslindar si era meramente literaria, o reconocia otra causa mas personal y mas honda. Por lo pronto, en consecuencia de tales observaciones, califico a su sobrina, de quien hasta entonces apenas habia hecho caso, de bonita y de discreta. Se puede decir que la miro concienzudamente por primera vez, y vio que era rubia, blanca, con ojos azules, airosa de cuerpo y muy distinguida. De todos estos descubrimientos no pudo menos de alegrarse, como buen tio que era; pero hizo, o creyo haber hecho, otros descubrimientos, que le mortificaban algo. "Tal vez seran cavilaciones", decia para si. En punto de las diez se acabo la tertulia. Sola ya la familia, Dona Antonia convoco a los criados, y en compania de todos, y en alta voz, se rezo el rosario. Por ultimo, no bastando el chocolate y el refresco, que pudiera pasar por merienda, para gente que comia entonces poco despues de mediodia, se sirvio la indispensable cena. Durante este tiempo D. Fadrique busco y encontro ocasion de tener un aparte con su sobrina, y le hablo de este modo: --Nina, veo que te gustan los versos mas de lo que yo creia. Ella, poniendose muy colorada y mas bonita desde la primera palabra que el tio pronuncio, respondiole, algo cortada: --?Y por que no han de gustarme? Aunque criada en un lugar, no soy tan ruda. --Basta con mirarte, hija mia, para conocer que no lo eres. Pero el que te gusten los versos no se opone a que puedan gustarte los poetas. --Ya lo creo que me gustan. Fr. Luis de Leon y Garcilaso son mis predilectos entre los liricos espanoles, --dijo Lucia con suma naturalidad. Casi se disipo la sospecha de D. Fadrique. Parecia inverosimil tanto disimulo en una muchacha de diez y ocho anos, que rezaba el rosario todas las noches, iba a misa y se confesaba con frecuencia. Don Fadrique no tenia tiempo para rodeos y perifrasis, y se fue bruscamente al asunto que le mortificaba. --Sobrina, con franqueza: ?los versos que hemos oido los ha compuesto D. Carlos para ti? --iQue disparate! --respondio Lucia, soltando una carcajada. --?Y por que habia de ser disparate? --Porque nada de aquello me conviene: porque yo no soy Clori. --Bien pudieras serlo. El poeta no describe a Clori. Afirma vaga e indeterminadamente que Clori es bella, y tu eres bella. --Gracias, tio; V. me favorece. --No; te hago justicia. --Sea como V. guste. Pero digame V., ?de donde sacamos a mi viejo rabadan? porque yo no doy con el. --Pues mira, yo crei haberle encontrado. --?Como, tio, si no estaba en la tertulia mas que el senor cura? --Y yo, ?no soy nadie? --?Que quiere V. decir con eso? --Quiero decir que tengo cincuenta anos, que te llevo treinta y dos, y que no estoy loco para aspirar a que me quieran; pero los poetas fingen lo que se les antoja, y el barbilindo de D. Carlos puede haber levantado esa maquina de suposiciones absurdas para escribir su idilio. En tal caso, no esta muy conforme con la verdad todo aquello de que el viejo rabadan no puede ya con sus huesos, ni baila, ni corre, ni guerrea, ni es capaz de cazar lobos como el zagal. Con mi medio siglo encima, me apuesto a todo con el tal D. Carlitos. Todavia, si me pongo a bailar el bolero, estoy seguro de que he de bailarle mejor que cuando mi padre me hizo que le bailara a latigazos. Y en punto a pulmones y a resuello, no ya para encaramarme al Parnaso corriendo detras de las bacantes, no ya para tocar todas las flautas y clarinetes del mundo, sino para mover las aspas de un molino, entiendo que tengo de sobra. --Pero, tio, si D. Carlos no ha sonado en V. ni ha pensado en mi. --Vamos, muchacha, no seas hipocritilla. A mi se me ha metido en la cabeza que ese chico te quiere, que ha sabido que yo venia a pasar aqui un mes, que ha oido decir que yo era viejo, y, con estos datos, el insolente ha supuesto lo demas. Don Fadrique decia todo esto con risa, para embromar a su sobrina; y, aunque dudoso de su recelo, algo picado de la desvergueenza del poeta, que por otra parte no habia dejado de caerle en gracia. --Tio --dijo por ultimo Lucia con la mayor gravedad que pudo,-- V. no es el viejo rabadan. El viejo rabadan es de Villabermeja como V.: hace dos anos que esta establecido aqui, y merece, en efecto, las calificaciones que le prodiga el poeta, porque esta muy asendereado y estropeado. El viejo rabadan se llama D. Casimiro. V. debe de conocerle. --iYa lo creo! iY vaya si le conozco! --dijo el Comendador recordando a su antiguo adversario y victima de la ninez. --Pero entonces, ?quien es Clori? --anadio en seguida. --Clori es una linda senorita, muy amiga mia. Su madre vive con gran recogimiento y no sale ni deja salir a su hija de noche. Por eso no ha estado Clori de tertulia; pero es mi vecina, y su madre consiente en que venga conmigo de paseo, en compania de mi madre. Si manana quiere V. ser nuestro acompanante, iremos a las huertas, a las diez, despues del almuerzo, por sendas en que haya sombra. Clori vendra, y V. conocera a Clori. --Ire con mucho gusto. --iAh, tio! Por amor de Dios, que no se le escape a V. lo de que D. Carlos esta enamorado de mi amiga y lo de que ella es Clori. Mire V. que es un secreto. Nadie mas que yo lo sabe en la poblacion. Hay que tener mucho recato, porque los padres de ella no quieren mas que a D. Casimiro y nada traslucen del amor de D. Carlos. Yo se lo he confiado a V. para que no fuese V. a creer que yo era Clori y que sin razon de ningun genero habiamos convertido a V. en viejo rabadan enclenque, a fin de dar motivo a los versos. --Quedo satisfecho, muchacha, y no dire nada. Te aseguro ya que me interesa tu amiga Clori y que tengo curiosidad de verla. De esta suerte, de improviso, vino D. Fadrique a tener, apenas llegado, un secreto con su sobrina, y a figurar en intrigas y lances de amor. Pensando en ello, se retiro a su cuarto, como los demas se retiraron cada cual al suyo, y durmio hasta las ocho de la manana, mejor que un mozo de veinte anos. VIII Dona Antonia amanecio con un tremendo jaquecazo, enfermedad a que era muy propensa. Tuvo, pues, que guardar cama y no pudo acompanar a paseo a su hija Lucia; pero, como el mal no era de cuidado, y ya Lucia tenia concertado el paseo con su amiga, se decidio que el Comendador las acompanase. La amiga de Lucia vivia en la casa inmediata. Un muro separaba los patios de una casa y otra. A la hora convenida, en punto de las nueve y media, pronta ya Lucia para salir y con su tio al lado, grito desde el patio, al pie del muro: --Clara (asi se llamaba Clori en la vida real), ?estas ya lista? No se hizo aguardar la contestacion. Oyose primero la voz de una criada que decia: --Senorita, senorita, Dona Lucia esta llamando a su merced. Un momento mas tarde sono en el patio contiguo una voz argentina y simpatica, que respondia: --Alla voy; sal a la calle; ?para que he de entrar en tu casa? Salieron D. Fadrique y Dona Lucia, y hallaron ya a Dona Clara en la puerta. El Comendador, a pesar de sus distracciones, miro a Dona Clara con extraordinaria curiosidad. Era una nina de poco mas de diez y seis anos. El color de su rostro, de un moreno limpio, tenido en las mejillas y en los labios del mas fresco carmin. La tez parecia tan suave, delicada y transparente, que al traves de ella se imaginaba ver circular la sangre por las venas azules. Los ojos, negros y grandes, estaban casi siempre dormidos y velados por los parpados y las largas y rizadas pestanas; si bien, cuando fijaban la mirada y se abrian por completo, brotaban de ellos dulce fuego y luz viva. Todo en Dona Clara manifestaba salud y lozania, y, sin embargo, en torno de sus ojos, fingiendolos mayores y acrecentando su brillantez, se notaba un cerco obscuro, como el morado lirio. Era Dona Clara mas alta que su amiga Lucia, bastante alta tambien, y, aunque delgada, sus formas eran bellas y revelaban el precoz y completo desenvolvimiento de la mujer. El cabello de Dona Clara era negrisimo, las manos y el pie pequenos, la cabeza bien plantada y airosa. Ambas amigas iban vestidas de negro, con mantilla y basquina, y algunas rosas en el peinado. Lucia dijo a su amiga la indisposicion de su madre, y que su tio el Comendador, recien llegado de Villabermeja, las acompanaria en el paseo. Salvos los cumplimientos y ceremonias de costumbre, no hubo en la conversacion nada memorable, hasta que los tres, que iban juntos, salieron de la ciudad y llegaron al campo. La pequena ciudad esta por todas partes circundada de huertas. Muchas sendas las cortan en diversas direcciones. A un lado y otro de cada senda hay una cerca de granados, zarza-moras, mimbres y otras plantas. En muchas sendas hay un arroyo cristalino a cada lado; en otras, un solo arroyo. Todas ellas gozan, en primavera, verano y otono, de abundante sombra, merced a los alamos corpulentos y frondosos nogales, y demas arboles de todo genero que en las huertas se crian. La tierra es alli tan generosa y feraz, que no puede imaginarse el sinnumero de flores y la masa de verdura que cinen las margenes de los arroyos, esparciendo grato y campestre aroma. Campanillas, mosquetas, violetas moradas y blancas, lirios y margaritas abren alli sus calices y lucen su hermosura. El sol radiante, que brilla en el cielo despejado y dora el aire diafano, hace mas esplendida la escena. Increible multitud de pajaros la anima y alegra con sus trinos y gorjeos. En Andalucia, huyendo de la tierra de secano, buscando el agua y la sombra, se refugian las aves en estos oasis de regadio, donde hay frescura y tupidas enramadas. Tales eran los sitios por donde paseaba el Comendador con las dos bonitas muchachas. Apenas salieron de la poblacion, tomaron la senda que llaman _del medio_. Ellas cogian flores, se deleitaban oyendo cantar los colorines o reian sin saber de que. El Comendador meditaba, sentia gran bienestar, gozaba de todo, aunque mas tranquilamente que ellas. Al llegar a sitio mas ancho, no ya a otra senda, sino a un camino, los tres, que, por ser la senda casi siempre estrecha, habian ido uno en pos de otro, se pusieron en la misma linea. Clara estaba en el centro. Lucia dijo entonces, dirigiendose a su tio: --Vamos, ya habra satisfecho V. su curiosidad. Esta es Clori. ?No es verdad que merece haber inspirado el idilio? Dona Clara, que si bien mas moza que Lucia, era mas reflexiva y grave, sintio que su amiga hubiese confiado a su tio aquel secreto, y no pudo reprimir las muestras de su disgusto, frunciendo el entrecejo, poniendose mas seria y tinendose al mismo tiempo de grana sus mejillas con la vergueenza y el enojo. Nada dijo Dona Clara, a pesar de ello; pero Lucia advirtio su disgusto y prosiguio de esta suerte: --No te ofendas Clarita. No me motejes de parlanchina. Mi tio me puso anoche entre la espada y la pared, y tuve que confesarselo todo. Tuve que disculparme y que disculpar a D. Carlos. A mi tio se le metio en la cabeza que el era el viejo rabadan y que yo era Clori. Ademas, mi tio es muy sigiloso y no dira nada a nadie. ?No es verdad tio? --Descuide V., senorita --respondio el Comendador, encarandose con Dona Clara, que se puso mas encarnada aun:-- nadie sabra por mi quien ha inspirado el idilio, que es, por cierto, precioso. El Comendador advirtio que Clara se tranquilizaba, si bien no acerto, con la turbacion, a pronunciar palabra alguna. Dona Lucia continuo: --iVaya si es precioso el idilio! Creame V., tio: desde Vicente Espinel hasta nuestra edad, Ronda no ha producido mas ingenioso poeta que nuestro amigo D. Carlos de Atienza, ilustre mayorazgo de la mencionada ciudad, el cual vive en Sevilla con sus padres, trata de tomar en aquella Universidad la borla de doctor en ambos Derechos, y ahora descuida bastante los estudios por seguir a Clori, que, desde Sevilla, se ha venido aqui de asiento con su familia, a quien V. sin duda conoce. --Sobrina, yo no se si tengo o no la honra de conocer a la familia de esta senorita, cuyo apellido no me has dicho. ?Como un forastero recien llegado ha de adivinar la familia de quien solo sabe que se llama Clori en poesia y Clara en prosa? --iAy, es verdad! iQue distraida soy! No habia yo dicho a V. como se llamaba mi amiga. Pues bien, tio: esta senorita se llama Dona Clara de Solis y Roldan. Y ahora, ?que dice V.? ?Conoce V. o no conoce a su familia? Al oir en boca de Lucia el nombre y apellidos de su amiga y la ultima inocente pregunta, el Comendador se estremecio, se turbo; el color rojo, que habia tenido antes las mejillas delicadas de Clarita, se diria que habia pasado con mas fuerza a encender el rostro varonil de D. Fadrique, curtido por el sol de India y por los vientos de los remotos mares. Lucia, sin advertir la turbacion de su tio, siguio diciendo: --Pero ?que digo a su familia? A la misma Clara es posible que V. la conozca, solo que ya no se acuerda. Cuando era ella chiquirritita, tal vez cuando ella nacio, estaba V. en Lima. Clara es limena. Dominandose al cabo el Comendador, contesto a su sobrina: --Mal puedo acordarme y mal puedo haber olvidado a esta senorita, a quien nunca he visto. A quien si he conocido y tratado mucho es a su senor padre; y tambien, a pesar de la vida retirada y austera que siempre ha hecho, tuve el gusto de tratar y ser amigo de mi senora Dona Blanca Roldan. ?Como esta su senora madre de V., senorita? --Sigue bien de salud --contesto Dona Clara;-- pero, entregada como nunca a sus devociones, apenas se deja ver de nadie. --?Y el Sr. D. Valentin, esta bueno? --Gracias a Dios, lo esta, --dijo Clara. --Se ha retirado ya de la magistratura --anadio Lucia;-- ha heredado los cuantiosos bienes de su hermano el mayor, que murio sin hijos, y vive aqui, donde tiene su mejores fincas, de que Clarita es unica heredera. Como una nueva oleada de sangre subio entonces a la cara del Comendador, enrojeciendola toda. Reportandose luego, dijo de la manera mas natural a su parlera sobrina: --?Con que esta senorita, ademas de ser tan guapa, es muy rica? --Para estos lugares lo es. ?No es verdad, tio, que es muy extrano que la quieran casar con don Casimiro? iSi viera V. que viejo y que feo esta! Vamos, es ofender a Dios. Yo, si fuera el Papa, negaba la licencia que habra que pedirle. --Pues que --exclamo D. Fadrique,-- ?son ustedes parientes tan cercanos? --Don Casimiro Solis es el pariente mas cercano que tiene mi padre, --contesto Clara. --Seria su inmediato heredero si Clara no viviese, --anadio Lucia, que no dejaba por contar nada de cuanto sabia, cuando se hallaba entre personas, como Clara y su tio, que le infundian tanta confianza y carino. Don Fadrique no llevo adelante la conversacion. Quedo callado y como pensativo y melancolico. En silencio continuaron, pues, paseando hasta que llegaron al _nacimiento_. En mitad de un bosque de encinas y olivos, que pone termino a las huertas, se alza un monte escarpado, formado de riscos y penascos enormes, que parecen como suspendidos en el aire, amenazando derrumbarse a cada momento. Higueras bravias, jaras de varias especies, romero y tomillo, musgo, retama y otras mil hierbas, plantas y flores, nacen en las hendiduras de aquellas penas o cubren los sitios en que no esta pelada la roca viva, y hallan alguna capa vegetal donde fijar y alimentar las raices. Los penascos horadados abren paso a diversas grutas o cuevas en no pocos sitios del cerro, a cuyo pie, mas bajo aun que el nivel del camino, estan como socavadas las piedras, formando una gruta mayor y de mas grande entrada que las otras. En el fondo de esta gruta, que se ve todo sin penetrar alli, brota de una grieta, sin hiperbole alguna, un verdadero rio. Por eso se llama aquel sitio el nacimiento del rio, o sencillamente _el nacimiento_. El agua que mana de entre las penas cae con grato estruendo en un estanque natural, cuyo suelo esta sembrado de blanquisimas y redondas piedrezuelas. Por aquel estanque se extiende mansa el agua, creando y desvaneciendo de continuo circulos fugaces; mas, a pesar de los circulos, son las ondas de tal transparencia, que al traves de ellas se ve el fondo, aunque esta a mas de vara y media de profundidad, y en el pueden contarse las guijas todas. En la margen del pequeno lago crecen juncos, juncia, berros y otras plantas acuaticas. El estanque o lago llena la gruta y se dilata buen espacio fuera de ella, reflejando el cielo en su cristal. A derecha y a izquierda hay dos acequias, por donde el agua corre, dividiendose despues en infinitos arroyuelos, y yendo a regar las mil y quinientas huertas que hacen del termino de aquella pequena ciudad un verde y florido paraiso. Como todo por aquellas cercanias es terreno quebrado, el agua baja a las hondonadas con impetu brioso: a veces se precipita en cascadas, y a veces pone en movimiento acenas, batanes y martinetes. No obstante, cerca del nacimiento el agua va por tierra llana, con sosegada corriente y apacible murmullo, sin que haya ruido mayor en aquella amena soledad que el que produce el nacimiento mismo; el golpe del agua que brota de la pena y cae dentro de la gruta. A la orilla del estanque rustico hay varios sauces, y junto al tronco del mas alto y frondoso un poyo o asiento de piedra. Alli estaba sentado el poeta rondeno D. Carlos de Atienza cuando llegaron el Comendador, su sobrina y Dona Clara. Don Fadrique, como si anhelase apartar de si tristes y enojosos pensamientos, impropios de su caracter y risuena filosofia, se paso la mano por la frente, y creyendo que recobraba su serena y alegre condicion, dijo en voz alta: --Hola, ilustre poeta, ?que nuevo idilio compone V. en estas soledades? Don Carlos se levanto del asiento, y yendo hacia los recien venidos, dijo: --Buenos dias, Sr. D. Fadrique. Beso los pies de Vds., senoritas. El Comendador le allano el camino para que se viniese con el y con las ninas y los acompanase un rato en el paseo. Hablo a D. Carlos de sus estudios, le pondero lo mucho que le agradaba la poesia, le encomio el idilio y se le hizo repetir. No podia haber dado mayor gusto a D. Carlos, ni mayor satisfaccion de amor propio; porque, como todos los que escriben, han escrito o escribiran versos en el mundo, era D. Carlos aficionadisimo a recitarlos en presencia de un benevolo y discreto auditorio, y siempre se inclinaba a calificarle de discreto, con tal de que fuese benevolo. Don Fadrique miro con disimulo, pero con mucha atencion, a Clarita mientras que D. Carlos recito el idilio. Si aun le hubiera quedado la menor duda de que Clara era Clori, la duda se hubiera disipado. A Clarita, valiendonos de una expresion en extremo vulgar, si bien muy pintoresca, un color se le iba y otro se le venia mientras los versos duraron. Ya se ponia palida, ya se cubrian de purpura sus mejillas. Hasta cuando exclamo D. Carlos recitando: "Puesique! ?te he dado en balde tanta prueba De amor?" vio o imagino ver D. Fadrique que los parpados de Dona Clara se contraian mas de lo ordinario, como para recoger y ocultar indiscretas lagrimas, que ansiaban por brotar de los hermosos ojos. Despues de recitados los versos, D. Carlos, menos atrevido en prosa, apenas se acerco a Clara, y no le dijo palabra que todos no oyesen. Solo con Lucia hablo en voz baja y como en secreto. Los cuatro se internaron, prosiguiendo el paseo y volviendo a la ciudad por otro camino, en medio de una frondosisima alameda. Alli Clara, o adelantandose o quedandose atras y dejando al Comendador con su sobrina, hubiera podido hablar a su placer con D. Carlos; pero no parecia sino que le tenia miedo, que temblaba de oir su voz sin testigo, y que deseaba demostrar a los ojos del Comendador que no queria pertenecer a D. Carlos, sino a D. Casimiro. Ello es que en los lugares mas agrestes, Clara no se apartaba del lado de D. Fadrique, como si temiese que saliese una fiera a devorarla y buscase en el su amparo y defensa. ?Quien sabe lo que pasaba en aquellos instantes en el alma del Comendador? Lo cierto es que casi no se atrevia a hablar a Clara; pero de repente, en una ocasion en que D. Carlos y Lucia se adelantaron y se perdieron de vista entre los arboles, el Comendador detuvo a Clara, la contemplo de un modo extrano y dulce, y tomando su semblante una expresion solemne y en cierto modo venerable, exclamo: --iHija mia! Es V. muy buena, muy hermosa... inocente de todo; Dios bendiga a V. y la haga tan feliz como merece. Y diciendo esto, alzo las manos como para bendecir a la muchacha, tomo su cabeza entre ellas y le dio en la frente un beso. Clara hallo, sin duda, muy raro todo aquello, fuera del uso y del estilo comun; pero la cara de D. Fadrique estaba tan seria, y su expresion era tan simpatica y noble, que, a pesar de las ideas con que personajes devotos habian manchado precozmente la conciencia de la nina, hablandole de pecados y faltas, Clara no pudo ver alli ningun atrevimiento liviano. Mas aun se afirmo en la idea de lo puro e impecable del extrano e inesperado beso, cuando le dijo el Comendador: --Don Carlos me parece un mozo excelente. ?Le ama V. mucho? Habia en el acento de D. Fadrique un suave imperio, al que Clara no supo resistir. --Le he amado mucho --contesto,-- pero yo acertare a no amarle. He sido muy culpada. Sin que lo sepa mi madre le he querido. En adelante no le querre. Sere buena hija. Obedecere a mi madre. Ella sabe mejor que yo lo que me conviene. Don Fadrique no se atrevio a replicar ni a hacer un discurso subversivo de la autoridad materna. A poco volvieron a reunirse, en un solo grupo los cuatro. Antes de entrar de nuevo en la ciudad, D. Carlos se despidio del Comendador y de las dos senoritas, y se fue por otros sitios. Apenas Lucia y su tio dejaron a Clara a la puerta de su casa, el tio pregunto a la sobrina: --?Que te ha dicho D. Carlos? --?Que ha de decir? Que esta desesperado; que Clara le desdena, que le rechaza, y que, por obedecer a su madre, se casara con D. Casimiro. --Y D. Valentin, ?que hace? --Nada. ?Que quiere V. que haga? Pues que, ?ignora V. que D. Valentin es un gurrumino? Una mirada de Dona Blanca le confunde y aterra; una palabra de enojo de aquella terrible mujer hace que tiemble D. Valentin como un azogado. --De suerte que Dona Blanca es quien ha decidido el casamiento de Clara con D. Casimiro. --Si, tio; en esa casa Dona Blanca es quien lo decide todo. Ella manda y los demas obedecen. No se atreven a respirar sin su licencia. No se puede negar que Dona Blanca tiene mucho talento y es una santa. Sabe mas de las cosas de Dios que todos los predicadores juntos. Reza muchisimo; lee y estudia libros piadosos; lleva una vida ejemplar y penitente, y hace muchas limosnas a los pobres y a las iglesias; pero, a pesar de tantas virtudes y excelentes prendas, nada tiene de amable. Antes al contrario, es terrible. A mi me pone miedo. --No lo dudo, sobrina; ya era como tu la describes cuando yo la conoci. --iAy, tio! ?Y la veia V. con frecuencia? --No con frecuencia, sobrina; pero al fin la trate algo. --No extrane V. que en una semana no vengan a casa, ni para cumplir. Dona Blanca vive con la mente tan lejos de todo, y se resiste tanto a que le cuenten cosas del mundo exterior que distraigan su espiritu de la contemplacion intima en que vive, que de seguro ni ella ni su pobre marido sabran que V. ha llegado. D. Valentin no creo que sea hombre muy interior, espiritual y contemplativo; pero como tiene tanto miedo a su mujer y quiere darle gusto siempre, vive tambien a lo mistico, apartado del trato humano, y yo le juzgo capaz de azotarse con unas disciplinas, no tanto por amor de Dios, cuanto por amor y por miedo de Dona Blanca. Don Fadrique escuchaba y callaba. No tenia humor de despegar los labios. Lucia, que era aficionada a hablar, solto la tarabilla y prosiguio diciendo: --iPobre Clara! Figurese V. lo divertida que estara. Yo no lo dudo; ella se ira al cielo; pero ique! ?no puede ir uno al cielo con menos trabajo? No acierto a ponderar a V. los prodigios de astucia, los portentos de habilidad, aunque este mal que yo me alabe, que he tenido que hacer para ganarme un poco la voluntad y la confianza de Dona Blanca y lograr que su hija se trate conmigo y salga a veces en mi compania. Si no fuera por mi, Clara estaria como enterrada en vida, entre cuatro paredes. No se como ha podido entenderse con D. Carlos. Gracias a que el es muy listo y capaz de todo. Clara ha estado con el, no dire que en relaciones, sino casi en relaciones. Ello es que Clara le amaba. Luego ha tenido remordimientos de amar a un hombre a escondidas de su madre, y sobre todo cuando su madre la destina para otro. Asi es que ahora rechaza al pobre D. Carlos, y el infeliz zagal Mirtilo se muere de pena. El Comendador oia con interes a su sobrina, y no ponia en la conversacion ni una exclamacion siquiera. Parecia que se habia quedado mudo o que no sabia que decir. --Clara --prosiguio Lucia,-- ahora que cree pecado amar a D. Carlos, y que no halla posible oponerse a la voluntad de su madre, piensa a veces en ser monja; pero ni este deseo se atreve a confiar a su madre. Considera ella, en primer lugar, que no es buena su vocacion; que quiere tomar el velo por despecho y como desesperada; y, por otra parte, cree que decir a su madre que quiere ser monja es un acto de rebeldia, es oponerse a su voluntad de casarla con D. Casimiro. ?Que piensa V. de la situacion de mi desgraciada amiga? Interrogado tan directamente el Comendador, tuvo al cabo que romper el silencio; pero respondio con laconismo: --Mala es, en verdad, la situacion; pero, ?quien sabe? Todo tiene remedio menos la muerte. Entre tanto --anadio D. Fadrique, hablando con lentitud y bajo, dejando caer las palabras una a una, como si le costasen grandes esfuerzos, y como si en vez de responder a su sobrina hablase consigo mismo y a si propio se respondiese;-- entre tanto, Dona Blanca es discreta, es piadosa y es buena madre. Razones de mucho peso tiene... sin duda... para querer casar a su hija con D. Casimiro. En fin, muchacha, sigue siendo buena amiga de Clara; pero no caviles ni formes juicios acerca de la conducta de Dona Blanca. Voy, ademas, a hacerte otra suplica. --Mande V., tio. --Es algo dificil lo que exijo de ti. --?Por que? --Porque te gusta hablar, y lo que exijo es que calles. --?Y que he de callar? Ya vera V. como me callo. Yo no quiero que V. se disguste y forme mal concepto de mi. --Pues bien; calla que me has puesto al corriente de los amores de D. Carlos y Dona Clara, y calla tambien cuanto sabes acerca de estos amores. --iTio, por amor de Dios! No me crea V. tan amiga de contarlo todo. El picaro idilio tiene la culpa. Sin el idilio, ni a V. le hubiera yo confiado nada. Oido esto, sonrio el Comendador a su sobrina; y como ya estaban en la casa, se aparto de la muchacha, yendose algo meditabundo y ensimismado, cual si procurase resolver un dificil problema. IX Mientras el Comendador y Lucia tenian el dialogo de que acabamos de dar cuenta, Clara habia entrado en el cuarto de su madre. Dona Blanca estaba sentada en un sillon de brazos. Delante de ella habia un velador con libros y papeles. D. Valentin estaba alli, sentado en una silla, y no muy distante de su mujer. El aspecto de Dona Blanca era noble y distinguido. Vestida con sencillez y severidad, todavia se notaban en su traje cierta elegancia y cierto senorio. Tendria Dona Blanca poco mas de cuarenta anos. Bastantes canas daban ya un color ceniciento a la primitiva negrura de sus cabellos. Su semblante, lleno de gravedad austera, era muy hermoso. Las facciones, todas de la mas perfecta regularidad. Era Dona Blanca alta y delgada. Sus manos, blancas, parecian transparentes. Sus ojos, negros como los de su hija, tenian un fuego singular e indefinible, como si todas las pasiones del cielo y de la tierra y todos los sentimientos de angeles y diablos hubiesen concurrido a crearle. Don Valentin, timido y pacifico, enamorado de su mujer en los primeros anos de matrimonio, y lleno despues de consideracion hacia ella, no se atrevia a chistar en su presencia, si ella no le mandaba que hablase. Era D. Valentin un virtuoso caballero, pero debil y pusilanime. Habia sido, por amor y respeto a su honra, un magistrado integro. Nada habia podido apartarle del cumplimiento de su deber, y hasta habia mostrado admirable entereza fuera de casa, donde la entereza, por grande que deba ser, basta con que dure un instante; pero en la casa, con la domestica tirania de una mujer dotada de voluntad de hierro, cuya presion es perpetua e incesante, D. Valentin no habia sabido resistir, y habia abdicado por completo. La hacienda, los negocios, la educacion de la hija, todo dependia y todo era dirigido y gobernado por Dona Blanca. El aspecto de D. Valentin era insignificante y neutral. Ni alto ni bajo, ni pelinegro ni rubio, ni flaco ni gordo. Parecia, con todo, un senor, por decirlo asi, muy correcto en sus modales, en su continente y en su habla. La devota sumision a su mujer anadia a dicha calidad de correcto una tintura de mansedumbre. Don Valentin habia sido en su mocedad muy buen catolico, pero sin fervor penitente y sin inclinaciones misticas y contemplativas. Ahora, por no desazonar a su mujer, se esforzaba por remedar a San Hilarion o a San Pacomio. Tenia D. Valentin cerca de sesenta anos de edad, pero parecia mucho mas viejo, porque no hay cosa que envejezca y arruine mas el brio y la fortaleza de los hombres que esta servidumbre voluntaria y espantosa, a que por raro misterio de la voluntad se someten muchos, cediendo a la persistencia endemoniada de sus mujeres. No bien entro Clara en el cuarto, Dona Blanca le pregunto: --?Donde has estado, nina? --Mama, en _el nacimiento_. --No se como tiene pies mi senora Dona Antonia para dar paseos tan disparatados. Con ir y volver, eso es andar cerca de una legua. --Dona Antonia no ha estado hoy con nosotras --dijo Clara, no atreviendose a mentir, ni siquiera a disimular. El rostro de Dona Blanca tomo cierta expresion de sorpresa y de notable desagrado. --Entonces ?quien os ha acompanado en el paseo? --pregunto Dona Blanca. --No se enoje V., mama: hemos ido bien acompanadas. --Si; pero ?por quien? ?Por alguna fregona? ?Por alguna tia cualquiera? --Mire V., mama, Dona Antonia tenia la jaqueca y no pudo acompanarnos. En su lugar ha venido con nosotras el tio de Lucia. --?Y quien es ese tio? --Un senor marino que estuvo en la India y en el Peru, que dice que conoce a V., que hace poco ha venido a vivir a Villabermeja, y que anoche llego aqui a pasar una temporada. --Ese es el Comendador Mendoza --dijo D. Valentin, con cierto jubilo de saber que habia llegado un antiguo amigo. --Justamente, papa, asi se llama: el Comendador Mendoza; un senor muy fino, si bien algo raro. --Oye, Blanca, sera menester que vayamos a ver al Comendador, que vive sin duda en casa de su hermano --exclamo D. Valentin. --Cumpliremos con ese deber que la sociedad nos impone --dijo Dona Blanca con reposo y dignidad serena--; pero tu, Clara, no debes volver a salir de paseo ni tratarte con ese hombre malvado e impio. Si la santa fe de nuestros padres no estuviera tan perdida; si las perversas doctrinas del filosofismo frances no nos hubiesen inficionado, ese hombre, en vez de vestir el honroso uniforme de la marina, vestiria el sambenito; en vez de andar libre por ahi, piedra de escandalo, fermento de impiedad, levadura del infierno, corrompiendo lo que aun en el cuerpo social se conserva sano, estaria en los calabozos de la Inquisicion o ya hubiera muerto en la hoguera. Clara se aterro al oir en boca de su madre aquella diatriba. Se represento en su mente al Comendador como a un personaje endiablado; y, acordandose del tierno beso que de el habia recibido, se lleno toda de espanto y de vergueenza. Don Valentin, con el recuerdo del Comendador, que le traia a la imaginacion mejores tiempos, cuando el estaba menos viejo y menos sumiso, se sentia, contra su costumbre, con animo de contradecir y no someterse del todo. Asi es que dijo: --iValgame Dios, mujer, que falta de caridad es esa! Eres injusta con nuestro antiguo amigo. No te negare yo que era algo _esprit fort_ en su mocedad pero ya se habra enmendado. Por lo demas, siempre fue el Comendador pundonoroso, hidalgo y bueno. ?Que tienes tu que decir contra su moralidad? --Callate, Valentin, que no dices mas que sandeces. Y las llamo sandeces, por no calificarlas de blasfemias. ?Que moralidad, que hidalguia, que virtud puede haber donde faltan la religion y las creencias, que son su fundamento? Sin el santo temor de Dios toda virtud es mentira y toda accion moral es un artificio del diablo para enganar a los bobos que presumen de discretos y que no subordinan su juicio a los que saben mas que ellos. Ya lo he dicho y lo repito: el Comendador Mendoza era un impio y un libertino, y seguira siendolo. Nosotros iremos a visitarle para no chocar, procurando no hallarle en casa y ver solo a dona Antonia y a su bendito marido. En cuanto a Clarita, se buscara un pretexto cualquiera para que no salga mas con Lucia, exponiendose a ir en compania de ese renegado, jacobino, volteriano y ateo. Primero confiaria yo a Clara al cuidado de la mas vil y pecadora de las mujeres. Esta mujer, con el auxilio de la religion, puede regenerarse y llegar a ser una santa; pero de quien niega a Dios o le aborrece, del empedernido de toda la vida, ?que esperanza es licito concebir? Clarita y D. Valentin se compungieron y amilanaron con el sermon de Dona Blanca, y nada supieron contestarle. Quedo, pues, resuelto que Clarita, por culpa del Comendador y para que no se contaminase, no volveria a pasear con Lucia. X Las resoluciones de Dona Blanca Roldan eran irrevocables y efectivas. Ella sabia darles cumplimiento con calma persistente. Una manana, despues de oir misa con D. Valentin, estuvo Dona Blanca a visitar a Dona Antonia y a felicitarla por la venida de su cunado; y fue con tal tino, que no se hallaba el Comendador en casa. Ni antes ni despues de esta visita se dejaron ver Dona Blanca y D. Valentin de sus vecinos y amigos. Retirados siempre en el fondo del antiguo caseron en que vivian, y pretextando enfermedades, no recibian visitas, a pesar de lo dificil y odioso que es negarse a recibir, estando en casa, cuando se vive en un pueblo pequeno. En balde intento repetidas veces Lucia sacar a paseo a Clara. Siempre que envio recado, le contestaron que Clara estaba mal de salud o muy ocupada y que le era imposible salir. Lucia fue ella misma a ver a Clara, y solo dos veces pudo verla, pero en presencia de su madre. Estas pruebas de retraimiento y hasta de desvio estaban suavizadas por una extremada cortesia de parte de Dona Blanca; aunque bien se dejaba conocer que si esta senora ponia de su parte cuantos medios le sugeria su urbanidad a fin de no dar motivo de agravio, preferiria agraviar, si por agraviado se daba alguien, a cejar un punto en su proposito. Fuera del dia en que visito a Dona Antonia, no ponia Dona Blanca los pies en la calle sino de madrugada, para ir a la iglesia, a misa y demas devociones. D. Valentin la acompanaba casi siempre, como un lego o doctrino humilde, y Clara la acompanaba siempre, sin osar apenas levantar los ojos del sueldo. Lucia, cavilando sobre las causas de aquella poco menos que completa ruptura de relaciones, llego a temer que Dona Blanca hubiese averiguado los amores de Clara con D. Carlos de Atienza, la presencia de este en la ciudad y la entrada y proteccion con que contaba en su casa. Dona Clara no hablaba a solas ni escribia a su amiga; por los criados nada podia averiguarse, porque los de Dona Blanca eran forasteros casi todos, y o no tenian confianza en la casa, o hacian una vida devota y apartada, imitando y complaciendo asi a sus amos. Solo podia afirmarse que la unica persona que entraba de visita en casa de D. Valentin era su cercano pariente D. Casimiro. De esta suerte se pasaron diez dias, que a don Carlos, a Lucia y al Comendador parecieron diez siglos, cuando al anochecer, en una hermosa tarde, el Comendador estaba en el patio de la casa solo con su sobrina. Esta traia con su tio una conversacion muy animada, mostrandole las plantas y las flores que en arriates y en multitud de tiestos adornaban aquel patio, contiguo, como ya hemos dicho, al de la casa de D. Valentin. Salvando el muro divisorio, la voz de ambos interlocutores podia llegar al patio inmediato. La voz llego, en efecto, porque en medio de la conversacion sintieron Lucia y el Comendador el ruido de un pequeno objeto pesado que caia a sus pies. Lucia se bajo con prontitud a recogerle, y no bien le tuvo en la mano, dijo a su tio, toda alborozada y en voz baja: --Es una carta de Clarita. iQue buena es! Me quiere de veras. Menester es conocerla como yo la conozco, para estimar lo que vale esta fineza de su amistad. iBurlar por mi la vigilancia de su madre! iEscribirme furtivamente! Calle V... tio... si parece imposible. iPor mi, esa infeliz, que es una santa, ha faltado a su deber de obediencia filial! ?Y como, donde, a que hora habra podido escribirme? Vamos ... si le digo a V. que es un milagro de carino. Y la picarita ?con que angustia habra estado espiando la ocasion de echarme la carta, segura de que yo la recogeria? iBenditas sean sus manos! Y diciendo esto habia desatado el papel de la china en que venia liado con un hilo, y se diria que queria comersele a besos. --Ven a leer esa carta --dijo el Comendador,-- donde haya luz y donde no vengan a interrumpirnos. En el despacho no hay nadie y ahora acaban de encender el velon. Ven, que es ya de noche y aqui no veras. Lucia fue al despacho con su tio, y con acento conmovido, casi al oido del Comendador, leyo lo siguiente: "Mi querida Lucia: De sobra conoces tu lo mucho que te quiero. Considera, pues, cuanto me afligira verte tan poco y no poder hablarte. Mi madre lo exige, y una buena hija debe complacer a su madre. No creas que mi madre ha sospechado nada de mis desenvolturas con D. Carlos de Atienza. Me echo a temblar al representarme que hubiera podido sospecharlo. Nadie sabe mas que tu, el Comendador y yo, que D. Carlos me pretende; pero Dios sabe mi pecado, del que estoy arrepentida. Ha sido enorme perversidad en mi dar alas a ese galan con miradas dulces y profanas sonrisas... casi involuntarias... te lo juro. No por eso me pesan menos en la conciencia. Algo he hecho yo, o arrastrada por mi maldad nativa, o seducida por el enemigo comun de nuestro linaje, para alborotar a ese mozo, hacerle abandonar su Universidad y sus estudios, y moverle a venir aqui en persecucion mia. En medio de todo, harto tengo que agradecer a Jesus y a Maria Santisima, que se apiadan de mi, a pesar de lo indigna que soy, y disponen que no se solemnice mi falta con el escandalo. Favor sobrenatural del cielo es, sin duda, el que siga oculto el movil que ha impulsado a D. Carlos a venir aqui. La gente cree que vino y esta aqui por ti. iCuanto debo agradecerte que cargues con esta culpa! Si yo no hubiera sido atrevida, si yo no hubiera animado a D. Carlos, si yo hubiera tenido la severidad y el recato convenientes, no me veria ahora en tan amargo trance. iAy, mi querida Lucia! El corazon humano es un abismo de iniquidad ... y de contradicciones. ?Quieres creer que, si por un lado me desespero de haber dado ocasion para que D. Carlos haya venido persiguiendome, por otro lado me lisonjea, me encanta que haya venido, y advierto que si no hubiera venido seria yo mas desgraciada? En medio de todo... no lo dudes... yo soy muy mala. Estoy avergonzada de mi hipocresia. Estoy enganando a mi madre, que es tan perspicaz. Mi madre me juzga demasiado buena... y vela por mi, como el avaro por su tesoro, cuando el tesoro esta ya perdido. No acierto a decirtelo para que no te enojes, y, no obstante, quiero decirtelo. No cumpliria con un deber de conciencia si no te lo dijese. La causa de que mi madre me aparte de ti es tu tio. A mi me parecio un caballero muy fino, y bueno; pero mi madre asegura ique horror! que no cree en Dios. ?Es posible ihija mia! que hiera el demonio con tan abominable ceguedad los ojos de algunas almas? ?Se comprende que la copia, la imagen, la semejanza, renieguen del original divino, que les presta el unico valor y noble ser que tienen? Si ello es cierto, si el Comendador esta obcecado en sus impiedades, armate de prudencia y pide al cielo que te salve. Procura tambien traer a tu tio al buen camino. Tu tienes extraordinario despejo y don de expresarte con primor y entusiasmo. El Altisimo, ademas, se vale a menudo de los debiles para sus grandes victorias. Acuerdate de David, mancebo, que era un pastorcillo sin fuerzas, y vencio y derribo al gigante en el valle del Terebinto. ?Cuantas hermanas, hijas, madres y esposas no han logrado convencer a sus descarriados maridos, hermanos, hijos o padres? A gloria parecida debes aspirar tu, y Dios te premiara y te dara brio para alcanzarla. En cuanto a mi, aun siendo tan nina, soy una miserable pecadora, y bastante tarea tengo con llorar mis locuras y apaciguar la tempestad de encontrados sentimientos que me destrozan el pecho. Dame la ultima y mayor prueba de amistad. Persuade a D. Carlos de que no le amo. Dile que se vuelva a Sevilla y me deje. Convencele de que soy fea, de que gusto de D. Casimiro, de que mi ingratitud hacia el merece su desprecio. Yo debiera haberle hablado en este sentido; pero soy tan debil y tan tonta, que no hubiese atinado a decirselo, y tal vez le hubiera inducido estupidamente a que creyese todo lo contrario. Por amor de Dios, Lucia de mi alma, despide por mi a D. Carlos. Yo no puedo, no debo ser suya. Que se vaya; que no disguste por mi a sus padres; que no pierda sus estudios; que no motive un escandalo cuando se sepa que vino por mi y que yo soy una malvada, provocativa, seductora, quien sabe ... Adios. Estoy apuradisima. No tengo a nadie a quien confiar mis cosas, con quien desahogar mis penas, a quien pedir consejo y remedio. Espero con ansia la llegada del P. Jacinto, que es el oraculo de esta casa. Se que lo que yo le diga caera como en un pozo, y que sus consejos son sanos. Es el unico hombre que tiene algun imperio sobre mi madre. ?Cuando vendra de Villabermeja? Adios, repito, y ama y compadece a tu--CLARA." XI Esta carta inocente, tan propia de una nina de diez y seis anos, discreta y educada con devocion y recogimiento, gusto mucho al Comendador; pero tambien le dio no poco que pensar. No entraremos nosotros en el fondo de su alma a escudrinar sus pensamientos, y nos limitaremos a decir que tomo tres resoluciones, de resultas de aquella lectura. Fue la primera buscar modo de ver y de hablar a la severisima Dona Blanca; la segunda, sondear bien el animo de D. Carlos para conocer hasta que punto amaba de veras a la nina y merecia su amor, y la tercera, tratar con el P. Jacinto y proporcionarse en el un aliado para la guerra que tal vez tendria que declarar a la madre de Clarita. A fin de conseguir lo primero, en vez de escribir pidiendo una audiencia, que con cualquier pretexto y muy politicamente se le hubiera negado, discurrio D. Fadrique levantarse al dia siguiente de madrugada, aguardar en la calle a Dona Blanca cuando ella saliese para acudir a la iglesia, e ir derecho a hablarle, sin miedo alguno. Asi lo hizo el Comendador. Dona Blanca, antes de las seis, aparecio en la calle con Clarita y don Valentin. Iban a misa a la Iglesia Mayor. Apenas los vio salir D. Fadrique, se acerco muy determinado, y saludando cortesmente con sombrero en mano, dijo: --Beso a V. los pies, mi senora Dona Blanca. Dichosos los ojos que logran ver a V. y a su familia. Buenos dias, amigo D. Valentin. Clarita, buenos dias. Don Valentin, al oirse llamar amigo tan blandamente y por una voz conocida y simpatica, no se pudo contener; no reflexiono, se dejo llevar del primer impetu carinoso y se fue hacia D. Fadrique con los brazos abiertos. Por dicha, no obstante, D. Valentin tenia la inveterada costumbre de no hacer la menor cosa sin mirar antes a su mujer para notar la cara que ponia y si le retraia de consumar o le alentaba a que consumase su conato de accion. A pesar, pues, de lo entusiasmado que iba a abrazar a D. Fadrique, el instinto le indujo a que mecanicamente volviera la cara hacia Dona Blanca antes de llegarse a dar el abrazo. Indescriptible es lo que vio entonces en los fulminantes ojos de su mujer. Casi no se puede describir el efecto que le produjo aquella mirada. Creyo D. Valentin leer en ella el mas profundo desden, como si le acusase de una humillacion estolida, de una bajeza infame; y creyo ver, al mismo tiempo, la ira y la prohibicion imperiosa de que llevase a cabo lo que se habia lanzado a ejecutar. El terror sobrecogio de tal suerte el animo de D. Valentin, que se paro, se quedo inmovil de subito, como si se hubiera convertido en piedra. Solo con voz apagada y apenas perceptible exhalo, por ultimo, como languido suspiro, un --Buenos dias, Sr. D. Fadrique. --Buenos dias, --dijo tambien Clara, no con mas aliento que su padre. Dona Blanca miro de pies a cabeza al Comendador, y con reposo y suave acento, sin alterarse ni descomponerse en lo mas minimo, le hablo de esta manera: --Caballero: Dios, que es infinitamente misericordioso, tenga a V. en su santa guarda. No por amor suyo, de que V. carece, sino por el mundano honor de que V. se jacta y por los respetos y consideraciones que todo hombre bien nacido debe a las damas, ruego a V. que no nos distraiga del camino que llevamos, ni perturbe nuestra vida retirada y devota. Y dicho esto, hizo Dona Blanca al Comendador una ceremoniosa y fria reverencia, y echo a andar con sosegada gravedad, siguiendola D. Valentin y llevando delante a Clara. Don Fadrique pago la reverencia con otra, se quedo algo atolondrado, y dijo entre dientes: --Esta visto: es menester acudir a otros medios. No bien la familia de Solis se hubo alejado treinta pasos del Comendador, vio este que Dona Blanca se volvia a hablar con su marido. Es evidente que el Comendador no oyo lo que le decia; pero el novelista todo lo sabe y todo lo oye. Dona Blanca, que trataba siempre de V. y con el mayor cumplimiento a su senor marido cuando le echaba un sermon o reprimenda, le hablo asi mientras Clara iba delante: --Mil veces se lo tengo dicho a V., Sr. D. Valentin. Ese hombre, que V. se empeno en introducir en casa, alla en Lima, es un libertino, impio y grosero. Su trato, ya que no inficione, mancha o puede manchar la acrisolada reputacion de cualquiera senora. Yo tuve necesidad poco menos que de echarle de casa. Motivos hubo, en su falta de miramientos y hasta de respeto, para que en otras edades barbaras, olvidando la ley divina, alguien le hubiera dado una severa leccion, como solian darlas los caballeros. Esto no habia de ser: era imposible... Nada que mas repugne a mi conciencia; nada mas contrario a mis principios; pero hay un justo medio... Delito es matar a quien ha ofendido... pero es vileza abrazarle. Sr. D. Valentin, V. no tiene sangre en las venas. Todo esto lo fue soltando, despacio y bajo, casi en el oido de D. Valentin, su tremenda esposa Dona Blanca. Fueron tan duras y crueles las ultimas frases, que D. Valentin estuvo a punto de alzar bandera de rebelion, armar en la calle la de Dios es Cristo y contestar a su mujer lo que merecia; pero el olor de mil flores regalaba el olfato; la gente pasaba con alegre aspecto; el dia estaba hermosisimo; la paz reinaba en el cielo; un fresco vientecillo primaveral oreaba y calmaba las sienes mas ardorosas; la familia de Solis iba al incruento sacrificio de la misa; Clara marchaba delante tan linda y tan serena: ?como turbar todo aquello con una disputa horrible? D. Valentin apreto los punos y se limito a exclamar con acento un si es no es colerico: --iSenora!... Luego anadio para si, cuidando mucho de que no lo oyese Dona Blanca: --iMaldita sea mi suerte! Y no bien lanzada la exclamacion, se asusto don Valentin de la blasfema rebeldia contra la Providencia que su exclamacion implicaba, y se tuvo un instante por primo hermano del propio Luzbel. Como se ve, el exito del Comendador en este primer intento de reanudar relaciones amistosas con la familia de Solis no pudo ser mas desgraciado. XII No se arredro por eso nuestro heroe. Aguardo un rato en medio de la calle a fin de que no pudiese decir ni pensar Dona Blanca que el la seguia, y al cabo se fue a la iglesia Mayor, a donde sabia que la familia de Solis se habia encaminado. Don Fadrique no iba alli, sin embargo, con el intento de acercarse a Dona Blanca otra vez y de sufrir nueva repulsa, sino a fin de hallar a D. Carlos, quien, a su parecer, no podia menos de estar en la iglesia, ya que no habia otro medio de ver a Clara. En efecto, D. Fadrique entro en la iglesia y se puso a buscar al poeta, a la sombra de los pilares y en los sitios donde menos se nota la presencia de alguien. Pronto le hallo, detras de un pilar y no lejos del altar mayor. Parecia D. Carlos tan embebido en sus oraciones o en sus pensamientos, que nada del mundo exterior, salvo Clara, podia distraerle ni llamarle la atencion. Llego, pues, D. Fadrique hasta ponerse a su lado. Entonces advirtio que Clara estaba no muy lejos, de rodillas, al lado de su madre; que D. Carlos la miraba, y que ella, si bien fijos casi siempre los ojos en su libro de rezos, los alzaba de vez en cuando rapidamente, y miraba con sobresalto y ternura hacia donde estaba el galan, declarando asi que le veia, que se alegraba de verle, y que tenia miedo y cierto terror de profanar el templo y de pecar gravemente enganando a su madre y alentando a aquel hombre, de quien decia que no podia ser esposa. No ha de extranarse que todo esto se viera en las miradas de Clarita. Eran miradas transparentes, en cuyo fondo fulguraba el alma como diamante purisimo que por maravilla ardiese con luz propia en el seno de un mar tranquilo. El Comendador estuvo un rato observando aquella escena muda, y se convencio de que ni Dona Blanca ni D. Valentin recelaban nada de los amores de la nina. Calculo, no obstante, que su presencia alli podria atraer hacia el la mirada de Dona Blanca, excitar de nuevo su ira, hacerle reparar en el gentil mancebo que estaba a su lado, y darle a sospechar lo que no habia sospechado todavia. Entonces, si bien con pena de interrumpir aquellos arrobos y extasis contemplativos, toco en el hombro a D. Carlos y le dijo casi a la oreja: --Perdoneme V. que le distraiga de sus devociones y que turbe la vision beatifica de que sin duda goza; pero me urge hablar con V. Hagame el favor de venir conmigo, que tengo que hablarle de cosas que le importan muchisimo. Sin aguardar respuesta echo a andar D. Fadrique, y D. Carlos, si bien con disgusto, no pudo menos de seguir sus pasos. Ya fuera de la iglesia, salio D. Fadrique al campo; D. Carlos fue en pos de el; y cuando se hallaron en sitio solitario, donde nadie podia oirlos ni interrumpir la conversacion, D. Fadrique se explico en estos terminos: --Vuelvo a pedir a V. perdon de mi atrevimiento en obligarle a abandonar la iglesia, y mas aun en mezclarme en asuntos de V. sin titulo bastante para ello. Apenas conozco a V. Esta es la septima o la octava vez que le hablo. A Clarita la he visto hoy por segunda vez en mi vida. Sin embargo, el bien de Clarita y el de V. me interesan mucho. Atribuyalo V. a un absurdo sentimentalismo; al afecto que profeso a mi sobrina Lucia, que llega a Vds. de rechazo; a lo que V. quiera. Lo que le ruego es que me crea un hombre leal y franco, y no dude de mi buena voluntad y mejores propositos. Quiero y puedo hacer mucho en favor de usted. En cambio, aspiro a que oiga V. mis consejos y a que los siga. Don Carlos oyo al Comendador atentamente y con muestras de respeto y deferencia. Luego le contesto: --Sr. D. Fadrique, por V. y por ser V. el tio de la senorita Dona Lucia, tan bondadosa y excelente, estoy dispuesto a oir a V. y hasta a obedecerle en cuanto este de mi parte, sin considerar el provecho que por mi obediencia V. me promete. --No me he explicado bien --replico D. Fadrique.--Yo no prometo premios en pago de obediencias: lo que quiero significar es que de seguir V. ciertos consejos mios se ha de alcanzar naturalmente lo que de otra suerte se malograra acaso, con gran pesar de todos. --Aclare V. su pensamiento, --dijo D. Carlos. --Quiero decir --prosiguio D. Fadrique,-- que este modo que tiene V. de enamorar a Clarita no va, dias hace, por buen camino. Hasta ahora nadie sospecha en esta pequena ciudad sus amores de V., gracias a mi sobrina. Como ella estuvo, dos meses ha, en Sevilla, donde V. la conocio, y V. ha venido luego aqui, y V. va a su casa de tertulia todas las noches, y habla V. mucho con ella, y no pocas veces en secreto; y como mi sobrina es joven y graciosa y linda, si el amor de tio no me engana, todos creen que ha venido V. por ella, que V. la enamora, que V. es su novio. ?Quien habia de imaginarse que chica tan mona y en tan verdes anos se limitaria a hacer el triste y poco airoso papel de confidenta? Por esto, pues, se desorientan los curiosos, y sus amores de V. siguen secretos; pero Lucia lo paga. Confiese V. que es mucha generosidad. --Yo... Sr. D. Fadrique... --No se disculpe V. No hablo de ello para que V. se disculpe, sino para narrar los sucesos como son en si. En este lugar creen todos que V. ha venido, abandonando a sus padres, su casa y sus estudios, para pretender a Lucia; pero este engano no puede durar. Imagine V. el alboroto, los chismes, las hablillas a que dara V. ocasion y motivo el dia en que se sepa, como no podra menos de saberse, que V. pretende a Clarita, a quien todos creen ya prometida esposa de D. Casimiro Solis. -Eso no sera nunca mientras yo viva, --exclamo D. Carlos con grandes brios. --Tratemos de impedirlo --continuo con calma D. Fadrique.-- Yo le ayudare a V. cuanto pueda, y repito que algo puedo; pero toda la energia de usted y toda la prudencia que yo emplee seran inutiles si desoye V. mis advertencias y consejos. --Ya he dicho a V. que deseo seguirlos. --Pues bien, amigo D. Carlos, es menester que V. se persuada de que Clarita, de cuyo amor hacia V. estoy convencido, esta criada con tan santo temor de Dios y con tan grande, y hasta si V. quiere exagerado e irracional respeto a su madre, que por obedecerla, por no darle un disgusto, por no rebelarse, sera capaz de casarse con D. Casimiro, aunque se muera de amor por V. al dia siguiente de casada, aunque su vestido de boda sea la mortaja con que la entierren. --Pero si Clara dice a su madre que no ama a D. Casimiro... --Clara no se atrevera a decirlo. --Si declara a su madre que me ama... --Antes morira que confesar a su madre ese amor. --Y si tanto miedo tiene a su madre, ?no podra huir conmigo? --No creo que de jamas tan mal paso. De todos modos, aunque tan mal paso fuese posible, no se debia apelar a el sino apurados antes otros medios mas prudentes y juiciosos. Reitero, con todo, mi afirmacion. Creo capaz a Clarita de morir de dolor; pero no la creo capaz de prestarse al escandalo de un rapto. --Entonces ?que quiere V. que yo haga? --Lo primero, volver a Sevilla con sus senores padres, y dejar a Dona Clara tranquila con los suyos. --Bien se conoce que V. no ama. A su edad de usted... --Dale... con la tonteria... Caballerito poeta... yo no soy ni viejo ni rabadan... ni me parezco en nada al del idilio. Vayase V. a Sevilla hoy mismo. Salga V. de esta ciudad antes de que Dona Blanca se percate de que hay moros en la costa. Yo velare aqui por los intereses de V. Y si peligran; si es menester apelar a medios violentos, cuente V. tambien conmigo... hasta para el rapto. A poco me aventuro prometiendoselo a V., porque doy por firme que no se dejara robar Clarita. --?Y por que, para que he de irme a Sevilla? --?Pues no se lo he dicho a V. ya? Porque aqui no hace V. sino perjudicarse, sin gusto y sin ventaja. Estoy seguro de que no lograra V. mas que ver a Clara en la iglesia, con mas angustia que deleite por parte de la pobre muchacha. Y esto mientras Dona Blanca no descubra nada. El dia en que descubra Dona Blanca su juego de V., sera para Clarita un dia tremendo y V. no volvera a verla. Vayase V., pues, a Sevilla. --?Y que ganare con irme? --Que yo trabaje con tranquilidad en favor de V. Usted me estorba para mis planes. Si V. se queda, precipitara la boda de D. Casimiro y hara que se envie a escape por la licencia a Roma. Si V. se va, no afirmo yo que evitare la boda de Clara con el viejo rabadan y conseguire que sea para Mirtilo; pero, o yo he de valer poco, o he de lograr que se nos de tiempo y... quien sabe... Nada prometo. Solo ruego a V. que se vaya. Vayase V. hoy mismo. El interes que el Comendador le mostraba, su empeno de que se fuese, la decision con que se entrometia en sus asuntos, todo chocaba a D. Carlos y le tenia desconfiado y descontento. El Comendador apuro todas las razones, empleo todos los tonos, pero singularmente el de la suplica; D. Carlos le contesto varias veces de mal humor, y fue menester la prudente superioridad del Comendador para calmar y contener a D. Carlos y evitar que llegase a ofender a quien le aconsejaba y casi le mandaba. Por ultimo, tanto rogo, prometio y dijo D. Fadrique, que D. Carlos hubo de someterse y salir aquel mismo dia para Sevilla, si bien ofreciendo solo ausencia de poco mas de un mes: hasta que llegasen las vacaciones de verano. En cambio, exigio y obtuvo de D. Fadrique que le habia de escribir dandole noticias de Clara, y avisandole del menor peligro que hubiese, para volar en seguida donde estaba ella. Don Carlos, aunque no era timido ni torpe, no habia obtenido jamas que Clara recibiese carta suya, y menos aun que le escribiese. Pero ?que mucho, si ni siquiera de palabra Clara le habia dado a entender que le amaba? Clara le amaba, sin embargo. Bien sabia el galan que era falso, de puro modesto, aquello de que ... Amistosa y compasiva, Quiere que el zagal viva, Mas amarle no quiere. Clara le amaba, y a su despecho, contra su voluntad, habia declarado su amor; pero solo con los ojos, por donde se le iba el alma en busca del bizarro y gracioso estudiante, sin que todos sus escrupulos religiosos v filiales fuesen bastante poderosos para detenerla. Don Fadrique pudo convencerse, en el largo coloquio que tuvo con D. Carlos, de que su pasion por Clara era verdadera y profunda. Del amor de Clara por el poeta rondeno estaba mas convencido aun. Con este doble convencimiento, de que se alegraba, precipito mas la partida de D. Carlos, y antes de mediodia consiguio que saliese del pueblo con direccion a Sevilla. Don Carlos salio a caballo con un su criado; y D. Fadrique, a caballo tambien, se unio con el en el ejido, y le acompano mas de una legua, dandole esperanzas y hablandole de sus amores. Al llegar a una encrucijada, D. Fadrique se despidio carinosamente del joven, y tomo el camino de Villabermeja con el intento de conferenciar con el padre Jacinto. La sencillez y la modestia de este santo varon no habian dejado ver a D. Fadrique la inmensa importancia que durante su larga ausencia habia adquirido. Como predicador, gozaba el padre de extraordinaria nombradia por toda aquella comarca. Era igualmente celebrado por los tres estilos que tenia de predicar. En el estilo llano o de homilia encantaba a la gente rustica y ponia la religion y la moral a su alcance, amenizando tan graves lecciones con chistes y jocosidades que un severo critico condenaria, pero que eran muy del caso para que los zafios campesinos se aficionasen a oirle y se deleitasen oyendole. En sermones de empeno, en dias de gran funcion, el padre Jacinto era otro hombre: echaba muchos latines, ahuecaba la voz y esmaltaba su discurso de un jardin de flores, de un verdadero matorral de adornos exuberantes, que tambien gustaban a los discretos y finos de aquellos lugares. Y tenia, por ultimo, el estilo patetico de la Semana de Pasion y de la Semana Santa, durante las cuales los sermones, mas que hablados, eran en Villabermeja, y siguen siendo aun, cantados, sin que gusten de otra manera. Sermon de Semana Santa, sin lo que llaman alli el _tonillo_, no gusta a nadie ni se tiene por sermon. Cuando en el dia va a Villabermeja un cura forastero, tiene que aprender el _tonillo_. En este _tonillo_ fue el padre Jacinto un dechado de perfeccion, que nadie ha superado hasta ahora. Al oirle, aunque sea reminiscencia gentilica, dicen que se comprendia como Cayo Graco se hacia acompanar por un flautista cuando pronunciaba en el Foro sus mas apasionadas arengas. El P. Jacinto predicaba tambien en el Foro, o digase en medio de la plaza publica, durante la Semana Santa. Alli se hacian todos los pasos a lo vivo, y el padre los explicaba en el sermon conforme iban ocurriendo. Asi, habia sermon que duraba tres horas, y siempre sin dejar el tonillo, lo cual no obstaba para que el padre expresase los mas varios afectos, como piedad, dolor y colera. Cuando aparecia el pregonero en el balcon de las Casas Consistoriales y leia la sentencia de muerte contra Jesucristo, ha quedado en la memoria de los bermejinos el furor con que el padre se volvia contra el, gritando: "Calla, falso, ruin, necio y miserable pregonero, y oiras la voz del Angel que dice:" Y entonces salia un angel muy vistoso por otro balcon de la plaza, y cantaba el inefable misterio de la Redencion, empezando: "Esta es la sentencia que manda cumplir el Eterno Padre..." y lo demas que tantas veces hemos oido los que somos de por alli. Pero, volviendo al P. Jacinto, dire que su merito como predicador era quizas lo de menos. Su gran valer fue como director espiritual. Se pasaba horas y horas en el confesionario. Desde el convento bermejino tenia con frecuencia que ir al convento de la ciudad cercana, donde tenia no pocas hijas de confesion entre el senorio. Era ademas hombre de consejo y tino en los negocios mundanos, y acudian todos a consultarle cuando se hallaban en tribulacion, apuro o dificultad. En suma, el P. Jacinto era un gran medico de almas, aunque duro y feroz a veces en los remedios. Gustaba de aplicarlos heroicos, como suelen hacer los demas medicos de los lugares, que tal vez recetan a un hombre el medicamento que convendria recetar a un caballo. A pesar de esto, tenia el padre tal autoridad y discrecion; era tan ameno en su trato y tan resuelto valedor y defensor de las mujeres, que gozaba de inmensa popularidad entre ellas, y era fervorosamente reverenciado, asi de las jornaleras humildes como de las encopetadas hidalgas. Aunque tocaba en los setenta anos, estaba firme y robusto aun, si bien habia perdido ciertos impetus juveniles, que le habian hecho famoso, llevandole en ocasiones a imitar al Divino Redentor, mas que en la mansedumbre, en aquel arranque que tuvo cuando hizo azote de unos cordeles y echo a latigazos a los mercaderes del templo. El P. Jacinto habia sido un jayan y habia sacudido el polvo a algunos desalmados y pecadores contumaces, sobre todo cuando eran maridos, que se emborrachaban, gastaban el dinero en vino y juego y daban palizas a sus mujeres. Contra esta clase de hombres habia sido duro de veras el P. Jacinto. Ya no tenia aquellos arrestos de la mocedad; pero su virtud y su fuerza moral, unida al recuerdo de la fisica, infundian gran respeto entre los rusticos. Tales eran las cualidades principales y la brillante posicion del antiguo maestro del Comendador, con quien este iba ahora a consultar y tratar negocios arduos, y de quien esperaba obtener poderoso auxilio. XIII No bien llego el Comendador a Villabermeja y dejo el caballo en su casa, se dirigio al convento, que distaba pocos pasos, y como era la hora de la siesta, hallo en su celda al P. Jacinto, el cual no dormia, sino estaba leyendo, sentado a la mesa. Mis lectores deben de formarse ya, por lo expuesto hasta aqui, cierta idea bastante aproximada de la condicion del mencionado fraile. Faltame anadir, para que sea completo el retrato, que era alto y seco; que veia y oia bien; que tuteaba a todo el genero humano, y que se preciaba de no tener pelillos en la lengua, esto es, de decir cuanto se le ocurria, con una franqueza que tocaba y hasta pasaba a menudo sus limites, entrando con banderas desplegadas por la jurisdiccion y termino de la desvergueenza. Solo con D. Fadrique se mostraba el Padre respetuoso y deferente, suponiendo que el tenia, sin poderlo remediar, un afecto por su antiguo discipulo, que le hacia sobrado debil. --Muchacho --dijo a D. Fadrique, apenas le vio entrar,-- ?que buen viento te trae por aqui de improviso? --Maestro --contesto el Comendador,-- he venido expresamente para consultar a V. --?Para consultarme a mi? ?Y sobre que? ?Que hay, que tu no sepas mejor que yo y mejor que nadie? --Mi consulta es de suma importancia. --Vamos... ?de que se trata? --Se trata... se trata... nada menos que de un caso de conciencia. Al oir _caso de conciencia_, el padre miro fijamente al Comendador con aire de incredulidad y de recelo, y exclamo al cabo: --Mira, hijo mio, si es que te aburres en estos lugares y quieres chancearte y divertirte, toma una tabla y dos cuernos, y no te diviertas ni te chancees conmigo. Ya esta duro el alcacer para zamponas. --?Y de donde infiere V. que me chanceo o que me burlo? Hablo con formalidad. ?Por que no he de exponer yo a V. formalmente un caso de conciencia? --Porque todo hombre de cierta educacion, criado en el seno de la sociedad cristiana, aunque haya perdido la fe en Nuestro Senor Jesucristo, tiene la conciencia tan clara como yo, y no hay caso que no resuelva por si, sin necesidad de consultarme. Si tuvieses fe, podrias acudir a mi en busca de los consuelos que da la religion. No acudiendo para esto, ?que podre yo decirte, que ignores? La moral tuya es identica a la mia, aunque en sus fundamentos discrepe. Y al fin, harto lo conoces tu, no hay caso de conciencia, meramente moral, cuya solucion no sea llana para todo entendimiento un poco cultivado. Sin duda que Dios, para ejercitar nuestra actividad mental y aguzar nuestro ingenio, o para dar precio a nuestra fe, ha circundado de tinieblas los grandes problemas metafisicos; los ha envuelto en misterios, impenetrables a veces; pero en lo tocante a la moral, en lo que atane al cumplimiento de nuestros deberes no hay misterio alguno: todo esta claro como el agua. El soberano Senor, en su infinita bondad y misericordia, no ha querido, a pesar de nuestras maldades, que nadie tenga que ser un Seneca para saber perfectamente cual es su obligacion, ni mucho menos que nadie tenga que ser un heroe estupendo para cumplirla. Ni para conocerla te falta entendimiento, ni para cumplir con ella debe faltarte voluntad. ?Que es lo que buscas, pues en mi? --Mucho pudiera argumentarse contra lo que V. dice; pero no quiero disputar, sino consultar. Quiero convenir en que la moral no es ninguna reconditez, y en que no es tan arduo cumplir con ella. --Se entiende --interrumpio el Padre,-- para todos aquellos pueblos donde la luz del Evangelio ha penetrado. Tu imaginas que el natural discurso ha bastado a los hombres para formar la ley moral: yo creo que han necesitado de la revelacion; pero tu y yo convenimos en que, una vez presentada esa ley, la razon humana la acepta como evidente. Es gran bellaqueria suponer esa ley obscura y vaga, y forjarse casos terribles, conflictos espantosos entre los sentimientos naturales y el sencillo cumplimiento de un deber. Esto equivaldria a suponer la necesidad de ser un pozo de ciencia y de sentirse capaz de sobrehumanos esfuerzos para ser persona decente. Ya tu comprendes que esto seria disculpar y dar casi la razon a los tunos. Al fin y al cabo, no todos los hombres son sabios ni tienen las fibras de hierro ni el corazon de diamante. Realzar asi la moral es hacerla poco menos que imposible, salvo para algunos seres privilegiados y de primera magnitud, mas profundos que Crisipo y mas constantes que Regulo. --Mucho tiene que ver el caso que quiero presentar con todo lo que esta V. diciendo. No es curiosidad ociosa, sino interes muy respetable, el que me induce a resolver una duda. --Imposible... tu no puedes dudar. --Dejeme V. que acabe. Yo no dudo sobre el caso... Tengo formado mi juicio... que me parece de no menor certidumbre que este otro: dos y tres son cinco. Mi duda esta en si V., por razones que se fundan en la inexhausta bondad divina, tiene la manga mas ancha que yo, o si por razones de la ley positiva, en que cree, la tiene mas estrecha. ?Me entiende V. ahora? --Te entiendo muy bien; y desde luego te declaro que no he de tener la manga ni mas ancha ni mas estrecha que tu. Lo mismo calificaremos ambos un pecado, una falta, un delito, y lo mismo marcaremos y determinaremos la obligacion que de el nazca. Las razones teologicas tienen que ver con la penitencia, con la expiacion, con el perdon, con la gloria o el infierno, alla en el otro mundo, y en esto para nada tienes tu que meterte ahora. Veamos, pues, ese caso, ya que quieres consultarme. --Desde luego V. convendra en que lo robado debe devolverse a su dueno. --Indudable. --Y cuando, por efecto de un engano, algo que pertenece a uno viene a pertenecer a otro, ?que debemos hacer? --Debemos poner fin al engano para que lo que posee alguien sin derecho pase a manos de su senor legitimo. --?Y si al poner fin al engano resultan males evidentemente mayores? --Aqui importa distinguir. Si tu tienes que hablar, no debes decir jamas mentira por inmensos que sean los males que de decir la verdad resulten. Condenada esta la mentira oficiosa como la perniciosa. No debes mentir ni por salvar la vida del projimo, ni por salvar la honra de nadie, ni por el bien de la religion; pero yo me atrevo a sostener que debes callar la verdad cuando nadie la inquiere de ti y cuando de decirla resultan mas males que bienes. Pensar algo en contra es delirio. Lo sostengo sin vacilacion. Voy a explanar mi doctrina en breves palabras. Tu cometes un pecado. Eres, por ejemplo, mentiroso. Los males que nazcan de tu pecado debes remediarlos hasta donde te sea posible y licito, esto es, sin cometer pecado nuevo para remediar el antiguo. Dios, para hacernos patente la enormidad de nuestras culpas, consiente a veces en que nazcan de ellas males cuyos humanos remedios son peores. Tratar tu de evitarlos o de remediarlos entonces, no es humildad, sino soberbia, orgullo satanico; es luchar contra Dios; es tomar el papel de la Providencia; es dar palo de ciego; es querer enderezar el tuerto que tu mismo hiciste, torciendo y ladeando lo que esta recto, y tirando a trastornar el orden natural de las cosas. --Hablando con franqueza --dijo el Comendador,-- la doctrina de V. me parece muy comoda. Veo que tiene V. la manga mas ancha de lo que yo pensaba. --Vete a paseo, Comendador --repuso el padre, bastante enojado.-- En ninguna ocasion pase yo por complaciente. Me diriges la acusacion mas dura que a un confesor puede dirigirse. Un santo ha dicho: _Non est pietas, sed impietas, tolerare peccata_, y yo disto mucho de ser impio. Todo proviene, sin duda, de que tu confundes las cosas. Aqui no hablamos de penitencia, de expiacion, de castigo de la culpa. Sobre este punto no tengo que decirte yo lo que exigiria de un penitente para absolverle. Aqui hablamos solo de la obligacion de satisfacer el agravio que nace del pecado o del delito. Y a esto he respondido con sencillez. El pecador o delincuente debe ir hasta donde le sea posible y licito. Si ha de cometer nuevos pecados, si ha de hacer nuevas maldades y desatinos, mejor es que lo deje y no se meta a remediar el mal que ha hecho. Pues ique! ?estaria bien, por ejemplo, que tu hirieses a uno, y luego, sin saber de cirujia, tratases de curarle y le acabases de matar? Dices tu que la tal doctrina es comoda. ?Donde esta la comodidad? Aunque yo te excuse de poner el remedio, no te libro de la penitencia, del remordimiento y del castigo. Antes al contrario, lo comodo es lo otro: remediar el mal de mala manera, y creerse ya horro y darse ya por absuelto. Asi un criado torpe te rompera un dia el vaso mas precioso de los que has traido de la China, le pegara luego chapuceramente con cola, y se quedara tan fresco como si no te hubiese causado el menor perjuicio. Lo que debe hacer el criado es andar siempre muy cuidadoso para no romper el vaso, y si le rompe, sentir mucho su falta, y ya que no puede ni componer bien el vaso ni comprarte otro nuevo e igual, sufrir con humildad la reprimenda que tu le eches. --Me complazco en ver que estamos de acuerdo en lo general de la doctrina. En la aplicacion a casos particulares es en lo que veo que cabe mucha sutileza. Contra la opinion de V., el buen camino se presenta muy anublado y confuso. ?Como determinar a veces hasta donde es posible y licito lo que quiero hacer para reparar el dano? --Es muy sencillo. Si para repararle causas otro dano mayor, deja subsistir el primero, que es mas pequeno; y esto aunque en el segundo dano que causes no haya pecado de tu parte. Habiendo nuevo pecado, nueva infraccion de la ley moral en el remedio, aunque este segundo pecado sea menor que el primero que cometiste, no debes cometerle. Dios, si quiere, remediara el mal causado. --?De suerte que no hay mas que cruzarse de brazos; dejar rodar la bola? --No hay mas que dejarla rodar, ya que deteniendola puedes hacer que todo ruede. Las Sagradas Letras vienen en mi apoyo con no pocos textos. David dijo: _Abissus abyssum invocat_; Salomon, _Est processio in malis_; el profeta Amos, _Si erit malum quod Dominus non fecerit?_ con lo cual da a entender que Dios permite u ordena el mal como pena del pecado y escarmiento de las criaturas; y el mismo Salomon, antes citado, dice, de modo mas explicito, que no podemos anadir ni quitar de lo que Dios hizo para ser temido: _Non possumus quidquam addere nec auferre quae fecit Deus ut timeatur_. --A pesar de los textos, a pesar de los latines me repugna esa cobarde resignacion. --?Como cobarde? ?Donde viste tu que para con Dios haya cobardia? La resignacion a su voluntad no implica, por otra parte, el que te aquietes y te llenes de contentamiento de ti propio. Sigue llorando tu culpa; desuellate el alma con el azote de la conciencia y el cuerpo con unas disciplinas crueles; haz de tu vida en el mundo un durisimo purgatorio; pero resignate y no trates de remediar lo que solo de Dios debe esperar remedio. Hasta el sentido comun esta de acuerdo en esto, miradas las acciones humanas por el lado de la utilidad y conveniencia, las cuales, bien entendidas, concuerdan con la moralidad y con la justicia. iQue atinado es el refran que reza: _No siento que mi hijo pierda, sino que quiera desquitarse_! Si malo es jugar, peor es aun volver a jugar; reincidir en el pecado para remediar el mal del pecado. Pero a todo esto, tu no hablas sino de generalidades, y el caso de conciencia no parece. --Voy al caso, --dijo el Comendador. --Soy todo oidos, --repuso el fraile. --?Que debe hacer el que no es hijo de quien pasa por su padre, segun la ley, y usurpa nombre, posicion y bienes que no son suyos? [Nota del autor: Esta novela, que se ha publicado a pedacitos en el periodico _El Campo_, tiene plan trazado en Noviembre de 1876. El drama del Sr. Echegaray _O locura o santidad_ no habia sido representado aun. Yo no tenia de el la menor noticia, dado que ya estuviese escrito. Ha sido, pues, una coincidencia, para mi harto desagradable, la semejanza o analogia del asunto de tan aplaudido drama con el asunto de mi pobre novela. Entiendase que al hacer esta observacion no quiero defenderme de los que pudieran acusarme de imitar o remedar, sino de aquellos que se inclinen a creer que yo, bajo la forma de un cuento, me entrometo en censurar, impugnar o controvertir las ideas o doctrinas que en el citado drama resplandecen.] --iHombre... tu eres famoso! ?Despues de tanto preambulo te vienes con una preguntilla tan baladi? Prescindo ahora de la dificultad o imposibilidad en que ese hijo postizo estaria de probar el delito de su madre. Yo no se de leyes; pero la razon natural me dicta que contra la fe de bautismo, contra la serie de actos y documentos oficiales que te han hecho pasar hasta hoy por un hijo de un determinado y conocido Lopez de Mendoza, no pueden valer testimonios sino de un orden excepcional y casi imposible. Doy, con todo, de barato que posees tales testimonios. Creo, decido que no debes valerte de ellos. ?Sabes los mandamientos de la ley de Dios? ?Sabes que el orden en que estan no es arbitrario? Pues bien; ?que dice el septimo? --No hurtar. --?Y el cuarto? --Honrar padre y madre. --Es, pues, evidente que para quitarte de encima el pecado contra el septimo ibas a pecar contra el cuarto, deshonrando a tu madre y a tu padre, que padre seria siempre el que te tuvo por hijo, te crio, te alimento y te educo, aunque no te engendrara. --Tiene V. razon, P. Jacinto. Y, sin embargo, los bienes que no son mios, ?como sigo gozando de ellos? --?Y quien te dice que goces de ellos? Pues ique! ?es tan dificil dar sin expresar la causa por que se da? Dalos, pues, a quien debes. Ya los tomaran... En el tomar no hay engano. Y si, por extrano caso, hallares a alguien en el tomar inverosimilmente escrupuloso, ingeniate para que tome. Lejos de oponerme, pido, aplaudo la reparacion, siempre que para llevarla a cabo no sea menester hacer mayor barbaridad que la que remedie. --Esta bien... pero si no es el hijo, sino la madre culpada... ?que debe hacer la madre culpada? --Lo mismo que el hijo... no deshonrar publicamente a su marido... no amargarle la vida... no desenganarle con desengano espantoso... no anadir a su pecado de fragilidad el de una desvergueenza cruel y sin entranas. --La madre, no obstante, no tiene medios de devolver bienes que por su culpa van a pasar o han pasado a quien no corresponden. --Y si no los tiene, ?que se le ha de hacer? Ya lo he dicho. Que se resigne. Que se someta a la voluntad de Dios. Todo eso lo debio prever antes de pecar, y no pecar. Despues del pecado no le incumbe el remedio si implica pecado nuevo, sino la penitencia. ?Has expuesto ya todo el caso? --No, padre; tiene otras complicaciones y puntos de vista. --Dilos. --?Que piensa V. que debe hacer el hombre pecador, complice de la mujer, en aquel delito cuya consecuencia es el hurto, la usurpacion de que hemos hablado? --Lo mismo que he dicho del hijo y de la madre. --?Y si posee bienes para subsanar el dano causado a los herederos? --Subsanar ese dano, pero con tal recato, discrecion y sigilo, que no se sepa nada. En el libro de los Proverbios esta escrito: _Melius est nomen bonum quam divitiae multae_. Asi es que por cuestion de intereses no se debe perjudicar a nadie en su buen nombre. El historiador de estos sucesos escribe para narrar, y no para probar. No decide, por lo tanto, si el P. Jacinto estaba atinado o no en lo que decia; si hablaba guiado por el sentido comun o por la doctrina moral cristiana, o por ambos criterios en consonancia completa; y no se inclina tampoco a creer que dicho padre tenia una moral burda y grosera, y el atrevimiento y la confianza de un rustico ignorante. Quedese esto para que lo resuelva el discreto lector. Baste apuntar aqui que el Comendador mostraba una satisfaccion grandisima de ver que su maestro, como el le llamaba, pensaba exactamente lo que el queria que pensase. El P. Jacinto, desconfiado como buen lugareno, no advertia el interes vivisimo con que su antiguo discipulo le interrogaba; y temiendo siempre una burla, una especie de examen hecho por el Comendador para pasar el rato, volvio a hablar un tanto picado, diciendo: --Me parece que estoy archi-candido. ?A donde vas a parar con tanta preguntilla? ?Quieres examinarme? ?Piensas retirarme la licencia de confesar si no me crees bien instruido? --Nada de eso, maestro. Yo ignoro si esta V. o no de acuerdo con sus librotes de teologia moral; pero esta V. de acuerdo conmigo, lo cual me lisonjea, y lo esta tambien con mis propositos, lo cual me llena de esperanza. Yo buscaba en V. un aliado. Contaba siempre con su amistad, pero no sabia si podia contar tambien con su conciencia. Ahora comprendo que su conciencia no se me opone. Su amistad, por consiguiente, libre de todo obstaculo, vendra en auxilio mio. El P. Jacinto conocio al fin que se trataba de un caso practico, real, y no imaginado, y se ofrecio a auxiliar al Comendador en todo lo que fuese justo. Aguardando, pues, una revelacion importante, quiso tomar aliento haciendo una pausa, y trato de solemnizar la revelacion yendo a una alacena, que no estaba lejos, y sacando de ella una limeta de vino y dos canas, que puso sobre la mesa, llenandolas hasta el borde. --Este vino no tiene aguardiente, ni botica, ni composicion de ninguna clase --dijo el padre al Comendador.-- Es puro, limpio y sin macula. Esta como Dios le ha hecho. Bebe y confortate con el, y cuentame luego lo que tengas que contar. --Bebo al buen exito de mis planes, --contesto el Comendador, apurando el vino de su cana. --Asi sea, si Dios lo quiere, --replico el fraile, bebiendo tambien, y se dispuso a atender a don Fadrique con sus cinco sentidos. XIV La celda no tenia mucho que llamase la atencion. Sobre la mesa o bufete, que era de nogal, habia recado de escribir, el Breviario y otros libros. Dos sillones de brazos, frente el uno del otro, con la mesa de por medio, y donde se sentaban nuestros interlocutores, eran de nogal igualmente. A mas de los dos sillones, habia cuatro sillas arrimadas a la pared. Los asientos todos eran de enea. Un _Ecce-Homo_, al oleo, a quien cuadraba el refran de _a mal Cristo mucha sangre_, era la unica pintura que adornaba los muros de la celda. No faltaban, en cambio, otros mas naturales adornos. En la ventana, tomando el sol, se veian dos floridos rosales; dentro del cuarto, cuatro macetas de brusco, y colgadas en la pared cinco jaulas, dos con perdices cantoras, y tres con colorines, excelentes reclamos. Otro bonito colorin, diestro cimbel, asido a la varilla saliente que estaba fija a una tabla de pino, volaba a cada momento hasta donde lo consentia el hilo largo que le aprisionaba, y volvia con mucho donaire a posarse en la varilla. Los jilgueros cantaban de vez en cuando y animaban la habitacion. Arrimadas a un angulo habia dos escopetas de caza. Y, por ultimo, en una alcobita que apenas se descubria, por hallarse la pequena puerta casi tapada del todo por una cortina de bayeta verde, estaba la cama del buen religioso. La alacena de donde este saco el vino y que era bastante capaz, servia de bodega, ropero, despensa, caja o tesoro y biblioteca a la vez. Todo, aunque pobre, parecia muy aseado. El P. Jacinto, con el codo sobre la mesa, la mano en la mejilla y los ojos clavados en D. Fadrique, aguardaba que hablase. Don Fadrique, en voz baja, hablo de este modo: --Aunque yo no soy un penitente que vengo a confesarme, exijo el mismo sigilo que si estuviese en el confesonario. El padre, sin responder de palabra, hizo con la cabeza un signo de afirmacion. Entonces prosiguio D. Fadrique: --El hombre de que he hablado a V., el pecador causa del engano y del hurto, soy yo mismo. La ligereza de mi caracter me habia hecho olvidar mi delito y no pensar en las fatales consecuencias que de el habian de dimanar. El acaso... ?que digo el acaso?... Dios providente, en quien creo, me ha vuelto a poner en presencia de mi complice y me ha hecho ver todos los males que por mi culpa se originaron y amenazan originarse aun. Dispuesto estoy a remediarlos y a evitarlos, de acuerdo con la doctrina de V., hasta donde me sea posible y licito. Es un consuelo para mi el ver que esta V. en concordancia conmigo. Yo no he de buscar remedio peor que la enfermedad; pero hay una persona que le busca, y es menester oponerse a toda costa a que le halle. Seria una abominacion sobre otra abominacion. --?Y quien es esa persona? --dijo el padre. --Mi complice, --contesto el Comendador. --?Y quien es tu complice? --V. la conoce. V. es su director espiritual. V. debe tener grande influjo sobre ella. Mi complice es... Cuenta, maestro, que jamas he hecho a nadie esta revelacion. Al menos nadie pudo jamas tildarme de escandaloso. Pocas relaciones han sido mas ocultas. La buena fama de esta mujer aparece aun, despues de diez y siete anos, mas resplandeciente que el oro. --Acaba: ?quien es tu complice? Haz cuenta que echas tu secreto en un pozo. Yo se callar. --Mi complice es Dona Blanca Roldan de Solis. El P. Jacinto se lleno de asombro, abrio los ojos y la boca y se santiguo muy deprisa media docena de veces, soltando estas piadosas interjecciones: --iAve Maria Purisima! iAlabado sea el Santisimo Sacramento! iJesus, Maria y Jose! --?De que se admira V. tan desaforadamente? --dijo el Comendador, pensando que el padre extranaba que tan virtuosa y austera matrona hubiese nunca sucumbido a una mala tentacion. --?De que me admiro?... Muchacho... ?De que me admiro?... Pues ?te parece poco? Bien dicen... Vivir para ver... El demonio es el mismo demonio. Miren... y no lo digo por ofender a nadie... imiren con que ramillete de claveles te acaricio y te sedujo nuestro enemigo comun!... Con un manojo de aulagas. Suave flor trasplantaste al jardin de tus amores... iUn cardo ajonjero! Hermosa debe haber sido Dona Blanca... todavia lo es; pero ihombre! isi es un erizo! Yo... perdoneme su ausencia... no la creia impecable, pero no la creia capaz de pecar por amor. Don Fadrique respondio solo con un suspiro, con una exclamacion inarticulada, que el padre creyo descifrar como si dijese que diez y siete anos antes Dona Blanca era muy otra, y que ademas la misma dureza de su caracter y la briosa inflexibilidad de su genio hacian mas vehemente en ella toda pasion, incluso la del amor, una vez que llegaba a sentirla. Repuesto un poco de su pasmo, dijo el P. Jacinto: --Y dime, hijo, ?que trata de hacer Dona Blanca para remediar el mal? ?Que proyectos son los suyos, que tanto te asustan? --?Quien seria el inmediato heredero de su marido si ella no tuviese una hija? --pregunto el Comendador. --Don Casimiro Solis, --fue la respuesta. --Pues por eso quiere casar a su hija con D. Casimiro. --iPecador de mi! iEstupido y necio! --exclamo el padre, todo lleno de violencia y dando en la mesa unos cuantos punetazos.-- ?Quieres creer que soy tan egoista, que el egoismo me habia cegado? Yo no habia visto en el plan de Dona Blanca ninguna mala traza. Me parecia natural que casase a Clarita con su tio. Yo no miraba sino a mi picaro interes: a que nadie se llevase a Clarita lejos de estos lugares. Es menester que lo sepas... Clarita me tiene embobado. Por ella, no mas que por ella, aguanto a su madre. Lo que yo queria, como un bribon de siete suelas, es que se quedase por aqui... para ir a verla y para que ella me agasajase, como me agasaja ahora, cuando voy a casa de su madre, sirviendome, con sus blancas y preciosas manos, jicaras de chocolate y tacillas de almibar. Se me antojo que Clarita era una muneca para mi diversion. Yo no cai en nada... no me hice cargo... pense solo en que, ya casada, haria una excelente senora de su casa, y me recibiria al amor de la lumbre, y yo le llevaria flores, frutas y pajaritos de regalo. iSi vieses que corza he hecho venir para ella de Sierra Morena! Es un primor. La tengo abajo en el corral... y se la iba a llevar manana. Nada... ?has visto que barbaro?... sin dar la menor importancia a lo del casamiento. Ahora lo comprendo todo. iQue monstruosidad! iCasar aquel dije con semejante estafermo! Ya se ve... ella no lo repugna... no lo entiende... ?quien diablo sabe?... pero yo lo entiendo... y me espeluzno... me horrorizo. --Razon tiene V. de horrorizarse... Ella lo repugna... lo entiende... pero cree que no debe resistir a la autoridad materna. --Eso sera lo que tase un sastre. iPues no faltaba mas! Obedecera a su madre; pero antes obedecera a Dios. _Diligendus est genitor, sed praeponendus est Creator_. Es sentencia de San Agustin. --Ademas --dijo el Comendador,-- Clarita ama a otro hombre. --?Como es eso? ?Que me cuentas? ?Que mentira, que enredo te han hecho creer? Si amase a un galan, Clara me lo hubiera confesado. --Ella misma ignora casi que le ama; pero me consta que le ama. --Vamos, si, ya doy en ello: ciertas miradas y sonrisas con un estudiantillo... Me las ha confesado. Esta arrepentida... iCon un estudiantillo!... ?Pues se habia de ir Clarita a correr la tuna? --P. Jacinto, V. chochea. --iDesvergonzado! ?Como te atreves a decir que chocheo? --El estudiantillo no es de esos que van con el manteo roto y con la cuchara puesta en el sombrero de tres picos, pidiendo limosna, sino que es un caballero principal, un rico mayorazgo. --?De veras? Ya eso es harina de otro costal. De eso no me habia dicho nada aquella cordera inocente. Oye... ?y es buen mozo? --Como un pino de oro. --?Buen cristiano? --Creo que si. --?Honrado? --A carta cabal. --?Y la quiere mucho? --Con toda su alma. --?Y es discreto y valiente? --Como un Gonzalo de Cordoba. Ademas es poeta elegantisimo, monta bien a caballo, posee otras mil habilidades, es muy leido y sabe de torear. --Me alegro, me alegro y me realegro. Le casaremos con Clarita, aunque rabie Dona Blanca. --Si, querido maestro. Le casaremos... pero es menester que seamos muy prudentes. --_Prudentes sicut serpentes_... Pierde cuidado. Harto se yo quien es Dona Blanca. Es omnimodo el imperio que ejerce sobre su hija. El respeto y el temor que le infunde exceden a todo encarecimiento. Y luego, ique brio, que voluntad la de aquella senora! A terca nadie le gana. --No soy yo menos terco... y no consentire que Clara sea el precio del rescate de nadie; que sobre ella, que no tiene culpa, pesen nuestras culpas; que Dona Blanca la venda para conseguir su libertad. Sin embargo, importa mucho la cautela. Dona Blanca, llevada al extremo, pudiera hacer alguna locura. Despues de esta larga conversacion, y perfectamente de acuerdo el Comendador y el P. Jacinto, el primero se volvio a la ciudad en aquel mismo dia para que su ausencia no se extranase. El P. Jacinto quedo en ir a la ciudad al dia siguiente de manana. Los pormenores y tramites del plan que habian de seguir se dejaron para que sobre el terreno se decidiesen. Solo se concerto el mayor sigilo y circunspeccion en todo y disimular en lo posible la intima amistad que entre el fraile y el Comendador habia, a fin de no hacer sospechoso y aborrecible al fraile a los ojos de Dona Blanca. Se convino, por ultimo, en que, a pesar de la gravedad de la situacion, no era ninguna salida de tono, ni tenia una inoportunidad comica o censurable, que el P. Jacinto llevase a Clarita la corza y se la regalara. XV Al volver aquella noche a la ciudad, el Comendador tuvo que sufrir un interrogatorio en regla de su sobrina, que era la muchacha mas curiosa y preguntona de toda la comarca. Tenia ademas un estilo de preguntar, afirmando ya lo mismo de que anhelaba cerciorarse, que hacia ineficaz la doctrina del P. Jacinto de callar la verdad sin decir la mentira. O habia que mentir o habia que declarar: no quedaba termino medio. --Tio --dijo Lucia apenas le vio a solas,-- V. ha estado en Villabermeja. --Si... he estado. --?A que ha ido V. por alli? iSi le traeran a usted entusiasmado los divinos ojos de Nicolasa! --No conozco a esa Nicolasa. --?Que no la conoce V.?... iBah!... ?Quien no conoce a Nicolasa? Es un prodigio de bonita. Muchos hidalgos y ricachos la han pretendido ya. --Pues yo no me cuento en ese numero. Te repito que no la conozco. --Calle V., tio... ?Como quiere V. hacerme creer que no conoce a la hija de su amigo el tio Gorico? --Pues digo por tercera vez que no la conozco. --Entonces, ?que hay que ver en Villabermeja? ?Ha estado V. para visitar a la chacha Ramoncica? El Comendador tuvo que responder francamente. --No la he visitado. --Vamos, ya caigo. iQue bueno es V.! --?Por que soy bueno?... ?Porque no he visitado a la chacha Ramoncica, que me quiere tanto? --No, tio. Es V. bueno... En primer lugar porque no es V. malo. --Lindo y discreto razonamiento. --Quiero decir que es V. bueno, porque no es como otros caballeros, que por mas que esten ya con un pie en el sepulcro, de lo que dista V. mucho, a Dios gracias, andan siempre galanteando y soliviantando a las hijas de los artesanos y jornaleros. Ahora no... por el noviazgo; pero antes... bien visitaba D. Casimiro a Nicolasa. --Pues yo no la he visitado. --Pues esa es la primera razon por la que digo que es V. bueno. Nicolasa es una muchacha honrada... y no esta bien que los caballeros traten de levantarla de cascos... --Apruebo tu rigidez. Y la segunda razon por la cual soy bueno, ?quieres decirmela? --La segunda razon es, que no habiendo ido V. ni a ver a Nicolasa ni a ver la chacha Ramoncica, ?a que habia V. de haber ido tan a escape como no fuese a ver al P. Jacinto y a tratar de ganarle en favor de Mirtilo y de Clori? ?Vaya que ha ido V. a eso? --No puedo negartelo. --Gracias, tio. No es V. capaz de encarecer bastante lo orgullosa que estoy. --?Y por que? --Toma... porque, por muy afectuoso que sea V. con todos, al fin no se interesaria tanto por dos personas que le son casi extranas, si no fuese por el carino que tiene V. a su sobrinita, que desea proteger a esas dos personas. --Asi es la verdad, --dijo el Comendador, dejando escapar una mentira oficiosa, a pesar de la teoria del P. Jacinto. Lucia se puso colorada de orgullo y de satisfaccion, y siguio hablando: --Apostare a que ha ganado V. la voluntad del reverendo. ?Esta ya de nuestra parte? --Si, sobrina, esta de nuestra parte; pero, por amor de Dios, calla, que importa el secreto. Ya que lo adivinas todo, procura ser sigilosa. --No tendra V. que censurarme. Sere sigilosa. V., en cambio, me tendra al corriente de todo. ?Es verdad que me lo dira V. todo? --Si, --dijo el Comendador teniendo que mentir por segunda vez. Luego prosiguio: --Lucia, tu has dicho una cosa que me interesa. ?Que clase de amorios das a entender que hubo o hay entre D. Casimiro y esa bella Nicolasa? --Nada, tio... ?No lo he dicho ya? Fueron antes del noviazgo con Clarita. D. Casimiro no iba con buen fin... y Nicolasa le desdeno siempre; pero de esto informara a V. mejor que yo el P. Jacinto. Yo lo unico que anadire es que el tal D. Casimiro me parece un hipocriton y un bribon redomado. --No es malo saberlo --penso el Comendador. --iAh! diga V., tio. Ya se que se fue a Sevilla D, Carlos. Envio recado despidiendose y excusandose de no haberlo hecho en persona por la priesa. Es evidente que V. le ha hablado al alma y le ha convencido para que se vaya, asegurandole que esto convenia al logro de nuestro proposito. ?No es asi, tio? --Asi es, sobrina --respondio el Comendador--. Veo que nada se te oculta. XVI Cuando ocurrian los sucesos que vamos refiriendo, no habia tantas carreteras como ahora. Desde Villabermeja a la ciudad puede hoy irse en coche. Entonces solo se iba a pie o a caballo. El camino no era camino, sino vereda, abierta por las pisadas de los transeuntes racionales e irracionales. Cuando habia grandes lluvias, la vereda se hacia intransitable: era lo que llaman en Andalucia un camino real de perdices. Poseia el padre Jacinto una borrica modelo por lo grande, mansa y segura. En esta borrica iba y venia siempre, como un patriarca, desde Villabermeja a la ciudad y desde la ciudad a Villabermeja. Un robusto lego le acompanaba a pie. En el viaje que hizo a la ciudad, al dia siguiente de su largo coloquio con el Comendador, le acompano, a mas del lego, un rustico seglar o profano, para que cuidase la corza. Seguido, pues, de su lego, de la corza y del rustico, y caballero en su jigantesca borrica, el padre Jacinto entro sano y salvo en la ciudad a las diez de la manana. Como el convento de Santo Domingo esta casi a la entrada, no tuvo el padre que atravesar calles con aquel sequito. En el convento se apeo, y apenas se reposo un poco, se dirigio a casa de D. Valentin Solis, o mas bien a casa de Dona Blanca. El cuitado de D. Valentin se habia anulado de tal suerte, que nadie en el lugar llamaba a su casa la casa de D. Valentin. Sus vinas, sus olivares, sus huertas y sus cortijos eran conocidos por de Dona Blanca, y no por suyos. Aquella anulacion marital no habia llegado, con todo, hasta el extremo de la de algunos maridos de Madrid, a quienes apenas los conoce nadie sino por sus mujeres, cuya notoriedad y cuya gloria se reflejan en ellos y los hacen conspicuos. Pero dejemos a un lado ejemplos y comparaciones, que pueden tomar ciertos visos y vislumbres de murmuracion, y sigamos al P. Jacinto, y penetremos con el en casa de Dona Blanca, donde tan dificil era entrar para el vulgo de los mortales. Merced a la autoridad del reverendo, y siguiendole invisibles, todas las puertas se nos franquean. Ya estamos en el salon de Dona Blanca. Clara borda a su lado. D. Valentin, a respetable distancia y sentado junto a una mesa, hace paciencias con una baraja. D. Casimiro habla con la senora de la casa y con su hija. Los lectores conocen ya a D. Casimiro, como si dijeramos de fama, de nombre y hasta de apodo, pues no ignoran que para D. Carlos, Lucia, Clara y el Comendador, era _el viejo rabadan_. Veamos ahora si logramos hacer su corporal retrato. Era alto, flaco de brazos y piernas y muy desarrollado de abdomen; de color trigueno, poca barba, que se afeitaba una vez a la semana, y los ojos verde-claros y un poquito bizcos. Tenia ya bastantes arrugas en la cara, y el vivo carmin de sus narices no armonizaba bien con la palidez de los carrillos. En su propia persona se notaba poco esmero y aseo; pero en el traje si se descubrian el cuidado y la pulcritud que en la persona faltaban, lo cual denotaba desde luego que D. Casimiro mas se cuidaba la ropa por ser ordenado, economico y aficionado a que las prendas durasen, que por amor a la limpieza. Iba vestido muy de hidalgo principal, si bien a la moda de hacia quince o veinte anos. Su casaca, su chupa, sus calzones y medias de seda no tenian una mancha, y si tenian alguna rotura, esta se hallaba diestra y primorosamente zurcida. Gastaba peluca con polvos y coleta, y lucia muchos dijes en las cadenas de sendos relojes que llevaba en ambos bolsillos de la chupa. Su caja de tabaco, que el mostraba de continuo, pues no cesaba de tomar rape, era un primor artistico, por los esmaltes y las piedras preciosas que le servian de adorno. Al hablar usaba D. Casimiro de cierta solemnidad y pausa muy entonada; pero su voz era ronca y desapacible, asegurandose provenir esto en parte de que no le desagradaba el aguardiente, y mas aun de que en su casa y despojado de las galas de novio o de pretendiente amoroso, fumaba mucho tabaco negro. La expresion de su semblante, sus modales y gestos no eran antipaticos: eran insignificantes; salvo que no podia menos de reconocerse por ellos en D. Casimiro a una persona de clase, aunque criada en un lugar. Se advertia, por ultimo, en todo su aspecto, que D. Casimiro debia de padecer no pocos achaques. Su mala salud le hacia parecer mas viejo. Dado a conocer asi somera, y no favorablemente, por desgracia, podemos ya lisonjearnos de conocer a cuantas personas ocupaban la sala cuando entro en ella el padre Jacinto. Dona Blanca, Clarita, D. Valentin y D. Casimiro se levantaron para recibirle, y todos le besaron humildemente la mano. El padre estuvo sonriente y amabilisimo con ellos, y a Clarita le dio, como si no fuese ya una mujer, como si fuese una nina de ocho anos, y con la respetabilidad que setenta bien cumplidos le prestaban, dos palmaditas suaves en la fresca mejilla, diciendole: --iBendito sea Dios, muchacha, que te ha hecho tan buena y tan hermosa! --Su merced me favorece y me honra --contesto Clarita. Dona Blanca se lamento del mucho tiempo que el padre habia estado sin venir de Villabermeja, y todos le hicieron coro. Se trato de que el padre tomase algo hasta la hora de comer, y el padre no quiso tomar nada, salvo asiento comodo. Desde su asiento hablo de mil cosas con animada y alegre conversacion, resuelto a aguardar alli a que Don Casimiro se fuese y a que D. Valentin y Dona Clara despejasen, para hablar a solas con Dona Blanca. Dona Blanca adivino la intencion del fraile, entro en curiosidad, y pronto hallo modo de despedir a D. Casimiro y de echar de la sala a D. Valentin y a Clarita. Verificado ya el despejo, dijo Dona Blanca: --Supongo y espero que, despues de tan larga ausencia, honrara V. nuestra mesa comiendo hoy con nosotros. El P. Jacinto acepto el convite, y Dona Blanca prosiguio: --He creido advertir que estaba V. impaciente por hablarme a solas. Esto ha picado mi curiosidad. Todo lo que V. me dice o puede decirme me inspira el mayor interes. Hable V., padre. --No eres lerda, hija mia --contesto este.-- Nada se te escapa. En efecto, deseaba hablarte a solas. Y lo deseaba tanto, que dejo para despues de tu comida, que acepto gustoso, dejo para sobremesa la aparicion de un objeto que traigo de presente a nuestra Clarita, y que le va a encantar. Figurate que es una lindisima corza, tan mansa y domestica, que come en la mano y sigue como un perro. Pero vamos al caso: vamos a lo que tengo que decirte. Por Dios, que no te incomodes. Tu tienes el genio muy vivo: eres una polvora. --Es verdad; yo soy muy desgraciada, y los desgraciados no es facil que esten de buen humor. V., sin embargo, no tiene derecho a quejarse del mio. ?Cuando estuve yo, desde que nos tratamos, desabrida y aspera con V.? --Eso es muy verdad. Convendras, con todo, en que yo no he dado motivo. Yo no soy como otros frailes, que se meten a dar consejos que no les piden, y quieren gobernar lo temporal y lo eterno, y dirigirlo todo en cada casa donde entran. ?No es asi? --Asi es. Mas bien tengo yo que lamentarme de que V. me aconseja poco. --Pues hoy no te quejaras por ese lado. Tal vez te quejes de que te aconsejo mucho y de que me meto en camison de once varas. --Eso nunca. --Alla veremos. De todos modos, tengo disculpa. Tu sabes que Clarita es mi encanto. Me tiene hecho un bobo. ?Quien ignora mi predileccion hacia las mujeres? Menester ha sido de toda mi severidad para que alla cuando mozo no me quitaran el pellejo los maldicientes. Hoy, hija mia (alguna ventaja ha de traer el ser viejo), con treinta y cinco anos en cada pata, puedo, sin temor de censura, quereros a mi modo y trataros con la intima familiaridad que me deleita. Te confieso que para querer a los hombres tengo que acordarme a menudo de que son projimos y quererlos por amor de Dios. A las mujeres, por el contrario, las quiero, no ya sin esfuerzo, sino por inclinacion decidida. Sois dulces, benignas, compasivas y muchisimo mas religiosas que los hombres. Si no hubiera sido por vosotras, lo doy por cierto, hubierase perdido hasta la huella de la primitiva cultura y revelacion del Paraiso, y los hombres jamas hubieran salido del estado salvaje. Si yo fuera un sabio, habia de componer un libro demostrando que todo este ser de la Europa del dia, que todos estos adelantamientos sociales de que el mundo se jacta, se deben, en lo humano, principalmente a las mujeres. Calcula, pues, cuan alto y lisonjero es el concepto que tengo de vosotras. Pues bien; en los ultimos anos de mi vida, tu hija Clara ha venido a sublimar mucho mas aun este concepto de mi mente. En mi mente tenia yo como un tipo sonado de perfeccion, al cual ninguna de las mujeres que he conocido se acercaba ni en diez leguas. Clarita ha ido mas alla. iQue inocencia la suya, tan rara por su enlace con la discrecion y el despejo! iQue fe religiosa tan sana y atinada! iQue amor a su madre y que sumision a sus mandatos! Clara es una santita en este mundo, y al verla hay que alabar a Dios, que la ha criado a fin de dejarnos rastrear y columbrar por ella lo que seran en el cielo los angelitos y las bienaventuradas virgenes. --Mucho lisonjean mi orgullo de madre --interpuso Dona Blanca,-- esos encomios de Clarita que oigo en boca de V.; pero mi amor a la justicia me induce a creerlos exagerados. Yo me los explico de cierto modo, que voy a tener la sinceridad de declarar a V. En el puro amor que en general profesa V. a las mujeres, hay algo del antiguo caballero andante, algo del hechizo que tiene para todo ser fuerte dar proteccion a los debiles y desvalidos. En el concepto superior a la realidad que de las mujeres V. forma, hay gran bondad e instintiva poesia. Todos estos nobles sentimientos de V. se han empleado, durante una larga y santa vida, en lugarenas, jornaleras unas, e hidalgas o ricachas otras, pero toscas las mas, en comparacion con Clara, criada en grandes ciudades, con otro barniz, con otra mas elevada cultura, con mayor delicadeza y refinamiento. Ventajas tales, meramente exteriores y debidas a la casualidad, han sorprendido y alucinado a V., y le han hecho pensar que lo que esta en la superficie esta en el fondo; que modales mas distinguidos, mayor tino y mesura en el hablar, y ciertas atenciones y miramientos que nacen de mas esmerada educacion, y que llegan a tenerse maquinalmente, gracias a la costumbre, son virtudes y excelencias que brotan del centro mismo de un alma que se eleva sobre las otras. --No, hija mia; nada de eso basta a explicar mi predileccion por Clarita. --?Como que no basta? Sea V. franco. ?No quiere V. y estima casi tanto a Lucia? --Las comparaciones son odiosas, y las del carino mas. Supongamos, a pesar de todo, que estimo y quiero a Lucia casi tanto. Eso probaria solo que Lucia vale casi tanto como Clara. --Y que ambas estan educadas con mas esmero. --Bueno... ?Y que?... Concedo que asi sea. ?Quien te ha negado el poder de la educacion? Lo que niego es que la educacion valga hasta ese punto sobre un espiritu esteril e ingrato; y lo que niego tambien es que su influjo no pase de la superficie y no penetre en el fondo, y no mejore el ser de las personas. Es, pues, evidente que Clara debe mucho a Dios, y luego a ti, que la has educado bien; pero esto que debe a ti no es superficial y externo: los modales, las palabras, las atenciones y los miramientos no son signos vanos. Cuando no hay en ellos afectacion, es porque brotan del alma misma, mejor criada por Dios o por los hombres que otras almas sus hermanas. Cierto que yo no he visto ni conocido mas gente en mi vida que la de esta ciudad y la de Villabermeja; pero adivino y veo claramente que ha de haber duquesas y hasta princesas cuyo barniz no me enganaria ni me alucinaria. Yo conoceria al momento que era falso y de relumbron, y que en el fondo eran aquellas damas mas vulgares que tu cocinera. Conste, por consiguiente, que no me alucino al encomiar a Clarita. --?Y no provendra la alucinacion, --dijo Dona Blanca,-- de la candida y espontanea propension de Clarita a hacerse agradable? --Sin duda que provendra; pero esa misma propension, siendo espontanea y candida, prueba la bondad de alma de quien la tiene. --?V. no sabe, padre, que eso se califica con un vocablo novisimo en castellano, y que suena mal y como censura? --?Que vocablo es ese? --Coqueteria. --Pues bien; si la coqueteria es sin malicia, si el afan de agradar y el esfuerzo hecho para conseguirlo no traspasan ciertos limites, y si el fin que se propone una mujer agradando no va mas alla del puro deleite de infundir cordial afecto y gratitud, digo que apruebo la coqueteria. Dona Blanca y el P. Jacinto se tenian mutuamente miedo. Ella temia la desvergueenza del fraile, y el fraile el genio violentisimo de ella. De este miedo mutuo nacia el que se tratasen por lo comun con extremada finura y con el comedimiento mas exquisito y circunspecto, a fin de no terminar cualquier coloquio en pelea o disputa. Llevada de esta consideracion, Dona Blanca no impugno la defensa de la coqueteria; dio por satisfecha su modestia de madre, y acabo por aceptar como justos y merecidos los encomios de su hija Clara. Luego anadio: --En suma, mi hija es un prodigio. En las alabanzas de V. no toma parte sino la justicia. Me alegro. ?Que mayor contento para una madre? Imagino, con todo, que tan lisongero panegirico bien se podia haber pronunciado en presencia de testigos. Lo que sigilosamente tenia V. que decirme no ha salido aun de sus labios. El P. Jacinto se paro a reflexionar entonces, al verse tan directamente interrogado, y casi se arrepintio de haber venido a tratar del asunto de la boda de Clarita, dejandose llevar de un celo impaciente, sin ponerse antes de acuerdo con el Comendador, segun habian concertado; pero el padre Jacinto no era hombre que cejaba una vez dado el primer paso, y despues de un instante de vacilacion, que no dejo percibir a ojos tan linces como los de su interlocutora, dijo de esta manera: --Alla voy, hija; ten calma que todo se andara. Mi encomio de Clarita estaba muy en su lugar, porque de Clarita voy a hablarte. Me consta, como su director espiritual que soy, que te obedecera en todo; pero dime, ?no consideras tu que para algunas cosas, de la mayor importancia, convendria consultar su voluntad? --?Y quien ha informado a V. de que yo no la consulto cuando conviene? --?Has preguntado, pues, a Clara si quiere casarse tan nina? --Si, padre, y ha dicho que si. --?Le has preguntado si aceptara por marido a D. Casimiro? --Si, padre, y tambien ha dicho que si. --?Y no seran parte el temor y el respeto que inspiras a tu hija en esas respuestas? --Creo que no merezco solo inspirar a mi hija respeto y temor, sino tambien carino y confianza. Prevaliendose, pues, mi hija del carino y de la confianza que debo inspirarle, hubiera podido contestar que no queria casarse con D. Casimiro. Nadie la ha violentado para que diga que quiere. Querra cuando lo dice. --Es cierto; querra, cuando lo dice. No obstante, para que una decision de la voluntad sea valida, importa que la voluntad este previamente ilustrada por el entendimiento acerca de aquello sobre lo cual decide. ?Crees tu que Clarita sabe lo que quiere y por que lo quiere? --Acaba V. de hacer el encomio mas extremado de mi hija, y ahora me induce a pensar que la tiene por tonta, por incapaz de sacramento. ?Como quiere V. que una mujer de diez y seis anos ignore los deberes que el santo matrimonio trae consigo? --No los ignora... pero no me vengas con sofismas... una nina de diez y seis anos no sabe toda la transcendencia del si que va a dar en los altares. --Por eso tiene a su madre, para iluminarla, aconsejarla y dirigirla. --?Y tu la has iluminado, aconsejado y dirigido segun tu conciencia? --La menor duda sobre eso, la mera pregunta que me hace V. es una ofensa terrible y gratuita. ?Como presumir, sospechar, ni por un instante, que habia yo de aconsejar a mi hija en contra de lo que mi conciencia me dictase? Tan mala me cree V.? --Perdona; me explique con torpeza. Yo no creo, ni puedo creer que hayas aconsejado a tu hija contra tu conciencia; pero si puedo creer que en tu entendimiento cabe error, y que, llevada tu de algun error, induces a tu hija a dar un paso deplorable. --Extrano muchisimo los razonamientos de usted en el dia de hoy. iQue diferentes de lo que eran antes! ?Que cambio ha habido en V.? Sere yo victima de un error, y en virtud de ese error dare malos consejos y tomare funestas resoluciones; pero usted lo sabia tiempo ha, y nada habia dicho en contra cuando no habia aun compromiso alguno contraido. ?Como ha venido de pronto a hacerse patente a los ojos de V. ese error, que antes no percibia? ?Que luz del cielo le ha ilustrado a V. el alma? ?Que santo o que angel bendito ha bajado a la tierra a descubrir a V. lo bueno y a distinguirlo de lo malo? Dona Blanca, segun se ve, iba ya perdiendo su aplomo y su dificultosa dulzura. El P. Jacinto empezaba tambien a amostazarse; pero hizo un esfuerzo heroico, y en vez de seguir adelante y de excitar la tempestad, procuro calmarla por cuantos medios se le ocurrieron. --Tienes razon que te sobra --contesto con mucha humildad.-- Yo debi disuadirte a tiempo de que concertaras esa boda. Del error que noto en ti, confieso que he participado. Por lo menos, ha sido en mi un descuido atroz, una ligereza imperdonable, el no hablarte antes como te estoy hablando hoy. Pero si yo erre, con reconocerlo ya y con apartarme del error, te induzco a que me imites, aunque te de armas en contra mia. Lo que afirmas, probara mi inconsecuencia, mas no prueba nada contra mi consejo. --?Como que no prueba nada? Quita a su consejo de V. toda la autoridad que de otra suerte hubiera tenido. Consejo dado tan de repente... hasta pudiera sospecharse... que no se funda en pensamiento propio del consejero. Dona Blanca, al pronunciar esta ultima frase, lanzo al padre una penetrante y escrutadora mirada. El padre, que no era timido, se corto un poco y bajo los ojos. Serenandose al instante, repuso: --No se trata aqui de mas autoridad que de la autoridad de la razon. Para darte el consejo, valganme la amistad y el carino que tengo a tu persona y a los de tu familia: para que le aceptes o le deseches, no pretendo que valga sino el ingenio, que pido a Dios me conceda, para llevar el convencimiento a tu alma. --Esta bien. ?Quiere V. decirme que razones hay para que Clara no se case con D. Casimiro? V. es el confesor de Clara. ?Ama Clara a otro hombre? --Por lo mismo que soy su confesor, si Clara amase a otro hombre y ella me lo hubiera confiado, no te lo diria sin que ella me diese su venia, que yo sabria pedir y exigir en caso necesario. Por dicha, para nada tiene que entrar aqui la cuestion de si Clara ama o no a otro hombre. --No me venga V. con rodeos y sutilezas. Yo he educado a mi hija con tal rigidez y con tal recogimiento, que no tengo la menor duda de que no ha tenido amorios. Clara no ha mirado jamas con malicia a hombre alguno. --Asi sera. Pero ?no podra mirarle el dia de manana? ?No podra amar, si no ama aun? --Amara a su marido. ?Por que no ha de amarle? --Vamos, senora --dijo el P. Jacinto ya con la paciencia perdida:-- no amara a su marido, porque su marido es feo, viejo, enfermizo y fastidioso. --Quiero suponer --contesto Dona Blanca con el reposado entono que tomaba cuando mas tremenda se ponia,-- quiero suponer que las caritativas calificaciones de V. cuadran perfectamente al sujeto, a la persona de mi familia, a quien V. honra con ellas. Su exquisito gusto de V. en las artes del dibujo halla feo a D. Casimiro; sus conocimientos de V. en la medicina le han hecho comprender que esta el pobre mal de salud, y la amenidad y discrecion que en V. campean, es natural que le induzcan a fastidiarse de todo ser humano que no sea tan ameno y tan ingenioso como V., cosa, por desgracia, rarisima; pero V. no me negara que mi hija, menos instruida en las proporciones y bellezas de la figura del hombre, puede no hallar feo a D. Casimiro, como no le halla; menos docta en ciencias medicas, puede creerle mas sano, y menos chistosa que V., puede muy bien hallar en D. Casimiro algun chiste y no aburrirse de su conversacion. Y por otra parte, aunque mi hija viese en D. Casimiro los defectos que V. senala, ?por que no habia de amarle? Pues que, ?una mujer de honor, una buena cristiana, ha de amar solo la hermosura fisica y el desenfado en el hablar? ?Sera menester buscarle para marido, no a un caballero de su clase, honrado, temeroso de Dios, virtuoso lleno de atenciones y buenos deseos de hacerla dichosa, sino a algun saltimbanquis robusto, a algun truhan divertido, que provoque en ella con sus chocarrerias una risa indecorosa y un regocijo poco honesto? --Mira, Dona Blanca --dijo el fraile, que jamas abandonaba el tuteo, aunque se incomodara,-- no creas que se necesite ser un Apeles o un Fidias para conocer que es feo D. Casimiro. Su fealdad es tan patente y somera, que no hay que ahondar mucho para descubrirla. Y en cuanto a su ruin salud y escasa amenidad, te aseguro lo mismo. Sin haber cursado medicina, sin ser un Hipocrates, ve cualquiera que D. Casimiro esta por demas estropeado. Y sin haber estudiado el _Examen de ingenios_, de Huarte, se descubre en seguida que el de don Casimiro es romo y huero. Yo no pretendo que busques para Clarita a Pitagoras y a Milon de Crotona en una pieza; pero ?que diablura te lleva a darle por marido a Tersites? El P. Jacinto se abstenia de echar latines cuando hablaba a las mujeres; pero no podia menos de citar en romance, siempre que se dirigia a damas de distincion, hechos, personajes y sentencias de la antigueedad clasica y de las Sagradas Escrituras. Por lo demas, era tan claro el sentido de lo que decia, que Dona Blanca, aunque no hubiera sabido mas o menos confusamente la condicion de los personajes citados, no hubiera tenido la menor duda sobre lo que el fraile queria significar. Asi es que le respondio: --Reverendo padre, esos son insultos y no consejos; pero jamas me enojare con V. Lo unico que afirmo es que todos los defectos que pone V. a mi futuro yerno han de estar menos al descubierto de lo que V. supone ahora, cuando antes de ahora no los ha conocido V. Y si los conocia, ?por que antes no me los dijo? Repito que alguien ha venido a ilustrar su claro entendimiento de V. Alguien le induce a dar este paso. No hay que disimular. Sea V. leal y franco conmigo. V. ha hablado con alguien acerca de la proyectada boda de Clarita. Sus consejos de V. no son consejos, sino un mensaje solapado. El P. Jacinto era fresco de veras; pero con Dona Blanca no habia frescura que valiese. El pobre fraile estaba sofocado, rojo hasta las orejas. Por el hubiera podido inventarse aquella frase con que se denota que a alguien le han dado una buena descompostura: _tenia encarnadas las orejas como fraile en visita_. Hasta su lengua, que por lo comun estaba tan suelta, se le habia trabado un poco y no atinaba a contestar. Dona Blanca, notando aquel silencio, le excitaba a que se explicase y anadia: --No me cabe duda. Esta V. convicto y casi confeso. V. desaprueba hoy lo que ayer aprobaba, porque un enemigo mio le ha llenado la cabeza de ideas absurdas. Atrevase V. a negar la verdad. Interpelado, acusado con tan desmedida audacia y con tan ruda serenidad, el P. Jacinto saco fuerzas de flaqueza; puso a un lado la causa de su inusitada timidez, que era solo el recelo de perjudicar los intereses de Clara y de su amigo y antiguo discipulo, y, ya libre de estorbos, contesto tan energica y sabiamente, que su contestacion, la replica a que dio lugar y todo el resto del dialogo tomaron un caracter distinto y solemne, por donde merecen capitulo aparte, el cual sera de los mas importantes de esta historia. XVII El P. Jacinto, sin alterarse, imitando el entonado reposo de su ilustre amiga, contesto lo que sigue: --Ya he confesado con ingenuidad que debi aconsejarte antes. No lo hice, no porque aprobase tu plan, sino porque, llevado de ligereza vergonzosa y de indiferencia villana y grosera, no adverti todo el horror de la boda que tienes concertada. ?Debo el advertirlo ahora a mi propio espiritu, o bien al de otra persona que me ha ilustrado? Punto es este que podra interesarte sabe Dios por que y que podra afectar mi reputacion de hombre entendido; pero en nada altera el valor de mis consejos. No quiero ni puedo justificar mi inconsecuencia. Puedo y debo, con todo, mitigar un poco la rudeza de tu acusacion, y lo hare al exponer las razones en que fundo mis consejos de ahora. Sentire expresarme con impropiedad, aunque espero de tu buena fe que no me armes disputa sobre las palabras, si entiendes la idea y la sana intencion con que la expreso. Tal vez esta educada Clara con rigidez que raya en extremos peligrosos. Temiendo tu que un dia pueda caer, le has exagerado los tropiezos. Temiendo tu que la nave pueda zozobrar e irse a pique, has ponderado los escollos y bajios que hay en el mar del mundo, el impetu y violencia de los vientos que combaten la nave y hasta su fragilidad y desgobierno. Esto tiene tambien sus peligros. Esto infunde una desconfianza en las propias fuerzas que raya en cobardia. Esto nos hace formar un concepto de la vida y del mundo mucho peor de lo que debe ser. ?Como ha de negar un creyente que de resultas de nuestros pecados el mundo es un valle de lagrimas; que el demonio tiende su red de continuo para perdernos; que nuestra flaca condicion es propensa al mal, y que es necesario el favor del cielo para no caer en las tentaciones? Todo esto es innegable, pero conviene no exagerarlo. Una vez muy exagerado, o hay que huir al desierto y hacer la vida ascetica de los ermitanos, y entonces todo va bien, porque la belleza y la bondad que no se ven en la tierra, se esperan, se presienten y casi se ven ya en el cielo, en extasis y arrobos, o hay que dar, faltando el amor divino, faltando la caridad fervorosa, en un desesperado desprecio de uno mismo y en tal desden y odio a todo lo creado y a nuestros semejantes, que hacen a quien asi vive odioso y enojoso a si y a los demas seres. Hija, no se si me explico, pero tu eres perspicaz y me iras entendiendo. Otro grave peligro nace tambien de tu metodo de educar. La conciencia se halla con el mas apercibida y precabida para la lucha; pero al mancharlo todo, se mancha; al inficionarlo todo, se inficiona; al presentir en todo un delito, una impureza, provoca y hasta evoca las impurezas y los delitos. Clarita tiene un entendimiento muy sano, un natural excelente: pero, no lo dudes, a fuerza de dar tormento a su alma para que confiese faltas en que no ha incurrido, pudiera un dia torcer y dislocar los mas bellos sentimientos y convertirlos en sentimientos pecaminosos; pudiera concebir del escrupulo de su conciencia, inquisidora del pecado, el pecado mismo que antes no existia. No tengo que asegurarte que yo por mil motivos no he procurado relajar la rigidez de los principios que has inculcado a Clarita, si bien mi modo de ser me lleva, por el contrario, a la indulgencia; a ver en todo el lado bueno, y a tardar muchisimo en ver el lado malo, y a no descubrirle sino despues de larga meditacion. Asi es que al principio, contrayendonos al asunto de la boda, no vi sino el lado bueno. Vi que D. Casimiro es un caballero de tu clase, honrado, religioso, prendado de Clarita y deseando hacerla feliz. Vi que, casandose con ella, seguiria ella aqui y no se la llevarian lejos de su madre y de nosotros, que la queremos tanto. Vi que con su mucha hacienda y la de su marido haria un bien inmenso en estos lugares, empleandose en obras de caridad. Y vi en la misma austeridad con que esta educada la garantia de que para Clarita no podia ser el matrimonio el medio de satisfacer y aun de santificar, merced a un lazo sagrado e indisoluble, una pasion violenta, profana y algo impia, ya que consagra al hombre cierta adoracion y culto que a solo Dios se debe, y una ilusion caduca, efimera, que se disipa tanto mas pronto cuanto mas vivo y ardiente es el resplandor con que la fantasia la finge y colora. Todo esto vi, y por haberlo visto trato de cohonestar, ya que no disculpe, el no haberme opuesto antes a la boda. Imaginaba yo, ademas, que Clarita no la repugnaba. Clarita nada me ha dicho despues; pero mis ojos se han abierto, y ahora comprendo que la repugna con repugnancia invencible, alla en el fondo de su alma. Ahora comprendo que Clarita no ve solo en el matrimonio un voto de devocion y sacrificio. Clarita quiere amar y que el matrimonio sancione y purifique su amor. El matrimonio, por lo tanto, no puede ser para ella el mero cumplimiento de un deber social, un acto de abnegacion, un padecimiento a que hay que resignarse, una penitencia, una prueba, un castigo. El profundo respeto que te tiene, la ciega obediencia con que se somete a tu voluntad, la creencia de que casi todo es pecado, no consentiran que ella confiese nunca ni a si misma lo que te digo; pero yo no dudo ya que lo siente. Ahora bien; ?es merecedora Clarita de esa penitencia? ?Es digna de ese castigo? ?Que derecho tienes para imponersele? Y si es prueba, ?quien te da permiso para poner a prueba su bondad? ?Por que, si lo grave y aspero de un deber, como es el del matrimonio, puede mezclarse y combinarse con licitos contentos que aligeren la cruz y con satisfacciones y gustos que suavicen la aspereza del camino, quieres tu solo para tu hija la aspereza del camino y la pesadumbre de la cruz, y no tambien la permitida dulzura? Dona Blanca escucho impasible, y al parecer muy sosegada, todo el sermon del buen fraile. Al ver que no seguia, dijo, despues de un instante de silencio: --Aun conviniendo en que casarse con un hombre de bien, lleno de afecto y de juicio, fuese una penitencia, fuese una cruz, Clarita la debiera llevar y resignarse. La mujer no ha venido al mundo para su deleite y para satisfaccion de su voluntad y de su apetito, sino para servir a Dios en esta vida temporal, a fin de gozarle en la eterna. Y V. convendra conmigo, si en estos dias no ha tratado con gentes que han perturbado su razon y le han apartado del camino recto, que el modo mejor de servir a Dios es, en una hija, el obedecer a sus padres. Usted mismo reconoce que el santo sacramento del matrimonio no fue instituido para santificar devaneos. Cierto que es mejor casarse que quemarse; pero aun es mejor casarse sin quemarse, a fin de ser la fiel companera de un varon justo y fundar o perpetuar con el una familia cristiana, ejemplar y piadosa. Este concepto puro, cristiano y honestisimo del matrimonio no es facil de realizar; mas para eso he educado yo tan severamente a Clarita: para que con la gracia de Dios tenga la gloria de realizarle, en vez de buscar en el casamiento un medio de hacer licito y tolerable el logro de mal regidos deseos y de impuras pasiones. Mas pudiera decir en mi abono acerca de este asunto, pero no se trata aqui de una discusion academica. Yo carezco de estudios y de facilidad de palabra para discutir con V. sobre la cuestion general de si el matrimonio ha de ser un estado tan dificil y estrecho como otro cualquiera que se toma para servir a Dios, y no un expediente mundanal para disimular liviandades. Aqui debemos concretarnos al caso singular de Clarita, y para ello vuelvo a lo dicho: necesito, exijo que sea usted leal y sincero. ?Quien envia a V. a que me hable? ?Quien le aconseja para que me aconseje? ?Quien le ha abierto los ojos, que tenia V. tan cerrados, y le ha hecho ver que Clarita, si no ama, amara? Vamos, respondame V. ?Por que disimularlo o callarlo? Hay un hombre que ha hablado a V. de todo eso. --No lo negare, ya que te empenas en que lo declare. --Ese hombre es el Comendador Mendoza. --Es el Comendador Mendoza--repitio el fraile. Tal declaracion, aunque harto prevista, dejo silenciosos y como en honda meditacion a ambos interlocutores durante un largo minuto, que les parecio un siglo. Dona Blanca, aunque sin precipitar sus palabras, mostrando ya, en lo tremulo de la voz y en el brillo de los ojos, viva y dolorosa emocion mal reprimida, hablo luego asi: --Todo lo sabe V. y me alegro. Quizas hice mal en no decirselo yo misma la vez primera que me arrodille ante V. en el tribunal de la penitencia. Sirvame de excusa que ya mi mayor delito habia sido varias veces confesado, y la consideracion de que cada vez que le confieso de nuevo hago sabedora a una persona mas del deshonor de quien me ha dado su nombre. Todo lo sabe V. sin que yo se lo haya dicho. Bendito sea Dios, que me humilla como merezco, sin que yo, tan culpada, cometa la nueva culpa de infamar a mi pobre marido. Pues bien: sabiendolo V. todo, ?como se atreve a aconsejarme lo que me aconseja? ?Como quiere apartarme del camino que llevo, unico posible para una reparacion, aunque incompleta? Si contra su parecer de V., si contra la ley del decoro, manchasemos la conciencia de Clara, descubriendole su origen, ?que piensa V. que haria ella? ?No la despreciaria V. si no buscase la reparacion? Y para ello, sin hacer publica la infamia de su madre y de aquel a quien debe venerar como a padre, ?que otro recurso tiene Clara sino entrar en un convento o dar la mano a D. Casimiro? ?Por que, dira V., ha de pagar Clara la falta que no cometio? Harto la pago yo, padre. Los remordimientos, la vergueenza, me asesinan. Pero Clara tambien debe pagarla. Si esto parece a V. inicuo, vuelvase usted impio y blasfemo contra la Providencia, y no contra mi. La Providencia, en sus designios inescrutables, con ocasion de mi culpa, ha puesto a mi hija en la alternativa o de sacrificarse o de ser falsaria y poseedora indigna de riquezas que no le pertenecen. --No he de ser yo, por cierto --interrumpio el fraile--, quien disimule o atenue lo dificil de la situacion y la verdad que hay en lo que dices. Convengo contigo. Se la nobleza de alma de Clara. Si ella supiera quien es... pero no, mejor es que no lo sepa. --?Que piensa V. que haria si lo supiese? --Sin vacilar... Clara se retiraria a un convento. Tu plan de casarla con D. Casimiro le pareceria absurdo, malo, no ya siendo feo y viejo D. Casimiro, sino aunque fuese precioso y estuviese ella prendada de el. Con ese casamiento ni se remedia el mal nacido del embuste o la falsia, ni se despoja tu hija de bienes que no son suyos. --Es, sin embargo, la unica reparacion posible, aunque incompleta, ignorando Clara el motivo que hay para la reparacion. Convengo en que entrando Clara en un claustro el mal se remediaria mejor, menos incompletamente. Pero ?como la hija de un ateo ha de tener vocacion para esposa de Jesucristo? Al pronunciar estas ultimas palabras, el rostro de Dona Blanca tomo una expresion sublime de dolor; sus mejillas se tineron de carmin ominoso como el de una fiebre aguda; dos gruesas lagrimas brotaron de repente de sus ojos. El P. Jacinto vio a Dona Blanca transfigurada; reconocio en ella un corazon de mujer que antes no habia sospechado siguiera bajo la aspereza de su mal genio, y le tuvo lastima y la miro con ojos compasivos. Ella prosiguio: --He meditado en largas noches de insomnio sobre la resolucion de este problema, y no veo nada mejor que el casamiento de Clara con D. Casimiro. No piense V. que me falte valor para otra cosa. No me falta valor; me sobra piedad. Mil veces, ansiosa de que me matase, he estado a punto de revelar mi pecado al hombre a quien ofendi cometiendole. Yo misma hubiera puesto gustosa el punal en su mano; pero, le conozco, iinfeliz! hubiera llorado como un nino; yo le hubiera muerto de pena, en vez de recibir el merecido castigo; el, con mansedumbre evangelica, me hubiera perdonado, y mi duro pecho y mi diabolico orgullo, lejos de agradecer el perdon, hubieran despreciado mas aun al hombre que me le otorgaba. Manso, pacifico, benigno, Valentin hubiera apurado un caliz de hiel y veneno al oir mi revelacion; no hubiera sido mi juez inexorable, sino hubiera acabado de ser mi victima, y yo, reproba, llena de satanica soberbia, hubiera ahogado el manantial de la compasion y de la ternura con desden, hasta con asco, de una resignacion santa, que el demonio mismo me hubiera pintado como enervada flaqueza. Mi deber era, pues, callar; hacer lo menos amarga posible la vida de este debil y dulce companero que el cielo me ha dado, disimular, ocultar, hasta donde cabe... mi falta de amor... mi injusta, impia, irracional, involuntaria falta de estimacion. Asi se explican el engano y la persistencia en el engano; pero la vileza del hurto no cabe en mi. Mi alma no la sufre. ?Pretende quizas ese ateo malvado que me envilezca yo con el hurto? ?Que razon, que derecho, que sentimiento paternal invoca quien tan olvidado tuvo durante anos el fruto de su amor... y de la colera divina? V. dice bien: lo mejor seria que Clara se sepultase en un claustro, se consagrase a Dios. Yo he hecho lo posible por disgustarla del mundo pintandosele horroroso; pero en ella han podido, mas que mis palabras, la confianza juvenil, el brio maldito de la sangre, el deleite y la exuberancia de la vida. ?Que arbitrio me queda sino casarla con D. Casimiro? ?Por que la compadece V.? Pues que, ?no sale ganando? La hija del pecado no debiera tener bienes, ni honra, ni nombre siquiera, y todo esto conservara y de todo podra gozar sin remordimientos, sin sonrojo. En la ultima parte de su discurso Dona Blanca estuvo hermosa, sublime como una pantera irritada y mortalmente herida. Se habia puesto de pie. Al fraile se le figuraba que habia crecido y que tocaba con la cabeza en el techo. Hablaba bajo, pero cada una de sus palabras tenia punta acerada como una saeta. El P. Jacinto conocio que habia confiado por demas en su serenidad y en su elocuencia. Se hizo un lio y no supo decir nada. Se encontro tan apurado, que la vuelta de Clarita al salon le quito un peso de encima y le dio tregua para poder replicar en momentos mas propicios y despues de meditarlo. Dona Blanca, no bien entro su hija, supo dominarse y recobrar su calma habitual. Un poco mas tarde vino el benigno D. Valentin, y todos fueron a comer como si tal cosa. El P. Jacinto echo la bendicion al empezar la comida, y rezo al sentarse y al levantarse. Ya de sobremesa, tuvo efecto la grata sorpresa de la corza. Clarita la hallo encantadora. La corza se dejo besar por Clarita en un lucero blanco que tenia en la frente, y se comio cuatro bizcochos que ella misma le dio con su mano. Don Valentin se maravillo, simpatizo y hasta se enternecio con la mansedumbre de aquel lindo animalejo. Cuando, terminado todo, salio el P. Jacinto de casa de Dona Blanca, se apresuro a ir a ver al Comendador, quien le aguardaba impaciente, no habiendole visto al llegar de Villabermeja, porque el fraile habia adelantado mas de una hora su venida a la ciudad. Excusandose de esto y de su precipitacion en dar pasos sin consultar al Comendador, el P. Jacinto le relato cuanto habia pasado. Don Fadrique Lopez de Mendoza no era de los que condenan todo lo que se hace cuando no se les consulta. Hallo bien lo hecho por su maestro, y lo aplaudio. Hasta la turbacion y mutismo final del fraile le parecieron convenientes, porque no habian traido compromiso, porque no se habia soltado prenda. Ya hemos dicho que el Comendador era optimista por filosofia y alegre por naturaleza. XVIII Despues de haberse enterado de la conversacion entre el fraile y Dona Blanca, el Comendador se abstuvo de tomar una resolucion precipitada. Se contento con rogar a su maestro que no se volviese a Villabermeja, que siguiese frecuentando la casa de Dona Blanca y que tratase de desvanecer todo recelo en dicha senora, prometiendole no hablar con Clarita de la proyectada boda ni decirle nada en contra de los deseos de su madre. El Comendador queria meditar, y medito largamente, sobre el asunto. Sus meditaciones (ya hemos dicho que el Comendador era descreido) no podian ser muy piadosas. Era tambien el Comendador alegre, fino y sereno, y nada podian tener de apasionadas sus meditaciones. Su espiritu analitico le presentaba, sin embargo, todas las dificultades del caso. No cabia la menor duda. La criatura lindisima y simpatica que a el debia el ser estaba condenada, o a vivir como usurpadora indigna de lo que no le pertenecia, o a casarse con D. Casimiro, o a ser monja. Uno de estos tres extremos era inevitable, a no causar un escandalo espantoso o a no realizar un dificil rescate. Dona Blanca tenia razon, salvo que para tenerla no era menester mostrarse tan hosca y tan poco amena con todo el genero humano, empezando por su infeliz marido. Para D. Fadrique habia un ideal economico mas fundamental que el politico. Este ideal era que toda riqueza, todos los bienes de fortuna llegasen a ser un dia, cuando la sociedad tocase ya en la perfeccion deseada, signo infalible de laboriosidad, de talento y de honradez en quien los habia adquirido; que el ser rico fuese como innegable titulo de nobleza, ganado por uno mismo o por el progenitor que le ha dejado los bienes. Bien sabia D. Fadrique que este termino estaba aun remotisimo, pero sabia ademas que el mejor modo de acercarse a el era el de hacer todo negocio suponiendole ya llegado; esto es, como si no hubiese riqueza mal adquirida en la tierra. Lo contrario seria conspirar a que prevaleciese el villano refran de que _quien roba a un ladron tiene cien anos de perdon_, y contribuir a que la vida, la historia, el desenvolvimiento civilizador de la sociedad sean una trama inacabable de bellaquerias. Fundado en estos principios, desechaba de si D. Fadrique el pensamiento de que en cada lugar del mundo habria de seguro un enjambre de madres en el caso de Dona Blanca y una multitud de hijas o de hijos en el caso de Clarita, para los cuales el problema moral, de tan dificil solucion, que atormentaba a Dona Blanca, era como si no fuese, dejandolos disfrutar de la hacienda que la suerte y la ley les otorgaban, sin el menor escrupulo y con la mayor frescura. Desechaba tambien la idea, algo comica, pero mas que posible, de que el mismo D. Casimiro, por circunstancias analogas, podria tener menos derecho que Clarita a la herencia, aunque toda fuese vinculada; de que D. Valentin, su padre o su abuelo, podrian tambien no haber tenido derecho, y de que solo Dios sabe, aunque tal vez el diablo no lo ignore, por que arcaduces subterraneos y por que intrincados caminos ha venido a cada cual lo que por herencia disfruta. En estos casos la fe debe salvar; pero en el caso de Dona Blanca no habia fe que valiese contra la evidencia que ella tenia. Cerrar los ojos, vendarselos y remedar fe era una infamia. D. Fadrique, condenando en su corazon y en su inteligencia serena los furores de Dona Blanca, la aplaudia y ensalzaba de que pensase con rectitud y con nobleza. Vaya a quien vaya, merezcale o no, tenga derecho o no le tenga aquel a quien un bien se destina, son cosas que importan poco ante la superior consideracion de que ese bien me consta que no es mio y de que solo le gozo por engano, por delito y por mentir. Como D. Fadrique era persona de mucho seso y sentido comun, aunque se hallaba en epoca de reformas, sistemas y ensuenos de toda clase, no penso en condenar la herencia. Sin el grandisimo deleite de dejar ricos a nuestros hijos, se perderia el mayor estimulo para el trabajo, para el buen orden, para la aplicacion y para aguzar y ejercitar el ingenio. D. Fadrique reconocia no obstante, que si estaba lejos aun el dia en que sea casi imposible adquirir mal lo que uno mismo adquiere, estaba aun mucho mas lejos el dia en que sea casi imposible heredar mal lo que se hereda. El modo de no empujar hacia mas hondo porvenir la aurora de ese dia, era dar buen ejemplo en contra. La razon de Dona Blanca salia siempre triunfante de cada laberinto de reflexiones en que D. Fadrique se abismaba. Habia un mal moral que pedia remedio. Hasta aqui iba D. Fadrique de acuerdo con la idea de Dona Blanca. ?Era el remedio peor que el mal? El remedio era duro; pero D. Fadrique comprendia que no era peor que la enfermedad, y que era menester aplicarle no habiendo otro. El remedio podia aplicarse de dos maneras. O casando a Clarita con D. Casimiro, y esto era facil, o haciendola tomar el velo. Esto segundo, a pesar de lo mundano, impio y anti-religioso que era D. Fadrique, le parecia mil veces mejor. Comprendia, no obstante, que para que Clarita entrase en un convento sin saber ella por que, era necesario que alguien le infundiese la vocacion. Tal trabajo no podia tomarle su madre. Solo el P. Jacinto podria persuadir a Clarita a que se retirase al claustro. Para un hombre lleno del espiritu del siglo XVIII, alimentado con la lectura de los enciclopedistas, creyente en Dios, pero hablando siempre de la naturaleza, no hay que exponer aqui cuan horrible aparecia el sacrificio de la hermosura, de la vida, del brio juvenil, sintiendo ya sin duda fervorosamente el amor y reclamandole, en aras de un sentimiento misterioso, de un objeto, a su ver, impalpable y hasta incomprensible. Al Comendador se le antojaba esto una nefanda monstruosidad; pero la preferia a ver, a imaginar a Clara entre los secos brazos de D. Casimiro; y en su orgullo de hidalgo, y en su afan de no verse el mismo mentiroso y fullero, y de no pensar menos noblemente que una mujer fanatica y desatinada, lo preferia todo a que Clarita se alzase en su dia con los bienes de D. Valentin. El punto final de las meditaciones de D. Fadrique era siempre el mismo, por cuantas sendas y rodeos tratase de llegar a el. No queria a Clara poseedora de lo que le constaba que no era suyo; no la queria mujer de D. Casimiro; no la queria monja tampoco, y no queria dar escandalo ni amargar la vida de D. Valentin con afrentoso desengano. Era, pues, indispensable que el fuese el libertador, el rescatador de Clarita. A pesar de tener preocupado el animo con estas cosas, el Comendador ejercia tanto dominio sobre si, que nada dejaba notar. Paseaba con Lucia por las huertas o charlaba con ella y procuraba esquivar sus preguntas inquisitoriales. Asi transcurrieron ocho dias. Durante ellos se informo el Comendador, con el mayor secreto y diligencia, del valor exacto de todos los bienes de D. Valentin. Pasaban de cuatro millones de reales. Bastante se apesadumbro, no debemos ocultarlo, de que D. Valentin hubiese llegado a ser tan rico. El Comendador tenia poquisimo mas capital, sumando el valor de algunas finquillas que habia comprado cerca de Villabermeja, y lo que tenia en varias casas de banca en la Gran Bretana y en Madrid. Su decision, a pesar de la pesadumbre, fue firme, con todo. El Comendador sabia y estimaba cuanto vale el dinero. La vanidad de haberle adquirido diestra y honradamente le daba para el mayor hechizo. Pero ?en que mejor podia emplearse el caudal, la ganancia y el ahorro de toda una vida activa, el fruto del brio, del trabajo y del ingenio, que en salvar a un ser tan querido y que tan digno era de serlo? Suponiendose ya el Comendador despojado de cuatro millones, se miraba reducido a la triste condicion de un hidalgo labriego, que o tendria que salir otra vez a buscar fortuna, o tendria que acomodarse a vivir mal y humildemente en Villabermeja. Esto no le arredro. Eliminadas, pues, varias soluciones, el problema quedo claro y sencillo. La unica dificultad que habia que vencer era la de pasar a poder de D. Casimiro, de modo tan natural, que apartase toda sospecha, una suma de cuatro millones, y hacer valer y constar, como era justo, este sacrificio cerca de Dona Blanca, para que la terrible senora reconociese a su hija por libre de toda obligacion y por apta para recibir, en su dia, los bienes todos de D. Valentin, como devolucion, y no como herencia. XIX La familia de Solis continuaba incomunicada con sus vecinos. Solo entraban en aquella casa D. Casimiro y el fraile. Este, a pesar de sus consejos, habia sabido ingeniarse, volver a la gracia y recobrar la confianza de aquella adusta senora. No es tan llano desechar a un director espiritual, a quien se tiene por santo o poco menos, aunque este director nos contrarie, y sobre todo haga cosas opuestas a nuestro modo de pensar. La mayor falta del padre Jacinto, lo que apenas acertaba a explicarse Dona Blanca, era que aquel virtuoso varon, aquel hijo de Santo Domingo de Guzman, fuese tan intimo amigo de un hombre a quien debia mas bien llevar a la hoguera, si los tiempos no estuviesen tan pervertidos y la cristiandad tan relajada. Dona Blanca no se callo sobre este punto, y varias veces manifesto al fraile su extraneza; pero el fraile le contestaba: --Hija mia, piensa lo que se te antoje. Yo no quiero calentarme la cabeza explicandotelo. Bastete saber que yo tengo a D. Fadrique por muy amigo, aunque incredulo, como el me tiene por muy amigo, aunque fraile. Cavilando en ello me asusto, y prefiero no cavilar. No quiero dar por seguro que haya en las almas humanas algo que, a pesar de la radical oposicion de creencias, sea lazo de union amistosa y constante y fundamento de alta estimacion mutua. --Vaya si hace V. bien en no cavilar --contestaba Dona Blanca.-- No cavile V., no venga a caer en herejia al cabo de sus anos, fantaseando algo mas esencial, mas sublime que la creencia religiosa. --No caere en herejia --replicaba el fraile, que ya hemos dicho que era muy desvergonzado;--no caere en herejia cuando tu no caiste. Nunca mi amistad sera mas inexplicable que lo fue tu amor. Con esto Dona Blanca exhalaba un suspiro, que tenia su poco de bufido, y se amansaba y se callaba. Por lo demas, el padre Jacinto era leal y no abuso de su derecho de hablar en secreto con Clarita para excitarla en contra de la boda con Don Casimiro. Solo una noticia se atrevio a dar a Clarita por instigacion de D. Fadrique: que D. Carlos, amonestado por el Comendador, se habia vuelto a Sevilla con sus padres. De esta suerte, Clarita hubo de tranquilizarse y no sobresaltarse de no ver a D. Carlos por la manana en la iglesia. A quien vio varias veces casi en el mismo lugar en que D. Carlos se colocaba fue al Comendador, cuya maldad su madre le habia ponderado, y que ella se inclinaba irresistiblemente a creer bueno. El Comendador, como en desagravio de haber tenido olvidada tantos anos aquella prenda de su amor, no se contentaba con disponerse a hacer por ella un gran sacrificio, sino que ansiaba verla y admirarla, aunque fuese a distancia. Asi iban lentamente los sucesos, cuando una manana, en que Dona Antonia habia tenido una de sus jaquecas y no se hallaba con gana de salir, Lucia fue a paseo sola con el Comendador. Ambos llegaron a la fuente o nacimiento del rio que ya conocemos. Sentados a la sombra del sauce, oyendo el murmullo del agua, hablaron de las estrellas, de las flores, de mil diversas materias, hacia donde el tio procuraba llevar la atencion de su sobrina, para distraerla de su curiosidad sobre los asuntos de Clara. Lucia, no llegando a distraerse lo bastante, dijo por ultimo: --Tio, V. va a hacer de mi una sabia. A veces me habla V. del sol y de lo grande que es y de como atrae a los planetas y cometas; y a veces me describe los abismos del cielo, y me senala las mas hermosas estrellas, y me declara sus nombres y la inmensa distancia a que estan de nosotros, y el tiempo que tardan los rayos alados de su luz en herir nuestras pupilas. Todo esto me deleita y pasma, haciendome concebir mas adecuado concepto del infinito poder de Dios. Tambien me ha explicado V. misterios extranos de las flores, y esto me ha interesado mas, infundiendome en el alma superior idea de la bondad y sabiduria del Altisimo. Pero desechando el disimulo, recelo que V. no me instruye tanto sino para no responder a mis preguntas sobre sus proyectos de V. acerca de Clarita. Tal sospecha, lo confieso, me quita las ganas de oir las lecciones de V., que de otro modo me entusiasmarian; tal sospecha disminuye el valor de dichas lecciones, que se me figuran interesadas y maliciosas: mas que medio de ensenarme, me parecen medio de embaucarme. --La malicia la pones tu, sobrina--respondio el Comendador.--Yo procedo con la mayor sencillez. Cuanto hay que saber de Clarita lo sabes mejor que yo. ?Que puedo anadir a lo que tu sabes? --Oiga V., tio: aunque nina, no soy tan facil de enganar. Aqui hay varios puntos obscuros, inexplicables, y yo no sosiego hasta que todo me lo explico. --Pues ya estas aviada, hija mia, si no te sosiegas hasta que halles la explicacion de todo. Condenada estas a desasosiego perpetuo. --No confundamos las especies. Yo me aquieto sin explicacion sobre muchos puntos en que usted, por desgracia, no se aquieta. No hablo de eso. Hablo de materias mas llanas y mas al alcance de mi inteligencia. En estas requiero explicacion, y sin explicacion no hay reposo. ?Que diablo de palabra enrevesada fue aquella de que se valio V. el otro dia para significar una suposicion que se forja uno para explicar las cosas, y que se da por cierta, cuando las explica? --Esa palabra es _hipotesis_. --Pues bien; yo no hago mas que forjar hipotesis a ver si me explico ciertas cosas. ?Quiere usted que le exponga alguna de mis hipotesis? --Exponla. El Comendador respondio aparentando serena indiferencia al dar aquel permiso; pero se puso colorado, y tuvo miedo de que Lucia, por arte magica o poco menos, hubiese adivinado el lazo que unia a Clara con el. Lucia, prevaliendose del permiso y animada con lo poco de turbacion que en su tio advirtio, expuso asi una de sus hipotesis: --Pues, senor, yo me cegue al principio por exceso de vanidad. Pense que el carino de tio que V. me tiene le llevaba, para complacerme, a mirar con interes a Clori y a Mirtilo, y a procurar e buen fin de sus amores. Ya he variado de opinion. Ya la hipotesis es otra. El interes de V. es demasiado para ser de reflejo. Noto tambien que es muy desigual: menos que mediano por Mirtilo; inmenso por Clori. iAy, tio, tio! ?Si querra V. jugar una mala pasada al pobre zagal? Todo se sabe. Pues que, ?cree V. que no ha llegado a mi noticia que se ha hecho V. devoto (iojala fuese de buena ley la devocion!) y que toditas las mananas de madrugada va V. a la iglesia Mayor a misa primera? --Sobrina, no disparates, --interrumpio el Comendador. --Yo no disparato. Hallo extrana, para explicada solo por una simpatia cualquiera, esa devocion de V., y recelo que la santita que se la infunde ha cautivado a V. con mas dulces cadenas que las de la piedad. --Te repito que no disparates --volvio a decir el Comendador poniendose muy serio.-- Confieso que es dificil de explicar el extraordinario carino que Clarita me infunde. Aseguro, no obstante, por mi honor, que nada tiene de lo que tu imaginas. Si me quieres tu un poco, y si me respetas, te suplico, y si crees que puedo mandarte, te mando que apartes de ti ese pensamiento. Yo quiero a Clarita, aunque entre ella y yo no median los vinculos de la sangre, del mismo modo que te quiero a ti, que eres mi sobrina: con amor casi paternal, con el amor que es propio de los viejos. --iPero si V. no es viejo, tio! --Pues aunque no lo sea. No amo a Clarita de otro modo. Y si esto sigue pareciendote raro, no caviles ni busques mas hipotesis para explicartelo satisfactoriamente. --Esta bien, tio. Suspendere mis tareas de forjar hipotesis. --Eso es lo mas prudente. --Ya que no valen las hipotesis, ?vale hacer preguntas? --Hazlas. --?Persiste V. en favorecer los amores de Mirtilo? --Persisto y persistire mientras Clara crea yo que le ama. --?Espera V. triunfar de la tenacidad de Dona Blanca e impedir la boda con D. Casimiro? --Lo espero, aunque es dificil. --?Me atrevere a preguntar de que medios va V. a valerse para vencer esa dificultad? --Atrevete; pero yo me atrevere tambien a decirte que esos medios no tienes tu para que saberlos. Confia en mi. -Aunque V., tio, esta tan misterioso conmigo, que todo se lo calla, voy a portarme con generosidad: voy a revelar a V. mis secretos. Se que Don Carlos de Atienza le escribe a V. Tambien a mi me ha escrito. Pero V. no ha hecho lo que yo. V. no ha puesto al pobre desterrado en comunicacion con Clara: yo si. Yo he escrito a Clara tres cartas nada menos, y a fuerzas de suplicas he logrado que el P. Jacinto se las entregue. En mis cartas copio a Clara algunos parrafos de los que me ha escrito D. Carlos. --Ese secreto le sabia en parte. El P. Jacinto me habia dicho que habia entregado tus cartas. --Pues, ?vaya que no sabe V. otra cosa? --?Que? --Que Clara me ha contestado. La contestacion vino ayer por el aire, como la carta primera que juntos leimos. --?Tienes ahi la nueva carta? --Si, tio. --?Quieres leerla? --No lo merece V.; pero yo soy tan buena, que la leere. Lucia saco un papel de su seno. Antes de leer, dijo: --En verdad, tio, esto me pone muy cuidadosa y sobresaltada. Clara, en los dias que lleva de soledad, ha cambiado mucho. iHay en su carta tan singular exaltacion, tan profunda tristeza, tan amargos pensamientos!... --Lee, lee --dijo el Comendador con viva emocion. Lucia leyo como sigue: "Amada Lucia: Mil gracias por todo cuanto estas haciendo por mi. Seria yo desleal si te ocultase nada de lo que siento. Ni al P. Jacinto me he confiado hasta ahora; pero a ti todo te lo confio. En mi ser pasa algo de extrano, que no acierto a entender. Quiero aun a D. Carlos. Y, no obstante, conozco que no debo darle esperanzas; que no debo casarme con el nunca; que me toca obedecer a mi madre, la cual anhela mi boda con D. Casimiro. Pero lo singular es que ha entrado en mi alma, en estos dias, un sentimiento tan hondo de humildad, que hasta de D. Casimiro me hallo indigna. A solas conmigo he penetrado en el fondo de mi conciencia y me he perdido alli en abismos tenebrosos. Cuando mi madre, que es buena y me ama, encuentra en mi no se que levadura, no se que germen de perversion, no se que mancha mas negra del pecado original que en las demas criaturas, razon tendra mi madre. Si, Lucia: quizas en este pecho mio, en apariencia tranquilo; bajo la inocencia y superficial sencillez de mis pocos anos, van adquiriendo ya ser y vida vehementes y malas pasiones, como nido de viboras bajo apinadas rosas. Lo conozco: mi madre tiembla por mi; recela de mi porvenir, y tiene razon. Yo me examino, me estudio y me asusto. Descubro en mi la propension, dificil de resistir, a todo lo malo. Veo mi maldad nativa y mi inclinacion al pecado por instinto. ?Como comprender de otra suerte que yo, educada con tanto recogimiento y en tan santa ignorancia de las cosas del mundo, haya tenido la diabolica malicia de ponerme en relaciones con D. Carlos, de hacerle creer que le amaba, mirandole solo (figurate con que perversidad le miraria), y de atraerle hasta aqui, obligandole a que me siguiera, y todo con tan infernal disimulo, que mi madre nada sabe? Todavia, si es posible, hay en mi algo peor. Lo noto, lo percibo y no se, ni quiero, ni me atrevo a examinarlo. Lo que si te declarare es que para mi el mundo ha de ser mas peligroso que para otras mujeres, por naturaleza mejores. Lo que no hay en mi por naturaleza debo pedirlo por gracia al cielo. En el cifro mi esperanza. Procede, pues, que yo me aparte del mundo y busque el favor del cielo. Ya sabes tu cuanto he repugnado hasta aqui entrar en religion. No me juzgaba merecedora de ser esposa de Cristo. En esto no he variado, sino para juzgarme aun menos merecedora. En lo que si he variado es en reconocer que, por mala que sea una persona, jamas debe desesperar de la bondad de Dios. Su Divina Majestad, si hago una vida santa, si me arrepiento, si me mortifico durante el noviciado, me dara fuerzas y merecimientos despues para tomar el velo, sin que sea insolente audacia tomarle. Nada he dicho aun a nadie de esta reciente resolucion; pero estoy decidida. Hablare de esto al padre Jacinto para que el hable a mi madre, la convenza de que me conviene y quiero ser monja, y en vista de mi resolucion desengane a D. Casimiro. Desengana tu, desde luego, al infeliz D. Carlos. No te niego que le he querido, que le quiero aun; pero no se lo digas. Dile que quiero a otro; que en mi corazon hay un inmenso vacio, donde reinan pavorosas tinieblas. No basta D. Carlos a llenar ni a iluminar este vacio, y si Dios no le llena y le ilumina, me morire de miedo, y lo menos doloroso que ocurrira sera que le llene mi perturbada imaginacion con espectros horribles que surgen de mi atribulada conciencia. Adios." XX La lectura de escrito tan melancolico aguo el contento del paseo del Comendador y de su sobrina. Apenas se hablaron ya hasta volver a casa. Aquella crisis repentina del alma de Clara puso a D. Fadrique taciturno. Las ideas que acudian a su mente no eran para reveladas a su sobrina. Pensaba el Comendador que el perpetuo roce del espiritu de Dona Blanca con el de su hija; que la presion que ejercia en aquella joven de diez y seis anos el severo y atrabiliario caracter de su madre, y que los terrores de que habia cargado su conciencia, tenian a la pobre Clara en un estado de animo no muy distante del delirio. La carta a Lucia era la senal alarmante que Clara daba de aquel estado. El Comendador, empero, aunque lleno de zozobra, decidio no intervenir aun en nada. La resolucion de la crisis podia ser favorable si el no intervenia. Su intervencion podia hacerla mas peligrosa. La sinceridad de Clara era evidente. De subito sin que el P. Jacinto, ni nadie, se lo inspirase, habia cambiado de proposito y se hallaba resuelta a ser monja. Harto se comprende que para las creencias del Comendador esta resolucion era funesta; pero en virtud de esta resolucion era casi seguro que D. Casimiro seria despedido. Iba a eliminarse un obstaculo; iba a descartarse un adversario. D. Fadrique determino, pues, aguardar con calma, sin dejar de estar a la mira. Al mismo P. Jacinto no le insinuo ningun aviso que pudiera servirle de regla de conducta. Se fio por completo, de su buen natural, y le dejo seguir libremente sus propias inspiraciones. La prudencia del Comendador se vio coronada del exito al cabo de pocos dias. Dona Blanca, persuadida de que la subita vocacion de su hija era sincera y profunda, tuvo con D. Casimiro una conversacion muy afectuosa y grave, y le dio sus pasaportes. El P. Jacinto pondero el fervor de Clara y animo a Dona Blanca para que a la mayor brevedad la dejase entrar de novicia en un convento de carmelitas descalzas que en la ciudad habia. D. Valentin se avino a todo sin chistar. Clarita hubiera, pues, entrado en seguida en el convento, como lo deseaba y lo pedia; pero la crisis de su alma habia influido poderosamente sobre su hermoso cuerpo. Sus ojeras eran mas obscuras y extensas que de ordinario; habia adelgazado mucho; la palidez de su rostro hubiera inspirado miedo, si su rostro no hubiera sido tan hermoso; su distraccion y su embebecimiento parecian a veces mas propios de un ser del otro mundo que de una criatura de este, y en su andar vacilante y en el brillo momentaneo de sus ojos, seguido siempre del prolongado adormecimiento de tan divinas luces, habia como un mal agueero, como un anuncio fatidico, que no pudo menos de perturbar la ferrea conciencia de Dona Blanca, de doblegar bastante su inflexibilidad, y de aterrarla por ultimo. Las causas del cambio de Clara eran vagas y confusas; pero Dona Blanca reconocia que de su modo de educar a Clara, de su involuntario y tenaz prurito de mortificarla y asustarla con los peligros del mundo y con su propia condicion de pecadora, y de aquel duro yugo que desde la infancia habia hecho pesar sobre la conciencia de su infeliz hija, provenia en gran parte la situacion en que se hallaba. El motivo, o mejor dicho, la ocasion de exacerbarse el mal y de aparecer de repente con tan medrosos sintomas, era para todos un misterio. Esto no obstaba para que Dona Blanca empezase a temer que pudiera caer sobre ella el crimen de infanticidio por esquivar el delito de hurto. Dona Blanca procedio, pues, con inusitada blandura y exquisita prudencia; pero sin desmentir su caracter y sin faltar a su mas importante proposito. No contenta con estar persuadida de la firme resolucion que tenia Clara de tomar el velo, hizola prometer que profesaria. Y esto de suerte que la promesa no parecio arrancada por instigacion de Dona Blanca, sino a su despecho. Asi se aseguraba Dona Blanca de que su hija, renunciando al mundo, renunciaria a los bienes de D. Valentin y no podria transmitirlos a nadie. Pero Dona Blanca no queria matar a su hija. Atormentabase previamente con el remordimiento de que fuera al claustro desesperada y herida de muerte. Deseaba verla profesar, pero alegre, lozana, llena de vida; no apareciendo como una victima, sino con el deleite, el gozo y la satisfaccion de una esposa que vuela a los brazos de su gallardo y feliz prometido. A fin de lograr que las cosas fueran asi, Dona Blanca puso a un lado su constante severidad; empezo a tratar a Clara hasta con mimo, y anhelante de que recobrase la alegria y la salud, rompio el entredicho; abrio las puertas de su casa para Lucia, y consintio en que Clara volviese a salir con ella de paseo, aun a pesar del Comendador. Dona Blanca, no obstante, antes de dar este permiso, preparo a su hija contra D. Fadrique, pintandosele como un monstruo de impiedad y de infamia, y recomendandole mucho que hablase con el lo menos posible. Dona Blanca, entre tanto, se propuso seguir encastillada en su caseron, sin ver a nadie mas que al P. Jacinto, y a Lucia, si acaso. XXI El destino de D. Casimiro es el mas extrano y caprichoso entre los de cuantos personajes figuran en esta historia. En el tejido de su vida habia puesto el un orden envidiable y gastado poquisimo. Asi es que, por mas que D. Casimiro distase mucho de ser un aguila en nada, habia atinado a darse tan buena traza con economia y juicio, que era un senor acaudalado para lo que entonces se usaba en Villabermeja. Esto se lo debia a si mismo, y de ello podia estar con razon y estaba orgulloso. Lo que debio a la casualidad, a un conjunto de hechos para el inexplicables, fue el momentaneo encumbramiento a novio de su linda y rica sobrina la senorita Dona Clara. Con cincuenta y seis anos de edad, no pocos padecimientos y la facha que ya hemos descrito, don Casimiro mismo, a pesar de su amor propio, que no era flojo, habia hallado, alla en el centro de su conciencia, un si es no es inverosimil que le quisiesen casar con aquel pimpollo. El amor propio, no obstante, es ingeniosisimo, estando casi siempre su ingenio en razon inversa del ingenio de las personas; por donde D. Casimiro imagino pronto que en su alma habia de haber tan escondidos tesoros de bondad y de belleza, y que en sus modales y porte habian de transcender tal distincion hidalga y tal elegancia ingenita, que, descubierto todo por los ojos zahories de Dona Blanca, basto y sobro para que ella ansiase tener a D. Casimiro por yerno. Don Casimiro, pues, desde que empezo a ser novio de Clara, se puso mas orondo y satisfecho que antes. Terrible fue el desengano cuando Dona Blanca le despidio. El enojo interior de D. Casimiro no fue menos terrible; pero el era encogido y muy torpe para expresarse; Dona Blanca hablaba bien y con autoridad e imperio, y el Sr. D. Casimiro se trago su enojo, y recibio los pasaportes, hecho manso cordero. Como sucede a todas las personas debiles y soberbias a la par, la ira de D. Casimiro se fue aglomerando despues y poco a poco en el corazon, cuando se detuvo a considerar el chasco que se le daba y el desaire grandisimo que se le hacia. Cierto que el rival por quien Clara le dejaba era Dios mismo; pero D. Casimiro no se aplacaba con esto. --?Si querra ser monja --decia,-- para no casarse conmigo? Valiera mas haberlo pensado con tiempo y no ponerme en ridiculo ahora. Sin duda que para mi es menos cruel que me deje por tan santo motivo que no que me deje para casarse con otro mortal. Yo no hubiera consentido esto ultimo. Nos hubieran oido los sordos. Yo hubiera tenido un lance con mi rival. Pero ?contra Dios que he de hacer? Don Casimiro se consolaba algo con la imposibilidad de tener un lance con Dios, y hasta con la obligacion piadosa en que se veia de resignarse. Su encono contra Dona Blanca y contra Clarita no se mitigaba, a pesar de todo. No habia quedado perro ni gato, en diez leguas a la redonda, a quien D. Casimiro no hubiera dado parte de su ventura. Ahora, su caida y su desventura debian de ser e iban siendo no menos sonadas, y, por desgracia, harto mas aplaudidas. La vanidad del hidalgo bermejino recibia desaforados golpes. Pero ?como vengarse? --La venganza es el placer de los dioses --exclamaba a sus solas el dichoso hidalgo;-- pero decididamente yo no soy un dios. ?Que me conviene hacer? Es refran frailuno, y muy discreto, que _la injuria que no ha de ser bien vengada ha de ser bien disimulada_. Disimulemos pues. Tambien hay otro refran que reza: _Cachaza y mala intencion_. Sigamos lo que prescriben dichos refranes. Lo primero que me importa es dejar ver que no me afligen los desdenes de Clarita. Si ella no me quiere, otra que vale tanto como ella, mas que ella, estoy seguro de que me querra. Voy a volver a pretender a Nicolasa. No es rica, pero es mejor moza que Clarita. Sin desistir, por consiguiente, de vengarse si se presentaba ocasion comoda para ello, D. Casimiro resolvio enamorar estrepitosamente a Nicolasa, esperando que asi daria picon a la futura carmelita, o probaria al menos que tenia por amiga una mujer de mucho merito. Nicolasa, en efecto, lo era. Hija del tio Gorico y de su primera mujer, alcanzaba fama en casi toda la provincia por su singular hermosura, discrecion y rumbo. Caballeros, ricos hacendados y hasta usias o senores de titulo, menos comunes entonces que ahora, habian suspirado en balde por Nicolasa, la cual, con modesta dignidad, habia respondido siempre en prosa aquello que dice en verso cierta dama de una antigua comedia nada menos que al Rey: Para vuestra dama, mucho; Para vuestra esposa, poco. Nicolasa excitaba y provocaba con sus risas, con sus ojeadas languidas y con su libertad y desenvoltura. Los hombres se prendaban de ella, la perseguian y se llenaban de esperanzas; pero, no bien querian propasarse para que se lograsen, Nicolasa se revestia de gravedad y entono, propios de la mejor heroina de Calderon, hablaba de la inestimable joya de su castidad y limpisima honra, y ponia a raya todo atrevimiento, todo desman y todo proposito amoroso algo positivo que no llevasen por delante al padre cura. Nicolasa habia heredado de su madre ciertas prendas que valen mas que los bienes de fortuna, porque los conservan, si los hay, y suelen proporcionarlos, si no los hay. Tenia don de mando y don de gentes, extraordinaria energia de voluntad y perseverancia en sus planes. Se habia propuesto o ser una senorona principal o quedarse para vestir imagenes, y, sirviendole esto de pauta, ajustaba a ella todos los actos de su vida. Aunque el tio Gorico habia contraido segundas nupcias, y Nicolasa tuvo madrastra en vez de madre casi desde la infancia, lejos de contribuir esto a que se criase con menos mimo, habia ocasionado lo contrario. La madre de Nicolasa habia sido tremenda, dominante, feroz: una Dona Blanca a lo rustico; mientras que Juana, la segunda mujer del tio Gorico, era la propia dulzura, sometida siempre a su marido, quien a su vez no hacia mas que lo que a Nicolasa se le ocurria. Nicolasa lo podia y mandaba todo en casa de su padre, menos impedir que el tio Gorico dejase de beber bebida blanca. Los preliminares amorosos de Nicolasa, que estaba entre los veinte y los treinta anos de su edad, habian sido ya innumerables. Todos sus amores habian muerto al nacer. A los pretendientes encopetados los habia Nicolasa despedido, apelando al cura. A los pretendientes de su clase los habia desdenado cuando ya llegaban a lo serio y hablaban del cura ellos mismos. Nicolasa, no obstante, como todas las mujeres frias, pensadoras y traviesas, habia sabido retener en sus redes, en este crepusculo de amor, que califican de platonico, a varios suspiradores perpetuos, de los que llaman en Italia _patitos_. Uno, sobre todo, pudiera servir de ejemplo portentoso por su pertinacia, resignacion y fervor en las incesantes adoraciones. Tal era el hijo del maestro herrador, Tomasuelo. Desde los diez y siete hasta los veinticinco anos que ya tenia, estaba como en cautiverio agridulce. Jamas Nicolasa le dijo que le amaba de amor, y jamas le quito la esperanza de que tal vez un dia podria amarle. En cambio, le declaraba de continuo que le amaba mas de amistad que a ningun otro ser humano; y cuando le declaraba esto, se le veia al chico hasta la ultima muela, sentia una beatitud soberana, y daba por bien empleados sus, para otras cosas, inutiles y perennes suspiros. Y no se crea que Tomasuelo era canijo, ruin y tonto. Tomasuelo era listo, despejado y fuerte: el mozo mas guapo del lugar; pero Nicolasa le habia hechizado. Con un rayo de luz de sus ojos podia darle una dosis de aparente bienaventuranza que le durase una semana. Con una palabra sola podia hacerle llorar como si fuese un nino de cuatro anos. Las cadenas en que Tomasuelo gemia y gozaba a la vez de verse cautivo, estaban suavizadas para el mozo, y en cierto modo justificadas para el publico, con notable habilidad y profundo instinto. Tomasuelo podia entrar cuando se le antojase en casa del tio Gorico, ver a Nicolasa, requebrarla, mirarla con amor, acompanarla cuando salia; en suma, servirla y cuidarla, sin que nadie fuese osado a censurar lo mas minimo. Aunque entre Nicolasa y el hijo del herrador no habia el mas remoto grado de parentesco, Nicolasa habia preconizado a Tomasuelo por su hermano. Dios naturalmente no le habia dado objeto en quien poner amor fraternal; pero ella, que sentia con viveza y hondura este amor, se proporciono a Tomasuelo para consagrarsele. Con frases sencillas y con animo imperturbable, Nicolasa explicaba de esta manera sus extranas relaciones con Tomasuelo; y como Tomasuelo hacia gala de su adoracion espiritual y se lamentaba resignado de no ser querido de otra suerte, todos en el lugar, lejos de censurar, se maravillaban de aquel purisimo y angelico lazo que estrechaba asi dos almas. Cuanto pretendiente se acercaba a Nicolasa era respetado por Tomasuelo, quien no le ponia el menor estorbo, durante los preliminares y coqueteos; pero si mas tarde se extralimitaba y dejaba ver que venia con mal fin, ya podia temer el enojo y las pesadas manos de aquel hermano adoptivo, celoso de la honra de su familia. Asimismo Tomasuelo se ponia zahareno y poco agradable en su trato con todo aquel rival que por cualquier causa era despedido definitivamente y seguia importunando. Don Casimiro habia estado, antes del noviazgo con Clara, en un largo periodo de coqueteo con Nicolasa, la cual, con exquisita circunspeccion, habia sabido ir templando y moderando la maquina de los efectos, a fin de no precipitar al hidalgo en declaraciones y demostraciones tales, que no tuviesen ya mas salida que la de ponerle en la disyuntiva de prometer boda o de abandonar la empresa. Gracias a esta conducta, que pasa de habil y raya en primorosa, D. Casimiro no habia sido despedido; sus amores con Nicolasa habian sido como aurora, como amanecer poetico de un dia, que no llego por haberse interpuesto el compromiso con Clarita. Roto ya este compromiso, don Casimiro pudo volver, previo el perdon de su inconsecuencia, pedido con humildad y concedido magnanimamente, al mismo punto en que lo habia dejado: al amanecer, a la aurora. Las cosas estaban dispuestas con tal arte, que en lugar de escamarse un pretendiente con Tomasuelo, lo primero que tenia que hacer era como impetrar el beneplacito de aquel espiritual hermano, tan celoso, vigilante e interesado en el bien de su hermanita. D. Casimiro obtuvo la confianza y venia de Tomasuelo, y lo considero buena senal. Abandonada la ciudad, y vuelto D. Casimiro a reales de Villabermeja, se puso a galantear a Nicolasa con la imprudencia y el impetu del despechado. Ella era harto discreta para no conocer que entonces o nunca: que la fortuna le presentaba el copete y que importaba asirle. D. Casimiro buscaba en Nicolasa refugio y compensacion contra el desden de Clarita. D. Casimiro estaba en su poder. Nicolasa provoco la declaracion seria y definitiva. Hecha esta, planteo los dos terminos del fatal dilema: o promesa formal de casamiento, o despedida y nuevas calabazas ruidosas. D. Casimiro no pudo resistir y prometio casarse. Espantoso dia de prueba fue aquel en que supo este triunfo el platonico Tomasuelo. Hasta entonces no habia tenido rival que fuese mas dichoso que el. Ya le tenia. La amargura de los celos le acibaro el corazon; las lagrimas brotaron en abundancia de sus ojos. Cuando vio a solas a Nicolasa, con los ojos encarnados de llorar y con voz tremula le dijo: --?Conque cedes al amor de D. Casimiro? ?Conque vas a casarte? ?Conque me matas? --Calla, tontito mio, contesto ella.--?A que vienen esas quejas? ?Te he enganado yo jamas? --No; no me has enganado. --?Querias que dejase pasar tan buena proporcion de ser senora principal y millonada? ?Tan mal me quieres, egoista? --No porque te quiero mal, sino porque te quiero a manta, lo siento y lo lloro. Y Tomasuelo lloraba en efecto. --Anda, no llores, majadero. iSi vieses que feo te pones! ?Quien ha visto llorar a un hombron como un castillo? --Pero isi no puedo remediarlo! --Si puedes; haz un esfuerzo, ten valor y sosiegate. Ten en cuenta que, de aqui adelante, no solo hallaras en mi a una hermana, sino a una madrina y a una protectora muy pudiente. --?Y a mi que se me da todo eso? Nada. Lo que yo codiciaba era tu carino. --Y no lo tienes como antes, ingrato? Pues que, ?los buenos hermanitos dejan de amarse aunque se case uno de ellos? --No seas tramayona, no me aturrulles. Ya sabes tu que la ley que yo te tengo no puede sufrir... --Vamos, vamos; dejate de ninerias. ?Quien crees tu que ocupa y llena el lugar mas bonito, principal y escondido de mi corazon? Tu. Mi alma es tuya. Te la di toda con el amor que en ella se cria; con afecto de hermana. ?Que sombra puede hacerte que sea yo la mujer legitima de D. Casimiro? ?Por eso hemos de dejar de querernos como hasta aqui, mas que hasta aqui? Nos querremos cuanto tu quieras y cuanto sea posible quererse, sin ofender a Dios. ?Supongo que tu no querras ofender a Dios? Contesta. --No, mujer; ?como he de querer yo ofender a Dios? Pues que, ?no soy buen cristiano? --Lo eres. Es una de las partes que mas aprecio en ti. Por eso confio en que pienses que voy a ser esposa de otro y no desees nada. Solo el deseo es ya pecado. Acuerdate de los mandamientos. --Oye, ?y esta en mi poder no desear? --Si. Callate; no digas nada a nadie, ni a ti mismo, cuando desees, y el silencio matara el deseo. --Me matara a mi antes. Tomasuelo lloro mas fuerte que nunca. Las lagrimas caian a modo de lluvia, acompanadas por tempestad de sollozos. --iPor vida de los hombres endebles! --exclamo Nicolasa.-- ?Que locura es esta? Calmate, por Dios y ten pecho ancho. Nicolasa, con suma blandura, enjugo las lagrimas del mozo con el propio panuelo de ella; luego le dio tres o cuatro palmaditas en el grueso y robusto cogote; luego le hizo unas cuantas muecas como remedando la desconsolada cara que ponia, y, por ultimo, le pego un afectuoso y archi-familiar tiron de las narices. Tomasuelo no supo resistir a tanto favor y regalo. Como rayos de sol entre nubes, la alegria y la satisfaccion aparecieron en sus ojos a traves de las lagrimas. La boca de Tomasuelo se abrio, ensenando la blanca, completa y sana dentadura. No pudo sonreir, porque se quedo boquiabierto y como traspuesto. Nicolasa entonces repitio los cogotazos; anadio al tiron de las narices unos cuantos tirones de las orejas, y Tomasuelo penso que se le llevaban al paraiso y que era el mas feliz de los mortales. En esta situacion de animo convino en que Nicolasa debia casarse con D. Casimiro; en que el debia seguir siendo su hermano, sin pensar, o sin decir al menos que pensaba en otra cosa; y concibio con claridad, mas que por el discurso y las razones, por los blandos cogotazos y por los tirones de orejas, toda la suavidad, hechizo, consistencia y deleite del amor espiritual que a Nicolasa le ligaba. Asi vencio Nicolasa los obstaculos todos y aseguro su proyectada boda con D. Casimiro. La fama difundio al punto la noticia por toda Villabermeja; salvo luego su termino y la llevo a la ciudad, y a los oidos del Comendador, de su familia y de los senores de Solis. El Comendador habia sido visitado por D. Casimiro y le habia pagado la visita. No se habian hallado en casa y no se habian visto. La frialdad de sus relaciones no hacia necesario mas frecuente trato. No bien supo el Comendador el resuelto proyecto de boda entre D. Casimiro y Nicolasa, fue a Villabermeja; visito a la chacha Ramoncica y tuvo una larga conferencia con ella, de cuyo objeto se enterara mas tarde el curioso lector. Despues de esto se volvio a la ciudad D. Fadrique. XXII Clara habia vuelto a salir de paseo con Lucia y acompanada del Comendador y de Dona Antonia; pero Clara estaba cambiada. Su palidez y su debilidad eran para inspirar serios temores. Su distraccion continua asustaba tambien al Comendador. Cuando este le dirigia la palabra, Clara se estremecia como si la sacasen de un sueno, como si cortasen el vuelo remontado de su espiritu y le hiciesen caer de pronto del cielo a la tierra, a modo de pajarillo herido por el plomo alla en lo sumo del aire. A pesar de la benignidad y dulce condicion de Clara, D. Fadrique advertia con pena que aquella linda criatura esquivaba su conversacion; casi no le respondia sino con monosilabos, y hasta procuraba que el no le hablase. Con Lucia era Clara mas expansiva, y Lucia seguia siendolo siempre con el Comendador. Por medio, pues, de Lucia penetraba aun el Comendador en el espiritu de aquel ser querido y comunicaba algo con el. Las nuevas que Lucia le daba eran en substancia siempre las mismas, si bien mas inquietantes cada vez. --No lo comprendo, tio --decia Lucia,-- pero a veces me doy a cavilar que a Clara le han dado un bebedizo. iTiene unos terrores tan inmotivados! iSiente unos remordimientos tan fuera de razon!... No se que sea ello. Dona Blanca le ha puesto tan feroces escrupulos en el alma, le ha hecho recelar tanto de su apasionada natural condicion... que la infeliz se cree un monstruo, y es un angel. Tal vez imagina que la persiguen las furias del infierno, los enemigos del alma, una legion entera de diablos, y entonces no se considera en salvo sino acogiendose al pie del altar. Es menester que avisemos a D. Carlos que venga pronto, a ver si liberta a Clara de este genero de locura. El Comendador y Lucia escribieron con la misma fecha a D. Carlos de Atienza, participandole la novedad de la despedida de D. Casimiro, de la resolucion de Clara de retirarse a un convento y del estado poco satisfactorio de su salud. Don Carlos partio desatentado de Sevilla, y estuvo en la ciudad a poco. Con el mismo recato y disimulo de siempre Don Carlos volvio a ver a Clara en los paseos que esta daba con Lucia; pero la delicada salud de Clara le lleno de desconsuelo. Y mas aun, si cabe, le atormento y afligio el ver a Clara esquiva, timida como nunca, apartandose de el y no queriendo apenas hablarle, aunque mirandole a veces con involuntarias amorosas miradas, que se conocia que ella dejaba escapar a su despecho, y con las cuales, mas que amor, reclamaba piedad, conmiseracion y hasta perdon por su inconsecuencia de dejarle, de haber alentado sus esperanzas, y de matarlas ahora entrando en el claustro. La desesperacion de D. Carlos de Atienza llego a su colmo. Con no poca amargura echaba la culpa de todo al Comendador. --Para esto --decia-- me obligo V. a que me ausentase. En esto han parado las promesas de arreglarlo todo en menos de un mes: en que Clara se me este muriendo, y en que ademas haya dejado de amarme y quiera ser monja; en que acabe por tomar el velo... y luego la mortaja. Pero yo me morire tambien. Yo no quiero sobrevivir. Me matare si no me muero. El Comendador no sabia que responder a tales quejas. Procuraba consolar a D. Carlos, que le juzgaba indiferente y extrano; que ignoraba que el tenia mayor necesidad de consuelo. Iba D. Fadrique a buscarle en el P. Jacinto. Iba asimismo a buscar en el alguna luz sobre aquel misterio; pero icaso extrano! el P. Jacinto, todo franqueza y jovialidad antes, se habia vuelto muy grave, muy misterioso y muy callado. Don Fadrique entrevia, no obstante, que el padre Jacinto aprobaba la resolucion de Clara de ser monja. Esto le ponia fuera de si, y a veces estaba a punto de romper con el P. Jacinto y de mirarle como a amigo desleal o como a fanatico sin entranas. Con todo, en medio de sus tribulaciones el Comendador se reportaba y no perdia la calma. Habia tomado sus medidas. Su conducta estaba prescrita y determinada con firmeza, y aguardaba sereno el resultado. Este no tardo mucho en venir. Era muy de manana cuando trajo un criado desde Villabermeja una carta para D. Fadrique. Don Fadrique la leyo rapidamente, estando en la cama aun. Se levanto a escape, se vistio y se fue al convento de Santo Domingo en busca de su maestro. El padre acababa de levantarse y recibio a Don Fadrique en su celda. Sentados ambos, como en la otra celda de Villabermeja, hablaron de este modo. XXIII --Padre Jacinto --dijo el Comendador con aire de jubiloso triunfo--, Clara es libre ya. No es menester que se case con D. Casimiro ni que sea monja. --?Como es eso, hijo mio? --He dado por ella una suma igual a todo el caudal de D. Valentin. --?A quien? --A D. Casimiro. --?Y con que razon? ?Con que pretexto ha podido aceptarla? --La ha aceptado con una razon que promete callar; por un motivo secreto. --iValgame Dios, hijo mio! iQue delirio! iQue sacrificio inutil: Y dime... ese motivo secreto... iConfiar asi a D. Casimiro la honra de una familia ilustre!... --Yo no le he confiado nada. --?Pues de que medio te has valido? --De una mentira; pero mentira indispensable y con la cual nadie pierde. --?Puedo saber esa mentira? --Todo lo va V. a saber. El padre presto la mayor atencion. Don Fadrique prosiguio diciendo: --De sobra sabe V. que Paca, la primera mujer del tio Gorico, fue una mala pecora. --Es evidente. Dios la haya perdonado. --La buena reputacion de Paca no tiene nada que perder. --Absolutamente nada. --Pues bien. Hay la feliz coincidencia de que Nicolasa nacio pocos meses despues de mi ida de Villabermeja, cuando estuve alli de vuelta de la Habana. --?Y que? --He hecho creer primero a la chacha Ramoncica, con el mayor sigilo, que Nicolasa es hija mia. Le he dicho que un deber imperioso de conciencia me obliga a dotarla, ahora, que ella se va a casar. La chacha entiende poco de numeros. Se ha espantado, no obstante, de la enorme cantidad que yo queria dar por dote; pero la he echado de esplendido y me he supuesto mas rico de lo que soy. A las observaciones que la chacha me ha hecho, he respondido que mi resolucion era irrevocable. He persuadido, por ultimo, a la chacha de que no conviene que Nicolasa sepa los lazos que a ella me unen, y que es mas delicado y honesto que lo sepa solo el sujeto que va a ser su marido. He logrado, pues, que la chacha se encargue de persuadir a D. Casimiro a que tome lo que libre, aunque misteriosamente, quiero dar y doy a su futura. No creo que la chacha haya tenido que hacer grandes gastos de elocuencia para convencer a D. Casimiro de que debe aceptar. Don Casimiro me ha escrito esta carta, donde me dice que acepta, me colma de elogios por mi generosidad, y me promete callar el motivo de la donacion que le hago, y la misma donacion, hasta donde sea posible. El P. Jacinto leyo la carta que le entrego D. Fadrique. Luego saco este del bolsillo un paquete de papeles. Le puso sobre la mesa y dijo: --Aqui estan los papeles todos que se requieren para formalizar la donacion, la cual deseo que se lleve a feliz termino por medio de V. Este es el poder mas amplio, otorgado ante un escribano de esta ciudad, para que V. disponga, venda, enajene y haga lo que convenga con todo cuanto me pertenece. Estas son las cartas a los banqueros que tienen fondos mios, poniendolos todos a la orden de V. Esta, por ultimo, es la lista, inventario, cuenta o como quiera llamarse, de lo que en poder de dichos banqueros tengo hasta ahora; y esta otra es la cuenta de lo que valen los bienes de D. Valentin, justipreciados por peritos. Escasamente llegara lo mio a cubrir el importe de lo que disfruta dicho senor; pero V. sabe que poseo algunas finquillas, y, si fuere menester, suplire la falta. Querido maestro, V. va a ser ejecutor fiel y pronto de mi decidida voluntad, de la cual pretendo que de V. noticia y testimonio a Dona Blanca, exigiendole en cambio de mi parte la libertad de mi hija. Y digo exigiendole la libertad de mi hija, porque si no le da libertad, si no procura quitarle de la cabeza tanto insano delirio, si no determina curarla de la mortal enfermedad de alma y de cuerpo, que su orgullo, su fanatismo y sus remordimientos, mil veces mas odiosos que el pecado, han hecho nacer, yo me he de vengar, dando el mas insolente escandalo que se ha dado jamas en el mundo. Espero que aceptara V. gustoso mi encargo. --Le acepto, --respondio el padre;-- mas no sin condiciones. Yo no he de ser el instrumento de tu ruina, si tu ruina es inutil. --?Y por que inutil? --Porque Clara, a mi ver, no desistira ya de tomar el velo. --?Como que no desistira? Sobre Clara pesa el yugo ferreo de su madre. Quitemosle ese yugo, y Clara volvera a vivir, y volvera a amar a su gallardo estudiante, y se casara con el, y sera dichosa. --Lo dudo. --Yo no lo dudo. Lo que no me explico es como se ha vuelto V. tan tetrico. --Me parece que es ya tarde, --dijo el P. Jacinto, suspirando. --Voto al mismo Satanas --replico D. Fadrique:--no es tarde aun, si la dicha es buena. Vaya usted hoy mismo a ver a Dona Blanca. Informela de todo. Convenzala de que es libre Clara; de que los bienes que de D. Valentin ha de heredar estan ya pagados. Sepa Dona Blanca que yo rescato misteriosamente a nuestra hija. Sepa tambien que si no admite el rescate, rompere todo freno; lo dire todo; sere capaz de una villania; la deshonrare en publico; leere a D. Valentin cartas que aun de ella conservo; hare doscientas mil barbaridades. --Vamos, hombre, moderate. En seguida ire a hablar con Dona Blanca. Ella es madrugadora. Estara ya de punta y me recibira. Aguardame en tu casa, y alla acudire a referirte mi entrevista. --En casa aguardare a V. Apresurese, padre, porque estoy devorado por la impaciencia. Dicho esto, el fraile y D. Fadrique se levantaron y salieron juntos de la celda a la calle, por la cual caminaron en silencio, hasta que el uno entro en casa de su hermano y el otro en casa de Dona Blanca Roldan. Dando paseos por su estancia; despidiendo desabridamente a la curiosa Lucia, que asomo la rubia cabeza a la puerta, y pregunto, como de costumbre, que habia de nuevo, y lleno todo de agitacion, espero D. Fadrique mas de hora y media. El fraile llego al cabo; pero, antes de que abriese los labios, columbro D. Fadrique, en lo melancolico que venia, que era portador de malas nuevas. No bien entrado el fraile, cerro la puerta con llave el Comendador, para que nadie viniese a interrumpirlos, y en voz baja dijo, mientras el y su maestro tomaban asiento: --Cuente V. lo que ha pasado. No me oculte nada. --Hablare en resumen, porque ha sido larga la discusion. Dona Blanca ha celebrado tu generosidad. Dice que no atina a comprender como un impio es capaz de accion tan noble. Supone que es obra del orgullo; pero al fin la celebra. Mas no por eso te excita a que consumes el sacrificio. Afirma que sera inutil, y te ruega que no le hagas. Dona Blanca considera que su hija tiene hoy una verdadera vocacion; que Dios la llama a ser su esposa; que Dios la quiere apartar de los peligros del mundo; que Dios quiere salvarla, y que ella no puede, sin gravisima culpa, retraer ahora a su hija de tan santos propositos. --iHipocresia! iRefinamiento de maldad! --interrumpio D. Fadrique.-- ?Y V. no la ha amenazado con mi venganza? ?No le ha dicho V. que estoy determinado a todo; que le arrancare la mascara; que se acordara de mi; que la burla que de mi hace no quedara sin afrentoso castigo? --Se lo he dicho todo; pero Dona Blanca ha contestado que, si bien te cree un hombre sin religion, todavia te tiene por caballero, y que no teme de ti esas villanas e infames acciones con que en tu rabia la amenazas. Anade, no obstante, que, aun cuando se enganase, aun cuando tu te olvidases de la honra y te vengases asi, lo sufriria todo antes de disuadir a su hija contra lo que la conciencia le dicta. --Esa mujer esta loca, P. Jacinto. Esa mujer esta loca, y creo que su locura es contagiosa; que a Clara y a V. los tiene ya enloquecidos, y que falta poco para que yo tambien lo este. Pero, lo juro por mi honor, por Dios, por lo mas sagrado: mi locura sera de muy diversa indole. Sonara con mi locura. Pues que, ?imagina que soy yo un segundo D. Valentin? ?Piensa que me sometere a sus monstruosos caprichos? ?Entiende que soy necio y que voy a creer lo que a ella se le antoje hacerme creer? Clara tiene trastornada la cabeza, y por eso quiere ser monja de repente. ?Que vocacion ha de tener, cuando me consta que estaba, que esta aun, enamorada de ese muchacho rondeno, con quien podria ser felicisima? Aqui hay algun misterio abominable. Algo se ha hecho para infundir el delirio en Clara y perturbar su natural despejo. Yo ni puedo, ni quiero, ni debo consentir extravagancias tan criminales. ?No comprende esa mujer de Satanas que la educacion que ha dado a su hija, que esos terrores que le ha infundido son como un veneno? ?Quiere saciar el odio que me tiene, asesinando a su hija, porque tambien es mi hija? --Comendador, ten sangre fria; mira que te enganas. Mira que Clara no siente hoy la vocacion religiosa por causa de su madre. --Me importa poco que sea hoy o ayer cuando su madre le ha dado la ponzona. El corazon me dice que las rarezas, que los extravios de Clara provienen del tormento espiritual que le esta dando su madre desde que la nina tiene uso de razon. Esto es menester que acabe. Si Clara, cuando este en completa tranquilidad y serenidad de espiritu, sanos su cuerpo y su alma, persiste en ser monja, que lo sea: yo no me opondre. Mi sacrificio habra sido inutil. No exhalare una queja. Que disfrute de todos mis bienes D. Casimiro. Pero mientras Clara este enferma, casi fuera de si, con una especie de fiebre continua, no he de sufrir que se tome ese estado febril por extasis mistico, y esos ataques nerviosos por llamamientos del cielo. Es mi hija, voto a quince mil demonios, y no quiero que me la maten. Ahora mismo voy a ver a Dona Blanca. Rompere la consigna para entrar. Rompere la cabeza a quien quiera oponerse a mi entrada. Si no la veo y la hablo, estallo como una bomba. No me detenga V., P. Jacinto. Dejeme V. salir. El Comendador habia abierto la puerta, se habia puesto el sombrero, y forcejeaba por salir con el P. Jacinto, que procuraba detenerle. --Quien esta desatinado eres tu --decia el padre.--?A donde vas? ?No calculas el escandalo de lo que te propones hacer? --Dejeme V., Padre. Yo no calculo nada. --Esto es una perdicion. Dios te ha dejado de su mano. Oye cuatro palabras con reposo y haz luego lo que quieras. Carezco de fuerzas para detenerte. El P. Jacinto cedio en su resistencia y el Comendador se paro a escucharle. --Quieres ver a Dona Blanca, y la veras, pero con menos peligro de lances y de escandalo. Pasado manana va D. Valentin a la caseria con el aperador, a vender unas tinajas de vino. Entonces podras ver y hablar a Dona Blanca. Para evitar mayores males, te llevare yo mismo. Yo entretendre a Clara a fin de que hables a solas con Dona Blanca y le digas cuanto tienes que decirle. Ya ves a lo que me allano. Ya ves a lo que me comprometo. Vas a sorprender desagradablemente a Dona Blanca con tu inesperada visita. Vuestra conversacion va a tener algo de un duelo a muerte; mas prefiero intervenir en el, ser complice en el delito de vuestro espantoso dialogo, a que sucedan cosas peores. Por las animas benditas, Comendador, aguarda hasta pasado manana. Vendras conmigo. Veras a Dona Blanca. Por la amistad que me tienes, por la pasion y muerte de Cristo te suplico que te calmes para entonces, y trates de que sea lo menos cruel posible la entrevista que te voy a procurar. El Comendador cedio a todo, y agradecio al P. Jacinto los consejos que le daba y la proteccion que le ofrecia. XXIV Con febril impaciencia aguardo D. Fadrique el plazo que el padre le habia pedido. No hay plazo que no se cumpla, y dicho plazo se cumplio al cabo. Cumplieronse tambien los pronosticos del Padre. D. Valentin salio aquel dia muy de manana con el aperador para ir a la caseria, de donde no pensaba volver hasta la noche. El Comendador, que lo espiaba todo, se preparo para la entrevista prometida. El P. Jacinto no se hizo aguardar mucho tiempo y vino a buscarle. Reconociendo que lo menos peligroso, lo menos ocasionado a males, era que se viesen ambos complices, por si lograban entenderse y convenir en algo acerca de la hermosa Clarita, no quiso el padre hablar con Dona Blanca y proponerle una conferencia con el Comendador. Tenia por seguro que se negaria, y que, ya sobre aviso, le haria mas dificil, casi imposible, el hacer entrar al Comendador hasta donde ella estuviese. Asi, pues, se resolvio por la sorpresa. Sabia las costumbres de la casa, sabia las horas de todo, y todo lo dispuso con sencillez y habilidad. Antes de las diez de la manana, una hora despues del almuerzo, Clara se retiraba a su cuarto y Dona Blanca se quedaba sola en la sala donde estaba de diario. El padre se puso en marcha en punto de las diez llevando al Comendador en pos de si. Entraron en el zaguan, y el padre dio dos aldabonazos. La voz de una criada grito desde arriba: --?Quien es? --Ave Maria purisima. Gente de paz, --contesto el padre. La moza, que reconocio la voz, tiro del cordel desde un balcon del piso principal que daba al patio. Con este cordel se abria la puerta sin bajar la escalera. La puerta se abrio, y entraron el Comendador y el fraile, sin que los viese nadie, ni la misma criada que les habia abierto, pues entre el patio, a donde daba el balcon en que se hallaba la criada, y la puerta de la calle, habia otro zaguan, del cual arrancaba la escalera principal o de los senores. No bien entro el P. Jacinto con su companero, cerro de nuevo la puerta y dijo en alta voz: --Dios te guarde, muchacha. --Dios guarde a su merced, --contesto ella. Entonces el Comendador y su guia subieron rapidamente la escalera. Ya en la antesala, donde tampoco habia un alma, dijo el fraile a D. Fadrique, senalandole una puerta: --Alli esta Dona Blanca. Entra... hablale; pero ten juicio. Don Fadrique, con animo decidido, con verdadero denuedo, se dirigio a la puerta senalada, entro, y la volvio a cerrar. No bien desaparecio D. Fadrique, llego la criada. --iHola! --dijo el P. Jacinto.-- ?Esta Dona Blanca sola? --Si, padre. ?No entra su merced a verla? --No; mas tarde. Dejala tranquila. No entres ahora, que estara ocupada en sus negocios. No la distraigamos. ?Esta Clarita en su cuarto? --Si, padre. --Ea, vete a tus quehaceres, que yo voy a ver a Clarita. Y, en efecto, el P. Jacinto y la criada se fueron por su lado cada uno. Entre tanto, D. Fadrique se hallaba ya en presencia de Dona Blanca, sorprendida, pasmada, enojada de tan imprevisto atrevimiento. Sentada en un sillon de brazos, habia levantado la cabeza al sonar el pestillo y la puerta que se abria, habia visto que la volvia a cerrar quien habia entrado, habia reconocido al punto al Comendador, y aun casi inmovil, silenciosa, le miraba de hito en hito, sospechaba si estaria sonando, y apenas si se atrevia a dar credito a sus ojos. El Comendador se adelanto lentamente dos o tres pasos. No saludo de palabra; no pronuncio una sola: no hallaba, sin duda, formula de saludo que no disonase en aquella ocasion; pero con el gesto, con el ademan, con la expresion de toda su fisonomia, mostraba que era un caballero respetuoso, que pedia humildemente perdon de la astucia y de la audacia que se habia visto obligado a emplear para llegar hasta alli. En su rostro se veian las disculpas que de palabra no daba. Si atropellaba respetos, lo hacia con razon suficiente. A par de estas cosas, se leia asimismo en el rostro varonil del Comendador la firme resolucion de no salir de alli hasta que se le oyese. Dona Blanca se hizo al punto cargo de todo esto. Conocia tan bien a aquel hombre, que no necesitaba a veces oirle hablar para penetrar sus intenciones y sus sentimientos. Dona Blanca comprendio que lo menos malo era oirle; que no podia echarle, sin exponerse a dar el mayor de los escandalos. No quiso, sin embargo, aparecer desde luego resignada. Se alzo de su asiento, y antes de que el Comendador hablase, le dijo: --Vayase V., D. Fadrique, vayase V. ?Que palabras, que explicaciones pueden mediar entre nosotros, que no produzcan una tempestad, sobre todo si nos hablamos sin testigos? ?Para que me busca V.? ?Para que me provoca? No podemos hablarnos; apenas si podemos mirarnos sin herirnos de muerte. ?Es V. tan cruel, que desea matarme? --Senora --contesto el Comendador:-- si no creyese que cumplo un deber imperioso viniendo hasta aqui, no hubiera venido. Cuando penetro furtivamente en esta sala, es porque tengo razones suficientes para ello. --?Que razones alega V. para venir a turbar mi reposo? --El interes que me inspira un ser a quien me une estrechisimo lazo. --Muy disimulado, muy oculto ha tenido V. ese interes durante diez y seis anos. No se ha acordado V. de ese ser hasta que por casualidad ha tropezado con el en su camino. Ha sido menester que salga V. de paseo con una sobrina suya, y que esta sobrina tenga una amiga, y que esta amiga vaya con ella, para que el amor paternal, que vivia latente y ni siquiera sospechado alla en las profundidades de su magnanimo corazon, se revele de pronto y de gallarda y briosa muestra de si. Si el acaso no nos hubiese traido a vivir en la misma poblacion, o si Clara no hubiese sido amiga de Lucia, aunque en la misma poblacion viviesemos, su interes de V., su amor paternal, sus deberes imperiosos, confieselo V., dormirian tranquilos en el fondo de esa envidiable y harto comoda conciencia. --Justo es que me moteje V. No debo defenderme. Confieso mi culpa. Voy, con todo, a tratar de explicarla y de atenuarla. Yo no podia sospechar que al lado de V., bajo el amparo de una madre carinosa, corriese mi hija ningun peligro, hallase motivo para ser desventurada. --Su desventura no proviene de mi solamente. Su desventura proviene del pecado en que fue concebida, y del cual ni V. ni yo, que somos los pecadores, podemos salvarla ni redimirla. --Ella no es responsable: nadie es responsable de faltas que no comete. Esa transmision es un absurdo. Es una blasfemia contra la soberana justicia y la bondad del Eterno. --No llevemos la conversacion por ese camino, Sr. D. Fadrique. Si a V. le parece blasfemia lo que yo creo, impiedad y blasfemia me parece a mi cuanto V. dice y piensa. ?A que, pues, hablar conmigo de Dios? Deje V. a Dios tranquilo, si por dicha cree en El, alla a su modo. La desventura de mi hija, llamela V. fatal, llamela como guste, procede de su nacimiento. Pues que, ?no ha reconocido V. mismo esa desventura, al querer librar de ella a mi hija, haciendo un gran sacrificio, que yo le agradezco, pero que juzgo ya inutil? --Alguna verdad hay en lo que V. dice. Yo reconozco que Clara, sin culpa, estaba condenada por la suerte o a sacrificarse o a ser una usurpadora indigna. --Estamos de acuerdo, salvo que donde V. dice por la suerte, digo yo por el pecado, y no por el pecado de ella, sino por el pecado de otros. Esto es inicuo para V., que no acata los inescrutables designios de la Providencia. Esto es solo misterioso para mi. Por eso es lo mejor no tocar tales cuestiones. Hablemos de aquello en que convenimos. Convenimos en que Clara estaba, sin culpa suya, condenada a una pena. --Convenimos; pero convenga V. tambien en que yo la he libertado. --Si la ha libertado V., habra sido por una serie de casos fortuitos: porque vio V. a Clara y la reconocio; porque Clara es bonita, ya que, si hubiera sido fea, no se hubiera V. entusiasmado tanto, ni la vanidad de padre hubiera provocado con impetu el amor de padre, y porque, en suma, tiene usted bastante dinero que dar, y halla V. un hidalgo con bastante poca vergueenza para tomarle sin motivo justificado. --A mi vez suplico yo tambien a V. que no entremos en cuestiones inutiles. Yo no he venido aqui a discretear ni a filosofar. --Yo no discreteo ni filosofo. Digo lo que es cierto. El pecado no fue un acaso; no fue algo independiente de nuestro libre albedrio. El que usted haya encontrado a Clara; el que ella sea bonita, por donde juzga V. que no debe casarse con D. Casimiro ni ser monja, y el que tenga V. mas de cuatro millones, no son cosas que de su voluntad de V. han dependido. Para V. son casuales, aunque por Dios estuviesen previstas y preparadas, como lo esta cuanto ocurre en el universo. --Vamos, senora, no apure V. mi paciencia. Tan casual sera todo eso, como el haber yo encontrado a V. en Lima, el que fuese V. bonita y el que yo no fuese un monstruo de feo. Lo que no fue casual, sino voluntario, fue la caida; pero tampoco es casual, sino voluntario, el rescate. Sera casual, no dependera de mi voluntad el tener cuatro millones; pero es voluntario, es mi voluntad misma el darlos. Clara, no por casualidad, sino por un acto libre, esta ya rescatada del cautiverio, al cual, segun V. juzga, y no sin razon, se hallaba sometida por otro acto, que no supongo que considere V. mas voluntario, mas reflexionado, mas meditado y mas deliberado con perfecta claridad en la conciencia. Hasta este punto el dialogo habia sido de pie. Dona Blanca ni se sentaba ni ofrecia asiento al Comendador. Este, despues de un momento de pausa, porque Dona Blanca no respondio al punto a su ultimo razonamiento, dijo con serenidad: --Mire V., senora: yo no quiero que disertemos ni que divaguemos. Tengo, no obstante, mucho que hablar; y para que la conferencia sea breve, importa proceder sin desorden. El desorden no se evita sino con la comodidad y el reposo. ?No le parece a V., pues, que seria bueno que nos sentasemos? Dona Blanca siguio silenciosa, lanzo una mirada al Comendador, entre iracunda y despreciativa, y se dejo caer de nuevo en el sillon, como aplanada. Entonces se sento el Comendador en una silla, y prosiguio hablando. --Mi resolucion --dijo,-- es irrevocable. Sea por lo que sea: por un capricho, porque Clara es bonita, porque he tropezado con ella casualmente en mi camino, por lo que a V. se le antoje, yo la he rescatado. Todo lo que herede ella por muerte de su marido de V. lo gozara ya, con anos de anticipacion, el que debiera heredarle, si Clara no viviese. Viva, pues, Clara. Vengo a pedir a V. su vida. --A lo que viene V. es a insultarme. ?Mato yo acaso a Clara? --Lejos de mi el proposito de insultar a V. Sin querer, podria V. acaso matar a Clara, y esto es lo que vengo a evitar. Para ello estoy resuelto a apelar a todos los medios. --?Me amenaza V.? --No amenazo. Declaro mi pensamiento sin rebozo. --?Y que me toca hacer, segun V., para evitar que Clara muera? --Disuadirla de que sea monja. --Eso es imposible. Yo no creo que entrar monja sea morir, sino seguir la mejor vida. --Ya he dicho que no discuto, ni trato de teologias con V. Concedo, pues, que la vida del claustro es la mejor vida; pero es cuando hay vocacion para seguirla; cuando no se va al claustro desesperada, casi loca, llena de desatinados terrores. --Vuelvo a repetir a V. que me deje, Sr. D. Fadrique. ?Para que hablar? Nos atormentaremos y no nos entenderemos. Usted llama terrores desatinados al santo temor de Dios, desesperacion al menosprecio del mundo, y locura a la humildad cristiana y al recelo de caer en tentacion y de faltar a los deberes. Usted considera muerte la vida que en este mundo se asemeja mas al vivir de los angeles. ?Como, pues, hemos de entendernos? Usted me honra mas de lo que merezco, pensando que me acusa, al suponer que yo he inspirado a mi hija tales ideas y tales sentimientos. --Por amor del cielo, mi senora Dona Blanca, yo no se por quien conjurar a V., en nombre de quien suplicarle, que no involucre las cosas, que no me oiga con prevencion, que atienda al bien de su hija, y que no dude de que yo vengo aqui, la molesto con mi presencia y la mortifico con mis palabras, sin prevencion tambien, y solo por el deseo de ese bien impulsado. ?Como he de condenar yo el santo temor de Dios, el menosprecio del mundo, si es razonable, y la humildad cristiana, que nos lleva a desconfiar de nuestra flaca y pecadora naturaleza? Lo que yo condeno es el delirio. Concederia que Clara tomase el velo aun cuando no le tomase despues de pensarlo reflexivamente; aun cuando lo tomase por un rapto fervoroso de devocion; pero lo que no concedo, lo que no consiento es que le tome en un arrebato de desesperacion. Seria un suicidio abominable y sacrilego. --?Y de donde infiere V. que Clara esta desesperada? ?Quien se lo ha dicho a V.? ?Que motivos tiene ella para desesperarse? --Nadie me lo ha dicho. Basta mirar a Clara para conocerlo. Usted misma lo conoce. No disimule V. que lo conoce. Si no temiese V. hasta por su vida corporal, ?no hubiera ya dejado que entrase en el convento? Al darle ahora la libertad que le da, ?no lo hace V. excitada por el deseo de que su salud se mejore? En cuanto a los motivos de su desesperacion, concretamente yo los ignoro; pero los percibo de cierta manera confusa. Usted la ha hecho dudar de si mas de lo que debiera: sin prever un resultado tan funesto, ha infundido V. en su espiritu que esta predestinada a pecar si no busca asilo al pie de los altares. En suma, V. la ha envenenado con tal desconfianza, que ella, al sentir los latidos de su corazon juvenil y la lozania de la vida en su verde primavera; al ver el fuego, si puro, ardiente de sus ojos; al oir la voz de la naturaleza, que la incita a que ame; al sonar acaso con licitas venturas, logradas en este mundo al lado de un ser de su misma humana condicion, se ha figurado que era presa de impuras pasiones, se ha creido perseguida por los monstruos del infierno, y para no ser ella un monstruo, ha querido refugiarse en el santuario. --Demos que todo eso sea exacto --replico imperturbable Dona Blanca.-- Demos que los hechos son los mismos para V. y para mi. La diferencia subsistira siempre en la manera de apreciarlos. Si Clara se va al claustro, no ya por puro amor de Dios, sino por temor de ofenderle, por considerarse sobrado fragil para resistir las tempestades del mundo y por miedo de si misma y del infierno, Clara, a mi ver, no desatina: Clara procede con recto juicio y consumada prudencia. Los motivos de su vocacion para la vida religiosa, si no son los mas elevados, son buenos. Lejos de mi el tratar de disuadirla, aunque pudiese. A fin de que goce Clara una efimera e incierta dicha en la tierra, no he de oponerme yo a que tome el camino que mas derechamente pueda llevarla al cielo. No por dar gusto a V. he de aconsejar yo a Clara, cuando la nave de su vida va a entrar ya en el puerto segurisimo y abrigado, que vuelva la proa y que se engolfe en el pielago borrascoso, donde puede zozobrar y hundirse con eterno hundimiento. --Si --interrumpio el Comendador, harto ya,--lo mejor es que se muera para que se salve. --?Y como negarlo? --respondio fuera de si Dona Blanca.-- Mas vale morir que pecar. Si ha de vivir para ser pecadora, para su eterna condenacion, para su vergueenza y su oprobio, que muera. iLlevatela, Dios mio! Asi me hubiera muerto yo. iCuanto mas me valiera no haber nacido! --Los mismos furores de siempre. Esta V. como atormentada de un espiritu maligno. Yo me lo sabia. Yo tengo la culpa de todo. Yo hubiera debido robar a mi hija de la casa de V., y criarla conmigo, y hacerla dichosa, y darle mi nombre. --Bendito sea Dios porque no ha sido asi. iCriada mi hija por un impio! ?Que hubiera sido de ella? iDebe de ser repugnante una mujer sin religion! -No se lo que sera una mujer sin religion, ni hubiera sido mi proposito que mi hija no la tuviera. Lo que se es que una mujer exaltada por el fanatismo religioso puede hacerse insufrible. --iQue feliz seria yo si tal hubiera aparecido a los ojos de V. desde el principio! iCuantos males se hubieran evitado! Pero V. pensaba entonces de otra manera, y me persiguio con constancia, me pretendio con terquedad, y no hubo medio de seduccion, ni mentira, ni engano, ni blandura de regaladas palabras, ni encarecimiento de amante que muere de amor, ni promesa de darme toda el alma, que V. no emplease para vencer mi honrado desvio. Llego V. a alucinarme hasta el extremo de anhelar yo perderme por salvar a V. iAquel si que fue delirio! ?Pues no llegue a sonar con que, cayendo yo, iba a ganar su alma de V. y a sacarla de la impiedad en que estaba sumida? ?Pues no me desvaneci hasta el punto de creer que, incurriendo con V. en el pecado, habia de levantarle y traerle luego conmigo en la purificacion y en la penitencia? ?De que artificios no se vale el demonio para envolvernos en sus redes? Yo estaba ciega. Crei ver en V. un hombre extraviado que me enamoraba, que estaba prendado de mi, a quien por amor mio iba yo a cautivar el alma, haciendola capaz de mas altos amores. No adverti que ni siquiera era V. capaz del bajo y criminal amor de la tierra. Usted buscaba solo la satisfaccion de un capricho, un goce facil, un triunfo de amor propio. V. creyo que, una vez vencido mi desvio, que despues de un instante de pasion y de abandono, todo seria paz, todo lo olvidaria yo por V., para que V. me hallase siempre sumisa, alegre, con la risa en los labios. V. imagino que yo iba a matar en mi alma todo remordimiento, toda vergueenza, toda idea del deber a que habia faltado, todo temor de Dios, todo respeto a mi honra, todo sentimiento amargo de su perdida, todo miedo a las penas del infierno, todo aguijon en la conciencia. Se equivoco V., y por eso le pareci insufrible. Era V. dueno de mi alma; pero, asi como en tierra de valientes y generosos, que jamas olvidan lo que deben a su patria, solo posee el feroz conquistador la tierra que pisa, asi V. no me poseia sino cuando hasta de mi misma me olvidaba. Cuando no, me alzaba yo contra V., trataba de limpiar mi culpa con la penitencia, y luchaba siempre por libertarme. ?Cuanto, no obstante, hubiera debido enorgullecer a V. cada una de sus victorias, aun siendo impio, si hubiera V. acertado a comprender la grandeza sublime y tempestuosa de las grandes pasiones? Horribles eran aquellas frecuentes luchas; pero V., cuando triunfaba, triunfaba, no solo de mi, sino de los angeles que me asistian; de mi fe profunda; del cielo, a quien yo invocaba; del principio del honor arraigado en mi alma, y de mi conciencia acusadora y severa contra mi misma. V., que solo buscaba alegria y deleite, se fatigo de luchar. Asi me liberte del cautiverio infame. Alabado sea Dios, que lo dispuso. Alabado sea Dios, que ha castigado despues tan justamente mi culpa; pero, se lo confieso a V., el castigo que mas me ha dolido siempre, el que mas me duele todavia, es el tener que despreciar al hombre que he amado. Ya lo sabe V. Usted me halla insufrible: yo le hallo a V. despreciable. Vayase de aqui. Salga de aqui, o hare que le echen. ?Quiere V. delatarme? ?Quiere V. declararme culpada? Hagalo. No temo ya desventura ni humillacion, por grande que sea. Sepalo V. de una vez para siempre: me alegro de que Clara entre en un convento. No sere tan vil, que por miedo de V. falte a mi deber inculcandole lo contrario. Ahora, marchese; salga de mi casa; dejeme tranquila. Dona Blanca, puesta de pie otra vez, con ademan imperioso, senalando la puerta con la mano, expulsaba al Comendador. ?Que habia de hacer, que habia de contestar este? Dona Blanca parecio frenetica a los ojos del Comendador, lleno de piedad y casi de susto. Temio ser cruel y mal caballero si respondia. Guardo silencio. Vio el asunto perdido, al menos por aquel lado, y no quiso prolongar mas el doble martirio. Don Fadrique inclino la cabeza y salio de la sala harto apesadumbrado. Apenas se vio en la antesala, bajo la escalera, abrio la puerta del zaguan y se lanzo a la calle, respirando con delicia el ambiente, como quien se esta ahogando y logra sacar la cabeza del agua en que se hallaba sumergido. XXV A pesar de su optimista y regocijada filosofia; a pesar de su propension natural a reir y a ver las cosas por el lado comico, D. Fadrique estuvo todo aquel dia meditabundo, callado, con una seriedad melancolica harto extrana en el. A la hora de comer apenas probo bocado; apenas si hablo con su hermano, con su cunada y con su sobrina, los cuales, cada uno por su estilo, le agasajaban mucho. Don Jose era un senor excelente, que no hacia mas que cuidar de su hacienda, jugar a la malilla en la reunion de la botica y dar gusto a Dona Antonia. Esta senora tenia una pasta de las mejores: cuidaba de la casa con esmero, cosia y bordaba. Era buena cristiana, iba a misa todos los dias y rezaba el rosario con los criados todas las noches; pero en todo ello habia algo de maquinal, de formula, costumbre o rutina, sin que Dona Antonia se metiese en honduras religiosas. Solo salia algo de sus casillas y mostraba cierto entusiasmo apasionado en favor de la Virgen de Araceli, de Lucena (Dona Antonia era lucentina), prefiriendola a las otras Virgenes y hallandola mas milagrosa. En cuanto a director espiritual, Dona Antonia tenia a un capuchino fervoroso y elocuente, cuya fama eclipsaba entonces la del P. Jacinto, el cual, como mas tibio en el predicar y en el reprender, no hacia tantas conversiones ni traia al redil tantas ovejas descarriadas como su cofrade barbudo. Lucia tenia por confesor al P. Jacinto, y se llevaba tan bien con su madre, que las unicas discusiones que habia entre ellas eran sobre los meritos de sus respectivos confesores. Por lo demas, como Dona Antonia no tenia voluntad ni opinion, y de todo se le importaba lo mismo, francamente no era gran prueba de sumision y deferencia en Lucia el no discutir nunca con su madre, salvo sobre el capuchino, y alguna que otra vez, aunque raras, acerca de la Virgen de Araceli. Lucia no era muy devota, y careciendo de otra Virgen predilecta, concedia pronto a su madre la superior excelencia de la suya. La unica causa de disidencia era, pues, el P. Jacinto, en quien Lucia hallaba superior entendimiento e ilustracion; mas al cabo, como buena hija que era, y a fin de contentar a su madre, declaraba que el capuchino habia reunido a un sinnumero de malos casados, que andaban campando por sus respetos y viviendo aparte engolfados en mil marimorenas, y habia logrado que no pocos pecadores y pecadoras dejasen las malas companias y peores tratos, e hiciesen vida ejemplar y penitente: de todo lo cual podia jactarse muchisimo menos el P. Jacinto; de donde inferia Lucia que el capuchino era mejor director espiritual de los extraviados, y el P. Jacinto mejor director de los que estaban en el buen sendero o dentro del aprisco. El uno valia para vencer y reducir a la obediencia a los rebeldes; el otro para gobernar sabia y blandamente a los sumisos. Con esto se aquietaba Dona Antonia y vivia en santa y dulce paz con su hija, a quien habia ensenado todas sus habilidades caseras, reconociendo la maestra, sin envidia y con jubilo, que casi siempre se le aventajaba ya la discipula. Lucia bordaba con todo primor, en blanco, en seda y en oro; hacia calados, pespuntes y vainicas como pocas, y en guisos y dulces nadie se le ponia delante, que no saliera con la ceniza en la frente. Solo resplandecia aun la superioridad de Dona Antonia en las faenas de la matanza. Era un prodigio de tino en el condimentar y sazonar la masa de los chorizos, morcillas, longanizas y salchichas; en adobar el lomo para conservarle frito todo el ano, y en dar su respectivo saborete, con la adecuada especieria, a las asaduras, que ya compuestas llevan siempre el nombre de pajarillas, sin duda porque alegran las pajarillas de quien las come, y a los rinones, mollejas, higado y bazo, que se preparan de diverso modo, con clavo, pimienta y otras especies mas finas, excluyendo el comino, el pimenton y el oregano. El lector no ha de extranar que entremos en estos pormenores. Convenia decirlos, y, distraidos con la accion principal, no los habiamos dicho. El nino mayorazgo, hijo de D. Jose y de Dona Antonia, habia ido, hacia poco, al Colegio de guardias marinas de la isla, con buenas cartas de recomendacion de su senor tio. Dona Antonia andaba siempre con las llaves de una parte a otra, ya en la reposteria, ya en la despensa, ya en la bodega del aceite, ya en la del vino, ya en la del vinagre. La casa tenia todo esto, como casa de labrador, a par que de senores, pues D. Jose, al trasladarse a la ciudad, habia traido a ella muchos de sus frutos para venderlos con mas estimacion y darles mas facil salida. Don Jose, cuando no hacia cuentas con el aperador, o bien oia a los caseros, que venian a verle y a informarle de todo desde las caserias, o se largaba a la botica, donde habia tertulia perpetua y juego por manana, tarde y noche. Resultaba, pues, que el Comendador, salvo a las horas de las tres comidas, y un rato de noche, cuando habia tertulia, a la cual no faltaba jamas D. Carlos de Atienza, se hallaba en una grata y apacible soledad, no interrumpida sino por la rubia sobrina, la cual le buscaba siempre, preguntandole que habia de nuevo respecto a Clara. Don Jose y Dona Antonia, que estaban en Babia, nada sabian de los disgustos y cuidados del Comendador. Lucia los sabia a medias; distando infinito de presumir, a pesar de sus hipotesis, que Clara estaba ligada a su tio con vinculo tan natural. Los criados de la casa y el publico todo seguian desorientados en punto a D. Carlos de Atienza. Viendole joven, elegante y lindo, que venia con frecuencia a la casa, y que cuchicheaba siempre con Lucia, supusieron con visos de fundamento que era su novio, y ya en la casa le apellidaban el novio de la senorita. Tal era la situacion de cada uno de los personajes secundarios de esta historia cuando el Comendador, despues de su entrevista con Dona Blanca, se hallaba tan desazonado. Durante la comida le colmaron de cuidados, creyendole indispuesto. Dona Antonia supuso que tendria jaqueca y le excito a que fuese a reposar. D. Jose, despues de decirle lo mismo, se largo a la botica. Lucia, con mas vivo interes, trato de informarse mil veces de la causa del disgusto de su tio; pero no consiguio nada. El Comendador, a sus solas, no hacia mas que pensar sobre su dialogo con Dona Blanca, y concebir los mas encontrados pensamientos, aunque siempre poco gratos. Ya se le figuraba que dicha senora tenia un orgullo satanico, un genio infernal, y entonces se culpaba a si mismo de no haberle robado a la hija; de haberla dejado en su poder para que la enloqueciera y la hiciera desgraciada. Ya imaginaba, por el contrario, que, desde su punto de vista, Dona Blanca tenia razon en todo. El Comendador entonces calificaba su persecucion en pos de Dona Blanca y su victoria ulterior (que en otro tiempo habia mirado como una ligereza perdonable, como una bizarria de la mocedad) de conducta inicua y malvada a todas luces, aun juzgada por su criterio moral, lleno de laxitud en ciertas materias. --Por cierto que no merezco perdon --se decia D. Fadrique.-- La maldita vanidad me hizo ser un infame. iHabia tantas mujeres guapas cuando yo era mozo, a quienes cuesta tan poco otro tropiezo, una caida mas o menos! ?Por que, pues, no siendo arrastrado por una pasion vehemente, que ni siquiera tengo esta excusa, ir a turbar la paz del alma de aquella austera senora? Tiene razon sobrada. Soy digno de que me aborrezca o me desprecie. Lo unico que mitiga un tanto la enormidad de mi delito es la mala opinion que tenia yo entonces de casi todas las mujeres. No me cabia en la cabeza que ninguna pudiera (despues sobre todo) tomar tan por lo serio los remordimientos, la culpa... En fin, yo no previ lo que paso despues. Si lo hubiera previsto... me hubiera guardado bien de pretender a Dona Blanca. Aunque no hubiera habido otra mujer en la tierra... su corazon hubiera quedado entero para D. Valentin, sin que yo se le robara. Pero nada... iesta picara costumbre de reir de todo... de no ver sino el lado malo! Me gusto... me enamoro... eso si... yo estaba enamorado... y como crei que la gazmoneria era sal y pimienta que haria mas picante y sabroso el logro de mi deseo, y que luego se disiparia, insisti, porfie, hice diabluras... si... hice diabluras: cree dentro de su conciencia un infierno espantoso; por un liviano y fugitivo deleite deje en su espiritu un torcedor, una horrible maquina de tormento, que sin cesar le destroza el pecho, diez y siete anos hace. iComo tengo este caracter tan jocoso!... Las canas se volvieron lanzas. La burla fue pesada. Pero iDios mio... si yo no podia sospecharlo! Aunque me lo hubieran asegurado mil y mil personas, no lo hubiera creido. Lo repito, no cabia en mi cabeza. Yo no comprendia arrepentimiento tan feroz y tan persistente, simultaneo casi con el pecado. Yo no habia medido toda la violencia de una pasion que, a pesar del grito airado y fiero de la conciencia, que a despecho del sangriento azote con que el espiritu la castiga, rompe todo freno y sale vencedora. Cuando exclamaba ella, casi rendida ya a mi voluntad, cayendo entre mis brazos, doblandose quebrantada al toque de mis labios, recibiendo mis besos y mis caricias, cediendo a un impulso irresistible, y no obstante luchando: "iDios mio, matame antes que caiga de tu gracia! iPrefiero morir a pecar!;" cuando decia esto, que hoy ha repetido a proposito de su hija, no me inspiraba compasion, no me apartaba de mi mal proposito; antes bien era espuela con que aguijoneaba mi desbocado apetito. iCuan hermosa me parecia entonces, al pronunciar, con voz entrecortada por los sollozos, aquellas palabras, a las cuales yo no prestaba sino un vago sentido poetico, y en cuya verdad profunda yo no creia! Hasta la dulzura de su misma religion se maleaba y viciaba en mi mente, interpretada por mi concupiscencia, y quitaba a mis ojos todo valor a aquella desolacion suya, a aquella angustia con que miraba y repugnaba la caida, sin hallar fuerzas para evitarla. Yo me atrevia a decidir que no era tan gran mal el que tenia tan facil remedio. Yo me convertia en redentor del alma que cautivaba y en salvador del alma que perdia, parodiando la sentencia divina y diciendo en mi interior: "Levantate: estas perdonada, por lo mucho que has amado." iAh, cielos! ?Por que ocultarmelo? Procedi con villania. Era yo tan bajo y tan vil, que no comprendi nunca el vigor, la energia de la pasion que sin merecerlo habia excitado. Era yo como salvaje que, sin conocer un arma, la dispara y hiere de muerte. La grandeza y la omnipotencia del amor me eran tan desconocidas como la persistencia y el indomito poderio de una conciencia recta, que acepta el deber y le cumple, o jamas se perdona si no le cumple. ?Sera que soy un miserable? ?Tendran razon los frailes y los clerigos al sostener que no hay verdadera virtud sin religion verdadera? De esta suerte se atormentaba D. Fadrique en afanoso soliloquio, en que volvia cien y cien veces a repetirse lo mismo. El que no viniese el P. Jacinto a hablar con el inspiraba al Comendador la mayor inquietud. Varias veces se asomo al balcon de su cuarto, que daba a la calle, a ver si le veia salir de casa de Dona Blanca. Varias veces salio a la calle y fue hasta el convento de Santo Domingo, aunque estaba lejos, a preguntar si el P. Jacinto habia vuelto. El P. Jacinto no parecia en parte alguna. A la caida de la tarde, estando D. Fadrique en su estancia, oyo pisadas de caballos que paraban cerca. Salio al balcon y vio apearse a D. Valentin, que volvia de la caseria. Llego la noche y no parecio el P. Jacinto. Don Fadrique echaba a volar su imaginacion con vuelo siniestro. Hacia las suposiciones mas extranas y dolorosas. --?Que habra sucedido?-- se preguntaba. A las ocho de la noche, por ultimo, el Comendador vio aparecer al P. Jacinto bajo el dintel de la puerta de su cuarto. Al verle, le dio un vuelco el corazon. El padre traia la cara mas grave y melancolica que habia tenido en su vida. --?Que es esto? ?Que pasa? --dijo el Comendador.--?Donde ha estado V. hasta ahora? --?Donde he de haber estado? En casa de Dona Blanca, donde hice mal y remal en introducirte traidoramente. iBuena la has hecho! ?Que demonios te aconsejaron cuando hablabas? ?Que dijiste a la infeliz? iVaya un berrinche que ha tomado! Esta mala. iDios quiera que no se ponga peor! El Comendador se mostro consternado, se quedo mudo. El fraile anadio: --Clarita es una santa. Alli la dejo cuidando a su madre. No se para que todas estas desazones. La chica esta resuelta, firmemente resuelta. Todo es inutil. Bien hubiera podido evitarse tu endemoniada conversacion con la madre. Tiempo es de evitar aun que te arruines a tontas y a locas. El Comendador, recobrando el habla, respondio: --Lo hecho, hecho esta. Yo no gusto de arrepentirme. Yo no deshago mis promesas. Yo no me vuelvo atras nunca. Lo que prometi a D. Casimiro y el ha aceptado, tiene que cumplirse. Pero, ?que enfermedad es esa de Dona Blanca? ?Sigue Clara poseida de su lugubre locura? Voto a todos los demonios y condenados que hay en el infierno, que jamas hubiera yo podido sonar que iba a ser victima de tan enrevesados sentimentalismos. El Comendador se paseaba a largos pasos por la estancia. El padre le miraba con pena y algo aturdido. En esto, Lucia, que habia visto entrar al padre, asomo la rubia y linda cabeza a la puerta, que habia quedado entornada, y dijo con dulce ansiedad. --Tio, ?que hay de nuevo? --Nada, nina. Por Dios, dejanos en paz ahora que vamos a tratar asuntos muy graves. Lucia se retiro, lastimada de inspirar tan poca confianza. XXVI Cuando el padre y el Comendador se quedaron solos de nuevo, cerro este la puerta e interrogo al padre en voz baja sobre lo que habia oido a Dona Blanca, sobre lo que habia hablado con Clarita; pero nada saco en limpio. El P. Jacinto parecia otro del que antes era. Mostrabase preocupado; buscaba evasivas para no contestar a derechas: sus misterios y reticencias daban a su interlocutor una confusa alarma. Al fin tuvo D. Fadrique que dejar partir al fraile, sin averiguar nada mas que lo que ya sabia. Aquella noche no salio de su cuarto; no quiso ver a nadie; pretexto hallarse indispuesto, para encerrarse y aislarse. Se pasaron horas y horas, y aunque se tendio en la cama, no pudo dormir. Mil tristes ideas le atormentaban y desvelaban. Rendido de la fatiga, se entrego al sueno por un momento; pero tuvo visiones aterradoras. Sono que habia asesinado a Dona Blanca, y sono que habia asesinado a su hija. Ambas le perdonaban con dulzura, despues de muertas; pero este perdon tan dulce le hacia mas dano que las punzantes palabras que aquel dia habia escuchado de boca de su antigua querida. Esta y Clara se ofrecian a su imaginacion con la palidez de la muerte, con los ojos fijos y vidriosos, pero como triunfantes y serenas, subiendo lentamente por el aire, hacia la region del cielo, y entonando un antiguo himno religioso, que siempre habia atacado los nervios y contrariado los sentimientos harto gentilicos del Comendador por su funebre ternura, por su identificacion del amor y de la muerte, y por su misantropica exaltacion del ser del espiritu por cima de todo deleite, contento, esperanza, consolacion o bien posible en la tierra. Las mujeres, que iban subiendo al cielo, cantaban; y D. Fadrique oia, a traves del ambiente tranquilo, los ultimos versos del himno, que decian: _Mors piavit, mors sanavit Insanatum animum_ Con estos dos versos en la mente se desperto D. Fadrique. Apenas se hubo vestido, oyo que daban golpecitos a la puerta. --?Quien es? --pregunto? --Soy yo, tio --dijo la dulce voz de Lucia.-- Tengo que hablar con V. ?Puedo entrar? --Entra, --contesto el Comendador con bastante zozobra de que Lucia trajese malas noticias. La cara de Lucia estaba demudada. Los ojos algo encarnados, como si hubiesen vertido lagrimas. --?Que hay? --dijo D. Fadrique. --Que Dona Blanca esta muy mala. Clara me escribe diciendomelo, y me ruega que haga la caridad de ir a acompanarla. --?Y se sabe que tiene Dona Blanca? --Yo, tio, no lo se. El mal ha venido de subito. La criada, que me trajo la carta de Clarita, dijo que su ama cayo enferma como herida por un rayo; que eso es verdad, la senora estaba delicada, pero que al fin lo pasaba regular, como casi todos, cuando de repente, cual si hubiera tenido alguna aparicion de los malos y hubiera peleado con ellos, cayo en tal postracion, que ha sido menester ponerla en la cama, donde esta aun con calentura. Don Fadrique sintio un frio repentino, que discurria por todo su cuerpo y que hasta los huesos le penetraba. Imagino que se le erizaban los cabellos. Se inmuto; pero con habla interior dijo para si: --En efecto, ?habre sido tan brutal que la haya asesinado? Notando despues que Lucia no tenia mas que decir y aguardaba respuesta, el Comendador hizo un esfuerzo para aparentar serenidad, y dijo a su sobrina: --Ve, hija mia; ve a cumplir con ese deber de caridad y de amistad para con Clarita. Procura consolarla. iOjala que el padecimiento de Dona Blanca no tenga peores consecuencias! --Voy volando, --replico Lucia. Y sin aguardar mas, con la venia de su madre, que ya tenia, bajo la escalera y se fue a la casa inmediata. XXVII La sobrina del Comendador tenia tan alegre caracter como su tio. Era, por naturaleza, tan optimista como el. Casi todo lo veia de color de rosa; pero, compasiva y buena, tomaba pesar por los males y disgustos de los otros, si bien procurando mas consolarlos o remediarlos que compartirlos. Con esta disposicion de animo entro Lucia a ver a Clara. Apenas se vieron, se abrazaron estrechamente. Clara, al contrario de Lucia, era melancolica, vehemente y apasionada, como su madre. Sobre esta condicion del caracter, que era ingenita en ella, la educacion severisima de Dona Blanca, su continuo hablar de nuestra perversidad nativa, su concepto del mundo y del vivir como valle de lagrimas y tiempo de prueba, y su terror de la eterna condenacion y de lo facil que es caer en el pecado, habian difundido por toda el alma de Clara una sombra de amarga tristeza y de medrosa desconfianza. Por dicha, Clara carecia de aquel orgullo, de aquel imperio de su madre, y el lado obscuro y tenebroso de su espiritu estaba suavemente iluminado por un rayo celeste de humildad, resignacion y mansedumbre. Clara era mil veces mas amante que su madre, y se abandonaba a la dulzura de amar, si bien con recelo siempre de pecar amando. Ambas amigas se hallaban en un cuarto contiguo a la alcoba de Dona Blanca. El cuitado de D. Valentin no sabia que hacer: andaba inquieto; bullia de un lado a otro, sin atreverse a entrar en la alcoba de su mujer para que no le despidiese a gritos, porque venia a turbar su reposo, y sin atreverse tampoco a no estar alli cerca para que su mujer no le acusase de indiferente, egoista y desalmado, que no miraba con interes sus males, y ni siquiera preguntaba por su salud. En esta perplejidad, D. Valentin entraba y salia; asomaba de vez en cuando la nariz a la alcoba, a ver si le veia Dona Blanca y le decia que entrase, y, sin decidirse a entrar, mientras no alcanzaba la venia, preguntaba a Clara por su madre, ni en voz muy alta para que Dona Blanca se incomodase, ni en voz muy baja para que fuera posible que Dona Blanca le oyese y comprendiese que su marido cuidaba de ella y no era un hombre sin entranas. Este procedimiento prudentisimo no le valio, sin embargo. Ya una vez, como repitiese con harta frecuencia lo de asomar la nariz a la puerta de la alcoba, Dona Blanca habia dicho: --?Que haces ahi? ?Vienes a molestarme? Pareces un buho que me espanta con sus ojos. Dejame en paz, por Dios. Poco despues se descuido algo D. Valentin, alzo la voz demasiado al preguntar a Clara por su madre, y esta exclamo desde la alcoba: --iQue pesadilla de hombre! Se ha propuesto no dejarme descansar. iSi parece que esta hueco! Valentin, habla bajo y no me mates. D. Valentin salio entonces zapeado de la estancia en que se hallaban Clara y Lucia, y las dejo solas. Aunque Dona Blanca era buena cristiana, estos raptos de mal humor contra su marido se comprenden y explican como en cierto modo independientes de su voluntad. Dona Blanca no habia encontrado en el ni un atomo de la poesia, ni una chispa de las sublimidades que habia sonado hallar, en su inexperiencia, en el hombre a quien dio su mano, siendo aun muy nina. Luego, hacia diez y siete anos, no veia ella en D. Valentin sino un hombre cuya serenidad era el perpetuo sarcasmo de las borrascas de su corazon; cuya union con ella habia hecho que lo que pudo ser un bien licito, una felicidad santificada, fuese un pecado abominable, y cuya salud corporal parecia una burla de los achaques y padecimientos que a ella la atormentaban. Hasta la paciencia con que D. Valentin la sufria era odiosa a Dona Blanca, cual si implicase bajeza, gana de no incomodarse por no molestarse, desden o menosprecio. En balde procuraba Dona Blanca formar mejor opinion de su marido, a fin de respetarle, como reflexivamente conocia que era su deber: Dona Blanca no lo lograba. Las mejores prendas de alma de D. Valentin, con intervencion quizas de algun demonio astuto, se trocaban, en el alma de Dona Blanca, en defectos ridiculos. En balde pedia a Dios Dona Blanca que le concediese, ya que no amar, estimar a su marido. Dios no la oia. Zapeado, pues, D. Valentin, Dona Blanca quedo sola en la alcoba, abismada, sin duda, en sus hondos y amargos pensamientos, y Clara y Lucia, casi al oido la una de la otra, hablaron asi: --?Que ha dicho el medico, Clara? ?Que tiene tu madre? --pregunto Lucia. --El medico hasta ahora --respondio Clara,--no ha dicho mas que lo que cualquiera de nosotros ve y comprende: que mi madre tiene calentura; pero la calentura es solo sintoma de un mal que el medico desconoce aun. Anoche la calentura fue muy fuerte y nos asustamos mucho. Hoy de manana ha cedido. --Vamos, Clarita, ya veo que exageraste en tu carta y me alarmaste sin motivo. Tu madre se curara pronto. Apuesto que la causa de toda su indisposicion ha sido alguna rabieta que ha tenido con D. Valentin. --Pues te equivocas. Mi madre no ha tenido la menor rabieta con nadie en todo el dia de ayer. Papa estuvo en el campo. --Entonces se concibe que no rabiase con el. ?Y contigo no rabio? --Hace dias que mi madre esta dulcisima conmigo. Te repito que ayer no se sofoco mama con nadie; no rino a ninguna criada; estuvo apacible y silenciosa. Clara, si bien era una criatura de singular despejo, se forjaba la extrana ilusion de que una buena madre de familia tenia forzosamente que rabiar, y asi no decia nada de lo dicho para censurar a su madre, sino candorosamente. Lucia no insistio en buscar el origen del mal de Dona Blanca: se inclino a creer que este mal era pequeno, a fin de no tener que afligirse; y volviendo la conversacion hacia otros puntos, pregunto a su amiga: --Clara, ?sigues firme en tu resolucion de tomar el velo? --Estoy mas resuelta que nunca. Una voz misteriosa me grita en el fondo del alma que debo huir del mundo; que el mundo esta sembrado de peligros para mi. --Confieso que no te entiendo. ?Que peligros tendra el mundo para ti, que para los demas no tenga? --iAy, querida Lucia; el desorden de mi espiritu, los extranos impulsos de mi corazon, la violencia de mis afectos! --Pero, muchacha, ?que violencia, ni que desorden es ese? Yo no hallo desordenado ni violento el que ames a D. Carlos, que es muy guapo y joven, y el que no gustes de D. Casimiro, que es viejo y feo. Esto me parece naturalisimo. --Sera natural, porque la naturaleza es el pecado. --?Donde esta el pecado? --En desobedecer a mi madre, en enganarla, en haber atraido a D. Carlos con miradas amorosas y profanas, en complacerme en que guste de mi y en que me persiga, en desear que siga queriendome hasta en este instante, cuando ya estoy decidida a no ser suya. En suma, Lucia, mi alma es un tejido de maranas y de enredos, que el mismo diablo trama y revuelve. Ademas, yo he prometido a mi madre que sere monja, y para que lo sea, ha despedido ella a D. Casimiro. ?Como faltar ahora a mi promesa, burlarme de mi madre y hasta de Cristo, a quien he dado palabra de esposa? ?Que infamia me propones? --Es verdad, hija mia: el caso es apurado; pero ?quien te mando que dijeses que querias ser monja y que lo prometieses? ?Por que no declaraste con valor a tu madre que no querias a D. Casimiro y que no querias ser monja tampoco? --Bien sabe Dios --respondio Clara,-- que deseo desahogarme contigo, depositar en tu amistoso corazon el secreto de mi infortunio, confiartelo todo; pero yo misma no me comprendo sino de un modo imperfecto, y lo que de mi misma comprendo esta tan enmaranado, que no encuentro palabras para explicartelo. Siento la razon y causa de todas mis acciones, y no las percibo bien para exponerlas. Quiero, no obstante, sincerarme y tratar de probarte que no es absurda mi conducta. Voy a ver si lo consigo. Yo he amado, yo amo aun a D. Carlos de Atienza. Yo detesto a D. Casimiro. Esto es verdad; pero mi amor por D. Carlos y mi odio a D. Casimiro no han tenido jamas la suficiente energia para hacerme arrostrar la colera de mi madre, declarandole que amaba al uno y odiaba al otro. Asi, pues, te aseguro que durante meses he estado resignada a sofocar en mi alma el naciente amor a D. Carlos y a casarme con D. Casimiro para ser una hija obediente. Hubiera yo preferido a todo ser esposa de Cristo; pero me consideraba indigna. Para ser mujer de D. Casimiro me sentia con fuerzas. Yo esperaba vencer mi fatal inclinacion a D. Carlos, y, logrado esto, ser modelo de casadas: cuidar al achacoso D. Casimiro, y hasta quererle, imponiendome como deber el carino. Hallandome de esta suerte, nuevos y extranos sentimientos han combatido mi alma y han hecho que mi espiritu dude mas de si. Me he llenado de terror. En mi humildad, no me he creido digna ni de ser mujer de D. Casimiro. Me he espantado de mi flaqueza, de la perversidad de mis inclinaciones, y entonces he pensado en refugiarme en el claustro. Juzgandome menos digna que antes de ser esposa de Cristo, he pensado en la infinita bondad de aquel Soberano Senor, padre de las misericordias, y he comprendido que, aun siendo yo indigna de todo, podia acudir a El y refugiarme en su seno, segura de que no me rechazaria, de que me acogeria amoroso, purificandome y santificandome con su gracia. --Tu me hablas de nuevos y extranos sentimientos, pero sin decir cuales son --dijo Lucia.-- Aqui hay un misterio que no me dejas penetrar. --iAy! --exclamo Clara,-- apenas si yo le penetro. ?Como declarartele? Mira, Lucia, yo conozco que amo siempre a D. Carlos. Si me finjo en completa libertad de elegir mi vida, me parece que mi eleccion sera ser mujer de D. Carlos. Su talento, su bondad, su delicada ternura, me hacen presentir que seria yo dichosa viviendo a su lado. Te lo confesare. A pesar del horror que mi madre ha sabido inspirarme a la complacencia de los sentidos, la imagen material de D. Carlos, su porte, la gallardia de su cuerpo, la elegancia y pulcritud de su vestido, el fuego de sus ojos y la viva animacion de su semblante y la frescura de su boca me atormentan y me hieren, y me distraen de mis piadosas meditaciones. --Te lo repito, Clarita: en nada de eso veo yo la obra del diablo; en nada descubro influencias sobrenaturales: todo es naturalisimo. Y si, como tu afirmas, la naturaleza es el pecado, bien es menester, o que Dios nos de medios sobrenaturales para vencerla, o que nos perdone con muchisima generosidad cuando ella nos venza. ?Donde estan esos sentimientos singulares que te perturban? --Lucia, tu hablas con suma ligereza. Tus razones tienen no se que fondo de impiedad. Me da miedo. Mi madre no se enganaba. El trato, la conversacion con tu tio debe de ser muy peligrosa. --No disparates, Clara. A mi tio no se le ha ocurrido jamas darme lecciones de impiedad. Si lo que yo sostengo es poco piadoso, la culpa es completamente mia. Sere yo la que esta endiablada. Pero dejemos a un lado esas cuestiones: vamos a lo que importa. Dime que raros sentimientos te asaltan el alma, inspirandote esa humildad, esa desconfianza profunda, que te induce a tomar el velo. --No acierto a decirtelo. Me falta valor. --Ea... animo... di lo que es. --Mi madre no ha hecho mas que hablarme de tu tio desde que aparecio en esta ciudad... desde que yo le vi y pasee con el una tarde. Me le ha pintado como pudiera haberme pintado a Luzbel, rodeado aun de hermosos fulgores de su primitiva naturaleza angelica, valeroso, audaz, inteligente como pocos seres humanos. Me ha hecho creer que ejerce tal imperio sobre las almas, que las atrae y las cautiva, y las pierde si gusta. En su mirada hay una luz siniestra que ciega o extravia. En su palabra, una musica seductora que embelesa los entendimientos y ensordece la voz del deber en la conciencia. Segun mi madre, tu tio es la maldad personificada, el dechado de la irreligion, un rebelde contra Dios, de quien conviene apartarse para no contaminarse. En resolucion, cuanto mi madre ha dicho de tu tio debiera infundirme hacia el un odio, una aversion grandisima. Se por mi madre que el Comendador es un reprobo. No hay esperanza de que se salve. Esta condenado. Es como Luzbel. Y, sin embargo, lejos de producir en mi los discursos de mi madre el horror hacia el Comendador que ella deseaba, tal es mi perversidad, tan pecaminoso es mi espiritu de contradiccion, que han avivado mis simpatias hacia tu tio. Yo no debiera decirtelo, yo no se como tengo la desvergueenza de decirtelo. Apenas si a mi confesor le he dejado entrever algo de lo que siento en el negro abismo de mi corazon. Pero, si no te lo digo... ?con quien me desahogo?... Lucia, tu eres mi mejor amiga... Yo quiero al Comendador de un modo inexplicable. Me siento arrastrada hacia el. Creo en todas sus maldades porque mi madre me las ha dicho; y creo que Dios, a quien el Comendador es simpatico, se las va a perdonar, como yo se las perdono. ?No es una monstruosidad, no es una aberracion este carino hacia una persona casi desconocida? Yo me condenaba antes por mi inclinacion a D. Carlos, a despecho, a escondidas de mi madre. Ahora me sucede casi lo mismo que a ti: mi inclinacion a D. Carlos me parece natural. Lo diabolico, lo abominable es mi inclinacion a tu tio. Es un sentimiento tan distinto, que no destruye ni aminora mi afecto a D. Carlos. Esto prueba mi desordenada indole, mi pecadora y perturbada manera de ser. No se con que pretexto, bajo que titulo, con que nombre carinoso he de acercarme a el, hablarle, llegar a su intimidad, y lo deseo. Cuantas cualidades detestables mi madre le atribuye, se me antoja que no lo son en el, porque es un ser de superior natural jerarquia y esta exento de la ley comun para los demas mortales. Con la mirada fija, con el semblante no risueno, como le tenia de costumbre, sino triste y grave, y sin acertar a contestar palabra, oyo Lucia la inesperada confesion de Clara. Despues de unos instantes de silencio Clara prosiguio: --Nada me respondes; nada observas; te callas; reconoces que soy un monstruo. Sera amor de otro genero, sera un sentimiento indefinido, que carece de nombre en la clase e historia de las pasiones; pero yo quiero a tu tio y le quiero por esa misma pintura con que mi madre ha procurado que yo le aborrezca. A este punto llegaba Clara, cuando vino a interrumpirla la voz de Dona Blanca, que decia: --iHija, hija! Lucia y Clara se estremecieron. Aunque era imposible que Dona Blanca las hubiese oido, imaginaron por un instante que milagrosamente las habia oido y que iba a terciar en la conversacion por estilo terrible. --?Que manda V., mama? --dijo Clara temblando. --Agua. Dame un poco de agua. iMe ahogo! Las dos amigas acudieron a la alcoba a dar agua a la enferma. Entonces notaron con pena y sobresalto que la fiebre habia crecido. Las palpitaciones del corazon de Dona Blanca eran tan violentas, que se hacian perceptibles al oido. --?Que siente V., senora? --pregunto Lucia... --Una ansiedad... una fatiga... --respondio Dona Blanca,-- el corazon me late con tanta fuerza. Lucia poso suavemente la mano sobre el pecho de Dona Blanca. Entonces noto con pena que los latidos de su corazon habian perdido el ritmo natural: eran desordenados y anormales; pero no dijo nada por no asustar a la paciente y a su hija. El cuidado que requeria Dona Blanca no consintio que prosiguiese el dialogo entre Clara y Lucia. XXVIII Tantos anos de pesares y de tormentos habian ido destruyendo la salud de Dona Blanca. Su tristeza sin tregua; su oculta vergueenza, con la que de continuo tenia que verse cara a cara, sin poder hallar alivio comunicandola y confiandose a una persona amiga; sus luchas de compasion y de desprecio por su marido y de amor y de odio por el Comendador; su horror del pecado que creia sentir sobre ella y que le pesaba como lepra asquerosa e incurable; su orgullo ofendido; su temor del infierno, al que a veces se creia predestinada, y su preocupacion incesante de la suerte de Clara, a quien amaba con fervor y a quien en ocasiones aborrecia, como vivo testimonio de su mas grave falta y de su mas imperdonable humillacion, habian influido lastimosamente sobre todos los organos de aquella vida corporal. Dona Blanca hacia mucho tiempo estaba sujeta a frecuentes paroxismos histericos. Habia momentos en que le parecia que se ahogaba: un obstaculo se le atravesaba en la garganta y le quitaba la respiracion. Entonces le daban convulsiones que terminaban en sollozos y lagrimas. Despues solia calmarse y quedar por algunos dias tranquila, aunque palida y debil. El caracter violentisimo de aquella mujer, exacerbado por la continua contemplacion de una desgracia, que hacia mayor su melancolica fantasia, la impulsaba a tratar a su marido, a su hija y a muchos de los que la rodeaban, con un despego, con una dureza cruel, de la que en el fondo del corazon, que era bueno, se arrepentia ella al cabo, no siendo fecundo este arrepentimiento sino en nuevos motivos de disgustos y de amarguras. La energia de las pasiones habia asi, poco a poco, fatigado materialmente el corazon de Dona Blanca, excitandole a moverse con impulso superior a sus fuerzas. No padecia solo de las palpitaciones nerviosas de que daba muestras en aquel instante. Tal vez (los medicos al menos lo habian afirmado) Dona Blanca tenia una enfermedad cronica en aquel organo tan importante. A pesar de su cansancio, tal vez el excesivo ejercicio habia agrandado y robustecido de una manera peligrosa aquel activo corazon. Como quiera que fuese, Dona Blanca hacia tiempo que estaba harta de vivir. La unica idea, el unico proposito, el solo fin que en su vivir estimaba era el de cumplir un deber terrible: el evitar que su hija heredase a D. Valentin. Cuando su hija le prometio con solemne promesa entrar en el claustro, y cuando despues supo, de boca del P. Jacinto, y mas tarde de los labios del mismo D. Fadrique, el rescate de Clara, si bien le rechazo y le juzgo inutil ya, se tranquilizo, creyendo su proposito cumplido en cualquier evento, y considerandose desligada del mundo; sin nada que hacer en el sino atormentarse, y sin razon alguna para desear, estimar y conservar la vida. El reposo relativo del espiritu de Dona Blanca cuando penso haber hallado la solucion de su dificil problema, la hizo caer en una postracion, en una atonia peligrosa. Por otro lado, no obstante, su imaginacion, fecunda en atormentarla, le ofrecia mil motivos de afliccion y de ira. La generosidad del Comendador humillaba su orgullo, y por mas que trataba de empequenecerla o de afear y envilecer sus causas fingiendoselas vulgares, absurdas o caprichosas, dicha generosidad resplandecia siempre y la ofendia. La voluntad de Dona Blanca era de hierro: pocas personas mas pertinaces y firmes que ella; pero su espiritu vacilaba y no se aquietaba jamas. La fuerza de cualquier encontrado pensamiento bastaba a descontentarla de lo que habia hecho, y no bastaba a hacerle cambiar y a moverla a hacer otra cosa. No producia sino nueva mortificacion esteril. Asi es que Dona Blanca percibia vivamente la presion que habia ejercido sobre el alma de su hija, que, sin querer, acaso la habia hecho infeliz, y que su hija iba a encerrarse en un convento, no devota, sino desesperada. Las rudas acusaciones del Comendador durante la fatal entrevista, acusaciones contra las cuales se habia ella defendido con valor y tino, terminada aquella lucha de palabras, acudian a su mente con mayor fuerza, sin que las dijera el Comendador, sin que se pudieran rechazar merced al calor de la disputa, y labrando en su animo como una honda llaga. El ardiente amor que el Comendador le habia infundido, siendo causa de que ella se humillase, se habia convertido en espantoso aborrecimiento y sin perder este caracter, sin volver a su ser primero, porque ya no era posible, porque su alma tenia mucha hiel para poder amar, habiase recrudecido en su seno durante la entrevista con el hombre que le inspiraba. Todos estos dolores, tribulaciones y combates espirituales no es de maravillar que produjesen en Dona Blanca una enfermedad aguda, sobrexcitando sus males cronicos. Poco despues de la conversacion entre Clara y Lucia, de que acabamos de dar cuenta, visitaron a la enferma los dos medicos mejores de la ciudad. Ambos convinieron en que su dolencia era de cuidado. Ambos reconocieron cierta alarmante alteracion en la circulacion de la sangre, que por la fiebre sola no se explicaba. El corazon tenia una actividad, enfermiza y un excesivo desarrollo. El pulso era vibrante y duro. El lado izquierdo del pecho de la enferma se estremecia con las palpitaciones. Un vivo carmin tenia las mejillas de Dona Blanca, de ordinario palidas. Los medicos auguraron mal de estos y otros sintomas: la principal dolencia estaba complicada con otras muchas. No hallando, pues, remedio eficaz por lo pronto, recetaron algunos paliativos, y entre ellos la digital en pequenas dosis. Aunque disimularon bastante la gravedad y el caracter poco lisonjero de sus observaciones y pronosticos, dejaron a las dos amigas en extremo afectadas. Todo aquel dia permanecio Lucia al lado de Clara, auxiliandola en sus faenas y cuidados; pero ya no era ocasion propicia para volver a las confidencias. Si bien Clara no volvio a hablar del estado de su alma, sin duda pensaba en el, segun lo preocupada que estaba. Lo que antes de confiarse a Lucia habia ella percibido en imagenes vagas y como borrosas, habia adquirido, en su propia mente, mayor ser, consistencia y determinada figura al formularse en palabras. Asi es que, en medio del afan y del dolor que por su madre sentia, Clara se atormentaba con la idea de aquella inclinacion hacia un sujeto, a favor del cual, por extraordinario hechizo, se trocaban en causas y motivos de simpatia y afecto todas las razones que para aborrecerle le daban. Lucia, por su parte, tambien estaba meditabunda y triste en extremo. Su taciturna tristeza, dado su caracter regocijado, parecia superior a la pena que pudiera sentir por el mal de Dona Blanca, y aun al mismo disgusto que los devaneos mentales y los dolores fantasticos de su amiga debieran causarle. Don Valentin, combatido por los opuestos sentimientos de la compasion y del terror que su mujer le inspiraba, seguia viniendo con frecuencia a informarse del estado de la paciente; pero, en vez de entrar en el cuarto y asomar la nariz a la alcoba, se quedaba fuera y asomaba solo al cuarto la nariz, preguntando a su hija: --?Como esta tu mama? Clara respondia: --Lo mismo;-- y D. Valentin se iba. Fuera de la criada de mas confianza, que ya venia a traer un recado, ya a dar algun auxilio indispensable, nadie mas que el P. Jacinto entraba en la habitacion donde se hallaban Clara y Lucia. Al anochecer subio de punto, llego a su colmo la agitacion febril de Dona Blanca. El P. Jacinto estaba acompanando a las dos amigas y asistiendo con ellas a la enferma. Esta, que habia estado por la tarde sonolienta y postrada, empezo a dar senales de vivisima exaltacion: se quejo de que le dolia la cabeza; mostro en el semblante cierta movilidad convulsa; pronuncio frases sin orden ni concierto. Lo que mas repetia era: --Vete, Valentin. Dejame, no me atormentes. --Sin duda la enferma tenia la alucinacion de ver a D. Valentin, que alli no estaba. Asi permanecio Dona Blanca hasta cerca de las diez. Entonces se agravo el mal: el delirio se declaro; estallo con impetu. El cerebro sintio por completo la reaccion del mal que la infeliz tenia en las entranas. Los pensamientos todos, que durante anos la atormentaban, y que hacia mas de treinta horas habian cobrado mayor brio, se barajaron en tumulto; se rebelaron contra la voluntad, se hicieron independientes de ella, rompieron todo freno; y, buscando y hallando maquinal e instintivamente palabras adecuadas en que formularse, salieron del pecho en descompuestas voces. Dona Blanca se incorporo en la cama; miro con ojos extraviados a Lucia y a Clara y al fraile, y hablo de esta manera: --iVete, Valentin! ?Por que quieres matarme con tu presencia? Matame con un punal... con una pistola. Echame una soga al cuello y ahorcame. No seas cobarde. Toma la debida venganza. --Sosiegate, Dona Blanca --interrumpio el fraile, a quien ella se dirigia como si fuera D. Valentin.--Sosiegate; tu marido esta fuera... Idos, muchachas --anadio, dirigiendose a las dos amigas.--Dejadme solo con la enferma, a ver si logro que se sosiegue. Clara y Lucia, como si estuviesen alli clavadas, no se movieron. Dona Blanca prosiguio: --Ten valor y matame. Tu honra lo exige. Es necesario que mates tambien al Comendador. Esta condenado. Se ira al infierno y me llevara consigo. --iMadre, madre, V. delira! --exclamo Clara. --No, no deliro --respondio Dona Blanca.-- Y tu, necio --anadio dirigiendose al fraile,-- ?eres ciego? ?no la ves? --y senalaba con el dedo a su hija.-- iComo se le parece! iDios mio! iComo se le parece! Es un retrato suyo. iApartate de mi vista, vivo testimonio de mi vergueenza! Clara, llena de horror y de ansiosa curiosidad a la vez, oia a su madre y pugnaba por comprender todo el arcano tremendo. Al sonar las ultimas palabras, que iban dirigidas a ella, se cubrio Clara el rostro con ambas manos. --Bien puedes estar satisfecha --continuo Dona Blanca.-- Te tenia olvidada; pero al cabo se acordo de ti e hizo un gran sacrificio. Ya pago de antemano lo que has de heredar de mi marido. Te rescato de Dios para entregarte al mundo. Quedate en el mundo. Tu no puedes ser monja. La mala sangre del Comendador hierve en tus venas. ?Como dudar que eres la hija maldita de aquel impio? Clara, al oir estas ultimas palabras, dio un grito inarticulado y cayo desmayada entre los brazos de Lucia. Lucia saco a Clara fuera de la alcoba, sosteniendola por debajo de los brazos y tirando de ella. Dona Blanca, entre tanto, no pudiendo resistir mas a la honda emocion, extenuada, rendida, cayo de nuevo en la cama, con temblor convulso y rigidez de los tendones, lo cual fue cediendo con lentitud y dando lugar a un desfallecimiento profundo. El P. Jacinto acudio entonces a donde estaba Clara, que Lucia habia recostado en un sofa. Clara volvio en si del desmayo, exhalo un suspiro y rompio a llorar con desatado y copioso llanto. --iClara, amiga querida! dijo Lucia. --Calmate, nina, calmate, --exclamo el P. Jacinto. --iDios santo y misericordioso! --dijo Clara.--Tu mano omnipotente me hiere y me sana al propio tiempo. iPobre madre mia de mi alma! iCuan infeliz has sido! Y el... iay! el... no puede ser impio y perverso como tu supones... iAhora comprendo por que y como yo le amaba! XXIX La enfermedad siguio su curso ascendente. Tres dias despues de la escena que hemos descrito, Dona Blanca estaba tan mal, que no habia esperanza de salvarla. Su hija y Lucia la habian cuidado, la habian velado con el mayor carino y esmero. Los accesos de delirio se habian renovado con largas intermitencias de postracion. La cabeza de Dona Blanca se despejo al cabo por completo; pero su estado era digno de lastima: la respiracion, corta y anhelante; la voz, alterada y ronca; imposibilidad de estar acostada; necesidad de estar incorporada. Los medicos declararon al P. Jacinto que habia sobrevenido un grave impedimento a la circulacion de la sangre en el mismo corazon, y que, si crecia el impedimento, se seguiria la muerte. El padre dejo percibir a Clara aquel terrible pronostico, con la mayor delicadeza que pudo, y confeso y administro a la paciente. En aquel momento supremo, a las puertas de la eternidad, Dona Blanca depuso la dureza de su genio, su orgullo y su amargura, y no guardo en el alma sino la fe vivisima, que hizo renacer en ella las esperanzas ultramundanas y abrio el manantial de las mas puras consolaciones. Dona Blanca llamo a D. Valentin, le abrazo y le suplico que la perdonase. D. Valentin, muy afligido y lloroso, y no menos humilde, contesto que nada tenia que perdonar; que el era el culpado, pues no habia sabido hacer dichosa a una mujer tan santa y tan buena. El rostro macilento de Dona Blanca se tino entonces de ligero rubor. Sus labios exhalaron un triste suspiro. A Clara la llamo a si Dona Blanca, le dio un beso en la frente, y le dijo al oido con acento apenas perceptible: --Di a tu padre que le perdono. Tu, hija mia, sigue los impulsos de tu corazon. Eres libre. Se honrada. No te cases si no le amas mucho. Mira no te enganes. Lo se todo... Me lo ha dicho el padre Jacinto. Si le amas y merece tu amor, casate con el. Pocos instantes despues exhalo Dona Blanca el ultimo suspiro, diciendo con ahogada y sumisa voz: --iJesus me valga! El dolor de Clara fue profundo. Silenciosamente lloro la muerte de su madre. Lucia lloro tambien y trato de mitigar con su afecto el dolor de su amiga. El P. Jacinto, acostumbrado al espectaculo de la muerte y familiarizado con ella, cerro piadosamente los ojos y la boca de la difunta, que se habian quedado abiertos; puso sus manos en cruz, y la extendio en el lecho. El debil D. Valentin, cuando vio muerta a su mujer, sintio por un lado una pena muy viva, porque todavia la amaba; pero, por otro lado, segun aseguran malas lenguas, que siempre estan de sobra, advirtio cierto alivio, cierto desahogo, cierto infame deleite en su alma, como si le quitaran un enorme peso de encima, como si le libertaran de la esclavitud. Tan opuestas pasiones, batallando dentro de su nerviosa y debil constitucion, le hicieron romper en risa sardonica. Despues se asusto de si mismo; se creyo peor de lo que era, tuvo miedo del diablo; tuvo vergueenza de que Dios, que todo lo ve, viese la sucia fealdad de su conciencia, y se compungio y amilano. Acudieron entonces a su memoria los amores pasados, los dulces dias de la ilusion, el tiempo en que su mujer le queria; y todo ello enternecio por tal arte aquel pecho nada varonil, que el desgraciado se deshizo en lagrimas, dando sollozos, gemidos y hasta gritos, moviendo a gran compasion el verle y el oirle. El P. Jacinto llevo a D. Fadrique la noticia de la catastrofe. Don Fadrique, retirado en su cuarto, aguardaba siempre con ansiedad noticias de la enferma. Esta vez, al mirar al P. Jacinto, el Comendador leyo en su rostro lo que habia ocurrido. --Ha muerto, --dijo el Comendador. --Ha muerto, --respondio el fraile. El Comendador no replico palabra. Inmovil, de pie, callado, sintio un dolor mezclado de remordimiento. Dos gruesas y amargas lagrimas rodaron por sus mejillas. --Te ha perdonado --dijo el P. Jacinto. --iAh, padre!... yo no me perdono... Me seria menos insufrible en la memoria el recuerdo de una afrenta no vengada... de una vileza en que yo hubiese incurrido... de una mancha en mi honor... En cualquiera otro caso me seria mas facil conciliarme conmigo mismo. Aunque Dios me perdone... yo no me perdono. XXX A los seis meses de la muerte de Dona Blanca, en pleno invierno, se reunian todas las noches en torno del hogar, en el piso alto de la casa del mayorazgo D. Jose Lopez de Mendoza, a mas de su mujer y de su hija Lucia, el Comendador D. Fadrique, el viudo D. Valentin, Clara y a veces el padre Jacinto. El joven D. Carlos de Atienza habia estado dos o tres veces en Sevilla a ver a sus padres; pero en seguida se habia vuelto. Tenia abandonada la Universidad; no pensaba en los estudios ni en la carrera. Habiase consagrado enteramente a idolatrar, a consolar, a adorar a Clarita, a quien ya veia sin dificultad, de diario. Don Fadrique y el P. Jacinto iban y venian a Villabermeja; pero estaban mas tiempo en la ciudad. La donacion de los bienes de D. Fadrique se habia hecho en toda regla y con el posible sigilo. Don Fadrique vivia modestamente de su paga de oficial retirado. Habitaba, no obstante, en Villabermeja la casa del mayorazgo, alhajada con los preciosos muebles que trajo cuando vino. El caracter de D. Fadrique no habia cambiado, pero se habia modificado. Su optimismo natural sufria interrupciones frecuentes. Negra nube de tristeza ofuscaba a menudo el resplandor de su abierta y franca fisonomia. Aunque el dolor por la muerte de Dona Blanca se habia ido mitigando en todos aquellos corazones, Clara la recordaba con ternura melancolica, y el Comendador con carino y con penoso arrepentimiento a la vez. Solo D. Valentin, que comia como un buitre, y que habia engordado, y no hallaba quien le rinese ni quien le dominase, se creia en la obligacion de llorar cuando menos ganas tenia. Entonces la consideracion de aquello a que se juzgaba obligado, y el ver que no le salian de adentro la afliccion y el lloro, le compungian de nuevo y producian en el el prurito y el flujo. D. Valentin era un mar de lagrimas dos o tres veces por semana. Clara, viendo ya a todas horas a D. Carlos y a D. Fadrique, habia penetrado la diferencia de los afectos que a ambos la ligaban, y cada dia los hallaba mas compatibles. El Comendador le inspiraba cada dia mas veneracion, ternura y gratitud por su sacrificio generoso. D. Carlos le parecia cada dia mas agraciado, bello, enamorado, ingenioso y poeta. Pasaron asi algunos meses mas. Vino la primavera. Llego el verano. Solemnizose el primer aniversario de la muerte de Dona Blanca con llanto y con misas y otras devociones. El escrupulo de faltar a la promesa de ser monja se borro al fin de la mente de Clarita. Su madre, al morir, la habia absuelto de la promesa. El amor inspirado y sentido la excitaba a no cumplirla. El bueno del P. Jacinto, confesor de Clarita, le aseguraba que la promesa era nula. Clarita al cabo la anulo, haciendo otra promesa dulcisima para D. Carlos. Le prometio darle su mano, confesandole al fin que le amaba. Una alambicada cavilacion habia detenido a Clara en dar el si a D. Carlos. Clara juzgaba probable que D. Casimiro muriese sin sucesion y que alguna parte de los bienes del rescate viniese a ella; pero hasta esta duda, que si bien delgada y sutil, la mortificaba, se disipo del todo. Nicolasa, o mejor dicho, la senora Dona Nicolasa Lobo de Solis, esposa legitima de D. Casimiro, dio a luz un robusto infante. Cuando el Comendador, al volver un dia de Villabermeja, trajo esta noticia, fue Lucia la primera persona a quien se lo comunico. --Calle V., tio --exclamo la muchacha;-- de seguro que el nino de D. Casimiro sera un escomendrijo; parecera un gazapillo desollado. --No, sobrina --contesto el Comendador;-- el recien nacido Solis es fuerte como un becerro. Asi era la verdad, segun hemos sabido despues. El primogenito de los Solises parecia, no un becerro, sino un toro. Don Casimiro era el varon mas bienaventurado de la tierra. Estaba lleno de satisfaccion y de orgullo de verse tan amado de su mujer, y de tener por hijo a un Hercules tebano, sin pensar en el Saturnio y sin mirarse como Anfitrion, pues ignoraba la mitologia. El tio Gorico, desde el casamiento de Nicolasa, habia empezado a pugnar porque le llamasen Don Gregorio; habiase jubilado del oficio de Abraham y del de pellejero, y no se empleaba mas que en beber aguardiente y rosoli, y en ponderar la ventura y la grandeza de su hija, sus virtudes y la vida beata que daba a su ilustre esposo. Despues del bautismo de la criatura, iba el tio Gorico de casa en casa, refiriendo el jubilo de su yerno, quien ya se volvia hacia la cama donde estaba Nicolasa, ya hacia la cuna donde estaba el nino, y ya se paraba a igual distancia de la cama y de la cuna, y exclamaba, levantando las manos al cielo: --iDios mio! iDios mio! ?Que he hecho yo para ser tan dichoso? En efecto, la dicha pudo mas que D. Casimiro, y pronto le hundio en la sepultura. Aunque sea adelantar los sucesos, se dira aqui que la viuda llevo una vida retirada, sin recibir ni tratar, durante un ano, sino al platonico Tomasuelo, y que tuvo dos gemelos postumos, los cuales, si el primogenito merecia llamarse Hercules, no merecian menos pasar por Castor y Polux. La rectitud de la conciencia de Dona Blanca y sus severos fallos, hallando un leal y decidido ejecutor en D. Fadrique, daban asi sus resultados naturales, proporcionando pinguee herencia a aquellos mitologicos angelitos, vastagos lozanos de la familia de Solis. Como quiera que fuese, toda persona delicada y noblemente orgullosa no repara en las bajezas y bellaquerias del vulgo de los mortales y en la utilidad que proporcionan: no acepta jamas, sino en sentido ironico y de burla, la picaresca sentencia de la fabula: "Tomelo por su vida: considere Que otro lo comera, si no lo quiere." Asi es que D. Fadrique se reia de las consecuencias de su desprendimiento, y no por eso dejaba de aplaudirse de haberle tenido. Lo que a el le importaba era que su pura y hermosa hija no disfrutase de nada que no fuese suyo o por lo que en compensacion no hubiera el dado lo equivalente con usura. La boda de Clara y D. Carlos de Atienza se celebro al cabo en un bello dia del mes de Octubre de 1795, ano y medio despues de morir Dona Blanca. Los padres de D. Carlos vinieron de Sevilla para asistir a la boda. Los desposados se quedaron a vivir en la ciudad donde ha sido la escena de nuestra historia. Durante el ano y medio, que tan rapidamente hemos recorrido, el Comendador habia vivido, ya en Villabermeja, ya en la ciudad en casa de su hermano; pero mas en la ciudad que en Villabermeja. El afecto hacia Clara le atraia a la ciudad; pero, como Clara andaba muy distraida en sus amores y era muy dichosa, no consolaba tanto las melancolias del Comendador como su rubia sobrina. Esta era la que llamaba al Comendador cuando se tardaba en volver de Villabermeja; la que mas le escribia diciendole que viniese, y la que le enviaba recados con el mulero y con el aperador para que dejase la soledad bermejina. Como Lucia estaba ya enterada de todos los secretos de su amiga Clara, y como tampoco ocurrian cosas importantes, no habia motivo ni pretexto para acudir a cada momento al tio, preguntandole, como en otro tiempo, que habia de nuevo. En cambio Lucia, libre ya de los cuidados en que la suerte de su amiga la habia tenido, sintio despertarse en su alma la mas viva curiosidad cientifica. La astronomia y la botanica, que antes la enojaban cuando habia secretos de Clara que ansiaba penetrar, la entusiasmaban ahora extraordinariamente, y nunca se cansaba de oir las lecciones que su tio le daba, excitado por ella. No habia leccion que no le pareciese corta. No habia misterio de las flores que no quisiese descubrir. No habia estrella que no quisiese conocer. La discipula ponia en grandes apuros al maestro, porque si se trataba del movimiento de los astros, de su magnitud, de la distancia a que se hallaban de la tierra y de otras afirmaciones por el estilo, ella queria saber la razon y el fundamento de las afirmaciones, y D. Fadrique hallaba disparatado y hasta absurdo ensenar las matematicas a una sobrina tan guapa, tan alegre y graciosa; y, por el contrario, si se trataba de flores, Lucia queria que le explicase su tio lo que era la vida y lo que era el organismo, y aqui el Comendador hallaba que no habia ciencia que respondiese a las matematicas y que explicase algo. Sin querer se encumbraba entonces a una filosofia primera y fundamental, y Lucia le escuchaba embebecida, y, como vulgarmente se dice, metia tambien su cucharada, porque de filosofia habla, en queriendo, y no habla mal, toda persona de imaginacion y viveza. En suma, Lucia se iba haciendo una sabia. Mientras mas aprendia, mas iba creciendo su aficion y su empeno de saber. Las lecciones y conferencias duraban horas y horas. El Comendador se acostumbro de tal suerte a aquel dulce magisterio, que el dia en que no daba leccion le parecia que no habia vivido. Sus dias de Villabermeja fueron disminuyendo, y alargandose cada vez mas los que pasaba con la discipula. Siempre que volvia de Villabermeja, el Comendador traia a su discipula libros de su biblioteca, flores y plantas de su huerto, y pajaros que cazaba vivos. Lucia gustaba mucho de los pajaros, y, merced al Comendador, no habia ya casta de aves en toda la provincia, ora de paso, ora permanentes, de que Lucia no tuviese un par de muestra en su pajarera. Notado todo esto por Clara y D. Carlos, daba ocasion a bromas inocentes, pero que turbaban algo al Comendador y que ponian a Lucia colorada como la grana. Los novios hablaban a Lucia con cierto retintin de su excesivo amor a la ciencia. En fin, aunque el Comendador y Lucia no se hubieran dado, ni hubieran querido darse cuenta de lo que les pasaba, Clara y D. Carlos les hubieran hecho reflexionar, pensar en ellos mismos y despejar la incognita. El Comendador y Lucia, a pesar de la diferencia de edad, estaban perdidamente enamorados el uno del otro. Lucia admiraba en su tio la discrecion, la nobleza de caracter, el saber y la elegancia natural del porte y de los modales. Le encontraba hermoso, de varonil hermosura, y no le parecia posible que hubiese otro tal hombre como el en todo el mundo. A D. Fadrique le parecia Lucia tan bonita, tan buena y tan inteligente como Clara, que era todo cuanto el podia encarecer la alabanza, alla en su pensamiento. La alegria de Lucia concordaba ademas muchisimo mejor con el caracter del Comendador que la seriedad un poco triste que Clara habia heredado de su madre. El Comendador, que al fin no era una criatura inexperta, conocio pronto que amaba a Lucia y que de ella era amado; pero, pensando en su edad y en el idilio de D. Carlos, no se atrevia a declarar su amor, si bien le manifestaba con su constante solicitud en servir a Lucia. Ella no atinaba, entre tanto, a comprender la timidez del Comendador, a quien juzgaba enamorado. De aqui que se dijesen toda clase de requiebros y finezas, que literalmente podrian tomarse por efecto de amistad tiernisima, pero que ocultaban el fervoroso espiritu de verdadero amor. Don Fadrique, a mas de sus anos, creia tener otro inconveniente, que en su delicadeza no le permitia aspirar a ser amado de Lucia. Este otro inconveniente era su pobreza; pero Lucia, precisamente por esa pobreza y por el motivo que la habia causado, amaba y admiraba mas al Comendador. El descuidado desden, la alegre calma y el nada trabajoso ni lamentado abandono con que D. Fadrique se habia desprendido de mas de cuatro millones, valian mas de mil en la poetica y generosa mente de Lucia. Esta llego a veces a preguntar a su tio (sabido es que tenia el defecto de ser muy preguntona) que por que no se casaba. Cuando el tio le contestaba que porque era viejo, Lucia le aseguraba que era mozo o que estaba mejor que los mejores mozos. Cuando el tio contestaba que porque era pobre, Lucia afirmaba que la paga de oficial retirado era mas que suficiente; que ademas la chacha Ramoncica estaba poderosisima con lo que habia ahorrado, e iba a dejarle por heredero, y que, por ultimo, podia casarse con una rica. Todo esto lo decia Lucia con mil rodeos y disimulos; pero el Comendador, si bien lo comprendia, juzgaba aun que ella podia enganarse y tomar por amor otros sentimientos de respeto y afeccion casi filial; por donde no hallaba justo ni honrado prevalerse tal vez de una alucinacion de aquella linda muchacha para lograr lo que consideraba una felicidad para el. En esta situacion se hallaban Lucia y el Comendador la noche en que se celebro la boda de Clara y de D. Carlos en casa de D. Valentin. El Comendador estuvo alegre, aunque hondamente conmovido, en aquella solemne ocasion, en que una persona tan querida de su alma se unia con lazo indisoluble al hombre que debia hacerla dichosa. Don Jose y Dona Antonia se volvieron temprano a su casa. Lucia permanecio al lado de Clara hasta mas tarde. Tambien se quedo con ella el Comendador. Juntos y solos volvieron ambos a la casa. La noche estaba hermosisima, la calle silenciosa y solitaria, el ambiente tibio y perfumado, el, cielo lleno de estrellas y sin luna. Lucia iba callada, contenta, pensado en la ventura de su amiga. No estaba D. Fadrique menos sonador e imaginativo. El transito de una casa a otra era cortisimo; pero, sin reflexionar, le alargaron ellos, parandose en medio de la calle y contemplando la boveda inmensa del firmamento, como si quisiesen interrogar a las eternas luces, que alli fulguraban, sobre la suerte de los recien casados y quiza sobre la propia suerte. Lucia, dando un suspiro, dijo al fin: --iNo lo dude V... seran muy felices! --Alegrate solo y no estes envidiosa --respondio el Comendador;-- tu hallaras tambien un hombre que te merezca, que te ame y a quien ames tu con toda la energia de tu corazon. --No, tio, no me amara --replico Lucia.-- Yo soy muy desgraciada. Y Lucia suspiro de nuevo. El Comendador, a la dulce y escasa luz de los astros, vio entonces que corrian dos hermosas lagrimas por las mejillas de Lucia. La luz de los astros se quebraba en aquellos liquidos diamantes y daba reflejos de iris. El Comendador no fue dueno de si mismo. Acerco su rostro al de Lucia y puso los labios en una de aquellas lagrimas. Luego exclamo: --iTe amo! Lucia no contesto palabra. Echo a andar hacia su casa; llamo, abrieron, y entro seguida del Comendador. Al llegar a la escalera, se volvio y le dijo: --Buenas noches, tio. Adios, hasta manana. Mama me estara aguardando. El Comendador puso la cara mas afligida del mundo, viendo que tan secamente respondia la muchacha, o mejor dicho, no respondia a su repentina y vehemente declaracion. Ella se apiado entonces, sin duda, y anadio sonriendo: --Hable V. manana con mama... --?Y que?... --interrumpio D. Fadrique. --Y pida V. la licencia a Roma. Dicho esto, muy avergonzada, pero muy satisfecha, Lucia subio a brincos la escalera, y dejo al Comendador no menos contento que ella iba. Cuando supo Clara que Lucia y el Comendador habian decidido casarse, se alegro en extremo. Don Carlos de Atienza compartio la alegria de su mujer, y recordando que debia una especie de satisfaccion al Comendador, el cual se habia creido aludido cuando le oyo leer el idilio contra el viejo rabadan, compuso otro idilio en defensa de un rabadan no tan viejo y en alabanza del amor de los rabadanes. Este segundo idilio, que viene a ser como la palinodia del primero, se conserva aun en los archivos de Villabermeja, de donde mi amigo D. Juan Fresco me ha remitido copia exacta y fidedigna, que traslado aqui para terminar. El idilio es como sigue: IDILIO En la vid, con sus pampanos lozana, Relucen cual topacio los racimos. Quita lluvia temprana Al alma tierra la aridez estiva, Y los frutos opimos Medran con nuevos jugos en la oliva Y en el almendro que entre riscos brota. Recobra el claro rio El caudal que perdiera en el estio; Y el aspera bellota Se madura y endulza entre el pomposo Follaje, donde el viento, Para las gentes de la edad primera, Con fatidico acento La voluntad de Jupiter dijera. No como en primavera El campo esta de flores matizado; Que el labrador cansado En las flores cifraba su esperanza, Y ora en cosecha sazonada alcanza El premio de su afan y su cuidado. Embalsama el membrillo con su aroma Los cefiros ligeros; Y en el limon y en la madura poma, Y en los sabrosos peros El oro luce y el carmin asoma. Que brillaron en rosas y alelies; Mientras, por celos de su flor, empieza A romper la granada su corteza, Descubriendo un tesoro de rubies. Con la otonal frescura Nace la nueva hierba, y su verdura La palidez de los rastrojos cubre. Serena esta la esfera cristalina, Y hacia el rojo Occidente el sol declina En una hermosa tarde del Octubre. Filis, la pastorcilla sonadora, Bella como la luz de la alborada, Abandonando ahora Su tranquila morada, Va de las ninfas a la sacra gruta; Y en vez de flores, por presente lleva Un canastillo de olorosa fruta. Con que a vencer la resistencia prueba Que hacen a sus amores Las Ninfas que en el suelo A Cupidos traviesos y menores Dan vida y ser contra el amor del Cielo. No bien el antro con su planta huella, Donde reinan las sombras y el reposo, Con terror religioso Se estremece la timida doncella. Su presente coloca De las silvestres Ninfas en el era. Y altas razones de prudencia rara, Que pone el Numen en su fresca boca, Con esmerada concision declara: "Ninfas, no os ofendais de mi desvio; No deis vuestro favor a los zagales Que cautivar pretenden mi albedrio. Son como los rosales, Que lucen mucho en la estacion florida Y dan amarga fruta desabrida. De su orgullosa mocedad el brio Apetece y no ama; Y con enojo en sus palabras leo Que poetica llama Ni ennoblece ni ilustra su deseo; Y que el conato que imprimio natura En todo ser viviente, No se acrisola alli ni se depura Del Cielo con la luz resplandeciente. Ya se que los Cupidos, Vuestros hijos queridos, Dan a la tierra su vil tud creadora; Mas el amor, que en el Empireo mora. Esa misma virtud en ellos vierte, Y difunde do quier su vida arcana, Vencedora del mal y de la muerte. Pues bien; la que se afana Los misterios ocultos y supremos Por saber de este Amor, ?lograrlo puede Con un zagal sencillo y sin doctrina? Las que tesoro tal gozar queremos, ?No es mejor que busquemos Al varon sabio a quien el Dios concede El vivo lampo de su luz divina? Por esto, Ninfas, a mi Irenio adoro: Como en arca sagrada, Guarda dentro del alma inmaculada Del Amor el tesoro; Y arde su llama bajo el limpio hielo Con que el tenaz trabajo de la mente Corona ya su frente, Como corona el cano Mongibelo. Asi Irenio recobra por la ciencia Lo que roba del tiempo la inclemencia. iCuanto zagal con incansable mano Toca el rabel en vano Por carecer de gracia y maestria; Mientras que Irenio, con su blando tino Y su plectro divino, Produce encantadora melodia, Y hace sentir al alma lo que quiere, No bien la cuerda hiere! Si el zagal inexperto Persigue al perdigon en la carrera, O le pierde o le coge medio muerto; Mas la diestra certera Pone Irenio prudente En el oculto nido, Do el pajaro reposa con descuido, Y su pluma naciente Sin destrozar, sus alas no fatiga, Y le aprisiona al fin para su amiga. Ni resplandece menos el ingenio Del doctisimo Irenio En componer cantares Y en referir historias singulares. Cuando me alcanza de la rama verde La tierna nuez, la alloza delicada, Elige lo mejor, sin tronchar nada. Cuando algun corderillo se me pierde, El le busca y a casa me le lleva; Y de continuo me regala y prueba Su carino sincero, O haciendo con esmero De los huesos de guinda Ya un barquichuelo, ya una cesta linda. O ensenando a sacar a mi jilguero El alpiste menudo De entre mis labios con su pico agudo. Tan solo me perturba y me desvela Que Irenio a veces con el alma vuela Por donde de su amor terreno dudo. Pero si Irenio de verdad me amara, Mayor triunfo seria El lograr la victoria, No de pastoras de agraciada cara, Sino de la poesia, De la ciencia, del arte y de la gloria." Irenio a Filis, escondido, oia; Y apareciendo y dandole un abrazo, Dijo con modestisima dulzura: "Este amoroso lazo, Que labra mi ventura, En vano, Filis, explicar pretendes Con tus alambicadas discreciones. iAy, candorosa Filis! ?No comprendes Que, a pesar del saber que en mi supones, Amor no te infundiera Tu rabadan si muy anciano fuera? Cuando mi amor al del zagal prefieres Por viejo no, por rabadan me quieres." Madrid, 1876. ACABOSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN LA IMPRENTA ALEMANA EN MADRID A XXXI DIAS DE AGOSTO DE MCMVI ANOS End of Redistribuito da: classicistranieri.com | Facciamo una biblioteca multiediale. Meglio. E ci dispiace per gli altri! The Project Gutenberg EBook of El Comendador Mendoza, by Juan Valera *** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL COMENDADOR MENDOZA *** ***** This file should be named 13210.txt or 13210.zip ***** This and all associated files of various formats will be found in: http://www.gutenberg.net/1/3/2/1/13210/ Produced by Stan Goodman, Mariluz Ochoa de Olza and the Online Distributed Proofreading Team Updated editions will replace the previous one--the old editions will be renamed. Creating the works from public domain print editions means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. 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It exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from people in all walks of life. Volunteers and financial support to provide volunteers with the assistance they need, is critical to reaching Project Gutenberg-tm's goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will remain freely available for generations to come. In 2001, the Project Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit 501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by U.S. federal laws and your state's laws. The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered throughout numerous locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact information can be found at the Foundation's web site and official page at http://pglaf.org For additional contact information: Dr. Gregory B. Newby Chief Executive and Director gbnewby@pglaf.org Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide spread public support and donations to carry out its mission of increasing the number of public domain and licensed works that can be freely distributed in machine readable form accessible by the widest array of equipment including outdated equipment. Many small donations ($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt status with the IRS. The Foundation is committed to complying with the laws regulating charities and charitable donations in all 50 states of the United States. Compliance requirements are not uniform and it takes a considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up with these requirements. We do not solicit donations in locations where we have not received written confirmation of compliance. To SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state visit http://pglaf.org While we cannot and do not solicit contributions from states where we have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition against accepting unsolicited donations from donors in such states who approach us with offers to donate. International donations are gratefully accepted, but we cannot make any statements concerning tax treatment of donations received from outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation methods and addresses. Donations are accepted in a number of other ways including including checks, online payments and credit card donations. To donate, please visit: http://pglaf.org/donate Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works. Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be freely shared with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper edition. Most people start at our Web site which has the main PG search facility: http://www.gutenberg.net This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, including how to make donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.