Como en todos los días de corrida, Juan Gallardo almorzó temprano. Un pedazo de carne asada fue su único plato. Vino, ni probarlo: la botella permaneció intacta ante él. Había que conservarse sereno. Bebió dos tazas de café negro y espeso, y encendió un cigarro enorme, quedando con los codos en la mesa y la mandíbula apoyada en las manos, mirando con ojos soñolientos a los huéspedes que poco a poco ocupaban el comedor.
26983-8.txt | 690.779 | 17/01/2018 18:41 |
26983-8.zip | 268.550 | 17/01/2018 18:41 |
26983-h.zip | 272.999 | 17/01/2018 18:41 |