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Biblioteca de Alejandría - Wikipedia, la enciclopedia libre

Biblioteca de Alejandría

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Artículo destacado

La Biblioteca Real de Alejandría fue en su época la más grande del mundo. Se cree que fue creada a comienzos del siglo III adC por Ptolomeo I Sóter y que llegó a albergar hasta 700.000 volúmenes. Una nueva Biblioteca de Alejandría promovida por la UNESCO fue inaugurada en 2003. Ambas situadas en Alejandría, Egipto.

La historia de la Biblioteca de Alejandría, de cómo debió ser, de cómo trabajaron sus sabios, incluso del número exacto de volúmenes y el nombre de sus obras no tiene rigor científico, tal y como los eruditos entienden el rigor. El conocimiento de esta gran institución se tiene a través de muy pocos testimonios, y aun estos son esporádicos y desperdigados. Los investigadores y los historiadores de los siglos XX y XXI insisten en aclarar que se trata en cierto modo de una utopía retrospectiva. La biblioteca existió, de eso no hay ninguna duda, pero todo lo escrito sobre ella es a veces contradictorio, dudoso, enigmático, lleno de suposiciones y se ha ido desarrollando a partir de muy pocos datos que, la mayoría de las veces, son sólo aproximaciones. Apenas hay certezas. Se trata de un concepto mítico, de aquello que debió ser, de lo que pudo ser su encanto.

Tabla de contenidos

[editar] La biblioteca en la Antigüedad

Ptolomeo I Sóter (362 adC-283 adC) mandó construir en Alejandría el gran palacio que serviría de alojamiento a toda la dinastía Ptolemaica. Al otro lado del jardín y conocido desde el principio con el nombre de Museo se erigió otra gran edificación. Lo llamaron así por respeto a la sabiduría, porque lo consideraron como un santuario consagrado a las Musas, que eran las diosas de la memoria, de las artes y de las ciencias. El edificio constaba de varias estancias dedicadas al saber, que con el tiempo fueron ampliándose y tomando más importancia.


Las salas del Museo que se dedicaron a biblioteca acabaron siendo lo más importante de toda la institución y fue conocido en el mundo intelectual de la antigüedad como algo grandioso y excepcional, algo que los reyes de la dinastía Ptolemaica se encargaron de mantener siempre en buen estado y en progresivo aumento. Los Ptolomeos eran de origen macedonio y habían heredado de los griegos el afán del saber y el gusto por el conocimiento; durante siglos apoyaron y conservaron la biblioteca que, desde sus comienzos, mantuvo un ambiente de estudio y de trabajo. Dedicaron gran parte de su inmensa fortuna a la adquisición de libros que engrosaran las estanterías con obras de Grecia, Persia, India, Israel, África y otras culturas.

La biblioteca del Museo constaba de diez grandes piezas o salas para investigación, cada una de ellas dedicada a una disciplina diferente, muy rica y abundante en la mayoría de estas secciones y sobre todo muy completa en literatura griega. Una comunidad de poetas y eruditos era la encargada de mantener el buen nivel y trabajaban en ello con total dedicación, como sacerdotes de un templo. En realidad se consideraba el edificio del Museo como un verdadero templo dedicado al saber.

Ptolomeo I encargó al poeta y filósofo Calímaco la tarea de catalogación de todos los volúmenes y libros. Fue el primer bibliotecario de Alejandría. En estos años las obras catalogadas llegaban al medio millón. Unas se presentaban en rollos de papiro o pergamino, que es lo que se llamaba "volúmenes", otras en hojas cortadas, que formaban lo que se denominaba "tomos". Cada una de estas obras podía dividirse en "partes" o "libros". Se hacían copias a mano de las obras originales, es decir "ediciones", que eran muy estimadas, incluso más que las originales, por las correcciones llevadas a cabo. Las personas encargadas de la organización de la biblioteca y que ayudaban a Calímaco rebuscaban por todas las culturas y en todas las lenguas conocidas del mundo antiguo y enviaban negociadores que pudieran hacerse con bibliotecas enteras, unas veces para comprarlas tal cual, otras como préstamo para hacer copias.

Los grandes buques que llegaban al famoso puerto de Alejandría cargados de mercancías diversas eran inspeccionados por la policía, no en busca de contrabando sino en busca de textos. Cuando encontraban algún rollo, lo confiscaban y lo llevaban en depósito a la biblioteca. Allí los amanuenses se encargaban de copiarlo. Una vez hecha esa labor el rollo era devuelto a sus dueños, generalmente. El valor de estas copias era altísimo y muy estimado. La biblioteca de Alejandría llegó a ser la depositaria de las copias de todos los libros del mundo antiguo. Allí fue donde realmente se llevó a cabo por primera vez el arte de la edición crítica.

Se sabe que en la biblioteca se llegaron a depositar el siguiente número de libros:

Cada uno de estos volúmenes era un rollo de papiro, un manuscrito con cantidad de temas diferentes. Se cree que allí estaban depositados tres volúmenes preciosísimos con el título de Historia del mundo, cuyo autor era un sacerdote babilónico llamado Beroso y que el primer volumen narraba desde la Creación hasta el Diluvio, periodo que según él había durado 432.000 años, es decir, cien veces más que en la cronología que se cita en el Antiguo Testamento. Ese número permitió identificar el origen del saber de Beroso: la India.

La biblioteca de Alejandría empezó su vida con el reinado de Ptolomeo I (362 adC-283 adC) (otras fuentes dicen que fue con su hijo Ptolomeo II) y se terminó trágicamente en el año 48 adC, durante la guerra entre Roma y Egipto. Se dio una batalla terrible en el mar, entre la flota egipcia y la romana, y la consecuencia fue un espantoso incendio en la ciudad que afectó a casi toda el área urbana y por supuesto al gran edificio del Museo donde estaba la gran biblioteca. Toda la riqueza intelectual, todo el saber acumulado durante siglos desapareció en poco tiempo. Sólo algunos rollos pudieron salvarse y la memoria de muchas de sus obras. Se sabe, por ejemplo, que allí existían 123 obras teatrales del escritor griego Sófocles de las cuales sólo se salvaron siete; una de las supervivientes es Edipo Rey.

Fue una pérdida irreparable e incalculable. Cuenta la Historia que en el desorden provocado por la batalla, entre tantos incendios ocasionados, el de la biblioteca fue producido intencionadamente, como un acto más de vandalismo y que no hubo nadie capaz de detenerlo. La población de Alejandría era totalmente ajena a lo que se guardaba allí, no le importaba nada, nunca había sido partícipe de los conocimientos y de la ciencia que en realidad jamás se aplicó para mejorar su modo de vida. Los estudios, los grandes descubrimientos en mecánica y tecnología nunca tuvieron una aplicación práctica inmediata; la investigación benefició poco al pueblo; la ciencia y la cultura en general eran patrimonio de unos pocos privilegiados. Para estos pocos afortunados y para el mundo actual, la Biblioteca de Alejandría fue y sigue siendo una biblioteca mítica y legendaria.

[editar] Los sabios

Llegaron a ser más de cien en la época de mayor esplendor. Pertenecían a dos categorías, según la clasificación hecha por ellos mismos: filólogos y filósofos. Los filólogos estudiaban a fondo los textos y la gramática. La Filología llegó a ser una ciencia y estaba muy relacionada con la historiografía y la mitografía. Los filósofos eran todos los demás, tanto los pensadores como los científicos.

Entre los grupos de sabios que trabajaron allí y que pasaron horas y horas estudiando en este recinto se encontraban personajes tan famosos en la Historia como Arquímedes (ciudadano de Siracusa), Euclides que desarrolló allí su Geometría, Hiparco de Nicea, que explicó a todos la Trigonometría, y defendió la visión geocéntrica del Universo; enseñó que las estrellas tienen vida, que nacen y después se van desplazando a lo largo de los siglos y finalmente, mueren; Aristarco, que defendió todo lo contrario, es decir, el sistema heliocéntrico (movimiento de la Tierra y los planetas alrededor del Sol, mucho antes que Copérnico lo descubriera), Eratóstenes, que escribió una Geografía y compuso un mapa bastante exacto del mundo conocido, Herófilo de Calcedonia , un fisiólogo que llegó a la conclusión de que la inteligencia no está en el corazón sino en el cerebro, los astrónomos Timócaris y Aristilo, Apolonio de Pérgamo, gran matemático, Herón de Alejandría, un inventor de cajas de engranajes y también de unos aparatos movidos por vapor asombrosos; es el autor de la obra Autómata, la primera que conocemos en el mundo sobre los robots. Y más tarde, ya en el siglo II, allí mismo, trabajó y estudió el astrónomo y geógrafo Claudio Ptolomeo y también Galeno, quien escribió bastantes obras sobre el arte de la curación y sobre anatomía; sus enseñanzas y sus teorías fueron seguidas hasta muy entrado el Renacimiento. La última persona insigne del Museo fue una mujer: Hipatia de Alejandría, gran matemática y astrónoma, que tuvo una muerte atroz a manos de monjes cristianos.

[editar] Anexo y destrucción

Se sabe que desde el principio la biblioteca fue un apartado al servicio del Museo. Pero más tarde, cuando esta entidad adquirió gran importancia y gran volumen, hubo necesidad de crear un anexo cercano. Se cree que esta segunda biblioteca (la biblioteca hija) fue creada por Ptolomeo III Evergetes (246 adC-221 adC). El lugar donde se estableció esta parte nueva fue en la colina del barrio de Racotis (hoy se llama Karmuz), en un lugar de Alejandría más alejado del mar, en el antiguo templo erigido por los primeros ptolomeos al dios Serapis, llamado el Serapeo. Esta segunda biblioteca debió ser sin duda la que resistió el paso de algunos siglos, conquistando como la anterior la fama y el prestigio del mundo conocido. En la época del Imperio Romano, los emperadores la protegieron en gran manera. La modernizaron incorporando calefacción central mediante tuberías con el fin de mantener los libros bien secos en los depósitos subterráneos.

Esta biblioteca-hija sustituyó a la primera durante bastantes años. Después del desastroso incendio de Alejandría, cuando guerrearon las naves de Julio César contra las egipcias, Cleopatra VII se refugió en la ciudad de Tarso (en la actual Turquía) junto con Marco Antonio. Fue entonces cuando le ofreció los 200.000 manuscritos traídos desde la biblioteca de Pérgamo (en Asia Menor) pertenecientes a la Biblioteca del rey Attalo. Cleopatra los depositó en la nueva biblioteca. Fue una especie de recompensa por las pérdidas ocasionadas en el incendio.

Pero la nueva biblioteca corrió el mismo designio de tragedia y destrucción. En el siglo III después de Cristo, el emperador Diocleciano quien —según cuentan los historiadores— era muy supersticioso, ordenó la destrucción de todos los libros relacionados con la alquimia. Más tarde, en el año 391, el patriarca de Alejandría Teófilo expolió la biblioteca al frente de una muchedumbre enfurecida con fanatismo religioso. El Serapeo fue entonces demolido piedra a piedra y sobre sus restos se edificó un templo cristiano.

Seguramente se salvarían buena parte de los libros de la biblioteca y seguramente pusieron también a buen recaudo el sepulcro de Alejandro Magno. Los arqueólogos no pierden la esperanza de encontrar ambas cosas enterradas quizás en el desierto de Libia. Pero en la colina donde estaba el templo de Serapis nunca se volvió a reconstruir la biblioteca. En el año 416, Orosio (teólogo e historiador hispanorromano) vio con mucha tristeza las ruinas de aquella ciudad que había sido magnífica y las ruinas de la colina. Los arqueólogos que emprendieron su trabajo en el siglo XIX dan fe de la violencia que debió desatarse en aquel lugar. Sus testimonios científicos no salieron nunca a la luz para su divulgación.

En el siglo VI hubo en Alejandría luchas violentas entre los cristianos monofisitas y los melquitas y más tarde aún, en el 619 los persas acabaron de destruir lo poco que quedaba en esta ciudad. La historia que se cuenta de la destrucción ocasionada por el emir musulmán Amr ibn al-Ass no encaja con las fechas de la destrucción. Los historiadores aseguran que cuando este caudillo entró en Alejandría no encontró más que desolación y ruinas. Sin embargo la leyenda dice que cuando el comandante musulmán Amr ibn al-Ass terminó la conquista de Egipto, comunicó a su jefe el califa Omar I todo lo que había encontrado en la mítica ciudad de Alejandría, y le habló de la biblioteca para pedirle las instrucciones sobre qué hacer con esa cantidad de libros. A lo que el califa, según cuentan, respondió: Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven para nada porque repiten; si los libros no están de acuerdo a la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos. Lo cierto según los hechos históricos es que no existía entonces ya tal biblioteca.

[editar] Testimonios

Todo lo que se sabe en la actualidad sobre la historia de la antigua biblioteca se debe a algunas referencias de posteriores escritores, a veces de gente que incluso la llegó a conocer, pero son informes de paso, no hay nada dedicado en exclusiva a comentar y describir ni el edificio ni la vida que en ella se desarrollaba.

Así tenemos al geógrafo griego Estrabón (c. 63 adC-c. 24 adC), gran viajero, que hace una pequeña descripción, pues parece ser que estuvo en Alejandría a finales del siglo I adC. Habla del Museo y dice que consta de una exedra (εξεδρα), es decir una obra hecha al descubierto, circular y con unos asientos pegados a la parte interior de la curva. Cuenta que también vio una estancia muy amplia donde se celebraban las comidas de los sabios y los empleados. Y habla también de la biblioteca, de la gran biblioteca, algo "obligatorio" en el Museo.

Aristeas, en el siglo II adC (mencionado anteriormente), en las cartas dirigidas a su hermano Filócrates habló de la biblioteca y de todo el asunto de la traducción de los LXX (ver Curiosidades y anécdotas, más abajo).

Marco Anneo Lucano, historiador, natural de Hispania, sobrino de Séneca, del siglo I, cuenta en su obra Farsalia cómo ocurrió el incendio, cómo se propagaron las llamas ayudadas por el viento, que no cesaba, desde los barcos también incendiados y anclados en el gran puerto oriental.

Tito Livio dice en sus referencias que la biblioteca de Alejandría era uno de los edificios más bellos que él había visto. Con muchas salas llenas de estantes para los libros y habitaciones donde sólo los copistas podían estar sin que fueran molestados. Incluso apunta el hecho de que cobraban a tanto por línea copiada.

Lucio Anneo Séneca, filósofo cordobés y tío de Lucano (poeta cordobés), en el siglo I, escribió un libro llamado De tranquilitate animi. En él cuenta, a través de una cita de Tito Livio, que en aquel incendio se llegaron a quemar 40.000 libros.

El biógrafo Plutarco (c. 46-125), viajó en varias ocasiones a Egipto. En Alejandría debió escuchar muchas historias sobre el famoso incendio. Escribió una biografía sobre Julio César y al tratar sobre la batalla en el mar, en ningún momento cuenta el incendio de la biblioteca, ya que en el desastre estaba implicado César y parece ser que no quiso manchar su nombre con aquel hecho. El mismo Julio César en su obra Bellum civile en que habla de aquella batalla, omite por completo el incendio de la biblioteca. Otros escritores de la misma época también silencian la relación de César con el incendio de Alejandría.

Mucho más tarde, en el siglo IV de nuestra era, san Juan Crisóstomo hace una relación del estado en que se encontraba en aquellos años la brillante ciudad de Alejandría y comenta que la desolación y destrucción son tales que no se puede adivinar ni el lugar donde se encontraba el Soma (el mausoleo de Alejandro) ni la sombra de la gran Biblioteca.

En el siglo XV, un escriba se molestó en traducir al latín los comentarios de Juan Tzetzes (c.1110-c.1180), que fue un filólogo bizantino. Dichos comentarios estaban tomados de la obra Prolegómenos a Aristófanes. Tzetzes habla en ellos acerca de la Biblioteca.

La enciclopedia Suda (SOL Suda on-line) de la Universidad de Kentucky ha recopilado un conjunto de informaciones según fuentes provinientes de la época de Alejandro Magno y posterior.

[editar] Los bibliotecarios

A finales del siglo XIX se encontraron en el yacimiento de Oxirrinco, en el pueblo de El-Bahnasa (pequeño pueblo a 190 km al sur de El Cairo, en Egipto) miles de papiros que fueron estudiados a fondo por los eruditos. En algunos de ellos se hablaba de la famosa Biblioteca y se daba una lista de nombres de varios directores o bibliotecarios a partir del año de su fundación:


BIBLIOTECARIO DESDE HASTA
Demetrio de Falero 297 adC (?) 282 adC
Zenódoto de Éfeso 282 adC 260 adC (?)
Calímaco de Cirene 260 adC (?) 240 adC (?)
Apolonio de Rodas 240 adC (?) 230 adC (?)
Eratóstenes de Cirene 230 adC (?) 195 adC
Aristófanes de Bizancio 195 adC 180 adC
Apolonio de Alejandría 180 adC 160 adC (?)
Aristarco de Samotracia 160 adC (?) 131 adC


Más allá del año 131 adC, las fechas se tornan bastante inciertas.

[editar] Curiosidades y anécdotas

  • En la literatura apócrifa judía existe un libro que lleva el título de Cartas de Aristeas a su hermano Filócrates, que se supone escrito entre los años 127 a 118 adC. En esta obra se narra un hecho histórico: En el reinado de Ptolomeo II (285-247 adC) trabajaba en el Museo un bibliotecario llamado Demetrio de Falero (o Falerio), un entusiasta de la biblioteca que luchó toda su vida por su engrandecimiento. Demetrio rogó al rey que pidiera por medios diplomáticos a la ciudad de Jerusalén el libro de la Ley judía y que también hiciera venir a Alejandría a unos cuantos traductores para traducir al griego los cinco volúmenes de dicho texto hebreo de la Torá (llamado después de la traducción Pentateuco, en griego), es decir los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Eleazar, el sacerdote de Jerusalén, envió a Alejandría a 72 sabios traductores que se recluyeron en la isla de Faros (frente a Alejandría) para hacer el trabajo, se dice que en 72 días. Se considera que esta fue la primera traducción de la historia, a la que se llamó Septuaginta o Biblia de los Setenta o de los LXX, porque redondearon el número de 72 traductores a 70.
  • En otra ocasión, Demetrio de Falero (que además era un gran viajero), estando en Grecia, convenció a los atenienses para que enviasen a Alejandría los manuscritos de Esquilo (que estaban depositados en el archivo del teatro de Dionisos, en la ciudad de Atenas), para ser copiados. Cuando se hacía una petición como ésta, la costumbre era depositar una elevada cantidad de dinero hasta la devolución de los textos. Los manuscritos llegaron al Museo, se hicieron las copias correctamente, pero no volvieron a su lugar de origen, sino que lo que se devolvió fueron las copias realizadas en la biblioteca. De esta manera Ptolomeo Filadelfo perdió la gran suma del depósito cedido, pero prefirió quedarse para su biblioteca el tesoro que suponían los manuscritos.
  • En el Concilio de Nicea (año 325) se decidió que la fecha para la Pascua de la Resurrección fuera calculada en Alejandría, pues por aquel entonces el Museo de esta ciudad era considerado como el centro astronómico más importante. Después de muchos estudios resultó una labor imposible; los conocimientos para poderlo llevar a cabo no eran todavía suficientes. El principal problema era la diferencia de días, llamada spacta, entre el año solar y el año lunar además de la diferencia que había entre el año astronómico y el año del calendario juliano, que era el que estaba en uso.
  • La biblioteca completa del filósofo Aristóteles, su obra y sus libros se custodiaban en este lugar. Algunos autores creen que la compró Ptolomeo II. Todo se perdió. Había también veinte versiones diferentes de la Odisea, la obra La esfera y el movimiento de Autólico de Pitano, Los Elementos de Hipócrates de Quíos y tantas obras de las que no se conserva más que el nombre y el recuerdo.
  • En Alejandría las copias se hacían siempre en papiro y además se exportaba este material a diversas regiones. La ciudad de Pérgamo era una de las que más utilizaba el papiro, hasta que los reyes de Egipto decidieron no exportar más para tener ellos en exclusiva dicho material para sus copias. En Pérgamo empezaron a utilizar entonces el pergamino, conocido desde muchos siglos atrás, pero que se había sustituido por el papiro por ser este último más barato y fácil de conseguir.
  • Los papiros jamás se plegaban, se enrollaban. Las primeras obras se presentaban en rollos (volumen en latín). Cada volumen estaba formado por hojas de papiro unidas unas a otras formando una banda que se enrollaba sobre un cilindro de madera. Los textos estaban escritos en columnas, en idioma griego o demótico, con tinta amarilla diluida en mirra. Los escribas utilizaban un solo lado y escribían con una caña afilada, el cálamo. Los rollos etiquetados, estaban colocados en cajas que se depositaban en el interior de armarios murales (armaria), ordenados por materias: textos literarios, filosóficos, científicos y técnicos. Posteriormente, se hizo según el orden alfabético de los nombres de autores.

[editar] La Biblioteca en el siglo XX

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En el año 1987 salió a la luz un ambicioso proyecto cultural: construir una nueva biblioteca —la Bibliotheca Alexandrina— en la ciudad de Alejandría para recuperar así un enclave mítico de la Antigüedad, patrimonio de la Humanidad. Esto ocurría 1.600 años después de la desaparición definitiva de aquellas grandes colecciones del saber. Para llevar a cabo semejante proyecto se unieron los esfuerzos económicos de diversos países europeos, americanos y árabes, más el gobierno de Egipto y la UNESCO. El presupuesto en aquel año fue de 230 millones de dólares. Las obras empezaron el día 15 de mayo de 1995 y se terminaron con éxito el 31 de diciembre de 1996. A su inauguración acudieron tres reinas: la de España, la de Suecia y la de Jordania, además de algunos jefes de Estado.

El edificio, realizado por el arquitecto noruego Snohetta, resultó ser un enorme cilindro de cemento, cristal y granito traído desde Asuán para la fachada, dispuesto con bajorrelieves caligráficos en la mayoría de las lenguas del mundo; está situado el edificio en el malecón de Alejandría, a pocos metros del lugar donde se supone que se encontraba la antigua biblioteca. Tiene una superficie de 36.770 metros cuadrados con una altura de 33 metros. Consta de once niveles, de los cuales cuatro se hallan por debajo del nivel de la calle. Ofrece una sala hipóstila egipcia, sostenida por columnas de hormigón y madera noble, situada en el centro del edificio, destinada para lectura, con un aforo de 2.000 personas. Su cubierta es cilíndrica, haciendo así un homenaje al dios egipcio Ra, el dios del Sol. Esta cubierta está diseñada y construida de tal manera que la combinación de vidrio y aluminio tamiza la luz dentro del espacio, mientras que por fuera se proyecta hacia el Mediterráneo, como un recuerdo del famoso faro de Alejandría.

Se ha calculado que el número posible de libros puede llegar a los veinte millones; de momento dispone de unos 200.000; la mayoría de ellos son donaciones. Hay 50.000 mapas, 10.000 manuscritos, 50.000 libros únicos y además ejemplares del mundo moderno, con 10.000 multimedia de audio y 50.000 multimedia visuales. Todo esto lo rigen y supervisan unos 600 funcionarios.

Dependientes de esta biblioteca se han construido además otros dos edificios, uno dedicado a centro de conferencias y otro dedicado a planetario que consta de tres museos: de la Ciencia, de la Caligrafía y de la Arqueología. Hay además un laboratorio de restauración, una biblioteca para niños invidentes o minusválidos y una moderna imprenta.

En el siglo XXI existen en el mundo cinco grandes bibliotecas:

[editar] Artículos relacionados

[editar] Bibliografía

  • Seignobos, Charles, Historia Universal Oriente y Grecia, Daniel Jorro, Madrid, 1930.
  • Aguado Bleye, Pedro, Curso de Historia para segunda enseñanza, tomo I, segunda edición, Madrid, 1935.
  • Sagan, Carl, Cosmos, Planeta, Barcelona-Madrid (España), 1982.
  • Revista de Arqueología 230, año XXI, Madrid.
  • Canfora, Luciano, La véritable histoire de la bibliothèque d'Alexandrie (La verdadera historia de la biblioteca de Alejandría), Éditions Desjonquères, París, 1988.

[editar] Enlaces externos



Antiguo Egipto: Historia . Dinastías . Faraones . Personajes . Mitología . Dioses egipcios . Cultura . Ciencia . Arte . Literatura . Costumbres . Geografía del antiguo Egipto . Lugares de interés arqueológico . Egiptólogos

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