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Retórica - Wikipedia, la enciclopedia libre

Retórica

De Wikipedia, la enciclopedia libre

El helenismo retórica significa técnica y arte de hablar bien, y es equivalente a la oratoria. Sus orígenes son griegos; y en la Grecia clásica la manera de hablar importaba tanto, o más, que lo que se decía.

Tabla de contenidos

[editar] Definición

La retórica es a la vez la ciencia (en el sentido de estudio estructurado) y el arte (en el sentido de práctica que reposa sobre un saber demostrado) que se refiere a la acción del discurso sobre los espíritus.

En principio, la retórica se ocupó de la lengua hablada, pero su saber trascendió al discurso escrito e influyó poderosamente en la literatura cuando la palabra hablada entró en decadencia con el régimen imperial en Roma, si bien el discurso escrito es una transcripción limitada o imitación estrecha del discurso oral. En la actualidad, la retórica ha vivido un gran resurgir y sus enseñanzas se utilizan en publicidad privada y política, así como en la defensa de puntos de vista durante los juicios civiles.

[editar] La composición del discurso

Para componer un discurso es preciso atravesar por tres fases muy concretas: inventio, o búsqueda de qué decir; dispositio, u ordenación de los argumentos en la estructura más conveniente a nuestros propósitos y elocutio o adorno del discurso de forma que pueda agradar al auditorio y seducirlo por su forma artística y la armonía y estilo de su lenguaje. Dos fases ulteriores, la memoria y la actio, son cuando el discurso se pronuncia: la memoria suministra mecanismos para recordarlo todo y la actio nos muestra qué actitud, tono de voz y adaptaciones del discurso debemos hacer cuando lo pronunciamos. Para la elocutio debemos recurrir al uso de figuras estilísticas o tropos en función de los efectos que buscamos: movere (influir), delectare (deleitar) o docere (enseñar), con recursos de estilo que hagan intervenir el logos, el ethos o el pathos.

[editar] Los géneros oratorios

Existen tres géneros de discursos: los deliberativos o políticos, los judiciales o propios de los pleitos y los epidícticos o dedicados a la exposición de temas de interés. Estos tres tipos de discursos constituyen los géneros oratorios: deliberativo, judicial y epidíctico.

Género judicial: se ocupa de acciones pasadas y lo califica un juez o tribunal que establecerá conclusiones aceptando lo que el orador presenta como justo y rechazando lo que presenta como injusto.

Género deliberativo o político: se ocupa de acciones futuras y lo califica el juicio de una asamblea política que acepta lo que el orador propone como útil o provechoso y rechaza lo que propone como dañino o perjudicial.

Género demostrativo o epidíctico: se ocupa de hechos pasados y se dirige a un público que no tiene capacidad para influir sobre los hechos, sino tan solo de asentir o disentir sobre la manera de presentarlos que tiene el orador, alabándolos o vituperándolos. Está centrado en lo bello y en su contrario, lo feo. Sus polos son, pues, el encomio y el denuesto o vituperio.

[editar] La estructura del discurso

Un discurso se compone habitualmente de cuatro partes: el exordio o introducción; la narratio o exposición de los argumentos; la argumentación y la peroración final.

El exordio busca hacer al auditorio benévolo, atento y dócil. Su función es señalizar que el discurso comienza, atraer la atención del receptor, disipar animosidades, granjear simpatías, fijar el interés del receptor y establecer el tema, tesis u objetivo.

La narratio, desarrollo o exposición es la parte más extensa del discurso y cuenta los hechos necesarios para demostrar la conclusión que se persigue. Si el tema presenta subdivisiones, es preciso adoptar un orden conveniente (partitio o divisio). En la partitio tenemos que despojar al asunto de los elementos que no nos conviene mencionar y desarrollar y amplificar aquellos que sí nos convienen

La argumentación es la parte donde se aducen las pruebas que confirman la propia posición revelada en la tesis de la exposición (confirmatio o probatio) y se refutan las de la tesis que sostiene la parte contraria (refutatio o reprehensio), dos partes que Quintiliano considera independientes, de forma que para él el discurso forense tendría cinco. La confirmación exige el empleo de argumentos lógicos y de las figuras estilísticas del énfasis. También es un lugar apropiado para el postulado o enunciado sin prueba, siempre que no debilite nuestra credibilidad, para lo cual hay que recurrir al postulado no veraz pero plausible (hipótesis), a fin de debilitar al adversario desorientando su credibilidad; lo mejor en ese caso es sugerirlo y no decirlo. Se recurre a una lógica retórica o dialéctica que no tiene gran cosa que ver con la lógica científica, pues su cometido no es hallar la verdad sino con-vencer. Se funda más en lo verosímil que en lo verdadero, de ahí su vinculación con la demagogia. Para los discursos monográficos enfocados a la persuasión, convienen las estructuras gradativas ascendentes. En el caso del discurso periodístico, la tendencia a abandonar al principio del lector recomienda el uso de la estructura opuesta: colocar lo más importante al principio. La retórica clásica recomienda para los discursos argumentativos monográficos el orden nestoriano, el 2,1,3: esto es, en primer lugar los argumentos medianamente fuertes, en segundo lugar los más flacos y débiles y en último lugar los más fuertes.

La peroración es la parte destinada a inclinar la voluntad del oyente suscitando sus afectos, recurriendo a móviles éticos o pragmáticos y provocando su compasión (conquestio o conmiseratio) y su indignación (indignatio) para atraer la piedad del público y lograr su participación emotiva, mediante recursos estilísticos patéticos; incluye lugares de casos de fortuna: enfermedad, mala suerte, desgracias… Resume y sintetiza lo que fue desarrollado para facilitar el recuerdo de los puntos fuertes y lanzar la apelación a los afectos; es un buen lugar para lanzar un elemento nuevo, inesperado e interesante, el argumento-puñetazo que refuerce todos los demás creando en el que escucha una impresión final positiva y favorable.

[editar] Los argumentos

Existen tres tipos de argumentos que pueden ser empleados en un discurso: los relativos al ethos, al pathos y al logos.

  • Argumentos ligados al ethos: son de orden afectivo y moral y atañen al emisor del discurso; son, en suma, las actitudes que debe tomar el orador para inspirar confianza a su auditorio. Así, debe mostrarse:
    • Sensible y confiable: esto es, capaz de dar consejos razonables y pertinentes.
    • Sincero: no debe disimular lo que piensa o lo que sabe.
    • Simpático: debe mostrar que está preparado a ayudar a su auditorio.
  • Argumentos ligados al pathos: de orden puramente afectivo y ligados fundamentalmente al receptor del discurso, estos argumentos están destinados a hacer nacer en el auditorio las emociones, pasiones y sentimientos, y tras ser adaptados a la psicología del público concernido. Estos argumentos deben suscitar la cólera, la amistad, el odio, el temor, la seguridad, la indigación, la piedad...
  • Argumentos ligados al logos: argumentos ceñidos al tema y mensaje mismo del discurso; se entra aquí en el dominio propiamente de la Dialéctica y se utilizan sobre todo los deductivos y los analógicos.

[editar] Historia de la retórica

Nació como ciencia hacia el año 485 antes de Cristo en Grecia antigua cuando dos tiranos sicilianos, Gelón y su sucesor Gerón I, expropriaron numerosas tierras a ciudadanos de Siracusa en favor de los mercenarios que formaban su ejército personal. Los perjudicados se sublevaron democráticamente y quisieron volver al statu quo anterior, lo que les abocó a innumerables procesos legales para probar que eran propietarios de los terrenos arrebatados. Ello creó la necesidad de personajes que supiesen hablar bien ante la asamblea de jueces para poder defender los derechos de los antiguos propietarios de esas tierras. Los primeros maestros que se dedicaron a esta disciplina fueron de allí, Córax de Siracusa, primero en escribir un tratado sobre el tema, y su discípulo Tisias, que lo divulgó. Esa elocuencia vino a transformarse rápidamente en objeto de enseñanza y se transmitió al Ática por comerciantes que comunicaban Siracusa y Atenas. La retórica demostró pronto su utilidad como instrumento político en el régimen democrático, en siglo V a. C., divulgada por profesores conocidos como sofistas, entre los cuales los más conocidos fueron Protágoras de Abdera y Gorgias a los cuales se oponía Platón, quien distinguía dos tipos de retóricas:

  • La retórica sofística, éticamente despreciable, está constituida por la logografía, que consiste en escribir no importa qué discurso y tiene por fin la verosimilitud y la ilusión; el objetivo de esta retórica es convencer, y no tiene otro; para ello puede usar todo tipo de argumentos, sean ciertos o no. Para este tipo de retórica, es preferibe una mentira convincente a una verdad increíble y el fin justifica los medios. Como Solón estableció que cada persona debía defenderse en persona ante un tribunal, llegaron a crearse los llamados logógrafos, unos artesanos que se dedicaban a confeccionar discursos para quienes no sabían hacerlos a cambio de estipendio: autores como Antifonte, Lisias, que destacó por su naturalidad y aticismo, Iseo, famoso por su habilidad en la argumentación, y el más famoso de todos ellos, Isócrates, fueron logógrafos. Éstos poseían también una preocupación estilística y procuraban que el estilo del discurso se ajustara a la personalidad y condición social de quien debía memorizarlo y pronunciarlo.
  • La retórica verdadera, en cambio, es llamada por él psiquegogía o formación de las almas por medio de la palabra, y su objetivo no es convencer, sino hallar la verdad.

Tanto para Platón como para su maestro Sócrates, la esencia de la filosofía reposaba en la dialéctica: la razón y la discusión conducen poco a poco al descubrimiento de importantes verdades. Platón pensaba que los sofistas no se interesaban por la verdad, sino solamente por la manera de convencer, así que rechazó la palabra escrita y buscó la interlocución personal, y el método fundamental del discurso pedagógico que adoptó fue el del diálogo entre maestro y alumno.

Pero el gran maestro de la retórica griega fue Isócrates Pensaba que la retórica era un plan de formación integral de la persona que servía para crear ciudadanos modélicos; con su sistema de enseñanza, precursor del Humanismo, pretendía la regeneración ética y política de la sociedad ateniense.

Aristóteles, por otra parte, sistematizó la mayor parte de estos conocimientos sobre el arte de hablar y argumentar en una obra que consagró al efecto, su Retórica.

Ya en Roma, la retórica se perfeccionó sumamente por medio de las investigaciones y esfuerzos que consagraron a su estudio hombres de letras como Cicerón, que dedicó al tema una parte sustancial de su obra e hizo de la retórica el eje de sus preocupaciones, el anónimo autor de la Retórica a Herennio o Marco Fabio Quintiliano, cuyos doce libros de Instituciones oratorias suponen la culminación de los estudios sobre la materia en el mundo romano.

Durante la Edad Media, de los tres géneros oratorios, el judicial, el deliberativo y el epidíctico, entraron en decadencia el género deliberativo y el epidícito, es decir, la oratoria política y la artística, ya que la militarización del imperio hacía inútil los conocimientos de la oratoria; sin embargo sus conocimientos fueron transvasados a la litetura en general, que se retorizó notablemente perdiendo bastante de su inspiración originaria y su frescura. Así lo vino a concluir el gran estudioso de la literatura medieval Ernst Robert Curtius en su Literatura europea y Edad Media latina, traducido al castellano en 1955.

La retórica contemporánea ha prescindido del discurso oral y, por tanto, de entre las cinco fases de elaboración del discurso (invención, disposición, elocución, memoria y acción) de las dos últimas de índole práctica, la memoria y la acción. Se considera actualmente que es útil para actores, abogados, psicólogos, políticos, publicitarios, escritores, vendedores y, en general, quienes quieren persuadir o convencer de algo.

Sin embargo, la Retórica ha vivido un gran renacimiento en la segunda mitad del siglo XX como disciplina científica con el surgir de varias corrientes de pensamiento que han redescubierto su valor para distintas disciplinas; comenzó Heinrich Lausberg realizando una gran labor de clasificación de la disciplina con sus Elemente der literarischen Rhetorik, traducido como Elementos de retórica literaria en 1966; y su impagable Manual de retórica literaria, publicado en español en 1975 en tres volúmenes; Chaïm Perelman y Lucie Ollbrechts-Tyteca publicaron en 1958 un fundamental Tratado de la argumentación, traducido al castellano en 1994; la disciplina creada a raíz de este libro se denomina desde entonces Retórica de la argumentación o, a veces, Neorretórica; por otra parte, y al lado de esta llamada retórica de la argumentación, ha surgido una nueva neorretórica, la retórica contemporanea de las figuras, ilustrada por Roman Jakobson, el Grupo µ (o Grupo de Lieja), Lakoff y Johnson, etc. que permitió a la lingüística y a la semiótica desarrollarse en una orientación social y congitivista.

La invención, sola o conjuntamente con la disposición, es a menudo llamada argumentación; la elocución se subdivide, como habían determinado ya los teóricos de la Antigüedad, en un gran número de puntos de vista sobre el discurso a hacer (arte de la retórica) o sobre el discurso ya hecho (retórica como ciencia): sobre el vocabulario (registros de la lengua), sobre los ritmos y las sonoridades, sobre la forma y la estructura de las frases (sintaxis, parataxis, hipotaxis, tipo de progresión remática, periodo, estilo comático, etc.

[editar] La Retórica en España

[editar] Hispania romana y Edad Media

Fuera de contar con algunos hispanorromanos que fueron ya eminentes retóricos, como Séneca el Viejo, llamado también el Rétor, autor de libros de controversias y suasorias que sirvieron para enseñar la materia, o el mismo Marco Fabio Quintiliano, durante la Edad Media no se interrumpe en España el contacto con la cultura clásica helénica, bien sea directamente o a través de los árabes. El visigodo San Isidoro dedica algunos capítulos de los dos primeros libros de sus Etimologías a la Retórica, reduciendo mucho sus contenidos y partiendo sobre todo de Boecio y Casiodoro, insistiendo sobre todo en el discurso forense y dedicándose sobre todo a la definición de las figuras con numerosos ejemplos; Ernst Robert Curtius considera de hecho que es un pequeño manual de Estilística; en su estudio de la dispositio se extiende bastante, siguiendo fundamentalmente a Cicerón. La retórica medieval española insiste sobre todo en el siglo XII en el De inventione de Cicerón y en la Retorica ad Herennium; después, en los inicios del siglo XIV, parece haber más interés por la Retórica de Aristóteles, mientras que en el siglo XV renace el interés por las grandes obras de Cicerón. Sin embargo las alusiones a la retórica son escasas; Alfonso X el Sabio cita ideas de Quintiliano y de San Isidoro en su Setenario. El bachiller Alfonso de Torre, en su Visión deleitable, hace una alegoría de la Retórica. La figura más relevante de la Edad Media es la de Ramón Llull, cuya Rhetorica nova aún permanece inédita. En su Libre d'Evast e d'Aloma e de Blanquerna considera que el conocimiento de la Retórica debe ser posterior al de la Dialéctica; la misión del orador es, para él, persuadir al auditorio medienta el empleo de imágenes, y la retórica es para él "ars inventa cum qua rhetoricus colorat et ornat sua verba".

[editar] Renacimiento

Durante el Renacimiento la retórica en España fue deudora en general de los modelos y tratados que venían de Italia: Minturno, Pigna, Francesco Robortello son muy citados. No hay aportaciones sustancialmente originales, aunque sí algunas opiniones divergenes que no se desarrollaron a fondo; se percibe además una tendencia creciente a separar la retórica de la dialéctica. En la enseñanza se usaban sobre todo como libros de texto la Rhetorica ad Herennium, la de Jorge de Trebisonda y las de Rodolfo Agrícola. Como las clases eran unas teóricas y otras prácticas, se compusieron textos de ambos tipos: Instituciones y Progymnasmas. Predomina la elocuencia sagrada sobre la civil y se pueden destacar dos corrientes principales:

  • Los seguidores de modelos clásicos: ciceronianos, anticiceronianos, eclécticos y ramistas.
  • Los seguidores de la tendencia bizantina (Jorge de Trebisonda, Hermógenes etcétera)

Fuera de las obras sobre retórica de Antonio de Nebrija, destacan, también en latín, las de Luis Vives (De causis coruptarum artium libi IV, De corrupta rhetorica y De rationi dicendi libri III, y sobre todo el Brocense en sus Organum Dialecticum et Rhetoricum (1579) y De Ratione Dicendi (1553), donde, a pesar de inspirarse en Erasmo y Pierre de la Ramée muestra como siempre su independencia de criterio; para él la retórica ha de estudiar solamente la elocutio y la actio, mientras que deja a la dialéctica la inventio y la dispositio; tanto Vives como el Brocense coinciden en situar el estudio de la Dialéctica antes que el de la Retórica. En general, las obras de Sánchez de las Brozas son un paso más en la literaturización de la retórica. En 1541 se imprime en Alcalá de Henares la primera retórica en lengua castellana del fraile jerónimo Miguel de Salinas; su originalidad deriva de que escribe en castellano con un aire muy didáctico, no en los contenidos, que son más bien decepcionantes. Muchas veces, parece que se cita a Salinas más por haber aparecido en una recopilación de tres manualitos de época que por otra cosa. A esta obra le siguieron algunas más en castellano como el Arte de Rhetorica (Madrid, 1578) de Rodrigo Santayana y el Arte de Retórica (Alcalá, 1589) de Juan de Guzmán. En general, el siglo XVI es el más caracterizado por la redacción de tratados de retórica en latín. Dentro de esto, encontramos dos vertientes principales: de un lado, las retóricas generales, como el De Ratione Dicendi de Juan Luis Vives; de otro lado, los tratados de retórica eclesiástica, los más numerosos e innovadores, entre los que se debe destacar Ecclesiasticae Rhetoricae sive De Ratione Concionandi libri VI (Lisboa, 1575), de fray Luis de Granada, auténtica obra cumbre de la teoría retórica del Renacimiento. Otras obras importantes fueron concebidas con una función más práctica, como las Rhetoricae exercitationes (Alcalá de Henares, 1569) de Alfonso de Torres, de la que se dispone de una excelente versión bilingüe por parte de Violeta Pérez Custodio (2003). Las Institutiones Oratoriae (Valencia, 1552), de Pedro Juan Nuñez y la Philosophia antigua poética de López Pinciano, así como la obra de Antonio Llull, confunden los límites entre poética y retórica. Los Rhetoricorum libri III (Amberes, 1569), de Benito Arias Montano asimilan los puntos de vista de Cicerón y Quintiliano y reciben una fuerte influencia de la Poética de Jerónimo Vida; presta especial atención a la elocutio y hace aportaciones de técnicas mnemotécnicas originales; para él las cualidades del orador, sea civil o religioso, son las mismas que han de adornar al buen cristiano. Entre los treinta y tantos tratados de retórica de la época, cabe mencionar también acaso el De ratione dicendi (Alcalá, 1548), de Alfonso García Matamoros. Después del Concilio de Trento, una serie de predicadores trataron de adecuar la discplina a las directrices emanadas del mismo, destacando en especial el ya citado Fray Luis de Granada, Pérez de Valdivia, Andrés Sempere, Diego de Estella y Francisco Terrones; todos estos retóricos eclesiásticos todavía predican la claridad con el fin de ejercer una más eficaz acción pastoral.

[editar] La oratoria barroca del XVII y la reacción neoclásica del siglo XVIII

Con los excesos del Conceptismo y del Culteranismo durante todo el XVII la retórica eclesiástica entró en crisis; empieza ya a prestigiarse lo rebuscado en la oratoria eclesiástica jesuita. Los más famosos tratados de retórica del siglo son el De Arte Rhetorica del jesuita Cipriano Suárez, el De Arte Oratoria del padre Bravo y el De Ratione Dicendi de Bartolomé Alcázar. También alcanzaron algún renombre las obras de Melchor de la Cerda, Juan Bautista Poza, Francisco Novella, Pablo José Arriega, Juan Bautista Escardó y José de Olzina. Algunos teóricos sobre poética se aventuran también en la retórica, como Francisco Cascales en sus muy poco originales Tablas poéticas y el jesuita Luis Alfonso de Carvallo en su, por el contrario, muy original Cisne de Apolo, que es también una poética e incluso una estética. Bartolomé Ximénez Patón reduce la retórica a elocución, a mero arte de ornato, en su Mercurio Trimegisto. Agustín de Jesús María defiende un conceptismo moderado en su Arte de orar evangélicamente (1648) y defiende que el fin de la retórica es llevar la verdad al auditorio ilustrándolo mejor que persuadiéndolo con un estilo deleitoso. Por otra parte, Francisco Alfonso de Covarrubias nada a contracorriente al recomendar en su Instructio predicatoris los modelos cristianos frente a los clásicos y rechazar de plano el conceptismo. En cuanto a Jacinto Carlos Quintero, su Templo de la elocuencia (1629) ofrece un panorama muy rico de la oratoria sagrada de su época y una interesante información sobre la teoría retórica de este siglo.

Pero, en la estela del engolado modelo de predicación que representaba fray Hortensio Félix Paravicino, muchos otros transformaron la palabra del púlpito en algo tan elaborado, retorizado e hiperculto que era prácticamente incomprensible para las finalidades morales de la misma; no servía a las intenciones prácticas de edificar almas y reformar costumbres, porque los contenidos se diluían en nubes de rebuscadas palabras, alusiones, elusiones, hipérbatos y juegos de palabras incomprensibles, así como en vanos y cortesanos énfasis; mucha culpa en esto la tuvo la obra del jesuita Baltasar Gracián Agudeza y arte de ingenio, que alcanzó un éxito considerable entre los predicadores; ya en el siglo XVIII el escritor jesuita José Francisco de Isla se propuso desterrar esos excesos retóricos, al igual que Cervantes había hecho con los libros de caballerías, mediante una novela satírica: Vida del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias zotes (1758). La obra satirizaba el deseo de la clerigalla de misa y olla, iletrada e ignorantísima, de prosperar mediante el arte de la palabra, y tuvo el efecto de conseguir lo que pretendía, aunque la obra atravesó por los consabidos problemas con el Santo Oficio; por otra parte, Gregorio Mayáns y Siscar, en su ilustrado deseo de restaurar la buena tradición española del siglo XVI, intentó ayudar en esta tarea escribiendo importantes trabajos para reformar la oratoria religiosa, como su Orador Cristiano (1733), y sus esfuerzos culminaron al editar una monumental Rhetórica (1757), no en vano aparecida un año antes que la famosa novela de José Francisco de Isla; es más, el obispo de Barcelona Climent ordenó traducir la Retórica eclesiástica de Luis de Granada al castellano en 1770 para poner remedio a la decadencia de la oratoria sagrada. Por otra parte, Ignacio de Luzán, más conocido por las dos ediciones de su famosa Poética, dejó inédito un muy interesante y originalísimo manuscrito titulado La Retórica de las conversaciones fechado en 1729 y que sólo ha visto la luz modernamente en una edición de 1991, presentada por M. Béjar Hurtado; el autor sostiene el carácter eminentemente persuasivo del uso coloquial del lenguaje, y describe la fuerza expresiva y comunicativa de los diferentes procedimientos que normalmente se emplean en la conversación ordinaria, analizando las diversas funciones que las convenciones sociales le asignan al lenguaje. El autor ha recurrido casi solamente a su propia observación y utiliza otras fuentes con independencia de criterio. Otros retóricos de notar, fuera del ya citado Gregorio Mayáns, son Francisco José Artigas y su Epítome de la elocuencia española (1750), todavía un dogmatizador de la escuela conceptista, la Rhetórica castellana (1764) de Alonso Pabón Guerrero, la castiza Filosofía de la Elocuencia (1777) de Antonio Capmany y los famosísimos y archidivulgados, reimpresos, extractados, resumidos, ampliados, anotados y rehechos Elementos de Retórica (1777) del escolapio manchego Calixto Hornero. Cierra el siglo el Tratado de la elocución (1795) de Mariano Madramany y Calatayud.

[editar] La retórica en el siglo XIX

Al principio de siglo se reparten los partidarios de la cerrada retórica clasicista de Batteux y los partidarios de una retórica romántica más abierta, seguidores del tratado de Hugo Blair. Los principales tratadistas de retórica del siglo XIX español ue contienen algún elemento novedoso son Francisco Sánchez Barbero (Principios de Retórica y Poética, 1805), José Mamerto Gómez Hermosilla (Arte de hablar en prosa y verso, 1826) y Pedro Felipe Monlau (Elementos de Literatura o Tratado de Retórica y Poética, 1842); todos los demás, que son muchos, adoptan una perspectiva exclusivamente didáctica o que reduce la retórica a mera elocución o disciplina literaria.

[editar] La retórica española en el siglo XX

En el siglo XX han compuesto tratados de retórica en español Kurt Spang (Fundamentos de retórica, 1984) y Tomás Albadalejo (Retórica, 1989). Ha antologado las retóricas españolas A. Porqueras Mayo y han realizado estudios interesantes Fernando Lázaro Carreter, Antonio Martí, José María Pozuelo Yvancos, Antonio García Berrio, Elena Artaza y María Elena Arenas Cruz.

[editar] Bibliografía

  • José Antonio Hernández Guerrero y María del Carmen García Tejera, Historia breve de la Retórica. Madrid: Síntesis, 1994.

[editar] Enlaces externos

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