Télefo
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Veamos algo de Télefo, un personaje de capital imporyancia en la toma de Troya. A su paso por Tegea, Heracles fue recibido hospitalariamente por Áleo, su rey, que le obsequió con un pantagruélico banquete en el templo de Atenea. De este Áleo, hay que señalar que tenía las siguientes particularidades: a) era el padre de Auge y otros dos hijos, llamados Hipotoo y Pereo, b) un oráculo le había vaticinado que un hijo de Auge mataría a los hermanos de su madre (lo aléadas, es decir los hijos de Áleo, naturalmente) y reinaría en su lugar y, c) consecuentemente, Áleo designó a Auge, sacerdotisa de Atenea, amenazando con matarla, si no se mantenía casta. ¿Y por qué no decirlo? Áleo era hijo de Afidas y se había casado con Neera (que era hija de Pereo). Ya está dicho.
Pues bien, Heracles con una borrachera descomunal violó a la niña Auge, si bien algunos dicen que como no gritó, ni dijo ni pío, probablemente la cosa no fuera para tanto. Ahora bien, lo que se ha asegurado es que Heracles desconocía que la moza, era la hija del rey. Francamente, no creo que hubiera influido mucho. A los pocos meses, la Pitonisa informó a Áleo del suceso, quién inmediatamente advirtió que el abultado vientre de la niña no eran flatulencias e indagó nervioso. Auge le contó lo de la violación, pero el padre, furibundo, no la creyó. A punto estaba de matarla en público, cuando repentinamente y por causas todavía desconocidas, se arrepintió y la entregó a Nauplio para que este se encargara de ahogarla. Y Nauplio se encaminó a Nauplia (que cosas). Y es que este Nauplio, según algunos padre de Palamedes, aunque no hay total seguridad, viajero infatigable y extraordinariamente longevo, estaba especializado en conducir al destierro, de la forma que fuera, sin excluir la “eliminación”,a los miembros, fundamentalmente del sexo débil, de la distintas familias reales caídos en desgracia. Aunque, eso sí, siempre bajo encargo.
Bien, en el trayecto llegaron los dolores del parto y Auge, pretextando cualquier escusa perentoria, se retiró a un bosque cercano del monte Partenio, donde dio rápidamente a luz ocultando al niño en un matorral, mientras Nauplio esperaba pacientemente. Llegados a este punto, conviene advertir que Nauplio no tenía la menor intención ahogar a la princesa. De ninguna manera. Lo que pretendía era sacar unos buenos cuartos, vendiéndola como esclava. Y eso fue lo que hizo, endosándosela, por un precio ciertamente bajo, casi de saldo, a unos comerciantes carios que la traspasaron al rey Teutrante (de Teutrania, claro).
¿Y el niño? Pues nada, lo corriente. Fue amamantado por una cierva hasta que unos ganaderos lo encontraron, le impusieron el nombre de Télefo (de thèlè, ubre y elaphòs, cierva) y lo entregaron a su amo, el rey Córito, que se encariñó de él, cuidándole como un hijo más. El tiempo transcurrió plácidamente y cuando Télefo alcanzó en la corte la edad adecuada, indagó sobre sus progenitores ante el Oráculo de Delfos. Que por una vez fue bastante preciso, escueto habría que decir: “Navega en busca del rey Teutrante, en Teutronia” Sin más. Y allí se encaminó el muchacho. Nada más llegar, encontró a mamá Auge, que se había casado con el rey y fue informado sobre sus ascendientes. Cuando se enteró que su padre era Heracles, sorprendentemente, no mostró la más mínima sorpresa. Y es que el muchacho era la mismísima figura de su padre, y le parecería de lo más normal. Teutantre, encantado de emparentar con el gran héroe, le entregó inmediatamente a su hija Argíope y le nombró heredero del reino de Misia. Todo iba bien en el mejor de los mundos.
Pero los Oráculos siempre se cumplen. Siempre. Y así se atestigua, y es opinión mayoritaria, que previamente Télefo había liquidado a sus tíos Hipotoo y Pereo, aunque por accidente y desconociendo su identidad, y que el oráculo, tampoco es que tuviera mucha importancia, le había dicho, además, que fuese en busca de su madre en silencio total. De ahí que “El silencio de Télefo” se hiciera, desde entonces, proverbial.
Precisamente y al hilo, se cuenta también una interesante historia. Cuando Télefo llegó a Misia, Idas, un argonauta, pretendía arrebatar el trono a Teutrante. Y éste le pidió ayuda a Télefo, prometiéndole, en caso de victoria, la mano de Auge, a quien, según esta versión, el rey no había desposado y era tratada sólo como una hija. No hace falta decirlo, Télefo venció con facilidad. Pero Auge, fiel al recuerdo de Heracles, no estaba dispuesta a casarse o tan siquiera unirse con mortal alguno. De manera que cuando, obligada, penetró en la cámara nupcial, lo hizo armada de una enrome espada, dispuesta a acabar con el que fuera. Los olímpicos estaban observando e interpusieron una enorme serpiente entre ella y su hijo. De inmediato, por inspiración divina, Auge y Télefo se reconocieron y se abrzaron emocionados. Aquí, por una vez, los dioses estuvieron bastante bien, pues evitaron el incesto y el parricidio.
